AMEN-HOTEP III, EL ESPLENDOR DE EGIPTO
Por D. Francisco Martin Valentín. Director del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.
Amen-Hotep III (1387-1348 a. C.) , hijo y sucesor de Thutmosis IV, fue el noveno faraón de la XVIII dinastía. Estaba casado con Tiy, hija de Tuia, que llevó el título de Ornamento real, lo que implicaba una posible relación familiar con Thutmosis IV. Tiy, pues, quizá fue hija biológica de ese soberano y, por tanto, medio-hermana de su futuro esposo, Amen-Hotep III. Oficialmente, sin embargo, los padres de la reina Tiy fueron la noble dama Tuia y Yuia, general de los carros del faraón. Este, según todas las evidencias, era de ascendencia extranjera, mientras que Tuia pertenecía a la nobleza del Egipto medio. Estas especiales características en los representantes de la dinastía debieron influir notablemente en las relaciones familiares y en la personalidad del futuro heredero del trono. El reinado de Amen-Hotep III constituye el periodo más especial y delicado de la Historia del Imperio Nuevo egipcio. En él confluyeron todas las tensiones políticas y religiosas que habían dado estructura a la dinastía XVIII, y que se encontraban en sus raíces como un germen que terminaría dando lugar a su estrangulamiento final. Cuando comenzó la guerra de liberación contra los invasores Hicsos y sus federados egipcios, los soberanos de Tebas necesitaron del auxilio y refuerzo del dios Amón, convertido en un auténtico principio de apoyo divino. Obtenida la victoria sobre los enemigos de Egipto, se produjo un enfervorizado movimiento nacionalista egipcio que, como todos los nacionalismos, apoyó su pretendida superioridad sobre el designio y la protección del más poderoso de todos los dioses, Amón. A este proceso de liberación nacional siguió, de modo natural, otro de expansión territorial para, primero, perseguir a los invasores, y, luego, garantizarse la seguridad de las propias fronteras egipcias y el control del máximo posible del territorio asiático y africano. Con el poder político del faraón como Señor de Egipto creció irremediablemente la influencia y el poder del dios que le había otorgado su protección y apoyo. De esta manera, llegó un momento tal que, desde el punto de vista de la política interna del país, se manifestaron los dos grandes poderes en auge: la casa real y el Clero de Amón. A la simple manifestación de presencia siguió el enfrentamiento por conseguir el predominio de uno sobre otro. Este fenómeno aparece probablemente durante la problemática sucesión de Thutmosis I. Tras los críticos momentos del reinado de Hatshepsut, la crisis pareció resolverse a favor del dios Amón en la persona del faraón Thutmosis III. Pero, en realidad no se trataba más que de un breve paréntesis. Las tensiones, aparentemente equilibradas, volvían a estallar una y otra vez entre la Casa Real y el Clero amoniano. Para obtener mejores y más ventajosas situaciones se trataba de influir y maniobrar para conseguir que los príncipes herederos del trono fuesen lo más proclives posibles a los intereses políticos de Amón. Estas tensiones que amenazaban gravemente con alterar la estabilidad de Egipto se intensificaron con motivo de la sucesión de Amen-Hotep II. En tal momento, su sucesor, dio un paso más en orden a conseguir el alejamiento de la influencia que el dios Amón pretendía seguir imponiendo al faraón de turno. Era obvio que en el sistema de estructuración del poder en Egipto, el apoyo divino era absolutamente imprescindible. De esta manera, Thutmosis IV acudió al prestigioso y antíquisimo clero del dios Ra de Heliópolis para obtener el imprescindible apoyo divino que el faraón, hijo de los dioses, necesitaba imperativamente para poder gobernar sobre Egipto. Este deliberado acto de independencia debió suponer el principio del desencadenamiento de la gran crisis tan largamente larvada. De este modo, cuando Amen-Hotep III sube al trono, la Casa Real ha tomado su propio camino de forma deliberada y firme. Las tensiones anteriores se convierten en una fuerza centrífuga que hará añicos el proyecto político creado ciento cincuenta años antes por el fundador de la dinastía. A todo ello deben añadirse los efectos de las influencias asiáticas que, profundamente introducidas en todas las estructuras sociales y políticas del Egipto de la segunda mitad de la dinastía XVIII, actuaron como fermento de descomposición del tejido nacional puramente egipcio. En este momento, solo quedaba para poder seguir con coherencia el camino político iniciado por Amen-Hotep III, pasar, de la situación de necesidad del apoyo divino externo al faraón que justificase su presencia sobre el Trono de Horus, a la proclamación y apropiación por el soberano reinante de la condición divina que justificase tal situación. Para ello se concibió el proceso de autodivinización en vida del soberano. El rey, era dios. Por tanto, en adelante, no habría necesidad alguna de buscar más apoyo divino externo. Él era el centro del universo egipcio. Esa era la situación cuando accedió al trono de Egipto Amen-Hotep IV, como corregente junto a su padre. El mecanismo revolucionario puesto en marcha estalló nada más celebrarse el Jubileo del año 30. Amen-Hotep III ya era el propio Disco Solar Resplandeciente. El rey-hombre anterior había muerto simbólicamente y con él debían desaparecer de la faz de Egipto todos los rastros de las estructuras antiguas que hipotecaban el poder real, ahora absoluto y autosuficiente en su propia recién nacida divinidad. La coexistencia de los dos mundos antagónicos, el de la reforma solar propiciada por la reina Tiy y su hijo Amen-Hotep IV, y el tradicional del dios Amón, que pujaban por obtener el monopolio del poder religioso de Egipto, no podría sostenerse por mucho más tiempo. Desde esta óptica, el proceso histórico del llamado mundo de El Amarna, no fue nada más que una simple consecuencia de los acontecimientos y programas ideológicos, políticos y religiosos desencadenados de forma deliberada y programada durante el reinado de Amen-Hotep III. El resto de los acontecimientos de finales del reinado de Amen-Hotep III y del reinado en solitario de Aj-en-Atón, no son más que las consecuencias del increíble proceso anárquico desencadenado en tierras de Egipto. La resistencia del clero de Amón y sus partidarios, el enfermizo proceso endogámico de la familia real, que la llevó a, literalmente, refugiarse para abstraerse del caos por ella producido, en su idílico e irreal universo de Ajet-Atón, y la lógica descomposición del Imperio de Asia a instigaciones de las nuevas potencias de la zona, pusieron a Egipto y a sus habitantes al borde del desastre total.
Protocolo real de Amen-Hotep III : El Horus: ‘Toro poderoso que aparece resplandeciente en Maat' El de Las Dos Señoras: ‘El que afirma las leyes y estabiliza las Dos Tierras' El Horus de Oro: ‘Grande poder, el que golpea a los asiáticos' El rey del Alto y del Bajo Egipto, el Señor de los ritos : ‘Ra es el Señor de la Verdad' El hijo de Ra, amado de él: ‘Amón está satisfecho, Regente de Tebas'
En el reinado de Amen-Hotep III se conmemoraron diferentes eventos trascendentes por medio de la emisión de los llamados ‘Escarabeos Conmemorativos'. Estas pequeñas esculturas cerámicas que representaban la imagen del ‘Scarabaeus Sacer', aspecto zoomórfico del dios sol en su manifestación de nacimiento (Jepri), fueron los soportes elegidos por el rey para dar a conocer, al estilo de nuestras medallas conmemorativas, por todos los rincones de Egipto e incluso en regiones alejadas del valle del Nilo pero de influencia egipcia, el advenimiento de diversos acontecimientos acaecidos entre los años 1-2 y 11, del reinado. Se trata de cinco series emitidas llamadas ‘del matrimonio', ‘de la caza de toros salvajes', ‘de la caza de leones', ‘del matrimonio con Guiluhepa', y ‘del Lago'.
Bibliografía Assman, J. Egyptian Solar Religion in the New Kingdom: Re, Amun and the Crisis of Polytheism, Londres, 1995 Martín Valentín, F. J. ‘La Tumba de Kheruef (TT192).Indicios de una corregencia. BAEDE 3, 1991, 213-240. Amen-Hotep III: el esplendor de Egipto. Una tesis de reconstrucción histórica. Madrid, 1998.
|