Swnw (IV)

Los niños y sus afecciones en el  Antiguo Egipto.

 

Por Dr. José Ignacio Velasco Montes.

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EL MUNDO DE LOS NIÑOS.

Es curioso contrastar que al buscar bibliografía sobre el tema de los niños y la medicina ésta es exigua y lo mismo ocurre con la iconografía. Y es lógico, pues uno de los problemas que existen es la dificultad para que se conserve y pueda estudiarse  el débil cuerpo de un bebé o un infante en su caso. Es por esta falta en los cementerios de momias de niños o de restos de éstos exista un mínimo de información. Es más, hay constancia que los que vivían escaso tiempo muchas veces no eran ni enterrados y se dejaban a merced de las alimañas del desierto o servían de alimento a los cocodrilos.

Heródoto de Halicarnaso (484-425 a. C.) , está relativamente claro que no conocía demasiado bien Kemit y en gran parte escribió por relatos escuchados, pues es sabido que apenas si llegó a visitar una mínima parte de la zona del delta según unos y estuvo cuatro meses llegando hasta Syene, en la opinión de otras fuentes, dijo que Egipto era “Un Don del Nilo”. Pero esta opinión la escribía en términos muy amplios, fijándose más en la geografía, que en las dificultades que dicho entorno implicaba para la vida de sus habitantes. Y es evidente que nunca pensó en un ser tan indefenso como los niños. Ya la temperatura de Egipto es un handicap para los niños. Entre las patologías, se supone pues no ha quedado constancia de ello, se encuentra la deshidratación por el calor. Todos los que hemos estado en Kemit, sabemos lo que es la sed y la necesidad, al menos por el día, de beber con frecuencia. Un niño, con unas defensas bajas, en esa temperatura, es evidente que su equilibrio hidro-salino debería estar con frecuencia alterado ya que las pérdidas de sales y agua por sudoración no se verían fácilmente compensadas con la ingesta de agua.

Figura 1.- Heródoto de Halicarnaso.  

Ni el agua, nada purificada, le resolvería muchos problemas que posiblemente le complicaría con infecciones intestinales.

Una vez expuesto este preámbulo a modo de justificación podemos añadir que: ser niño --o llegar a serlo para una mayor especificación--, en el Antiguo Egipto, no era nada fácil por varias razones de peso.

Sólo una proporción, relativamente baja, sobrevivía al parto. Los que sobrepasaban este cruel primer filtro, entraban en un “túnel del tiempo” del que sólo otra pequeña proporción solían salir.

Sin embargo, por la estatuaria, las familias, al menos algunas, a pesar de las aparentes dificultades que en teoría hubieran podido tener, fueron ricos en agraciados hijos, siendo el número final de muchas familias el de tener un mínimo de al menos cinco hijos.

Hay casos, como el enano Seneb, mayordomo del rey Keops, de la Dinastía IV que muestra con satisfacción a una mujer de tamaño normal y a dos hijos perfectamente sanos. Un caso similar es el de la familia Jaemhset, de la Dinastía V, que muestra igualmente a su vástago con satisfacción en esa especie de fotografía familiar congelada en el tiempo y en la piedra.

En ambos casos se aprecia que los niños tienen los dedos en la boca. Por la postura y el aspecto, queda claro que no se debe a la salida de los dientes de leche, una situación que, aunque normal, no dejaría de ser una de las primeras manifestaciones de los niños en los primeros meses de vida. Esta forma de representar a los niños, queda claramente explicada si estudiamos los jeroglíficos que indican niño y joven.

Horus niño era un remedio al que se solía acudir, en esa segunda parte que acompañaba en la mentalidad egipcia ante toda situación. Y una vez más aparece el concepto de dualidad inherente a esta civilización.

En Egipto todo era doble y hasta la vida, la protección ante la naturaleza, cualquier remedio que se deseara, tenía dos aspectos separados pero unidos a la vez: la realidad física y la magia.  Horus niño no sólo era también niño, sino que estaba dotado de potentes poderes  para resolver cualquiera de las situaciones difíciles que se le pudieran presentar a un infante a lo largo de los difíciles años de la niñez.

Figura 2.- La familia del 

enano Seneb.

Figura 3.- La familia

Kaemhset.  

Figura 4.- Horus niño 

y su poder.

 

LOS JEROGLÍFICOS.

 

El niño es representado en jeroglíficos en una posición como si estuviera sentado, pero sin silla. En estas imágenes hay variaciones en lo que está realizando con las manos. Al niño se le nombra de diversas maneras [1] [2]: Hen, Jered, Jeb, e Id. La acepción Jered o Khered, realmente debe traducirse por joven, más que por niño. Y la palabra Id tiene una doble acepción y significa no sólo niño, sino también: “el sordo”, lo que hace evidente su posible doble sentido: es un niño que no sabe y hay que enseñarlo pues es sordo a las palabras de la sabiduría. En los jeroglíficos que podemos ver en la , podemos apreciar que se le representa también con una mano en la boca, en un gesto de chuparse un dedo o tapársela. En cualquiera de las dos posibilidades nos indica que está [¿O que debe estar?] callado.

 

Figura 5.- Jeroglíficos 

del niño. 

 

Figura 6.- Otros jeroglíficos del niño. 

¿CÓMO ERA LA VIDA DE UN NIÑO?

La vida era cruel, muy cruel, en el entorno de vida de los egipcios de aquellas lejanas épocas. La sociedad egipcia debía seguir luchando contra el caos que significaba vivir en un medio ambiente hostil, que lentamente van consiguiendo superar conforme se extinguen especies de animales peligrosos, se va controlando el agua del Nilo en sus crecidas, se ha dominado el calendario y se sabe con cierta certidumbre cuando empezará la inundación y, con la experiencia de anteriores periodos fastos y nefastos, se crean depósitos estatales para sobrevivir a hambrunas causadas por exceso o defecto en la cantidad de agua que baja desde el Alto Egipto hasta el Bajo Egipto.

 

En la (Figura 7) podemos ver la imagen de un hombre emaciado, con las costillas marcadas y aspecto depauperado. Si un adulto podía llegar a este estado, que podríamos pensar de los niños. Es fácil, que en esas situaciones muy pocos llegaban a poder quedar consumidos como el representado en la citada figura. La vida era muy dura desde los albores de la civilización. Por un día que sopla el Jawa, el viento fresco del desierto, quince días soplaba el Jamsim, el viento abrasador que arrastraba miles de millones de partículas de arena.

Figura 7.- Imagen de un hombre depauperado.  

 

Sólo los dioses, y el rey que era “casi” uno de ellos, podían vencer y aplacar ese estado de cosas que hacían la vida en Kemit extraordinariamente dificultosa. Según el sincretismo sacerdotal, Kemit, el “País de las Dos Orillas”, en sus inicios y con él todo el mundo, surge del Nun, del Isfet, del caos. Cuando el mundo se establece, la lucha va a continuar por los tiempos de los tiempos. Va a ser la serpiente Apopis, la serpiente de Seth, la que luche en cada momento contra la Maat, que es el equilibrio contrapuesto. En su concepción, los habitantes de Kemit consideran que dentro el Universo no hay sino una pequeña bolsa, apenas una burbuja de Maat, rodeada de un infinito caos que trata de hacerla desaparecer para que se reestablezca el desorden.

Es una lucha permanente de las fuerzas inorgánicas del Isfet que trata de prevalecer sobre el orden cósmico: la Maat. Es por ello que el rey, cada día, debe realizar una serie de funciones mágicas y rituales --para eso es el rey y es divino--, y conseguir que la Maat sea más fuerte y mantenga controlado al caos.

Si esta magia ritual diaria no se mantuviese en el tiempo, el caos[3]se apoderaría del país y del Universo, y las desgracias se sucederían a lo largo y a lo ancho del país tal como se indica en determinadas inscripciones:

 

“Si todas la previsiones fallaran y la Maat fuera vencida…”

“No sería Kemit un país lleno de templos, sino de tumbas y cadáveres...

“El Hapi Nilo seria vencido, y el río se llenaría de sangre...”

 

Y los egipcios, ante el caos que puede asaltarles, y al que temen sobremanera, iniciarían un asustado llorar, gemir, lamentarse y gritar en el que sólo se escucharían deseos de desaparecer ante el pánico que les sobreviene:

“¡Ojalá estuviera muerto!”

Solamente, cuando la civilización está más avanzada y nos encontramos bien metidos en periodos como el Reino Nuevo, van a mejorar estas condiciones de vida de los egipcios, pero no demasiado. Las dificultades de la vida, y sobre todo las que afectan a los niños van a poder ir mejorando, como ocurre con la imagen de un Tut-Anj-Amón niño, que tiene un buen aspecto.

Los conocimientos van a mejorar y empieza a haber más experiencia en el nacimiento, en el inicial periodo de lactancia, mejores medidas en el cuidado de los niños, en su alimentación y, todo ello, va a mejorar de forma lentamente paulatina, el incremento de una demografía que lleva siglos casi estancada.

Figura 8.- Tut-Anj-Amón niño.

 

Sin embargo, ciertas normas de vida y costumbres ancestrales en la forma de vivir y depender del Estado, como las corveas, se han conservado hasta muy recientemente, hasta 1.889. Otras, como la recogida de excrementos para combustible, el acarreo del agua, o el vincular la solución de los problemas, como la salud, a la Heka, la magia, se han mantenido y en gran parte se conservan en nuestros tiempos[4].

En un mundo como el descrito, las indefensas criaturas que son los niños, sólo pueden llegar a adultos en base a una serie de condicionantes en los que una buena madre y la aleatoria suerte, juegan papeles casi idénticos.

En la (Figura 9) podemos apreciar el aspecto saludable de dos de las hijas de Aj-en-Atón a pesar de las deformidades de sus cráneos, sean estas por “extraña” enfermedad o más probablemente por una deformidad de estilo en el dibujo o una intrusión con tablas y vendajes en el normal crecimiento de los cráneos poco después de nacer.

 

Figura 9.- Dos hijas de Aj-en-Atón.  

 

Es evidente que una cierta proporción de niños sobrevivían, se hacían adultos e hicieron unas obras que tienen perplejos a muchos millones de personas. Quizá, visto desde una óptica deformada por la medicina, esa supervivencia dio lugar a una gran cantidad de personas “superdotadas” puesto que, evidentemente, los más débiles sucumbían. Sin embargo, tenían muy claro que, sin ceremonias mágicas además del uso de los tratamientos de la época, no podrían sobrevivir y lo común era aceptar que se conseguía todo gracias a los dos caminos empleados: medicina más magia o viceversa[5].

Sin embargo, visto con nuestra idiosincrasia actual y la visión fría del paso del tiempo, nos debe quedar claro que si un niño llegada a adulto era debido en una proporción muy grande a los cuidados de su madre, que no se separaba de él y el resto, en pequeña proporción, de debe al azar, la suerte o los dioses, según quiera aceptar la mentalidad del lector

Figura 10.- Madre cuidando a su hijo. 

LOS PAPIROS MÉDICOS CON REFERENCIA INFANTIL.

Las referencias a los niños y su problemática son muy escasas. Apenas unos pocos datos para juzgar sus dificultades para salir adelante en un medio muy hostil. Es por ello que incluso en los papiros médicos casi no se encuentra nada que haga referencia a los más pequeños.

El Papiro Ramesseum, uno de los más antiguos, pues data del Imperio Medio, entre 1.900 - 1.700 a. C., Dinastías XI – XIV, conservado en la Universidad de Oxford, hace claras referencias a los cuidados del recién nacido[6].

Un único papiro trata de forma clara las enfermedades infantiles, junto con las ginecológicas: es el Papiro de Erman, Dinastía XVIII, fechado entre 1.450 a 1.350 a. C. [7]

Sin embargo en el Papiro de Kahum, Dinastías XI - XIV, en el Imperio Medio, en torno a los años 1.900 a 1.700 a. C., se trata el tema del sexo del que va a nacer mediante la interpretación de las características de las facies de la madre[8], aspecto que incluso en la actualidad algunas mujeres dicen reconocer, y no sólo por el rostro, sino también por la forma del vientre de la embarazada, con aciertos que sobrepasan la media aleatoria de aciertos a pesar ya que las posibilidades de acertar por casualidad, al ser dos sexos, están siempre dentro de un 50%.

Otro papiro en el que se escribe algo sobre los niños y su problemática es el Papiro de Carlsberg, fechado entre 1.330 a 1.070 a. C., en el Imperio Nuevo entre las dinastías XVIII – XX.

LAS ENFERMEDADES DE LOS NIÑOS.

La realidad es que las fuentes de información sobre la pediatría en los lejanos tiempos es muy parca en hablar de las enfermedades infantiles. La patología infantil, no ha sido nunca tratada de una manera específica, como puedan serlo las afecciones de los adultos, de las que se conocen muchos detalles y que podemos encontrar en Swnw (I, II y III) en la biblioteca Virtual Howard Carter del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto[9], entre otras publicaciones que se citarán a lo largo de este trabajo.

Una vez que el neonato ha superado las dificultades inherentes al parto, va a comenzar una lucha por parte de la madre, o la nodriza en su caso, para lograr sobrevivir a esos primeros años de vida en los que la mortalidad tiene unas cotas muy altas.

El primer problema es la lactancia.

No existe una uniformidad de criterio sobre este extremo. Hay autores, como mi colega de la medicina y la egiptología, Dr. Manuel Juaneda Magdalena[10], que insiste en la importancia de una lactancia materna, en la que coincido, mientras otros autores hablan que era la lactancia artificial, sobre todo con leche de cabra, o de vaca, el sistema más usado. Hay imágenes que nos indican que los niños mamaban directamente de la ubre del animal como en la (Figura 11). Naturalmente no todo era lactancia artificial o ni tampoco crianza maternal, que son los dos extremos de la realidad y en medio encontraremos toda la gama intermedia de posibilidades.

Figura 11.- Mamando directamente de la vaca.

 

Lo que daba problemas en la alimentación no natural, era el hecho de un aporte calórico inferior y, sobre todo, la existencia de carencias de cierto principios vitamínicos, sales y oligoelementos que llevaban a ciertas avitaminosis, déficit en Ácido Fólico y otras substancias necesarias para un buen desarrollo del niño, todo ello de gran importancia en los recién nacidos. Estas ausencias en los primeros meses de vida, van a dejar una clara huella deficitaria en el desarrollo posterior, que va a hacer que tengan escasas defensas y no lleguen, en muchos casos, a la edad adulta.

Figura 12.- Madre dando el pecho a su vástago.

 

Es evidente que ambos extremos no están encontrados y las madres egipcias, que como todas las madres, sacrificaban todo por sus hijos. Así, la iconografía y la estatuaria hablan claramente del amor y las magníficas relaciones madre-hijo, o padre-hija en aquellas lejanas épocas, como es el caso de la (Figura 12) en la que se aprecia, en una pequeña estatua sedente de cobre, del Imperio Medio, Dinastía XII, a una madre amamantando a su hijo.

Si es cierto que muchas madres, sobre todo de nivel social elevado, no quisieran dar el pecho a sus hijos por razones personales de estética y obligaciones por su trabajo o situación social, pero conscientes de las necesidades de su vástago, confiaban esta misión a nodrizas profesionales, más preparadas y mejor dotadas de leche, lo que redundaría a favor del niño.

También es evidente que en otras clases sociales, menos pudientes, sería la madre la que se ocuparía de ello. Si leemos las Máximas de Anii o la Sabiduría de Anii[11], es fácil comprobar este punto del agradecimiento que todo hijo debe demostrar a su madre por el sacrificio que, para ésta, ha significado lactar a su hijo por un largo periodo de su vida inicial y ocuparse durante años de él, llevándolo a horcajadas, como en las dos perspectivas que se pueden ver en las (Figuras 13 y 14). Y es por ello que la madre instruye a su hijo.

Veamos un fragmento de esta sabiduría:

Figura 13.- Una vista 

de un niño a horcajadas.

 

Figura 14.- Otra vista del niño a horcajadas de su madre. 

“No comas pan habiendo otro necesitado y tus manos se extiendan a él. Deja que se explique el que te acusa falsamente. Duplica el pan que das a tu madre. Llévala como ella te ha llevado. Mucha carga ha tenido en ti. Su seno ha estado en tu boca durante tres años. Aunque sintiera aversión por tus excrecencias, nunca te ha rechazado. Y no te ha dejado en el suelo, luego que te dio a luz tras tus nueve meses. Ha ofrecido su pecho a tu boca durante tres años, con paciencia. Te ha llevado a la escuela, y mientras te enseñaban a escribir, ella se sostenía durante tu ausencia, cada día, con el pan y la cerveza de su casa. Ahora que estás en la flor de la edad, que has tomado mujer y que estás bien establecido en tu casa, dirige los ojos cómo se te dio a luz, cómo fuiste amamantado, como todo fue obra de tu madre. Qué no tenga ella que vituperarte, y levantar las manos a Dios, porque él escucharía su clamor…”

 

EL NOMBRE Y LA INFANCIA FELIZ.

En las paredes de las casa, buscando una protección complementaria a otros sistemas de magia, encantamientos, fórmulas y talismanes, se solía pintar a la madre y el hijo recién nacido, lo que quería implicar que ambos pudieran seguir juntos muchos años. Los padres buscaban todos los caminos posibles para lograr tener una prole que les atendiera en la vejez y se ocuparan de su entierro y repetir cada día su nombre para tener la vida del “más allá” asegurada en alguna forma.

Esta claro que las madres cuidaban de sus hijos con amor y sacrificio y, tras el nacimiento, se ocupaban, de inmediato de algo tan importante como su salud: ponerle un nombre. El nombre, el Ren, era de suma importancia para el recién nacido y también para los adultos. Se suponía que el nombre oral o escrito hacía revivir al nombrado. El nombre es uno de los nueve elementos esenciales del ser, la fórmula secreta de su esencia y estructura. El nombre era de una gran importancia para sobrevivir. Si desaparece el nombre, no importa si hay momia, cabezas de reposición o estatuas en buen estado no hay otra vida para el representado. Si las estatuas o la momia no tienen escrito el nombre, es como si no hubiera nada, era como no haber nacido. Es por ello que los egipcios deseaban tener hijos, pues éstos recordarían su nombre, echarían agua sobre sus tumbas y eso les daría vida. Pero al mismo tiempo los padres se ocupaban que, nada más nacer, los hijos tuvieran un nombre. Para acceder a la vida, después de la muerte, el Ka necesitaba del cuerpo material y para ello debía mantenerse incorrupto, tenían que embalsamarlo y que así consiguiera superar el paso del tiempo. Pero además debía estar presente, inscrito el nombre del personaje, sin el cual todo lo demás no serviría para nada.

La mortalidad infantil era muy elevada. Detrás de cada nacimiento aparecían una serie de etapas de enfermedades y afecciones congénitas que iban a hacer muy difícil la supervivencia.

Entre las afecciones congénitas cabe destacar la existencia de hidrocefalias, anencefalias, osteogénesis imperfectas como podemos ver en la radiografía de la (Figura 15), o el enanismo acondroplásico, labios leporinos, paladares ojivales [con la consiguiente dificultad para mamar], pies equinovaros y equinovalgos, luxación congénita de cadera, tendencias a los genu varo y valgo y toda una patología que no hace al caso pero de la que se han encontrado muestras en los estudios de momias y en restos de huesos encontrados en diversos yacimientos[12].

La lista de posibles enfermedades sería interminable y explicar cada una de ellas se sale del contesto de un trabajo de este tipo, por lo que nos limitaremos a una somera exposición de posibilidades.

 

Figura 15.- Radiografía de un niño con Osteogénesis Imperfecta. 

Para el neonato, cada día que pasaba era un gran paso hacia la supervivencia. Los primeros días tenían una tasa muy alta de muertes. No era hasta transcurrido el primer mes que la posibilidad de sobrevivir empezaba a mejorar. La causa de esta morbilidad se encontraba en las enfermedades infecciosas por razones de la escasa higiene. Hacia el año, la curva de mortalidad era ya de nivel mucho más normal. Estaba claro que existía una manifiesta selección natural y los que morían en los primeros tiempos eran los más débiles, los enfermos o con defectos congénitos o aquellos que tenían claras deformidades físicas de algún tipo.

Influía también el nivel económico y social del entorno familiar. Los cementerios de niños han ofrecido pocos datos pues los entierros de los niños muy pequeños eran poco ortodoxos, dependiendo del tiempo de supervivencia, si la madre sobrevivió o no al parto, etcétera. Como ya hemos dicho, los nacidos muertos o que lo hacían casi de inmediato, eran abandonados sin enterrar pues, ni siquiera tenían nombre. Si sobrevivían por un tiempo, de forma que habían existido unas relaciones familiares suficientes para cogerles cariño, los niños a ser enterrados iban preparados como los adultos, cuidadosamente momificados si eran pudientes o envueltos en lienzos o esterillas de hoja de palma en los menos acomodados.

En muchos niños enterradazos se han encontrado que llevaban amuletos de buena suerte o adornos personales sobre los cuerpos: collares de perlas, corales o conchas, pero sobre todo se encuentran con ellos juguetes. Estos los hacia el padre o, en su defecto, se adquirían por canje. Se han encontrado toda clase de juguetes, desde muy sencillos, apenas unos trapos haciendo una pelota, o juguetes muy sofisticados como los articulados que realizaban movimientos usando una cuerda que, por ejemplo, les hacía abrir y cerrar la boca. Se han encontrado también muñecas, que se pensó tenían un sentido erótico, pero precisamente el hecho de encontrarlas en tumbas de niños ha hecho desistir a muchos autores del significado en que fueros clasificadas inicialmente. Estas figuritas femeninas en las tumbas fueron consideradas durante un tiempo como “concubinas de los muertos”, pues iban desnudas y apenas si tenían un ceñidor de cadera a cadera y se les marcaba con color (¿azul?) o tatuajes el triángulo del sexo  Pero dado que se las encuentra en tumbas de niños y niñas se ha aceptado que son figuras de fertilidad que solicitan suerte e incluso que ayudarían al muerto a renacer en el otro mundo.

Figura 16.- Muñeca.

Figura 17.- Otro tipo de muñeca. 

FAMILIAS NUMEROSAS.

A pesar de la gran mortalidad, las familias egipcias eran muy numerosas. La media de niños era de 8 niños paridos, de los que podían morir 1 a 3 a lo largo del 1º año y la pubertad. Esto dejaba una prole final por familia de entre 4 y 6 críos. Era precisamente esa alta mortalidad lo que hacía que las mujeres estuvieran pariendo continuamente a lo largo de su vida fértil.

El nombre del niño lo elegía preferiblemente la madre y mucho menos intervenía el padre. Lo más habitual era el elegirlos, acordándolo entre ambos[13]. Una tendencia en el nombre era usarlo muy corto, como Ti, Abi, Tui, etcétera. En otras ocasiones era una frase completa, como: Dyed-Ptah-iuf-Anj, cuya traducción sería: “Ptah dice que vivirá”, lo que indica el miedo que los padres tenían a las muy fáciles muertes de sus hijos. La gran tendencia era poner a sus hijos bajo la advocación de un dios: como Hori, que era algo como “ahijado del dios Hor”.[14]

Los nombres usados eran muy líricos, fruto del momento y la moda. Era muy frecuente poner el nombre de dioses o del rey, o bien de reyes pasados e incluso de los presentes. Así se conocen nombres como:

“Bienvenido seas”

“Es lo que yo quería”

“La niña bonita está con nosotros”

“Thot es poderoso”

“Ra es amoroso”

“Snefru es bueno”

“Larga vida a Kefrén”.

“Que Amón te proteja”  

 

 

Al nombre puesto por la madre, se le solía añadir un diminutivo de más uso cuando se llegaba a ser de más edad. El nombre de las personas es un componente importante del Ka de ese individuo. Al igual que pensar en una persona desaparecida es, en cierto modo, una manera de hacerla revivir, al menos durante ese espacio de tiempo que dura el pensamiento, el nombre del individuo tiene una importante función de lograr un retorno a la vida. El nombre existe pues como una segunda creación del individuo: nombrar a una persona es hacer que exista después de la desaparición física de su cuerpo; aquí podemos encontrar la razón de las numerosas escrituras del nombre del difunto tanto en su tumba, en las estelas y en su templo funerario.

En Egipto existían dos nombres:                                                                                   

a.- Pequeño nombre: era el de uso común y, por tanto, conocido.

b.- Gran nombre: era reservado y oculto.

Los nombres egipcios eran significativos y se podían usar tanto para hombres como para mujeres. En ellos encontramos que la terminación va a indicar el sexo del portador en muchas ocasiones. Así:

 

a.- Masculinos à No terminan en T à Sa-Amón à Hijo de Amón.

b.- Femeninos à Terminan en T.  à Sat-Amón à Hija de Amón.

 

LA ALIMENTACIÓN DEL NIÑO.

Este aspecto era fundamental para su supervivencia. Podía ser una lactancia materna o la del ama de leche {nodrizas de pago} en el caso de muerte de la madre o que esta fuera de la alta sociedad o, sencillamente, que no tuviera leche.

La preocupación fundamental de la madre, la Nebet Per, el ama de la casa, era tener una leche buena y abundante. Los médicos “opinaban” sobre la leche oliéndola. Si no era buena se recurría a la magia, a determinados cambios en la alimentación de la madre y otros extremos no siempre excesivamente lógicos en la actualidad aunque, evidentemente, sí lo eran en aquellos momentos.

A los niños se les amamantaba durante 3 años por varias razones:

  • La leche era un buen alimento, muy completo.  
  • Amamantar retrasaba un posible embarazo, cosa que a veces se deseaba, sobre todo en familias de alto nivel.  
  • No existían remilgos en dar el pecho y se hacía públicamente e incluso se representaba como símbolo de fertilidad: dibujos, estatuas y relieves. Se representaba invariablemente con el niño mamando del pecho izquierdo.  
  • La calidad de la leche se comprobaba según unos patrones:

§                    Era buena Si olía a maná[15] seco (buen olor)

§                    Era mala   Si olía a pescado malo (hedor)

  • Se recomendaba frotar la espalda de la madre y alimentarla con pan de cebada ácida para mejorar su leche.
  • La leche de madre con hijo varón, estaba considerada como un remedio médico y se empleaba para:

1.- Alimentar al niño.

2.- Aumentar la fertilidad de otras posibles madres.

3.- Curar las quemaduras.

4.- El tratamiento de enfermedades de los ojos.

            5.- Tratar de cortar las diarreas infantiles.

            6.- Curar los resfriados, neumonías, bronquitis, tos, etcétera, del neonato.  

 

 

Con esta intención, esa leche de buena calidad, se guardaba en frascos antropomórficos con forma de madre con un niño en brazos dando el pecho izquierdo, los llamados “Vaso de nodriza”[16], generalmente con la diosa Isis amamantando a un Horus enfermo, como se pueden ver en la (Figura 18).

 De más belleza y otra estética, incluyendo una pequeña asa, es el frasco para leche que se muestra en la (Figura 19). En esos vasos, que realmente son frascos de cerámica o cristal, la leche salía por un pezón de la diosa.  

Si a esta leche que se guardaba en los citados frascos, se le añadían semillas machacadas de beleño, adormidera, etcétera, el niño podía dormir durante horas cuando estaba enfermo o interesara que durmiera.  

La leche de mujer con varios hijos varones se consideraba un poderoso medicamento y se guardaba cuidadosamente en otro tipo de frascos, también con la forma de una mujer que se oprime un pecho.

 

Figura 18y 19.- Frascos para leche. “Vaso de Nodriza”.

Esta leche era guardada con fines farmacológicos y se la empleaba como potente medicamento. Pero su uso siempre iba acompañado de ensalmos, talismanes y magia para reforzar ese poder intrínseco del producto lácteo. Había una serie de ideas, de usos común pero popular, en las que la frontera entre la magia y la farmacología estaban claramente diferenciadas. Es el caso siguiente: si una madre con un hijo enfermo, se comía una rata y pelaba bien los huesos y éstos se guardaban en una bolsa que se colgaba del cuello del niño, el lactante se suponía que mejoraría mucho de las posibles afecciones que sufriera.

 

LA IMPORTANCIA DE LAS NODRIZAS.

Para las familias de alta cuna y los adinerados, se empleaban nodrizas que habían tenido un hijo varón que, para que la madre verdadera no diera el pecho, se ocupaban de alimentar al niño. Como existía una alta tasa de mortalidad femenina en el parto (madres muy jóvenes y otras dificultades médicas y físicas de las mujeres) el puesto de nodriza (sobre todo en familias de muy alto nivel) estaba muy bien pagado y solicitado. Dicho puesto lo ocupaban mujeres de todas clases sociales que, en ocasiones tenían varios niños, los “hermanos de leche” que con el tiempo llegarían a una intensa amistad. Las nodrizas reales eran muy apreciadas y en una gran cantidad de ocasiones acababan casándose con personajes importantes de la corte. Hay un caso excepcional en la historia, el que un rey que eligió a la hija de su criada y nodriza como primera esposa, como es el caso del rey Tutmosis III[17]. A las nodrizas reales, las que habían amamantado al rey de niño, se les rendían honores casi divinos cuando morían.

La nodriza firmaba un contrato legal en el que quedaban especificadas una serie de condicionamientos de gran importancia:  

 

1.- Fijación del estipendio.

2.- Establecimiento de la duración del trabajo.

3.- La nodriza no podía, durante la lactancia, tener contactos sexuales para    evitar embarazos y que así se acabara la lactancia antes de tiempo.

 

Aún así, existía una alta mortalidad infantil y las terapéuticas eran escasas o ineficaces. El uso de amuletos protectores para el niño era lo habitual, así como la magia y otros recursos exotéricos que según el resultado final eran o no eficaces.  

Un caso especial de cuidados muy especiales, no de nodriza, es el de la princesa Neferu Ra, hija de la reina Hatshepsut, por parte de su preceptor y posible padre, Sen-en-Mut.[18][19]  

Los niños eran amamantados sin recato por parte de la madre y se daba el pecho en cualquier lugar y momento si el niño lo solicitaba., La lactancia era larga, más que en otros países de la época, al menos se daba el pecho durante 3 años. Al terminar la lactancia había un nuevo pico de mortalidad durante 1 año [entre los 3 y los 4] hasta que el niño se adaptaba a los alimentos sólidos, problema que generalmente se debía a infecciones intestinales.  

Cuando el niño empezaba a andar, sobre el año más o menos, dejaba de ser una carga para su madre. Que comieran y vestirlos no era muy problemático y se podían ocupar de ellos las hermanas mayores. Con el clima egipcio iban desnudos durante años. Las niñas ya mayores, en época tardía, se empiezan a poner la túnica de mujer.

 

OTROS ASPECTOS.

Los egipcios amaban a los niños. En un relato de un naufragio le indica una buena serpiente a un náufrago “Tú llegarás a tu país y llenarás tu regazo de niños y gozarás de una vida mejor en el seno de tu familia[20], Los niños eran en su infancia, muy económicos para sus padres. 

Así, Diodoro de Sicilia indica sobre su forma de vestir, vivir y comer: “Durante su primera infancia van descalzos y desnudos: los niños con un collar en el cuello por todo adorno, las niñas con una peineta y un cinturón. Su alimentación consiste de ordinario en tallos tiernos de papiros y raíces crudas o hervidas”.[21] En el cuello, niños y niñas llevan un colgante que, en la mayoría de los casos, es una pieza con forma de perla en azul turquesa, colgada de un hilo de lino. Es un amuleto destinado a alejar el mal de ojo u otras posibles asechanzas.[22]  

 

Los chicos jóvenes utilizaban una trenza lateral larga, generalmente en el lado derecho, cayendo sobre la oreja, de la que colgaban amuletos y que recibía el nombre de “El tirabuzón de los jóvenes”, mientras que el resto del cabello era muy corto. Con esta imagen tenemos a la llamada “Niña de Durham”[23], que muestra claramente toda una serie de datos sobre la niñez: trabajo, vestido, pelo y aspecto general. (Figura 20)  Esta trenza, tirabuzón o moño largo en ocasiones, se llevaba hasta los 10 años o incluso más. Se utilizaba ya en el Imperio Antiguo. A partir del Imperio Nuevo era una señal o marca de príncipe o sacerdote SEM {tenía que ser un hijo de rey y era el que representa al heredero en las ceremonias Heb-Sed, apertura de boca y las ceremonias fúnebres) Un moño en forma de “S” representaba también al niño o joven, como se puede ver en la (Figura 21). Hay aspectos, como los juegos que se salen del contenido de este trabajo. Por las imágenes que se conservan de ello, no eran juegos muy tranquilos, por lo que es de suponer que los juegos darían lugar a un cierto porcentaje de accidentes, pero al mismo tiempo ese tipo de juegos físicos preparaban a niños y niñas para el futuro.  

Aunque ya hemos hablado de ello, conviene no olvidar que, al menos una parte de los chicos jóvenes por diferentes razones debían someterse al Sebi o circuncisión, de la que ya hemos hablado en anteriores trabajos (Figura 21) con lo que dejaban de ser niños y entraban en lo categoría de hombres adultos y podrían hacer el amor, tomar pareja, empezar a trabajar y ser llamados al ejercito si era necesario.  

Figura 20.- Un precioso ejemplar de niña: “La niña de Durham”.  

Figura 21.- Peinado con cola en “S”.  

Figura 22.- El Sebi o circuncisión del joven.  

 

El trabajo es habitual en los niños al llegar a cierta edad. Las niñas se ocupan de sus hermanos más pequeños y otras labores de la casa en una preparación para el matrimonio que les va a llegar en poco tiempo.

 

 Hay imágenes en las que se puede ver, como es el caso del mural “Las plañideras de Ramosé”, pintado sobre roca y estuco a principios del reinado de Amen-Hotep  IV, el la que se ve a una niña, desnuda (Figura 23), acompañando a su madre y aprendiendo el oficio de plañidera.[24]  

Los varones hacen labores más pesadas de la casa, como la fabricación de tortas de excrementos para ser usadas en los hornos en los que se hace pan o se realizan los asados de peces, carne (cuando la hay) o se hierven verduras.  

La enseñanza de los niños, cuando por nivel social se les permite, era dura y la mentalidad era clara y ya se pensaba algo parecido al “La letra con sangre entra”, con la diferencia que su pensamiento era: “La oreja del muchacho está en su espalda, oye a través de los golpes”.[25]

 

 

Figura 23.- La plañideras de Ramosé.  

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[16]Strouhal, Eugen Op. cit. 1.994. Pág. 24.

 

[17]Strouhal, Eugen Op. cit. 1.994. Pág. 23.

 

[18]Bedman, Teresa. Reinas de Egipto. El secreto del poder. Editorial Oberon. Madrid, 2.003. Pág: 102.

 

[19]Bedman, Teresa y Martín Valentín, F. Sen-en-Mut. El hombre que pudo ser rey de Egipto. Editorial Oberon. Madrid, 2.004. Pág: 190.

 

[20]Montet, Pierre. Op. cit. 1959. Pág.66.

 

[21]Montet, Pierre. Op. cit. 1959. Pág. 67.

 

[22]Jacq, Christian. Las egipcias. Editorial Planeta.- Barcelona, 2.000. Pág: 233.

 

 

[23]Reeves, Nicholas. El antiguo Egipto. Los grandes descubrimientos. Editorial Crítica. Barcelona 2.002. Pág. 19.

24]Daumas, François.- La civilización del Egipto faraónico.- Editorial Juventud, 1.972. 

[25]Silverman, David P.- El Antiguo Egipto. Editorial Blume. Barcelona. 2.004. Pág: 91.