Swnw (III)

La Mujer:

Sexualidad, Obstetricia y Tocoginecología 

en el  Antiguo Egipto.

Por Dr. José Ignacio Velasco Montes.

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LA SEXUALIDAD Y EL EROTISMO.

Cuando Dios creó el mundo, hizo un hombre y de una de sus costillas creó, aún más perfecta, a la mujer y, señalándoles con el dedo, les dijo: “Creced y multiplicaos, henchid la tierra…”. 

Para los habitantes de Kemit, en realidad para los sacerdotes del “País de las dos orillas” que eran los estudiosos de la teología, teología que da lugar a la Eneada Heliopolitana que no es sino un sincretismo sacerdotal. Atum, el Gran Demiurgo Universal, “El que ha llegado a existir por sí mismo”, desde el caos donde existía, creó el océano primordial, el Nun, y de él emergió como la piedra benben para crear. Al unírsele el Sol, se transformó en Atum-Ra . 

1.- Atum-Ra.

Él mismo, refiriéndose indica: “Soy Atum cuando me manifiesto solo en el Nun; pero soy Ra en su aparición luminosa, en el momento mismo en que se apresta a gobernar lo que ha creado[1] 

Antes de la creación todo estaba sumergido en el océano primordial, el Nun, y esto era antes de que el cielo y la tierra fueran separados. Estas aguas primordiales contenían no sólo a Atum, sino todas las esencias de los demás dioses, de los hombres y de los demás seres vivos que habrían de existir. Atum estaba inerte y no podía ponerse erecto. Y le habló al Nun:

 

“...me hizo consciente haciendo vivir mi corazón, reuniendo mis miembros hasta entonces inmóviles. Yo flotaba absolutamente inerte. Entonces mi hijo, la vida...”

 

Y Nun dijo a Atum:

 

“Respira a tu hija Maat, elévala hasta tu nariz, a fin de que tu corazón viva. Que tu hija Maat y tu hijo Shu, cuyo nombre es también vida, que no se aparten de ti”.

El dios Atum (1 = unidad), masturbándose, ingirió su propio semen, semilla de vida, y de este modo parió a Shu, el aire, el vacío y a Tefnut, la humedad. Expulsándoles de su boca en forma de saliva, los separó pues yacían juntos, interponiéndose entre ellos. Así, del UNO surgió el TRES. De la unión carnal entre Shu y Tefnut, la primera pareja del mundo (que eran hermanos y que dio lugar al primer incesto), nacen los elementos espaciales del universo: Geb principio masculino y dios de la tierra y Nut principio femenino y fecundo de la tierra pues de ella partía la luz que era imprescindible para el nacimiento de la vida y que era la diosa del cielo. Ambos se cruzan y traen al mundo dos parejas y ambas se aparean. [2]

Y él, hasta ese momento, era una entidad andrógina, con el potencial indiferenciado de los dos sexos, como corresponde a un creador indiferenciado. En consecuencia, la creación se inicia con un acto sexual de autofecundación por el hecho de estar solo y ser hermafrodita, actuando como una unidad pero, rápidamente, se establece la dualidad, al aparecer, como consecuencia de su acto de amor, los dos sexos necesarios para la continuidad. Surge así lo que ha mantenido viva y en evolución a la humanidad, la paredra o pareja de ambos sexos con posibilidades de procreación

HOMBRE Y MUJER.  

Desde tiempos pretéritos, el hombre ha contemplado la agradable silueta de su pareja con la que ha sido ¿condenado o gratificado? a vivir. Y la pareja, hombre y mujer, cogidos de la mano se enfrentaron con la difícil realidad de vivir juntos. Y esa convivencia lleva aparejada toda una serie de cuestiones que, para todos nosotros, es una concreción cotidiana: la vida en familia, o al menos en pareja. La existencia de los dos sexos conlleva una serie de diferencias netamente marcadas por la naturaleza. 

Hombre y mujer son tan diferentes y, a la vez tan complementarios, que cada uno aporta una mitad del futuro de la conservación de la especie. Y en ese reparto de bienes y obligaciones, a la mujer le tocó en suerte el concebir, gestar y parir: ¡qué no fue precisamente poco! Y es esa diferencia de sexos la que obliga a unas relaciones no sólo de equilibrio mental, posiblemente las más difíciles, sino además a un acto que es la cópula, la unión física de la pareja para cumplir el primer postulado de las obligaciones dichas con respecto a la mujer: concebir. Y ese acto físico, al que llamamos “coito”, era llamado delicadamente por los egipcios como “levantar tiendas” y es una unión obligatoria, y el único camino para la conservación de la especie.[3] El acto en sí mismo y con la idea de que se prolongue en el tiempo, viene adornado y acompañado de unos estímulos agradables y adyacentes que[4], con el tiempo van a dar lugar a la aparición de toda una serie de variaciones, gratificaciones fuera del aspecto de la reproducción, como hedonismo, desviaciones y perversiones que, a lo largo de la historia han evolucionado de forma manifiesta dando lugar a la existencia de posibilidades que no estaban previstas en la primera unión de las manos de la pareja: la normalidad [natura] y la anormalidad [contra-natura].  

El sexo, gratificante o no, ha sido siempre unos de los motores que han mantenido a los humanos en ese continuo devenir, en ese caminar hacia un futuro incierto, por el que  nos movemos pese a todo. El sexo, para muchos, es el eje, la gran palanca con la que se podría mover el mundo sin un punto de apoyo. Es por ello que se ha magnificado, ensalzado y objetivado en pensamiento, escritura, dibujos y estatuas, que muestran fielmente una concepción, generalmente desorbitada, de una realidad tan cotidiana como exigua. 

La mujer, siempre idealizada por el hombre, ha sido y es la mitad de ese futuro en el que vivimos inmersos, realizando las labores de la casa, pariendo a los hijos y dándoles el pecho y siendo el refugio del varón cuando, al atardecer regresaba al hogar para el descanso del guerrero en contraposición, el varón con otra forma física más adaptada para los trabajos de fuerza ha sido --ya menos-- el que realizaba el trabajo fuera del hogar y el que defiende éste cuando las circunstancias se vuelven adversas y hay que salir a luchar contra diferentes tipos de enemigos Sin embargo, por definición, por exigencias naturales y lógicas, la especie humana debe vivir en pareja y, aunque la mujer sea siempre la más bella es evidente que la pareja es lo más útil ya que al reunir la belleza femenina con la fortaleza masculina, el conjunto de ambos, la potenciación mutua y las posibilidades de engendrar para el futuro, hacen que la pareja sea muy superior a las sumas independientes de las individualidades. 

Los egipcios, al menos su iconografía, repetida a lo largo de siglos en diversos estilos y formas, siempre ha mostrado una unión y un entendimiento hombre / mujer digno de encomio. La mano protectora del hombre no se muestra con frecuencia en un gesto cariñoso pero, en contraposición, si se aprecia en la mujer la manifestación de esa comunión de la pareja pues ella casi siempre muestra un gesto de cariño y compañía, apoyada en el hombro o en el brazo de su pareja. 

El corazón, según el pensamiento egipcio, era la sede del amor y la diosa Hathor, la diosa dorada, era la diosa del amor limpio, de la sublimación del amor y se representaba por el Ib, un amuleto de hematite de color rojo [Figura 11].

Pero además de lo dicho, también se creía que el corazón era el órgano central del cuerpo y en él residían otras potencias como la Sia en el caso del rey, que era su gran intuición y el “verbo creador” como el que tuvo Atum, que hacía que lo que “el corazón del rey concibe, la boca ordena”. Otras funciones del corazón eran: la personalidad, la razón y la voluntad. Pero, realmente, el corazón estaba hecho para amar.[5]

Pero el amor, en su aspecto físico y por lo tanto teleológico, tenía consecuencias y éstas ponían en un brete a las mujeres dándoles un futuro de vida incierto; y esta peligrosidad lo era tanto, que la demografía se alteró, creciendo despacio, durante miles de años a causa de la alta mortalidad de las mujeres en el parto y de los niños después de éste. Pero… ¿Qué se sabía de las funciones reproductoras de la mujer en aquellos lejanos tiempos?  

11.- El corazón, el Ib, el amor y el pensamiento.  

2.- El hombre siempre ha contemplado a la mujer.

3.- La unión de las manos simboliza el amor.

4.- El coito: la implantación de la semilla.

5A.- La erótica. Un sarcasmo a la realidad.  

5B.- La erótica: la paradoja del error perpetuado.

6.- La mujer ideal: una utopía compartida.  

7.- El hombre: en el segundo lugar del hogar. A veces.

8.- La mujer: lo más bello.  

9.- La pareja: lo más útil.

10.- La belleza de la pareja egipcia.

 

LA FISIOLOGÍA FEMENINA.

En aquellas fechas, hace ya miles de años, se conocían empíricamente muchas más cosas de las que podemos suponer y muchas de ellas están claramente plasmadas en los “Papiros Médicos” [Figura 12] 

De ellos no todos tratan el tema que estamos tratando, pero sí podemos encontrar el tema ginecológico en los siguientes [6] [7]:

a.- Papiro Ramesseum [secciones III, IV y V] (1.900-1.700 a. C.)

b.- Papiro ginecológico de Kahun (1.900-1.700 a. C.)

c.- Papiro de Erman (1.450-1.350 a. C.)

d.- Papiro de Carlberg (1.330-1.070 a. C.)

e.- Papiro médico de Londres (P. London) (1.450-1.350)  

12.- Los papiros médicos. La memoria del pasado.

Los papiros médicos contienen repeticiones entre unos y otros, copias y mejoras y una clara diferenciación de temas. En los citados se trata el tema de la ginecología, en ocasiones mezclada con la sempiterna magia egipcia, pero son los únicos que tratan enfermedades y remedios para las afecciones femeninas.

¿Qué indican en sus fragmentos, en ocasiones cortados y rotos por el paso del tiempo y el mal trato? Que no conocían la realidad ni el porqué, pero que asociaban de forma clara causa y efecto, lo que no es poco. La mujer de la época, por las imágenes que disponemos, no tenía ninguna característica especial que las diferenciara de las actuales. Si nos fijamos en muchas de las imágenes que se conservan, podemos ver que son hembras muy idealizadas, tanto en los dibujos como en las estatuas y se muestran con caderas muy estrechas, lo que de ser verdad, es manifiestamente nefasto para el parto. 

13.- La mujer era estrecha de caderas: ¿Moda o realidad?

Pero esto es más el producto de la moda representativa en la iconografía del momento, que una realidad anatómica. En otras muchas imágenes, quizás de autores y escultores más realistas, la mujer era como lo es en la actualidad, y en ellas que podemos encontrar todo tipo de volúmenes, caderas y formas normales[8], lo que no hace obligatorio dificultades graves de expulsión del que va a nacer. 

14.- La mujer en su trabajo. Más cerca de la realidad  

 

LAS DIFICULTADES EN EL PARTO.

En realidad, mirando de forma objetiva cuál era el problema de los partos en aquellas, y posteriores épocas, la respuesta es tan fácil como real. Y no estaba ligado a mala praxis de las comadronas y los Sunu que atendían a las parturientas. La respuesta se encuentra, de forma manifiesta, en otras motivaciones. La gran cantidad de muertes, un porcentaje muy alto que alteraba las estadísticas de muerte con un adelanto medio de 10 años entre hombres y mujeres [40 años para los varones y 30 para las hembras] estaba en consonancia con la edad de las futuras madres. [9]

La edad del matrimonio no estaba restringida, pero se esperaba, salvo excepciones (*) que la novia, en realidad casi una niña, tuviera la primera regla [menarquia], cosa que debido a la latitud y el clima ocurría a edades muy tempranas[10]. La menstruación se consideraba que era el momento en el que la mujer se purificaba, pues hasta ese momento se la consideraba sucia e impura. Tras tener la regla e ir a la tienda de pureza durante 10 a 12 días, había alcanzado el estatus de mujer, había dejado de ser niña y por tanto era susceptible de ser casada. Realmente casaban a una niña con algún familiar para mantener el patrimonio sin dispersión, tíos viudos con sobrinas, entre primos, o con viudos de familias amigas. El resultado era predecible en muchos casos. Una niña sin desarrollar, con una pelvis estrecha y un feto excesivamente grande para ella, causaba una distocia desde el primer momento y, como no se conocía la cesárea, madre e hijo morían en el parto. Tras el noviazgo, una etapa de mutuo conocimiento, generalmente breve o inexistente, se iniciaban los preparativos de la unión entre los únicos que intervenían: las respectivas familias.[11]

Lo más normal era que la novia tuviera unos 14 años, pero no eran extrañas las uniones con niñas de (*) 10 a 12 años. Estas mujeres-niñas se podían encontrar embarazadas a los pocos meses de su unión con hombres que le doblaban o triplicaban la edad. Sólo las acciones beneficiosas de diosas como Hathor y otras, protegían a las mujeres que, desde el mismo momento del embarazo ya estaban, en muchos casos, condenadas a morir en el parto. Las que sobrevivían a su primer nacimiento, trabajarían la casa y tendrían un hijo tras otro para que la familia perdurara a pesar de la gran mortalidad infantil de los primeros años de vida siempre protegidas por las divinidades, como la diosa Hathor. 

15.- Hathor, la diosa protectora de la mujer.  

En Kemit, salvo en casos excepcionales, como la familia real, la población era esencialmente monógama. Lo que sí era frecuente era que un hombre llegara a tener varias esposas a lo largo de la vida por fallecimiento, generalmente en el parto, de sus mujeres. Un nombre de buena talla y fuerte, unido a una niña, da lugar en unos pocos meses de embarazo a un feto de un tamaño desproporcionado a las posibilidades de espacio en el interior de una mujer sin desarrollar. Eso llevaba a que, en el momento del parto éste fuera obligatoriamente distócico por lo que se llama “desproporción cérvico-cefálica”[12], es decir, el tamaño de la cabeza es manifiestamente superior al del canal del parto, sobre todo con respecto a la parte ósea, la pelvis, que apenas es posible pueda relajarse en una amplia proporción, cosa que sí ocurre con el Útero, el Cuello de éste, la Vagina y la Vulva. La existencia de una mesa de exploración para ginecología, muy similar a las actuales, ya existía en la Dinastía VI. [13]

En consecuencia, el motor del parto no podía hacer avanzar la cabeza o las nalgas de no-nato ya encajado, se rompía la bolsa de líquido amniótico que se vertía al exterior, el parto se detenía, el feto moría y también lo hacia la madre pues en aquellas fechas, como hemos dicho, la cirugía no permitía la realización de una cesárea.  Pero la diosa Hathor, la diosa Neith y otros dioses y diosas, como la diosa rana Heket, para aquellas que tenían fe y suerte, estas divinidades les ayudaban a sobrevivir al difícil y peligroso momento del alumbramiento. 

16.- Neith, otra diosa protectora de la mujer.  

 

LOS PROBLEMAS DE LA MUJER.

En la vida de la mujer había cuatro aspectos que le preocupaban y que marcaban su vida: la menstruación, el embarazo y el parto. Y de forma menos importante, el sexo del feto.

Sobre el tema de la menstruación apenas si se encuentran datos en los escritos de los Papiros Médicos. Existían las llamadas “Tiras para el trasero”, que se supone hacen referencia a un equivalente a los antiguos paños higiénicos, actualmente en desuso al ser sustituidos por tampones y otros sistemas mucho más cómodos e higiénicos al ser desechables. Normalmente, para los que tenían un mínimo de poder adquisitivo, se enviaban las “tiras” a lavar a las lavanderías pues había personas a las que no les importaba trabajar en “cosas impuras” para poder comer. Las tiras iban marcadas con el signo de su propietaria, bien dibujado sobre la tela o por la colocación de un marbete similar en cierto modo a los que se ponían en las botellas y jarras de vino o cerveza. Todo lo que se enviaba a las lavanderías, incluida la ropa, iba marcado por la propietaria. Muchas mujeres, aunque no sabían escribir, sí tenían un dibujo especial que era su marca y lo ponían en las propiedades que debían moverse por alguna razón, ropa, alimentos, etcétera. El lavado público de estas tiras permitía aprovecharlas pues estaban hechas de varias vueltas de lino bueno y suave.

Se consideraba como “sucio o impuro” todo lo referente al periodo femenino. La realidad es que no se entendía el fenómeno y se le tenía como amedrentador y peligroso, por lo que la mujer era apartada por unos días empleándose los términos de “purificación y limpieza” como necesarios.  La mujer se refugiaba en un sitio especial, una pequeña habitación retirada de la zona principal de la casa, en el terrado o en el patio, lugar al que se le llamaba: “tienda de purificación” Lo mismo ocurría con los loquios, las secreciones del postparto. Es más, había tal grado de reprobación al tema, que se consideraba “indeseable” al hombre cuya mujer estaba menstruando o se encontraba purificando en un momento determinado.

Sin embargo, la falta del periodo en una mujer en época fértil y que hacía vida marital, se sabía desde tiempos remotos que significaba, “casi siempre”, la presencia de un embarazo. Las amenorreas de otro tipo, llamadas amenorreas primarias, de orígenes muy diversos, desde hormonales a histéricas, no sabemos la forma en la que eran interpretadas y, sin duda, conducirían en numerosas ocasiones a claros errores de falsos embarazos sin que aparecieran avances en la evolución de la gestación.

Toda una serie de detalles sobre el embarazo eran muy bien conocidos y muchas mujeres, sobre todo las que ya habían tenido al menos un hijo, eran capaces de diagnosticar sin problemas los embarazos y, además, predecir con mínimo error la fecha del parto. Lo que indica que no sólo sabían contar nueve meses lunares, sino que asociaban y conocían perfectamente el tiempo de gestación. Se podía consultar al médico (suponemos que pagando en especie, el sistema del trueque como fue casi la mayoría del tiempo, no sólo en los períodos más antiguos, antes que existiera el dinero, sino incluso existiendo éste por razones prácticas en las zonas rurales[14] ) que observaba el color de la piel, el aspecto de los pechos y las sensaciones percibidas en ellos por la mujer y hacía una clara lectura del aspecto de los ojos. Una prueba típica de comprobación de embarazo era la de añadir orina de posible embarazada a unos cereales o vegetales y si estos crecían con fuerza era un resultado positivo y, obviamente lo contrario, aunque dicha prueba no sea de gran exactitud como se ha demostrado.

El pronóstico del sexo del nonato, tema de interés pues no era igual tener un hijo que una hija –preferían el varón-- se realizaba después mediante dos pruebas:

a.- Orina + cebada à si crecía fuerte era un varón.

b.- Orina + trigo à si crecía fuerte era una hembra.

La lechuga egipcia, que era alta y muy enhiesta y al cortarla y presionarla soltaba un líquido lechoso, denso y de color blanquecino-amarillento cuyo aspecto recordaba al esperma masculino, se creía que era muy útil para la fertilidad. Se debía además a que se le consideraba asociado al dios itifálico de la vegetación y la procreación que era el dios Min, el dios del pene erecto. La lechuga se recomendaba en los Papiros Médicos como remedio de la impotencia masculina. Más adelante en el tiempo, se negaron estas propiedades de la lechuga y se recomendaba con el mismo fin al puerro, considerándose en esta época tardía que la lechuga era un antiafrodísiaco.

Un matrimonio infértil, sin hijos, era un desafío para los médicos ya que no sabían resolverlo al no ser capaces de entender el motivo. La infertilidad se achacaba invariablemente a la hembra –aún ocurre en países retrasados e incluso menos atrasados-- y el divorcio era la solución aunque el varón, en el nuevo matrimonio, continuara sin hijos. La diosa hipopótamo Tauret o Tueris, era la patrona y protectora de las mujeres embarazadas, el parto y el nacimiento, era uno de los amuletos más usados para tener hijos al igual que los que representaban al dios enano Bes, la diosa Neith o la ya citada diosa Hathor.[15] En la esfera sexual de la mujer existía un claro y determinante submundo de magia, en la que confiaban para que les ayudara a superar las dificultades que la naturaleza ponía al alumbramiento. El uso de amuletos y diferentes magias, era algo común y muy extendido.[16]  

17.- La diosa Tueris, la gran protectora del embarazo y el parto.  

 

LAS COMADRONAS.

El parto era cosa de mujeres, se resolvía entre ellas y raramente intervenían los médicos. Existen pocas referencias al parto en los papiros médicos y otros escritos. Sólo el papiro Westcar[17] ofrece algo de información sobre este extremo en el nacimiento milagroso de los trillizos Redjedet. En este caso se usó un taburete especial transportable (del que hablaremos) y le asistieron cuatro diosas disfrazadas de comadronas. Una de las diosas empleó un método, no explicado, para acelerar el parto.

El parto lo resolvían las comadronas, ya que se consideraba a éste como un acto normal, fuera de los límites de la ciencia médica, salvo cuando aparecían complicaciones. Caso de aparecer, tampoco solían poder hacer gran cosas por lo que ya hemos dicho en cuanto a las causas de las dificultades.

Cuando llegaba el momento del parto, anunciado de forma clara por las contracciones, la madre empezaba a ser ayudada en su camino para dar a luz. Y en ello era asistida por otras mujeres, o bien por las comadronas profesionales dedicadas a estos menesteres y que tenían una buena experiencia.  Había, se han encontrado en Deir El-Medina, para uso de la gente en general una habitaciones especiales para el parto, algo parecido a una Clínica Ginecológica de aquellos tiempos o paridero público, presidida por el dios enano Bes, el gran protector, que posiblemente estuviera empotrado en una hornacina o relicario de madera {ver imagen Nº 65, página 89, de "Azules Egipcios". En estas habitaciones había unos bancos corridos para el parto, en los que se producía el acontecimiento.

La mujer tras el parto se retiraba a la “Glorieta para partos” o “Tienda de purificación”, que era una zona reservada (hecha con una estructura de palos, ramas y telas) situada en el jardín o el tejado y en ella permanecía hasta que terminara la “purificación”, que era entre 14 y 15 días después del parto. En muchos lugares se indica que la mujer tras el parto volvía de inmediato a su trabajo.  

18.- Las contracciones indican que ha llegado el momento.  

EL PARTO Y SUS DICULTADES.

Se daba a luz arrodillada o de cuclillas sobre dos ladrillos de adobe para cada lado, lo que la separaba del suelo. 

Estos elevadores recibían el nombre de “silla de partos” y que, al alzar a la mujer, favorecían la expulsión. Había también taburetes y sillas sin fondo o con un gran orificio donde la mujer quedaba a horcajadas, especiales para este acto.  

20.- Silla para defecar, casi idéntica a la silla utilizada en los partos.  

 

Este tema no es aceptado por algunos estudiosos, pero hay una de estas sillas, parecida a los asientos para defecar[18] , pero con un orificio oval de mayor tamaño, en el Museo de El Cairo. El parto siempre se representa con ayuda de mujeres que asisten a la parturienta, como se aprecia en la reina Ah-Mes, a la que ayudan varias divinidades en el difícil trance. 

19.- La mujer en su momento más difícil: el parto.  

 

21.- La reina Ah-Mes, embarazada, conducida por dos divinidades.

Según los papiros médicos, el cordón no se cortaba hasta que el niño no había sido bañado y se había expulsado la placenta, que se representa por las letras jeroglíficas “Kh”.

No se habla nunca de vendar el ombligo. El corte del cordón se realizaba cuando desaparecía la circulación en los vasos umbilicales, aspecto que se aprecia por las pulsaciones cardiacas del neonato, momento en el que se ataban ambos extremos con un bramante.

Cordón y placenta tenían asociaciones mágicas, y se creía que estaban investidas de un “otro yo”, el doble o hermano muerto del recién nacido, su gemelo. No era extraño conservar placenta y cordón momificados y llevarlos a la tumba como parte del ajuar funerario. En algunas épocas la placenta se enterraba a la puerta de la casa. Para los dolores del parto se solían usar bebidas embriagantes, como la cerveza cuando las dificultades eran serias y dolorosas.

Los tipos de partos.

Según se desprende de la literatura de la época, se distinguían tres tipos de partos:

1.- Normal o satisfactorio: Al que llamaban Hotep.

2.- Complicados o difíciles: Llamado Bened.

3.- Prolongados: Denominado Wedef.

Para acelerar el parto se usaban humos de terebinto, o cremas en base a polvo de azafrán disuelto en cerveza o pulverizados de mármol disuelto en vinagre, con todo lo cual se esperaba aliviar el dolor y acelerar el parto. Los humos se usaban como sahumerios en el área genital, mientras que los otros productos se aplicaban en forma de masajes en el vientre de la parturienta, lo que en realidad era una ayuda por presión al empuje del motor del parto.

En los casos de vagina y o útero caído, los prolapsos vaginal y uterino, de los que se habla extensamente en los papiros médicos, se empleaban aceites (Baq) e incluso ya eran ya conocidos los “pesarios” en base a piezas metálicas, que trataban de llevar la matriz a su sitio llevándolos al fondo de la vagina y alrededor del cuello uterino. [19]  

A los niños se les bañaba antes de cortar el cordón umbilical y después se les colocaba sobre una almohadilla situada sobre unos ladrillos (¿calientes?) envueltos en unas frazadas de suave lino y se hacía cargo de ellos la nodriza hasta que se pudiera ocupar su madre. Los reyes, más importantes que los niños del pueblo, ya al nacer tenían su nodriza divina que les acompañaría a lo largo de todo su periplo juvenil.

Un caso especial sobre la protección a lo largo de la vida, es el de la princesa Neferu-Ra, hija de la reina Hatshepsut, a la que cuidó el que posiblemente fuera su padre, Sen-en-Mut. 

22.- La princesa Neferu-Ra y su preceptor, y posible padre, Sen-en-Mut.  

El pago a la comadrona se realizaba con trigo y tras el parto la madre empezaba una purificación que duraba 14 a 15 días. Esta purificación no se diferenciaba bien, o no se han expuesto las diferencias, de la que se hacía tras la menstruación. En todo caso la madre quedaba protegida y exenta de trabajo {si la situación económica de la familia lo permitía} por ese tiempo según unas fuentes, o volvía al trabajo sin ninguna consideración según otras. Durante unos días, en los mejores casos, sus labores la realizaban los familiares o las vecinas.

 

LA MECÁNICA DEL PARTO.

El parto en sí mismo se desarrollaba de la siguiente manera. La madre se desnudaba y era ayudada a colocarse sobre dos filas de ladrillos para estar elevada del suelo o bien, en otras técnicas, se la sentaba sobre un taburete especial para el parto. Éste disponía de un agujero central suficientemente amplio para que pasara el niño al nacer. De este modo se usaba la gravedad (peso del niño) y la ayuda de la comadrona para ayudar a la expulsión (¿presión sobre el vientre?) La comadrona actuaba agachada para facilitar la ayuda. Se usaban vendajes abdominales para aumentar la presión y también los supositorios vaginales de aceites y grasas facilitando, a modo de lubricante, la expulsión[20].

El cordón se cortaba con un cuchillo de obsidiana por motivos rituales que indicaban –tradicionalmente-- que no debía usarse un cuchillo metálico. La placenta recibía cuidados especiales pues se consideraba que estaba ligado a la vida del niño, por lo que se enterraba en la puerta, en el umbral de la casa del recién nacido, o se arrojaba al Nilo para asegurar la vida de éste. En ciertos documentos se indican que la placenta, al menos la del rey, era considerada como su hermano gemelo no nato. Parte de la placenta se le podía dar a comer a la madre e incluso, se daba un poco al niño. Si éste lo rechazaba o emitía un ruido parecido a la palabra NO, se consideraba un mal presagio que indicaba que el infante moriría pronto. También el cordón umbilical recibía trato especial, generalmente se le momificaba y guardaba para que le acompañara a la tumba.

Terminada la purificación de la madre (14 o 15 días), ésta salía del lugar para ocuparse de su hijo. Llevaba el niño sujeto al cuerpo con unas vueltas de tela y las dos manos libres para volver al trabajo.

Fiebres puerperales, infecciones intestinales y otros muchos problemas esperaban a la made y al recién nacido. Sólo un porcentaje muy bajo de neonatos conseguía sobrevivir[21].

 

CONDUCTA CON EL RECIÉN NACIDO.

Los gemelos no eran bien recibidos y parece ser que, en épocas tempranas, uno de ellos era sacrificado. Las pelvis estrechas, o anómalas, suponían un gran problema que llevaba a la muerte de ambos, como se constata en momias de mujeres con grandes desgarros de la vejiga y la vagina.

Al recién nacido se le ponía nombre de inmediato, tras consultarlo y acordarlo con el padre. El nombre era de gran importancia para el egipcio, ya que le confería poder y vida futura. Que se recordara el nombre de alguien era como volverlo a la vida. Es por ello que los ricos se hacían monumentos con su nombre para así ser recordados. Sufrir una 2ª muerte por ser olvidado el nombre en la vida terrenal, era considerado como algo horrible. Por ello, todos los egipcios querían tener hijos que se ocuparan del entierro y recordaran su nombre. El dicho egipcio,”El hijo que entierra a su padre, lo hereda” era lago más que una frase.

Cuando el niño empezaba a andar, sobre el año, más o menos, el niño dejaba de ser una carga para su madre. Que comieran y vestirlos no era muy problemático y se podían ocupar de ellos las hermanas mayores. Con el clima egipcio iban desnudos durante años. Las niñas ya mayores, en época tardía, se empiezan a poner la túnica de mujer.

 

CONCLUSIONES.

El parto era, para la mayoría de las mujeres, sobre todo las primerizas, el momento más arriesgado de su vida. Y de hecho los decesos a consecuencia del parto eran una casuística de muy alto valor y el motivo más frecuente de la muerte en la mujer. La motivación es sencilla: madres excesivamente jóvenes sin haber terminado el desarrollo y haber alcanzado un grado de madurez física suficiente. La ausencia de mecanismos de ayuda al parto: cesárea, uso de fórceps , maniobras manuales de extracción como la de introducir la mano y el brazo y dar la vuelta al feto e incluso la vulgar episiotomía cortando para ampliar la vulva y, la ausencia de una clara idea de los mecanismos de expulsión, grupo de conocimientos que hoy se engloban bajo el concepto de Tocurgia, dejaba indefensa a la mujer y, por supuesto a la comadrona o al médico en su caso que, sin armas con las que actuar, contemplaban como todo acababa en la muerte de la madre y del hijo. Aspecto por demás que estaba muy aceptado por la sociedad por una razón lógica: era lo habitual y lo que mandaban los dioses.

Ante estos peligros del parto y el embarazo y la vida posterior del neonato, existía toda una gama de talismanes, exorcismos, exvotos, ruegos y regalos a los templos, que forman parte de las relaciones entre la magia y la medicina, tema del que escribiremos más adelante. Uno de ellos, muy empleado, era el de la madre y el recién nacido durmiendo en la misma cama, lo que obligaba al amuleto a que tal acto, el que la madre y el hijo pudieran dormir juntos, fuera posible.[22]  

23. El amuleto de una madre y su hijo en la cama. Con él todo iría bien.  

Un aspecto del que no hay datos, pero que por la estatuaria parece deducirse positivamente es: ¿se llevaban bien las parejas egipcias? [Figura 24]

Sobre la consumación matrimonial no se sabe gran cosa. La castidad en el antiguo Egipto no parece que fuera un tema importante, por lo que se supone que debía ser un tema interno de la pareja. Suponemos que la consumación fuera indispensable para que la unión fuera vinculante y legal. ¿Legal? No es posible puesto que si no había registros u otros aspectos debería ser un tema personal entre los novios o quizá entre las familias, pero no ante la ley. El novio no tenía obligación de pagar nada al suegro de tipo dote en el Imperio Antiguo.  

24.- Por la estatuaria y la epigrafía, las parejas se llevaban muy bien: ¿Era verdad?  

 

LA FAMILIA.

En la familia la mujer es la “señora de la casa”[23]. En los hogares solía haber un ara u hornacina en la que se colocaban las deidades domésticas: Tueris, Bes, Hathor, etcétera, que servían para protegerse de los genios malignos y de los muertos enemigos.

 Había también figurillas de la fertilidad, de arcilla, fayenza, madera, piedra e incluso de oro en algunos casos, para ser favorecidos y tener muchos y sanos hijos, e incluso se llevaban figura iguales a los templos de la diosa Hathor como donación con la misma intención. Entre ellos el dios enano Bes era uno de los más reconocidos. 

25.-El dios enano Bes, el gran protector de las madres.

Se creía que los muertos tenían una gran influencia sobre los vivos por lo que se les llevaba figuras a las tumbas, se comía en ellas y se les solicitaban cosas, como tener muchos hijos y buenos partos. Estas figuritas femeninas en las tumbas fueron consideradas durante un tiempo como “concubinas de los muertos”, pues iban desnudas y apenas si tenían un ceñidor de cadera a cadera y se les marcaba con color (¿azul?) o tatuajes formando el triángulo del sexo. Pero dado que se las encuentra en tumbas de niños y niñas se ha aceptado que son figuras de fertilidad que solicitan suerte e incluso que ayudarían al muerto a renacer en el otro mundo.

 

LOS TATUAJES Y SU SIGNIFICADO.

El tatuaje era de origen nubio y se realizaba con hollín y aceite, mientras otros autores insisten que se usaba el negro de humo (hollín) más agua. A los tatuajes siempre se les incluye entre el grupo de los cosméticos. La técnica del tatuaje es sencilla y consiste en colocar diminutas partículas de la substancia colorante de forma subcutánea, lo que se hacía, según la época, al principio mediante espinas vegetales o de pescado y más adelante por medio de finas puntas de cobre o bronce. El instrumento podía ser una sola punta o de varias que iban colocadas sobre un mango de madera y sujetas con yeso o con algún tipo de resina. Para el tatuaje se han encontrado y se empleaba también una varilla que tenía 7 agujas, muy finas, fijas con yeso o resina.

Se usaba para realzar la belleza, sobre todo en las mujeres. Inicialmente consistían en puntos que formaban dibujos muy simples, como triángulos (Tananjaros) y paralelogramos. Otros tatuajes más complicados, ya en época mas avanzadas, representaban a dioses y diosas, siendo el más típico el del enano Bes, que significaba obtener el máximo placer sexual y  poder hacer el amor con frecuencia, al tiempo que se solicitaba tener muchos hijos y buenos partos.

En ciertas profesiones, como las prostitutas, las bailarinas y las acróbatas, obligadas a realzar sus cuerpos, se tatuaban de forma acusada, tanto por el torso, como los brazos y las piernas. Hacia el Imperio Nuevo la costumbre desaparece bastante.

Algunas mujeres, incluso de clases más que acomodadas, se hacían un tatuaje con el dios enano Bes en la parte alta del muslo, aunque no se sabe con certeza la razón de ello. También se han encontrado otras diosas, como Tueris y demás entes protectores o en relación con el sexo. Hay autores que opinan que era para realzar la belleza, otros que era un aviso de ser prostituta, pero parece ser más lógico que fuera una petición de protección para el parto, al que tanto temían las mujeres dada su alta mortalidad. Otros opinan que era una solicitud de protección ante las enfermedades venéreas, de las que por cierto no se habla nunca en los papiros médicos, como si no hubieran existido.

El tatuaje era de uso más típico por parte de las mujeres que de los hombres. Realmente su uso era muy restringido[24] y se utilizaba sobre todo por las clases sociales más bajas. Sin embargo, aunque mínimos y apenas perceptibles tatuajes, situados en la parte más alta de los muslos, con la imagen de un dios o diosa que procurara protección en el parto, era de uso relativamente frecuente incluso en clases altas. Después del parto conseguir una buena nodriza era ya mucho más de lo que se podía pedir a los dioses. 

Esta costumbre se inició en el periodo Predinástico y se mantuvo en el tiempo. No sólo se utilizaba durante la vida de la persona, sino también se le hacia algún tatuaje a algunos cadáveres para que llevarán mejor aspecto al “Más allá”.  

26.- La nodriza, divina o no, un gran alivio para las madres.  

 

MEDIDAS ANTICONCEPTIVAS.

El temor al parto, las necesidades sociales, el hecho, sobre todo en la alta sociedad de no desear más hijos o simplemente las relaciones fuera de un estatus socialmente bien aceptado, eran causas suficientes para tomar medidas de defensa ante el embarazo.

Los métodos anticonceptivos[25] eran conocidos desde tiempos muy antiguos y se les llamaba “desviación de la preñez”. Los había para uso de ambos sexos:

A.- Para la mujer.

1.-Usaban sistemas absurdos de quemar diversos materiales (sahumerios) y que el humo diera en los genitales y de esa manera no quedar encinta. Se quemaban toda clase de cosas, entre ellas excrementos de animales y substancias con mal olor, con el fin de alejar a los espíritus proclives al embarazo.

2.- Introducción de bolas de lino u otros materiales en la vagina, impregnados de diversas sustancias, como miel, extractos de acacia, dátiles y similares. Se conoce la fórmula siguiente: Tampón vaginal impregnado de:

a.- Vainas de acacia.

b.- Coloquíntidas [es una cucurbitácea del tipo de la calabaza, el pepinillo, el melón o el calabacín]

c.- Dátiles machacados. Este conjunto se maceraba en ½ litro de miel y tras unos días se empapaba el tampón y se empezaba a usar.

3.- Duchas vaginales diversas, sobre todo usando aceites templados, y substancias vegetales diversas presuntamente destructoras del contenido del esperma. Los egipcios sabían bien que el esperma masculino era el portador de la futura vida que había de nacer. Curiosamente, en los casos de esterilidad, se pensaba que el canal o metu normal para el embarazo, vulva y vagina, estaba obstruido, y se llegó a utilizar el coito oral para buscar el ansiado y deseado embarazo que, naturalmente no se producía utilizando una vía contra-natura.

B.- El varón.

Por parte de los hombres había también métodos anticonceptivos, y se practicaban al menos dos sistemas[26]:

1.- El Coito interruptus, sacar el pene y verter el semen fuera de la vagina.

2.- El Coito obtructus: consistente en la desviación del esperma a la vejiga de la orina, mediante el uso de presión en la base de la uretra, lo que hacia retroceder el esperma.

Hay datos que nos hablan de la existencia, aunque sólo por imágenes, del posible uso de algo parecido al preservativo, pero su uso era más de protección ante la esquistosomiasis, que se pensaba era de transmisión sexual. Del mismo modo se conoce la existencia, por los papiros médicos, del uso de substancias espermicidas, óvulos vaginales y diversos tipos de taponamientos blandos, e incluso, se ha hablado del posible uso, en épocas muy tardías, de tapones sólidos de materias porosas, colocados en el fondo de la vagina obturando el Hocico de Tenca, todo lo cual sería un antecedente del moderno diafragma[27].

 

LA FELICIDAD CONYUGAL.

El matrimonio significaba para la mujer en cierto modo una liberación o al menos un claro cambio de situación que la hacia más libre y le dotaba de mayor poder:

a.- Paso de hija a esposa.

b.- Paso de niña a mujer.

c.- Pérdida de la soltería. La soltería era considerada como un fallo del papel principal que tiene la mujer en la vida, que era unirse a un hombre y tener hijos.

d.- Respetabilidad por parte de la sociedad por el hecho de pasar de ser soltera a estar casada.

En el Antiguo Egipto se aplicaba todo esto pues se consideraba el matrimonio como una protección frente a las intemperancias del mundo exterior. Además, el egipcio de aquella época se complacía (era una raza muy dada al amor) en lo que de romántico tiene el matrimonio. Por ello la mujer, desde niña:

1.- Era educada por su madre para el matrimonio y le enseñaba las tareas domésticas.

2.- La adolescente llegaba a una edad en la que quedaba en espera de ser casada.

3.- La elección del marido estaba sujeta a las siguientes pautas:

A.- Pactos dentro de la familia: primos, tíos.

B.- No les preocupaba en absoluto la endogamia (pues no conocían el concepto), aunque si tenían problemas con ella, ya que se han encontrado con defectos achacables a esta circunstancia.

C.- Se trataba de evitar que la chica se casara con chicos de otros pueblos, para evitar así que éste se la llevara lejos de la familia.

D.- Pero, sobre todo, se trataba de evitar la dispersión del patrimonio de la familia.

E.- El estado no ponía objeciones a los matrimonios con extranjeros en ninguna de las dos posibilidades. Ello se debía a que no les preocupaba la pureza de la raza. Esta libertad se extendía a matrimonios de libres con esclavos e incluso entre esclavos. Esta situación se altera en la época grecorromana, con la que llega una idea xenófoba e imperativa: era obligatorio casarse dentro de la misma casta.

 

LA ESTERILIDAD.

Era muy importante para la mujer ya que la que era fértil, era atractiva sexualmente y la envidia de otras no tan afortunadas. Una mujer con varios hijos era aprobada por la sociedad y también por su marido y familia. Una madre con hijos recibía un trato especial y ocupaba un lugar de honor en la tumba de su marido e hijos.

Los hombres tenían que demostrar también su potencia y virilidad engendrando el mayor número posible de hijos y, para ello, precisaban de una mujer fecunda.

Los prefijos de maternidad y paternidad eran en el Antiguo Egipto:

Abu..........à Padre de...

Om .......... à Madre de...

Om el-ghayib à Madre del ausente = Madre sin hijos = estéril.

Un tema de gran importancia, sobre todo a nivel de las clases más acomodadas, incluyendo a la casa real en la que era más que obligatorio, era el de las nodrizas, de gran utilidad en los muy frecuentes casos en los que el neo-nato sobrevivía a su madre y necesitaba una nodriza que le diera el pecho.[28]  Si esa nodriza era una divinidad, como se decía que ocurría con los futuros reyes, la evolución de la madre y el hijo había superado todas los cotas posibles de suerte y felicidad, como es el caso de la  en este bello ejemplar en el que se puede contemplar a la diosa Isis amamantando a su hijo Horus.  

27.- La diosa Isis, como madre y nodriza, amamantando a su hijo Horus. 

Marbella, 2005.

                                                 

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NOTAS.

[1] Quirke, Stephen. Ra, el dios del Sol. Pirámide de Unas (2.500 a. C.) Página 214.

[2] Castel, Elisa. Egipto. Signos y símbolos de sagrado. La Eneada o Pesdyet.  Editorial Aldebarán. Página. 150.

[3] Jacq, Christian.- Las egipcias. Editorial Planeta. Barcelona. 2.000. Página: 175 a 179.

[4] Ibídem. 175 a 179.

[5] Castel, Elisa. Egipto. OP, cit., 123 a 126.

[6]  Cuenca-Estrella, Dr. Manuel y Dra. Raquel Barba. La medicina en el Antiguo Egipto. Editorial Aldebarán.- Madrid. 2.004. Páginas: 33 a 41.

[7] Parra Ortiz, José Miguel.- Op. cit. 2.003. Páginas: 211 a 218.

[8] Tyldesley, Joyce.- Hijas de Isis. La mujer en el Antiguo Egipto.- Editorial Martínez Roca. Barcelona. 1.998. Página 29 a 60.

[9] Cuenca-Estrella, Dr. Manuel y Dra. Raquel Barba. Op. cit. 2.004. Páginas: 13 y 14.

[10] Tyldesley, Joyce.- Op. cit., Pagina 65 a 72.

[11] Parra Ortiz, José Miguel.- Gentes del Valle del Nilo.- Editorial Complutense. Madrid. 2.003. Páginas: 301 a 329.

[12] Botella Llusiá, Ilmo., Sr. Don José.- Tratado de Obstetricia y Ginecología.- Cátedra de Obstetricia y Ginecología. UCM. 5ª Edición. 1969.

[13] Cuenca-Estrella, Dr. Manuel y Dra. Raquel Barba. Op. cit. 2.004. Página: 163.

[14] James, T. G. H. El pueblo egipcio. Editorial Crítica. Barcelona 2.003.- Página: 212-236.

[15] Velasco Montes, Dr. José Ignacio. Glosaegipto. (Sin publicar)

[16] Walker, Martín. Historia del Antiguo Egipto. Edimat libros. Madrid. 1.999. Páginas: 167 a 182.

[17] Lefebvre, Gustave. Mitos y cuentos egipcios de la época faraónica. Edición Akal Oriente. Madrid. 2.003.

[18] James, T. G. H. - El pueblo egipcio. La vida cotidiana en el Imperio de los faraones. Editorial Crítica. Barcelona 2.003.

[19] Cuenca-Estrella, Manuel y Barba, Raquel.- Op. cit. 2.004. Página: 162.

20] Cuenca-Estrella, Dr. Manuel y Dra. Raquel Barba. Op. cit. 2.004. Página: 162.

21]Velasco Montes, Dr. José Ignacio. Op. cit. 1.960-2.005

[22] Strouhal, Eugen.- La vida en el Antiguo Egipto.- l. Ediciones Folia, S. A. Barcelona. 1.994. Página: 18.  

[23] Parra Ortiz, José Miguel.- Op. cit. 2.003. Páginas: 301 a 305.

[24] Shaw, Ian y Nicholson, Paul. Diccionario Akal del Antiguo Egipto. Ediciones Akal. Madrid. 2.004. Página: 95.

[25] Cuenca-Estrella, Dr. Manuel y Dra. Raquel Barba. Op. cit. 2.004. Página: 162.

[26] Velasco Montes, Dr. José Ignacio. Op. cit. 1.960-2.005. 

[27] Cuenca-Estrella, Manuel y Barba, Raquel. Op. cit., Páginas 162 a 164.  

[28] Jacq, Christian. Op. cit., Páginas: 212 a 217.