LOS CARROS EN EL EJÉRCITO DEL ANTIGUO EGIPTO
María Begoña del Casal Aretxabaleta. Miembro del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.
INTRODUCCIÓN Entre los años 1555 y 1580 a.C., aproximadamente, Egipto vivió conmocionado por una feroz guerra de liberación contra los hicsos, llevada a cabo por los últimos reyes de la dinastía XVII y los primeros de la XVIII. Sólo el ardor patrio posibilitó la victoria al obsoleto ejército egipcio que, anclado en la antigua tradición de tropas de infantería reclutadas entre el campesinado y pertrechado con armas sencillas de cobre, se hallaba en inferioridad de condiciones militares que sus enemigos.
A fin de aligerar su peso, aquel sobrio carro costaba únicamente de los elementos básicos: La caja, de aproximadamente 1m. de ancho por 0.50m. de fondo y 075m. de altura en el parapeto, se limitaba a un escueto armazón de maderas curvadas artificialmente cuyo suelo, en forma de D, consistía en un tejido hecho con tiras de cuero.
Cada una tenía cuatro radios, compuestos por ocho piezas dobladas en forma de V que, adosadas por pares, se ensamblaban entre las dos mitades de otra pieza central llamada cubo. La rueda, una vez montada, se aseguraba al eje mediante un pasador insertado en su extremo, el cual facilitaba la rápida reposición en caso de avería. El yugo se unía al timón con correas de cuero o fibras vegetales y estaba formado por tres piezas. La más importante recuerda a la cornamenta de un bóvido con las dos puntas muy curvadas hacia arriba, formando los pasarriendas. Por su vértice central, el yugo se aseguraba al principio del timón de forma transversal. A cada lado se ataba un horcajo para uncir al tiro de equinos que haría rodar el vehículo. Con el paso del tiempo, este tipo de carro sufrió algunas variaciones locales. Primero el aumento de los radios, de cuatro a ocho, y el recubrimiento del frente y los lados del parapeto, aunque en todo lo demás siguiera siendo idéntico al anterior.
DESARROLLO Para conocer la fecha de aparición del carro ligero de combate en el ejército Egipto, con un desfase tan acusado respecto al resto de los cercanos estados del norte, es conveniente hacer un previo repaso histórico a los acontecimientos que hicieron imprescindible su adopción. Los habitantes de valle del Nilo habían rehusado el empleo de los vehículos rodados y de los animales de tiro, caballos u onagros, por tener eficazmente resueltos sus problemas de transporte con tres métodos elementales: la tracción humana para los trabajos delicados, el lomo de los asnos en las labores agrícolas y la navegación fluvial para desplazar mercancías pesadas y pasaje en largas travesías. Por tanto, igual que despreciaron el uso de carretas de transporte, ignoraron voluntariamente los carros ligeros de guerra, tan extendidos por el Creciente Fértil. Anclado en sus férreas tradiciones, tras la extinción de la gloriosa dinastía XII y el advenimiento de la XIII (1783 a.C.), Egipto comenzó a sufrir crisis gubernamentales muy frecuentes y aquella falta de poder propició que los soberanos kushitas, con capital en Kerma, reconquistaran las antiguas y ricas tierras de Nubia, ocupadas militarmente por los egipcios durante el Imperio Medio. Como consecuencia de la derrota egipcia, la frontera sur tuvo que retraerse hasta la isla de Elefantina, es decir, hasta la primera catarata del Nilo. Pero no paró en el sur el deshonor egipcio. Unos sesenta años después, en el norte del país se produjo una grave afrenta a la monarquía egipcia, que se había esforzado tanto en conseguir y mantener la unión territorial del separatista norte y el aglutinante sur. El grave problema se presentó cuando en el delta del Nilo se hicieron fuertes unos extranjeros, cuyo origen aún sigue siendo un misterio histórico[4]: los hicsos. Entonces país se desmembró. El Bajo Egipto quedó a merced de los hicsos y, el Alto Egipto dividido en fracciones territoriales regidas por sus nomarcas; mientras, en Tebas, la antigua capital del Imperio Medio, se seguía manteniendo una débil monarquía de la que quedan pocos datos. Se supone que los hicsos habían llegado a Egipto como consecuencia de los continuos y violentos movimientos de pueblos que se dieron en el Cercano Oriente hacia el siglo XX a.C., que afectaron gravemente a los mesopotámicos y, más tarde, a otras culturas desarrolladas a orillas del Mediterráneo. Ajustándose a estas fechas, en una tumba del Egipto Medio[5] queda constancia iconográfica de un clan completo, con aspecto semítico, compuesto por hombres, mujeres y niños, acompañados de asnos y otros animales; así como pertrechos varios, entre los que hay hasta instrumentos musicales. Así de bucólica debió parecer a los egipcios la llegada de estos grupos nómadas, seguramente cananeos, que se asentaron en el delta y en las tierras de labor del oasis de El Fayum. En unos cien años de permanencia en la zona nordeste del delta, situación aún poco aclarada por la Historia y la Arqueología, varios de estos foráneos prosperaron económicamente llegando, incluso, a tener su propia monarquía sustentada por la recaudación de impuestos. Desde su capital, Avaris, los reyes hicsos se mostraron despóticos con los egipcios, aunque su corte tratara de ser lo más parecida a la tebana. Mientras, mantenían magníficas relaciones de amistad y comercio con las ciudades estado que jalonaban la zona sirio-palestina, así como con puntos tan distantes como pueden ser la occidental civilización minoica[6] o el septentrional pueblo kushita. Quizá envalentonados por esta alianza con los sureños y por la confianza que les daba la superioridad de sus armas de bronce contra las de cobre egipcias[7], decidieran expansionarse en dirección a la emblemática ciudad de Menfis, dispuestos a adueñarse por completo del Bajo Egipto. Parece ser que aquel avance hicso fue detenido por los egipcios a pocos kilómetros del templo de Heliópolis, pero no gracias a un hecho militar honroso para ellos sino a un humillante pacto por el que se sometían bajo tributo al exigente rey enemigo[8]. Un tratado que seguía vigente hacia 1550 a.C. cuando se desencadenó la revuelta egipcia contra Apofis, el último rey hicso, que estuvo encabezada por el soberano de Tebas Seken-en-Ra Taa (1555-1550 a.C.) en alianza con los ricos nomarcas del Egipto Medio. El horror de la guerra sin cuartel se extendió por el norte de Egipto y los seguidores de Seken-en-Ra Taa lucharon a la desesperada contra sus enemigos en un terreno que les era muy propicio: los canales del delta. Allí, sus diestros navegantes fluviales se movían con la destreza necesaria para sorprender a sus enemigos y provocar la lucha cuerpo a cuerpo, única posibilidad que tenían de vencer. Las que podemos considerar crónicas bélicas del momento[9] hablan a las claras de las atrocidades que se cometieron en aquel baño de sangre que empapó la tierra de Kemet y tiñó las aguas de su espléndido río. De poco les sirvieron a los hicsos los arcos compuestos, las armas de bronce y las técnicas militares aprendidas de mesopotámicos e hititas, contra la infantería egipcia compuesta por sencillos y desentrenados campesinos, reclutados con urgencia, y armados con arcos sencillos y ondas o lanzas, puñales y hachas de cobre. En aquella contienda desigual, los tebanos sólo tuvieron a favor su bravura, de la cual encontramos los mejores exponentes en los monarcas consecutivos Seken-en-Ra Taa y Ka-mose, padre e hijo muertos en el campo de batalla en el espacio de tres años. Los tres siguientes monarcas tebanos, que al igual que los anteriores procedían de una casta compuesta por hombres y mujeres que demostraron un patriotismo y un arrojo envidiables, consiguieron por fin liberar el suelo de Egipto del lacerante dominio extranjero. Ah-mose (1543-1518 a.C.) decidió, incluso, a atravesar la frontera meridional para perseguir a los fugitivos y castigar a sus aliados palestinos, a la vez que lo hacía por el sur para doblegar a los levantiscos nubios. No queda constancia de que su sucesor, Amen-hotep I (1518-1497 a,C.) mantuviera la guerra, pero su heredero Thut-mose I (1496-1483 a.C.), retomó las armas con la energía propia de los grandes militares, conduciendo a sus tropas hasta un lugar nunca hollado por pies egipcios: las orillas de Éufrates, a la altura del mediterráneo Golfo de Alejandreta, donde estuvo situada la ciudad enemiga de Karkemish. Al tratar de analizar el modo en que las tropas egipcias pudieron llegar a un lugar tan distante en su afán de someter a los reyezuelos sirio-palestinos, cabe preguntarse ¿con qué medios de transporte se desplazó aquel ejército pedestre para abarcar un territorio tan extenso y controlado desde varios siglos antes por gentes bien armadas y avezadas en el manejo de carros de combate? La lógica lleva a pensar que la proeza se realizó siguiendo el sistema empleado desde el principio de la guerra: la armada. La hipótesis se refuerza por la actuación en los combates de Ah-mose, Hijo de Abana, un navegante curtido en aquella larga contienda, que se inmortalizó por dejar inscrita su biografía en las paredes de su tumba, excavada en El Kab. Él, que llegó a ser almirante de la armada egipcia, luchó al lado de los tres primeros faraones de la dinastía XVIII. Por su arrojo, el faraón Ah-mose le concedió como esclavos al hombre y a las dos mujeres que había hecho prisioneros en Avaris; en cambio, cuando se presentó ante el siguiente faraón, Thut-mose I, con un carro y su yunta de dos caballos capturados en la campaña Siria, el rey los acepto para sí recompensándole a cambio con oro[10]. Seguramente el rey permutó el oro por el carro y los dos caballos porque, en aquel momento, un vehículo con su tiro era más codiciado en Egipto que el valioso metal. Cierto es que en el valle del Nilo el carro sólo era útil para recorrer el desierto patrullando las fronteras o cazando; aunque, al correr de los años, llegara a ser también un emblema de categoría social. Sin embargo, Thut-mose I sabía que más al norte de su sagrado territorio el carro ligero era un elemento indispensable para imponer respeto. El interés mostrado por el faraón ante el carro conseguido por el almirante Ah-mose evidencia la acuciante necesidad que tenía de modernizar el ejército egipcio, dotándolo con los mismos elementos que sus enemigos disponían; por lo cual, hay que aceptar que la reforma militar comenzó bajo su reinado, no con Thut-mose III (1479-1424 a.C.) como frecuentemente se asegura.
[1] Dos de los seis carros encontrados en la tumba de Tut-anj-Amón están revestidos de planchas de oro y demuestran que la riqueza no sólo le acompañó a la tumba, sino que rodeó todos los momentos de la vida del joven soberano de Egipto. [2] Entre más de treinta títulos religiosos y nobiliarios, Yuia ostentó el de General del cuerpo de carros del Ejército de Su Majestad Amen-hotep III, de quién fue suegro. [3] A Ipollito Rosellini le debe el Museo de Florencia la casi totalidad de las piezas egipcias que se exponen en sus salas. Su principal obra sobre el antiguo Egipto la escribió entre los años 1832-1844 y se titula: Monumenti dell’Egitto e della Nubia. [4] Se ignora si formaban un pueblo o si se trataba de un conjunto de tribus de diversas etnias y procedencias. Hay autores que los consideran arios, mientras que otros opinan que fueron semitas. [5] Nos referimos a la tumba de Jnum-Hotep (BH 3), que fue contemporáneo a los faraones Amenemhat II (1926-1891a.C.) y Senuseret II (1892-1878 a.C.). [6] Piezas egipcias han aparecido en yacimientos cretenses, y en los suelos del palacio hicso de Avaris hay una escena de tauromaquia, enmarcada por un laberinto, de indudable factura minoica. [7] Pudiera ser que los hicsos tuvieran carros de guerra, pero no está constatado. [8] Según TERESA BEDMAN: “En el yacimiento de Tell-el-Daba, se ha localizado el fragmento de una inscripción con el nombre de una princesa llamada Tany donde se la denomina "hermandad del rey". Su nombre está rodeado por un cartucho, lo que la vincula a la familia real hicsa. La partícula "Ta" de su nombre es muy característico de la XVII dinastía y nos hace pensar en la procedencia tebana de la princesa. También tenemos otro ejemplo, la princesa Herit, hija de Apofis, se casó con un rey de Tebas. También hay constancia de acuerdos similares con el reino de Kush” . Texto extraído de la ponencia titulada “Los hicsos: una nueva visión”, presentada en el VII Congreso de Egiptólogos, Cambridge, 1995. [9] Las importantes batallas fluviales de esta reconquista se conocen por medio de los jeroglíficos inscritos en la tumba de Ah-mose, hijo de Abana, cuyo emplazamiento se encuentra en El Kab. [10] CASAL ARETXABALETA, M.B. del. Hatshepsut. La primogénita del dios Amón. Madrid, 1998, p. 65. [11] REEVES, N.: Akhenatón. El falso profeta de Egipto. Madrid, 2002, p. 52; para EGGEBRECHT, A: El Antiguo Egipto. Barcelona, 1984, p. 187, fueron 942 carros los capturados. [12] Se ha dejado de lado al asno, Equus asinus, por tener su nombre, ‘3, adjudicado desde tiempos antiguos.
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