EL
VALLE DE LOS REYES: UNA BREVE HISTORIA DE LOS DESCUBRIMIENTOS
|
Francisco J. Martín Valentín. |
Correo:
[email protected]v El
valle de los Reyes ha concitado una enorme cantidad de bibliografía. Se
podría pensar que es un tema agotado, al menos en cuanto a su descripción
y a la historia de los hallazgos e investigaciones que en él se han
llevado a cabo desde la Expedición napoleónica en adelante[1]. Sin
embargo, para tener una adecuada perspectiva de lo que este excepcional
y único lugar arqueológico ha supuesto en el mundo de la egiptología,
no es ocioso establecer un repaso cronológico de los diferentes
descubrimientos llevados a cabo en ese uadi único en Egipto. La
muerte en Egipto siempre fue considerada como algo omnipresente y
permanentemente unido a la vida diaria de los egipcios. Por ello, desde
muy temprano se sintió la necesidad de vencerla por medio de los ritos
para propiciar la resurrección de los muertos en el más allá. El rey
era, naturalmente, especial protagonista de estos ritos. Para ello,
después del proceso de la momificación, su cuerpo era depositado con
todo boato en un monumento funerario que, normalmente, se componía del
lugar de enterramiento propiamente dicho y del templo, construido en la
orilla oeste del río, donde recibiría culto funerario por toda la
eternidad. Los
egipcios eligieron con todo cuidado el lugar donde situar las tumbas de
los reyes y de los demás nobles fuera de los cultivos, donde los
cuerpos se pudrían con la humedad, para ubicarlas en las laderas secas
y calientes del oeste del valle del Nilo o en la franja desértica que
se extiende entre las laderas y la parte cubierta por el limo. Es un
ambiente tan árido que allí todas las cosas se desecan y se conservan.
Como consecuencia de ello las necrópolis de Egipto son lugares donde el
tiempo parece haberse detenido, donde no hay corrupción en medio de una
esterilidad inmortal amparada por el sol. Durante
cerca de mil años (desde el 2060 hasta el 1085 a.C.), se construyeron
en Tebas más templos, palacios y tumbas que en ningún otro lugar del
mundo. Los tebanos reservaron la orilla oeste para ubicar las tumbas de
los reyes con los templos dedicados a su culto funerario y las capillas
y enterramientos de sus ministros y cortesanos. En ellos se encuentran
algunos de los relieves y pinturas más hermosos de todo el antiguo
Egipto. El Valle de los Reyes está detrás de estas hileras de templos
y tumbas capilla, separado de ellos por una inmensa cadena de cerros que
corre paralela al río como una gran muralla. En
el centro de las colinas tebanas hay un gran semicírculo de laderas
escarpadas, cuyas paredes se levantan verticales desde el fondo del
valle. Desde lo alto de esas laderas se puede contemplar toda la visión
de sus necrópolis reales y privadas. Detrás de esas murallas de cerros
de Deir El-Bahari, está el valle de los Reyes, la cabecera de un largo
Uadi que los habitantes del lugar llaman el Uadi Biban el Muluk (El
Valle de las Puertas de los Reyes). El Uadi se formó en otra época más
húmeda que la actual, cuando las aguas de las lluvias torrenciales
discurrían desde las cimas de las montañas hasta el valle. En
la Tebas del Imperio Nuevo, las cámaras funerarias del rey y el templo
real estaban separados. La tumba se solía construir en las laderas de
las colinas que forman el valle, mientras que los templos lo eran junto
a orilla del río. En
lo esencial, esos majestuosos templos de la Tebas del Imperio Nuevo
fueron diseñados en forma muy parecida a la que se había seguido para
sus predecesores de las pirámides. Pero el papel del templo bajo, que
estaba junto al Nilo, quedó reducido al de desembarcadero y, en los últimos
tiempos del Imperio Nuevo, la calzada de piedra que subía hasta el
templo funerario se convirtió en un sistema de canales que conducía a
un dique situado frente a los templos principales que, quizá, estaban más
en consonancia con el paisaje de la zona. Estos
templos funerarios de Tebas tenían que constituir un espléndido espectáculo.
Largas hileras de edificios bajos, blanqueados, cubiertos de relieves de
colores vivos, rodeados de fuertes muros de adobe sobre los que se
elevaban los mástiles del templo, con remates de oro que brillaban al
sol y largos gallardetes colgados de ellos. Las
tumbas de los faraones del Imperio Nuevo, situadas en su mayor parte en
el valle de los reyes, eran el equivalente del sistema de cámaras
sepulcrales que había en las primitivas pirámides. Fueron excavadas en
las laderas de las montañas de Tebas, al pie del gran Korn, pirámide
natural no alzada por la mano del hombre que vino a sustituir a las
construidas durante el Imperio Antiguo y el Medio. La
tumba real tebana era una sucesión de galerías abiertas en la roca,
cuidadosamente ordenadas mediante una serie de puertas, que conducen a
la gran cámara donde reposa el sarcófago real, en lo más profundo de
las entrañas de la tierra. A
lo largo de los quinientos años durante los que se estuvieron excavando
y construyendo tumbas en aquél lugar, su diseño fue siendo
sensiblemente modificado, aunque el orden básico
de los corredores y las cámaras no varió nunca. Fue un proceso
de acrecentamiento en el que, paulatinamente a la ampliación de los
conceptos funerarios reales, se fueron añadiendo nuevos elementos,
aunque siempre se conservó la estructura de los primeros enterramientos
en el valle. La
última tumba excavada y construida para el faraón, fue la de Ramsés
XI[2],
el último rey del Imperio Nuevo, aunque no llegó a terminarse jamás y
su dueño no fue enterrado en ella. A
la muerte del rey, si no antes, los Sumos Sacerdotes de Amón se
erigieron en soberanos del Sur de Egipto; en calidad de tales, se
encargaron de cuidar de la necrópolis real que ya había sido
parcialmente saqueada. Varias comisiones enviadas por los reyes del
norte y dirigidas por los reyes sacerdotes se encargaron de volver a
amortajar las momias de los reyes con lienzos nuevos. Temporalmente
las momias fueron reunidas en enterramientos comunes en algunas de las
tumbas del valle; luego, fueron divididas en dos grupos principales. Uno
de ellos fue depositado en unas cámaras ocultas de otra tumba real[3],
y el otro en la tumba colectiva de la familia del Sumo Sacerdote de Amón
Pay-Nedyem II[4]. Cuando
el valle dejó de ser lugar de enterramiento para los reyes, el pueblo
de Deir El-Medina, que había albergado a los que habían trabajado en
las tumbas, dejó también de recibir provisiones y suministros de las
posesiones reales; entonces, sus habitantes abandonaron poco a poco la
ciudad obrera. Lo mismo hicieron los guardias, así como todo el
personal que cuidaba de las tumbas de los poderosos reyes. Despojadas
de sus momias y saqueadas para llevarse sus tesoros, las grandes tumbas
quedaron abiertas y abandonadas. Algunas, las más pequeñas,
desaparecieron a la vista bajo los desprendimientos de tierra y cascotes
que producían las esporádicas lluvias torrenciales que raramente caen
en el lugar. Pero, las más grandes quedaron expuestas al sol, con sus
enormes puertas decoradas destacándose al pie de los cerros. Algunos
de estos enormes hipogeos fueron utilizados de nuevo para dar
enterramiento a familias egipcias. Finalmente, muchos se convirtieron en
santuarios de peregrinaje durante la época tardía. Cuando,
a mediados del siglo I antes de Cristo, Diodoro Sículo viajó a Egipto,
los sacerdotes de Tebas le dijeron que “en sus registros se contaban
47 tumbas de reyes, aunque entonces sólo se conocías 17...”[5].
Estrabón, setenta años después confirmaría estos datos durante su
estancia en tierras tebanas. El
valle de los Reyes y Las tumbas que entonces estaban abiertas fueron
visitados durante el Imperio Romano por múltiples viajeros y turistas,
quienes dejaron en once de las tumbas entonces abiertas, más de 2000
inscripciones recordatorias. La última visita documentada fue la del
Conde Orión, Gobernador del Alto Egipto, durante el siglo VI de Cristo.[6] Después,
sobrevendría la invasión musulmana que, bajo su nueva visión
religiosa y política, consideró a estos monumentos como algo ajeno a
su mundo. En esta época, al menos, las tumbas no fueron objeto de los
ataques que habían sufrido durante el tiempo en el que las comunidades
cristianas habitaron el valle. La
primera mención moderna del Biban El Muluk, se encuentra en el relato
del viaje, llevado a cabo durante el año 1688, de los padres capuchinos
Portáis y Fançois. Claude
Sicard[7]
en 1717 y Richard Pococke[8]
en 1738, dieron una descripción más detallada, en 1768 sería el escocés
James Bruce[9]
quien visitará el Valle dibujando la primera representación de uno de
los elementos decorativos apriétales de una tumba real que fue
publicada, la de Ramsés III. Se trataba de la célebre representación
de la escena del arpista. Pero
las exploraciones y estudios científicos del vale de los Reyes no
comenzaron hasta que se llevaron a cabo los trabajos de los integrantes
de la Comisión de las Ciencias y de las Artes de
la Expedición Francesa a Egipto[10], en 1799. Dominique
Vivant Denom[11],
que se adelantó unos meses respecto del viaje al sur de Egipto que
hicieron algunos de los integrantes de la Comisión, visitó el Valle
tan solo por tres horas, dada la situación de peligro que había en los
alrededores. En
cuanto a los integrantes de la Comisión destacan Jollois y De Villiers[12],
ingenieros franceses, que fueron los primeros en hacer un estudio
cartográfico del valle. El mapa que publicaron en la Descripción del
Egipto, señala dieciséis tumbas, once de las cuales estaban ya
abiertas. A
finales de agosto del año de 1799, ambos hicieron un descubrimiento
espectacular. Devilliers nos cuenta en su diario: “En el curso de
nuestras investigaciones en el Valle de los Reyes, al cruzar las sierras
del lado Oeste, Jollois y yo fuimos a parar a un valle secundario, en el
que encontramos una tumba que ninguno de los viajeros que nos
precedieron había visto. En este descubrimiento nos favorecieron la
suerte y el cuidado con que examinamos todas las grutas que hay en esta
parte de las colinas Libias...” La
tumba a la que se refiere era la de Amen-Hotep III[13],
situada en el Valle Oeste, algo alejada del conjunto de las demás
tumbas reales. Después
de la expedición francesa fue Belzoni quien hizo diversos
descubrimientos en el valle[14].
En primer término, extrajo de la tumba de Ramsés III el sarcófago de
piedra de este faraón para venderla al cónsul inglés SALT. Más tarde
también sacaría la tapa. Ambas piezas fueron a parar a diferentes
lugares. La primera a Paris y la segunda a Cambridge, al Fitzwilliam
Museum. Explorando
el Valle Occidental encontró la tumba de Ay, el sucesor de Tut-Anj-Amon,
que daría, en lo sucesivo, el nombre de Valle de Los Monos a dicho
lugar a causa de las representaciones de babuinos que existían en su
interior. También halló en el mismo lugar una tumba que, parece,
hubiera sido una cachette o escondite colectivo de momias. En
la parte más oriental del valle de los Reyes, Belzoni encontró el
hipogeo de Montu-hir-Jepesh-ef, el hijo de Ramsés IX. Después
descubriría la tumba de Ramsés I, el sucesor de Hor-em-Heb. Pero
el descubrimiento más importante que hizo fue el de la tumba de Sethy I
que suscitó en el mundo entero un enorme interés[15].
Los primeros visitantes del hipogeo estaban asombrados por el resplandor
de los colores de la decoración, los cuales han sufrido mucho
desgraciadamente desde entonces. Champollion
que, en 1829, escogió la tumba de Ramsés IV como “el mejor
alojamiento y el más espléndido que pudiera encontrarse en Egipto”,
comenzó a “abrir” los Libros Sagrados cuyos textos cubren los muros
de las tumbas. El Padre Claude Sicard, el primero que nos descubrió
esas escenas, no sabía todavía si estas inscripciones eran biografías
reales o si se trataba de testimonios de una “teología egipcia”.
Pero el descifrador de los jeroglíficos reconoció en estos textos el
tema de la regeneración nocturna del sol, durante su paso por el
dominio infernal: él dio las primeras traducciones de estos textos en
sus cartas desde Egipto. Después
de las visitas de Champollion fueron destacados exploradores del valle
John Gardner Wilkinson[16]
y James Burton[17]. Este
último, un arquitecto inglés, describió una extraña tumba cuyo plano
indicaba que se trataba de un monumento absolutamente extraordinario con
un grandioso corredor de entrada que conducía a una sala cuadrada en la
que había dieciséis pilares y de la que salían otras cámaras. Después
de que Burton lo descubriera se perdió el conocimiento de la exacta
ubicación de este hipogeo. La tumba en cuestión, la KV5, ha sido
recientemente redescubierta por el egiptólogo americano Kent Weeks y
actualmente se sigue trabajando en ella.[18] A
Burton siguieron otros viajeros como Robert Hay[19],
aunque otra importante misión pisaría el valle en octubre de 1844. Se
trataba de la expedición Franco-Prusiana comandada pro Karl Richard
Lepsius[20]
que, en este caso, se limitó a tomar medidas y a alzar planos de
monumentos que ya habían sido descubiertos con anterioridad como, por
ejemplo, la tumba de Sethy I. Cincuenta
años más tarde de la visita de Champollion, Gaston Maspero tomó de
nuevo la iniciativa de explorar los textos y decoraciones de las tumbas
reales. Por otra parte, inauguró sus actividades en el cargo de
Director de Servicios de Antigüedades de Egipto en 1881, con el
transporte espectacular, al Museo de El Cairo (Bulak) de las momias
reales, descubiertas clandestinamente, algunos años antes, por los
fellahin de los alrededores, en la “Cachette Real” de Deir
El-Bahari. En
la década de 1870 habían salido al mercado de antigüedades una serie
de objetos que por su importancia no podían proceder sino de una tumba
real. De otra parte, en 1876 un amigo había enviado a Gastón Maspero
fotografías de un papiro que le habían ofrecido en Beirut; era de una
reina de la dinastía XXI. Con tales informaciones, cuando Maspero fue
nombrado Director del Servicio, lo primero que hizo fue averiguar de
donde procedían ése y otros papiros que habían salido antes al
mercado. Para ello se sirvió del auxilio que le prestaban expertos en
Egipto como Emil Brugsch y Charles E. Wilbour, un acaudalado americano
que conocía bien el mercado de antigüedades de Luxor. Haciendo
las pertinentes indagaciones se fu a parar en una familia de Gurnah, los
Abd el Rassul, de los que era el Jefe Mohamed. Tras diversas peripecias
varios de ellos fueron detenidos y confesaron el oculto lugar que habían
descubierto años antes; allí se encontraban enterrados los sumos
sacerdotes de Amón de la dinastía XXI con sus familias. En la misma
tumba o escondrijo situado en los contrafuertes de Deir El-Bahari
descubrieron también otra sala llena de ataúdes, algunos de ellos tan
colosales que debían quedar encajados en la pequeña puerta de la
tumba. En sus tapaderas llevaban inscritos los nombre de los reyes cuyas
momias contenían. Entre ellas, se encontraron las de los reyes Ahmosis,
las de los tres primeros Thutmosis, las de Ah-Mosis Nert-Ary y su hijo
Amen-Hotep I, las de Ramsés II y III y las de varios reyes más. En
1891 se produjo el descubrimiento de otra cachette en el lugar llamado
Bab de Gassus que contenían gran cantidad de sarcófagos y momias de
las familias de los sacerdotes de la dinastía XXI[21]. En
1881 llegó a Egipto Víctor Loret para dirigir la Inspección del
Servicio de Antigüedades en el alto Egipto. Durante el desempeño de
sus funciones en el Valle de los Reyes, descubrió la tumba de Thutmosis
III, el gran faraón de la dinastía XVIII[22].
Mientras se trabajaba en la limpieza y excavación de esta tumba,
labores de exploración en los alrededores dieron como resultado el
hallazgo de la tumba del hijo del anterior, el faraón Amen-Hotep II[23].
Dentro encontró una serie de momias entre las cuales la del propio faraón,
la de su hijo Thutmosis IV, y las del gran Amen-Hotep III y su esposa
Tiy. También encontró los cuerpos de Sethy II y de Ramsés IV. Otros
cuerpos sin identificar, una momia de un personaje principesco y otra de
una mujer, completaron el hallazgo. Cuando Loret se disponía a
transportar los cuerpos encontrados al Museo de El Cairo recibió una
orden de dejarlos en la tumba donde se habían hallado debido a la
resistencia política del pueblo egipcio que se negaba a que los cuerpos
de sus soberanos abandonasen las tumbas donde habían residido miles de
años. Sus
excavaciones en la zona siguieron dando resultados de modo que, algo
después, encontró la tumba de Thutmosis I, el abuelo de Thutmosis III.
Al llevar a cabo otros sondeos en la zona existente entre la tumba de
Thutmosis I y la de Amen-Hotep II, los hombres de Loret, encontraron
otra tumba, esta vez intacta, que pertenecía a un tal Ma-her-peri,
compañero de armas de Amen-Hotep II[24]. Este
personaje, cuyo nombre significaba “el león sobre los campos de
batalla”, había sido enterrado en una pequeña siringa que contenía
también las pertenencias apropiadas para un hombre que fue un gran
guerrero: fechas de caña y madera, algunas con punta de pedernal,
metidas en dos aljabas de cuero; también dos collares de perro, uno de
ellos con el nombre de su animal favorito “Tantunuet”. Había además
pan moreno y vasijas llenas de aceite y grasa, todo ello reseco desde
hacía mucho tiempo y destinado al sustento del difunto. Otros objetos
como un juego de damas, vasos de perfume y cuencos vidriados completan
el parco ajuar funerario del difunto. Su
sarcófago, negro y guarnecido con láminas de otras sepulturas se
sucedieron rápidamente, sobre todo gracias a las excavaciones dirigidas
por Theodore Davis, el abogado norteamericano que hizo de la egiptología
su meta final en la vida. Para
trabajar en la necrópolis real contrató a un joven prometedor llamado
Howard Carte, entonces Inspector del servicio en Luxor, quien descubrió,
entre otras, la tumba de Thutmosis IV. Excavando
cerca de las Tumbas de Sethy I y Ramsés X encontraron muchos objetos
rotos con el nombre de Thutmosis IV. Al aproximarse los hombres al pie
de la ladera vieron que el lecho de roca se levantaba y formaba un
reborde, al parecer, artificial. Cuando estaban limpiando la roca,
descubrieron dos losas que tapaban dos hoyos, cada uno de ellos como de
un metro cuadrado. Después de excavar un poco más, Carter comprendió
que estaban en lo alto de una escalera que bajaba junto a la montaña.
Los dos hoyos tapados tenían unos sesenta centímetros de profundidad y
estaban llenos de arena. Mezclados con ésta, se veían modelos de
herramientas, hachas, azuelas, escoplos y llanas de albañil, así como
vasijas y platos de alabastro. Se trataba de los llamados “depósitos
de fundación” que se solían enterrar a la entrada de las tumbas.
Todos ellos llevaban el nombre del dios bueno Men-Jeperu-Ra, amado de
Osiris, Thutmosis IV[25].
Los obreros limpiaron los escalones, anchos y empinados, observando que
penetraban profundamente en la ladera. El día 18 de enero de 1903, la
puerta estaba ya lo bastante despejada como para permitir la entrada.
Carter entró con Robb de Peyster Tytus, un americano que, a la sazón,
estaba excavando en los restos del Palacio Real de Malkata. Había una
serie de objetos rotos esparcidos en los primeros corredores y en el
pozo se veía una cuerda, abandonada por los ladrones de tumbas hacía
miles de años. En el interior de las cámaras aún
quedaban hermosos restos del ajuar del rey que se habían
abandonado por los saqueadores en su huida. El saqueo pudo haberse
producido unos ochenta años después de la muerte del rey, puesto que
Carter encontró en una de las cámaras una inscripción dejada por el
Inspector de la necrópolis que decía lo siguiente: “El año 8, el
tercer mes de la estación de verano bajo la Majestad del Rey del Alto y
Bajo Egipto... Hor-em-Heb, amado de Amón. Su Majestad, Vida, salud y
fuerza, ordenó que se encomendara al portador del abanico a la
izquierda del Rey, el escriba Real, el Superintendente del tesoro el
Superintendente de las Obras en el lugar de la
eternidad...Mayo...renovar la sepultura de Thutmosis IV Justificado en
al Habitación preciosa del Oeste de Tebas...”. La tumba
encontrada por Carter era magnífica. Desde el punto de vista arquitectónico,
era la culminación del primer tipo de tumba real iniciado por Thutmosis
III. Tenía las mismas proporciones que las de sus predecesoras, aunque
sus dimensiones eran mayores. Aún
apenas descubierta la tumba de Thutmosis IV, mientras acababan de
limpiarla, se pudo a una cuadrilla de obreros a trabajar en la ladera.
Quitando escombros descubrieron cerca de una puerta, también llena de
escombros, otro depósito de fundación con el nombre de la reina
Hatshepsut. La
excavación y limpieza de este nuevo descubrimiento duró dos campañas.
Era la tumba más profunda y más larga que se conocía en Egipto. La
reina la utilizó para enterrar a su padre Thutmosis I, a quien sacó de
su primitivo enterramiento en el valle[26].
Se trataba de un hipogeo ya excavado el que la reina ordenó añadir la
cámara del sarcófago. Parece que la finalidad era hacerse enterrar en
dicho lugar ella también junto con su padre. Allí había dos sarcófagos
labrados a partir de sendos bloques de cuarcita amarilla, uno de los
cuales tenía forma de cartucho real. Después
del invierno de 1903-1904, Carter fue destinado a Sakara por Gastón
Maspero, sucediéndole en el cargo de inspector Quibell. Las diferencias
de criterio entre Quibell y Davis, el mecenas de la concesión, se
hicieron cada vez más difíciles de superar, de modo que Quibell
consiguió que le sustituyera en el puesto el arqueólogo británico
Arthur Weigall. Trabajando
éste último entre las tumbas de Ramsés XI y de un príncipe hijo de
Ramsés III, encontró la puerta sellada de entrada a la tumba de Yuia y
Tuia, los suegros de
Amen-Hotep III[27].
Dentro hallaron los cuerpos intactos de los padres de la reina Tiy. Las
tapas de los sarcófagos habían sido retiradas con el evidente fin de
robar las joyas. Pero la sala se encontraba llena de objetos. Entre
ellos, la silla ofrendada por la Hija y Esposa Real de Amen-Hotep III,
Sat-Amón. Había
también un hermoso cofre para joyas con los nombres de Amen-Hotep III y
un ligero carro dorado. Tomadas
las riendas de las excavaciones por el propio Davis se le impuso el que
un arqueólogo profesional estuviera a pie de obra. Así, Davis contrató
a Edward Ayrton. Trabajando
para Davis, Ayrton, en la campaña de 1907, encontró una tumba,
actualmente la nº 55, que constituye uno de los grandes rompecabezas
del valle[28]. En
ella se encontraron los paneles de una capilla de madera con pan de oro
que se referían a la reina Tiy, esposa de Amen-Hotep III. También se
encontró el sarcófago de un hombre que contenía una momia que, en
principio, se pensó era la de la reina Tiy. Elliot Smith dictaminó,
sin embargo que era la de un hombre de entre veinte y treinta años. Lo
más curioso era que al sarcófago se le habían suprimido todos los
nombres y se le había arrancado el rostro. Pruebas sanguíneas
mostraron su cercano parentesco con el rey Tut-Anj-Amon, por lo que se
ha pensado que podría tratarse de la momia de Se-Menej-Ka-Ra, su
hermano[29]. La
excavación de esta tumba tan importante para esclarecer los
acontecimientos del periodo final del mundo de El Amarna fue un gran
desastre debido a la falta de cuidado durante la misma y a la
desordenada metodología de trabajo, lo que hizo que la publicación
fuese inexacta y defectuosa. En
la campaña de 1907, Ayrton descubrió para Davis la tumba de
Hor-em-Heb, lo que constituyó una sorpresa, porque generalmente se
pensaba que este rey se habría hecho enterrar en la magnífica tumba
construida para él en Sakara cuando era General[30]. El
hipogeo del valle era espléndido. Por primera vez se empezaron a
esculpir las paredes en altorrelieve y no se pudo concluir, lo que se
advierte en la sala del sarcófago. Se ve como los equipos encargados de
decorar las paredes de la tumba, hacían su trabajo unos detrás de
otros, hasta concluir la decoración. Los
mismos artesanos parece que participaron en la construcción de las
tumbas de Ramsés I[31]
y de Sethy I[32]. Este
fue el ultimo hallazgo de Davis en el valle. Convencido de que no había
nada más que descubrir allí, cedió su concesión a Lord Carnarvon en
1914. En
noviembre de 1922, el excavador de este último, Howard Carter, descubrió
la tumba casi intacta de Tut-Anj-Amon y todo su tesoro funerario[33].
Esta sepultura es, hasta el presente, el último descubrimiento de un
enterramiento real en el valle de los Reyes. No obstante, los trabajos de excavación desescombro e investigación de otras tumbas reales en el Valle de los Reyes, aún continúan. Actualmente, se trabaja en la KV5, la pretendida tumba de los hijos de Ramsés II[34], y en la misma tumba, la KV7, de este soberano de la dinastía XIX[35]. [1] Con carácter de exhaustividad informativa y bibliográfica se consultarán las obras de Nicholas REEVES. Valley of Kings. The decline of a royal necropolis. Londres, 1990; y la de este último junto con Richard H..WILKINSON, Todo sobre el valle de los reyes. Tumbas y tesoros de los principales faraones de Egipto. Barcelona, 1998. Ver también SILIOTTI, A. El Valle de los Reyes y los Templos de la necrópolis de Tebas. Barcelona, 1997. [2]
KV4. Ver Romer, J. Y CICCARELLO M. A. Preliminary Report of the
Recent Work in the Tombs of Rameses X and XI. Brooklyn,
1979. [3] En unas cámaras ocultas de la KV35 de Amen-Hotep II. [4] La DB320. Ver BRUGSCH, E. Y MASPERO, G. La trouvaille de Deir-el-Bahari. El Cairo, 1881. [5] Diodoro Sículo. Biblioteca Historica. Libro I. Las Antigüedades deEgipto, 46. [6] Ver Baillet, J Inscripcions grècques et latines de tombeaux des ou syringes à Thèbes. El Cairo, 1920-1926. [7] SICARD, C. Oeuvres. Ed. M. Martín, El Cairo, 1982. [8]
POCOCKE, R. A. Descripción of the East, and some other Countries.
Londres 1743-1745. [9]
BRUCE, J. Travels to Discover the Source of the Nile. Edimburgo,
1805. [10] Description de l?Égypte: ou recueil des observations et des recherches qui ont été faites en Égypte, pendant l’Expedition de l’Armée Français. Paris, 1809-1828. [11] Voyage dans la Basse at
la Haute Égypte pendant les campagnes du Genéral Bonaparte. Paris,
1802. [12]
VILLIERS DU TERRAGE, É. De Journal et Souvenirs sur l’Éxpedition
d’Égypte. Paris, 1899. [13] La tumba ha sido
repetidamente excavada después de su descubrimiento, aunque debía
estar abierta desde la antigüedad. Ver KONDO, J. En After Tut’ankamun.
Londres, 1989,
41-54, y Valley of the Sun Kings. Tucson, 1995, 25-33. [14]
BELZON, J.B. Narrative of the Operations and recent Discoveries
within the Pyramids, Temples, Tombs and Excavations, in Egypt and
Nubia.. Londres, 1820. [15] BELZONI. J.B.Description
of the Egyptian Tomb discovered by G. Belzoni. Londres, 1821 [16]
WILKINSON, J.G. Topographical Survey of Thebes, Tápé, Thaba, or
Diospolis Magna. Londres, 1830. [17] Trabajos inéditos. Dep. de manuscritos. Biblioteca Británica. Londres. [18] Weeks, K. En After Tut’ankhamon, 1989, 99-121. Se cree que pudiera haber sido una tumba colectiva de príncipes hijos de Ramsés II. [19] Trabajos inéditos. Dep. de manuscritos. Biblioteca Británica. Londres. [20] LEPSIUS, K.R. Denkmäler aus Aegypten und Aethiopien., Berlín, 1849-1859. [21]
DB358.DARESSY, G. ASAE 1 (1900). 141-148. [22] KV34. DARESSY, G. Fouille de la Vallée des Rois 1898-1899. El Cairo, 1902. 281-198. [23]
KV35. DARESSY, G. Op. cit., 1902. 62-279. [24]
KV36. DARESSY, G. Op. cit., 1902. 1-62. [25]
KV43. DAVIS T.M.y otros, The Tomb of Thoutmösis IV. Londres, 1904. [26]
KV20. DAVIS T.M.y otros, The Tomb of Hätshopsîtû. Londres, 1906. [27] KV46. Davis, M.T. y
otros. The Tomb
of Iouiya and Touiyou. Londres, 1907. [28] KV55. Davis, M.T. y
otros. The Tomb
of Queen Tiyi. Londres, 1910. [29] En la tumba se encontraron también cartuchos de Aj-en-Aton, por lo que se pensó que pudiera tratarse de la momia de este rey. Pero nada podrá permitir la certidumbre del hallazgo. [30] KV57. Davis, M.T. y
otros. The Tomb
of Harmhabi and Toutânkhamanou. Londres, 1912. [31]
KV16. BELZONI, G.B. op.cit. 1820. 229-230. [32] KV17. BELZONI, G.B. op.cit. 1820. 230-237.. [33] KV62. CARTER,
H y MACE, A.C. The Tomb of Tut.ankh.Amen, I-III. Londres 1923-1933. [34] Weeks, K. “Tomb KV5 revealed” BEES, 7 (1995), 26-27. Ver también The Los Tomb. New York, 1998. [35] LEBLANC, CH. “Les récentes découvertes dans la tombe de Ramsès II”. BSFE, 141 (Mrs 1998), 20-35.
|