D. EDUARDO TODA: modelo de filántropo y egiptólogo.

 

 

Por Teresa Bedman

Del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.
Conferencia impartida en el Museo Cerralbo. Madrid, 13 de Noviembre de 2001

 

 

Eduardo Toda representa, sin duda, el primer ejemplo español de actividad egiptológica sobre el propio terreno. Antes de él hubo aproximaciones más o menos dignas y no exentas de mérito, pero si se ha de hablar con propiedad, Eduardo Toda y Güell fue el primer egiptólogo español en el sentido exacto de tal término.

Si uno acude al Museo Egipcio de El Cairo y se acerca al mausoleo de Auguste Mariette , situado a la entrada del mismo podrá ver una galería de egiptólogos ilustres del siglo XIX y una relación de nombres. Se trata de personas elegidas entre la pléyade de los que dejaron en tierras de Egipto su trabajo y su conocimiento para revelar al mundo Occidental los descubrimientos que aquella tierra milenaria ofrecía, y ofrece, a propósito de su historia.

Entre ellos, la mayoría franceses, ingleses y alemanes, existe el nombre de un español, no muy bien conocido en nuestro país, a pesar de los últimos estudios llevados a cabo sobre su figura como egiptólogo. Se llamaba Eduardo Toda y Guell .

Los caminos que habitualmente suelen llevar a las personas que entregan su vida a la egiptología, hacia el Valle del Nilo, siempre han sido extraños y en modo alguno convencionales. Si Mariette era un vendedor de productos de mercería en Marsella .que acabó revolviendo en las entrañas del desierto de Sakara y hoy está enterrado a las puertas del Museo de El Cairo, el caso de Toda no es menos extraño.

Nacido en la ciudad de Reus en 1855, estudió Derecho en Madrid pasando ha formar parte del cuerpo diplomático en 1873. Su profesión la llevó a recorrer diferentes puestos consulares en Extremo Oriente. Quizás fuera este periodo entre los años 1876 y 1882 en el que, el contacto directo con el exótico mundo oriental, atrajese a Toda al interés por el estudio de las culturas que conoció en dichos países.

Toda se muestra, por otra parte, durante estos años, perfectamente conectado con el movimiento intelectual emergente en nuestro país en torno al estudio de la antigüedad y de sus culturas.

Según sus biógrafos, Toda unía a sus cualidades de curiosidad intelectual la de una extrema facilidad por el conocimiento y dominio de las lenguas. De este modo pudo introducirse con éxito en las culturas de China, Japón y Filipinas publicando sus reflexiones y trabajos sobre estos países, no sólo en español, sino también en portugués e inglés.

Regresado a España después de seis años de servicio en el extranjero, permaneció en su Reus natal desde finales del año 1882 hasta  el de 1884. En el mes de Abril de dicho año, partió con sus nuevas credenciales hacia Egipto a donde iría destinado como Cónsul General de España, con residencia en la populosa ciudad de El Cairo.

Desembarcó en Alejandría el 17 de Abril de 1884 a donde llegó a bordo del vapor Tanjore de la flota Peninsular Oriental Inglesa. Según sus propias confesiones arribó a Egipto después de un malísimo viaje por el Mar Adríatico y el archipiélago Griego.

Toda tenía grandes deseos de visitar la tierra de Egipto. Sus lecturas en destinos anteriores, su amor por Oriente y su imaginación le impulsaban a visitar la tierra de los faraones.

Nos cuenta que nada más atracar el vapor en los muelles de la compañía y tras ordenar su equipaje subió a la cubierta para contemplar el panorama de la ciudad que se abría ante él para lo que se auxilió con un anteojo que siempre le acompañaba en sus viajes.

Su impresión acerca de la ciudad de Alejandría no fue demasiado positiva. Hay que convenir que sus juicios acerca del bullicioso mundo oriental de esta capital del mediterráneo, coincidían más con los de un estirado oficial de la administración británica de ultramar que con los de un habitante de la misma cuenca mediterránea que compartía el mar con la ciudad de Alejandro.

Probablemente su trabajo como Cónsul en El Cairo no le exigiera demasiado esfuerzo, permitiéndole disfrutar de mucho tiempo libre.

 

El Cairo de Toda.

 

Instalado en El Cairo, Toda se relacionó con los demás componentes de la llamada "Colonia de los Francos", que así se denominaba por los egipcios a los europeos que vivían en Egipto. La conexión y conocimiento del resto de los integrantes de las legaciones diplomáticas europeas, así como otras personalidades notables que integraban la colonia,  facilitó el conocimiento y amistad de egiptólogos como Gastón Maspero.

Toda reconoce que, en El Cairo el europeo no lo pasaba del todo mal. Sociedad, baile, comidas, teatros, y paseos no faltaban al que de ellos necesitase. Respecto a la buena sociedad, nos dice, que la de Egipto era de carácter expansivo y abierto, de fácil acceso y formas sencillas y campechanas. La razón de esta apertura, prosigue, era que los europeos 'presentables' no eran muy numerosos y, por tanto, había que aceptar de buen grado a cuantos pidiesen ser introducidos en los salones.

Así pues, aprovechando Toda este abierto ambiente social conoció al gran egiptólogo francés que coincidió con Toda en Egipto, mientras ejercía el cargo de Director del Servicio de Antigüedades. En el desempeño de las funciones propias de dicho cargo, Maspero resultaría una inapreciable ayuda para la aventura egiptológica de Eduardo Toda.

Durante su estancia en el Cairo inspeccionó también los monumentos antiguos de la ciudad y analizó sagazmente la sociedad mestiza de la época que habitaba en esta  importante capital de África.

El Cairo impactó enormemente a Toda aunque en principio no se le apareció como la ciudad oriental que esperaba encontrar. Nos cuenta que, cuando entró en El Cairo por primera vez era de noche. Una berlina tirada por dos caballos le recogió en la estación de ferrocarril de Alejandría y le llevó por magníficas calles plantadas de árboles y bien iluminadas por numerosos mecheros de gas, hasta el pórtico de una gran fonda europea. La apariencia de ciudad europea era una simple fachada; tal como nos cuenta, dividida en tres grandes agrupaciones por sus distritos franco, turco y árabe, la vida en cada uno de ellos era enteramente distinta, dando la impresión de haberse juntado allí un barrio de Paris, otro de Estambul y otro de África.

Su descripción de los distintos barrios permite conocer la intensa vida de las diferentes comunidades que habitaban la gran capital egipcia en aquellos años.

 

La experiencia egiptológica de Toda

 

El tiempo libre de que disponía en el ejercicio de su cargo, las buenas relaciones que entabló con los egiptólogos más célebres y su  personal curiosidad por la historia, fueron los factores que le orientaron rápidamente hacia  la exploración de los principales puntos arqueológicos de Egipto.

 

Alejandría.

La primera ciudad que visitó en detalle fue, como no, la de Alejandría.

Revisó detalladamente las construcciones romanas de la ciudad. Uno de los monumentos que más llamó su atención, fue la denominada "Columna de Pompeyo", en realidad de Diocleciano, pues fue a este Emperador dedicada por el prefecto Pompeyo en el 302 después de Cristo. El monumento ciertamente le pareció espectacular con sus 30 metros de altura y 9 de perímetro. Observó que en la base sobre la que se erige la columna había inscripciones jeroglíficas pertenecientes a reyes de la dinastía XIX. También se interesó por el Serapeum de Alejandría del que no quedaba prácticamente nada. Finalmente visitó las catacumbas del Kom-el-Shugafa.

Se trataba de una construcción subterránea excavada en tres niveles que databa de los siglos I y II de nuestra era y observó que, en ellas, se mezclaban al mismo tiempo de una manera equilibrada y fresca las expresiones artísticas tradicionales del mundo egipcio y del ambiente greco-romano.

 

El Delta.

 

Una vez instalado en El Cairo decidió recorrer Egipto en todas sus direcciones para indagar y explorar los puntos históricos y arqueológicos más importantes. Así visitó el delta egipcio inspeccionando la antigua ciudad de This y explorando las inmediaciones de Sais, en cuyas cercanías se encontraba la ciudad de Pi-Ramsés, donde según la tradición bíblica se ubicó el barrio hebreo de Goshen.

Toda reconoce que el Delta no tenía especial interés por sus ruinas y que, para los no expertos en el mundo de la arqueología podría parecer un paraje decepcionante dada la extrema destrucción de sus restos arqueológicos.

Sin duda la visita que más le impresionó en el Delta fue la de las ruinas de la ciudad de Tanis. En este lugar Pierre Montet descubriría en el 1939 los enterramientos intactos de los reyes libios de la dinastía XXII.

 

Heluán y Guiza.

 

Como residente de El Cairo que era,  visitó con mayor atención las yacimientos de Heluán y las pirámides de Guiza. Este obligado lugar de encuentro de todos los viajeros y turistas  de aquella época ( al igual que ahora) atrajo enormemente el interés de Eduardo Toda. Cuenta en su diario el recorrido que debió realizar para llegar a las pirámides. Situados en la orilla izquierda de el Nilo, cruzando el puente de hierro de Kashr el Nil, y pasada la isla de Guezira, se acababa desembocando en el distrito de Guiza. Desde allí hasta las pirámides se cogía una magnífica carretera de 6 kilómetros de longitud que fue construida construida en el brevísimo plazo de ocho días, en el año de 1860, por órdenes del Jetif Ismail para que la Emperatriz Victoria Eugenía pudiera visitar cómodamente las pirámides.

Llegado a la Gran Esfinge se interesó por su antigüedad. En sus escritos consigna haber visto una estela (de la que no nos da más datos pero que, indica, formaba parte de las colecciones del Museo de Bulaq) que probaba que, al tiempo de construirse la gran pirámide Keops,  se ordenó la restauración de la Gran Esfinge por encontrarse ya entonces en mal estado.

 De ello deduce Toda que la construcción de dicho enigmático monumento con la cabeza de un faraón y el cuerpo de león debía remontar, cuando menos, a la época de las dinastías Tinitas.

También inspeccionó en Templo funerario de Kefren, junto a la Esfinge.

Sin reconocer en los restos existentes que se trataba del templo de este rey, sí que subraya el hecho de que el edificio está construido con grandes bloques de piedra calcárea de Tura y de granito rojo de Siena, mientras en su interior hay un patio limitado por pilares cuadrados que servían para sujetar el techo, entonces ya destruido.

Observó que, tirado sobre el suelo del edificio, había desparramados aquí y allá fragmentos de esculturas y de sarcófagos, mientras que las paredes se encontraban perfectamente pulidas, aunque no tenían, ni habían tenido ningún tipo de relieve, inscripción o pintura. Sin embargo, sí considera la extremada antigüedad del edificio, opinando que debía ser de la misma época que la Gran Pirámide. Parte de sus investigaciones se centraron en los barrios de mastabas que rodean las pirámides.

 

Menfis.

 

Toda también visitó ocasionalmente la zona de Menfis, cercana a El Cairo, con motivo de la llegada a la ciudad de algunos invitados ocasionales a los que debía atender y festejar.

Su exploración personal le exigió dedicar varias semanas organizando, al efecto, un convoy que, el 17 de Febrero de 1885 partió desde la localidad de el-Badrashein en dirección a Mit Rahina. Nos cuenta que le acompañaron 12 hombres a caballo, debidamente armados, y que la caravana constaba de cuatro camellos para transportar el equipaje.

 Una vez que hubo llegado a la zona del desierto líbico, ocupó la casa que había sido construida años antes por el arqueólogo francés Auguste Mariette y la utilizó como sede de su centro de operaciones.

Toda nos cuenta la historia de la ciudad de Menfis, la antiquísima capital del Bajo Egipto, que ya, en aquellas fechas era poco más que un grupo de tells, resto del barro de los adobes de las antiguas construcciones y de las crecidas del Nilo, desperdigados entre los impresionantes palmerales de la zona.

 Desde allí se dirigió al interior de la necrópolis de Sakara norte, visitando la pirámide escalonada y los restos de las de los reyes Unas, Teti y Pepi, de las dinastías V y VI. En la del primero, se introdujo en las cámaras del sarcófago y en su antesala, y observó sus paredes llenas de inscripciones jeroglíficas en los mismos años en que Gaston Maspero descubriría que se trataba de la primera versión conocida de los 'Textos de las Pirámides', los importantísimos textos funerarios reales del Imperio Antiguo. Toda no supo identificar su trascendente significado.

En Sakara también visitó las importantes mastabas de Ti, y de Ptah-Hotep, nobles del Imperio Antiguo, de cuyos relieves hizo calcos que hoy se conservan en el Museo de Villanueva y la Geltrú.

Toda se maravilla ante las representaciones de la vida cotidiana de los antiguos egipcios existentes en aquéllas capillas funerarias. La vida cotidiana del valle del Nilo de hacía 5.000 años cobraba vida ante sus asombrados ojos. Los hombres de Pe y de Dep, ciudades del Delta ejercitándose en el arte del combate con largos bastones de tallo de papiro, las habilidades de un equilibrista, la bulliciosa vida rural con la actividad de los pastores conduciendo a los rebaños o la contemplación de los canales con sus terribles habitantes, cocodrilos e hipopótamos, le sobrecogen.

En suma, Toda contempla la vida y las actividades de un pueblo desaparecido hacía miles de años, pero completamente vivo dentro de sus monumentos.

 

El Serapeum.

 

Años antes de que Toda visitase la necrópolis de Sakara, se había producido una hallazgo que conmocionó los ambientes arqueológicos. Auguste Mariette, recordando los escritos del viajero griego Estrabón había localizado en las arenas del desierto la necrópolis subterránea de los toros Apis, el llamado Serapeum. Toda inspeccionó las catacumbas destinadas a albergar los cuerpos momificados del animal sagrado del dios Ptah de Menfis. Distinguió perfectamente las tres partes en que se divide el Serapeum  desde el reinado de Amen-Hotep III hasta la dinastía XVI. Le admiraron los enormes sarcófagos de granito negro esculpidos en un solo bloque con medidas de 2,5 metros  de ancho , 4 de largo y 3,5 de alto, con un peso aproximado de 6 toneladas y media.

Su expedición al desierto concluyó en el área de Dashur, donde observó las pirámides sin penetrar en ellas, puesto que en aquellos años todavía no se habían puesto en marchas las grandes excavaciones que facilitarían el conocimiento de sus autores y la época exacta en la cual fueron construidas.

 

La expedición del Bulaq.

 

Eduardo Toda reservó el conocimiento personal del valle hasta la zona de la primera catarata en Asuán para los últimos meses de su estancia en tierras de Egipto. La amistad trabada con Gaston Maspero le auxilió en esta esperada oportunidad. El Director del Servicio de Antigüedades giraba anualmente un viaje de inspección por todo Egipto para comprobar el estado de los monumentos y el avance de las obras de excavación y conservación. Para ello, utilizaba un magnífico vapor fluvial con el que remontar el río Nilo: se trataba del Bulaq.

Eduardo Toda consiguió ser aceptado como miembro de la expedición del invierno de  1886. El día 7 de Enero de dicho año, a las 12 de la mañana, el Bulaq largaba las amarras y subía penosamente contra la corriente del río pasando por debajo del magnífico puente de hierro de Kasr el Nil. En la expedición figuraban Gastón Maspero, Director General de Museo de Egipto, Charles Edwin Wilbour, egiptólogo americano alumno del primero, Eugène Grebaut, egiptólogo francés, director de la Misión Arqueológica Francesa en el Cairo, Urbain Bouriant, otro importante egiptólogo francés miembro también de la Misión Arqueológica francesa en El Cairo y el propio Eduardo Toda.

Sin duda Toda disfrutó enormemente de este periplo por el valle. No dice en sus escritos que "Sería vano reseñar cuan agradable fue el viaje hecho con tan ilustrados egiptólogos. En las horas que, en otras condiciones habrían sido largas y pesadas, transcurridas en la cubierta del vapor mientras este se deslizaba pausadamente sobre el río, no decayó por un instante el interés de las conversaciones cuyo obligado tema era la antigua civilización del pueblo que recorríamos. En los puntos de parada formábamos una pequeña caravana para visitar templos o recorrer necrópolis, y de las explicaciones allí oidas -reconoce Toda- adquirí provechosas enseñanzas para el estudio de los monumentos que mi creciente admiración iba descubriendo en los vastos arenales del desierto africano. Por las noches, la cámara de popa en donde se instaló una numerosa y nutrida biblioteca, era punto de reunión para coordinar los apuntes tomados durante el día".

De este modo, vemos a Toda perfectamente integrado en la actividad egiptológica de campo, rodeado de insignes egiptólogos recibiendo lo mejor de sus experiencias y observaciones sobre el terreno.

 

Los primeros monumentos.

 

A lo largo del viaje, visitó la pirámide de Meidum, ya entonces atribuida al primer rey de la dinastía IV: Snefru.

Allí Maspero le explicaría el sorprendente hallazgo de dos estatuas en el interior de su mastaba, cercana a la pirámide. Se trataba de las imágenes del noble Ra-Hotep, probable hijo del rey Snefru y la de su esposa, la bellísima Nofret.

Cuando ambas estatuas fueron descubiertas en la oscuridad de su cámara funeraria, al resplandor de la mortecina luz de las antorchas, los excavadores quedaron aterrorizados al comprobar que, desde el fondo de la estancia, las llamas de las antorchas brillaban en los ojos de los dos personajes que, se diría, estaban vivos y esperándoles allí, desde el confín de los tiempos.

Los ojos de ambos personajes estaban reproducidos con piedras transparentes utilizando finísimas láminas de cobre para imitar el iris, mientras la cabeza de un clavo del mismo metal se convertía en una pupila de profunda y realista mirada.   

También visitó las pirámides de Lisht, en aquella época no identificadas, pero hoy sabemos que se trata de las tumbas de los dos reyes más importantes de Imperio Medio: Amen-em-hat I y Sesostris I.

 

El Egipto Medio.

 

Ya en el Egipto Medio, inspeccionó la magnífica necrópolis rupestre de los señores feudales de la dinastía XII, los nomarcas de Beni-Hassan.

Su siguiente visita se desarrolló por entre los restos de Tell-el-Amarna, la capital creada por órdenes del rey Aj-en-Atón. Reflexionando sobre el personaje perfila muy certeramente las líneas que le definieron, así como los problemas que debían existir para que el rey egipcio trasladase su corte desde Tebas a la nueva ciudad del Egipto Medio. Toda hace referencia, a través de los informes que seguramente le proporcionó Bouriant, quien había estado excavando en la zona, en el año 1884, de la situación del aquel interesantísimo yacimiento en el que, poco más de diez años después de su visita se encontraría el fabuloso archivo de las cartas de El Amarna.

Desde este lugar, Toda no señala haber visitado ningún otro sitio de importancia hasta llegar  a la ciudad de límite entre el Egipto Medio y el Alto Egipto: Asiut, donde visitará la tumba de Hapi-Dyefa, príncipe de Asiut durante la Dinastía XII en la que se descubrirían unos importantes textos jurídicos. Su visita de toda la necrópolis, excavada en la montaña cercana a la ciudad, completa sus impresiones de viaje en este lugar.

Ajmin, la antigua Panópolis de los griegos, fue el siguiente destino del Bulaq. Otra vez más necrópolis con sus pozos, sus momias, y sus ajuares funerarios llamaron la atención de Eduardo Toda. Estando como estaban ya en el Alto Egipto, Toda comienza a encontrarse en medio de los grandes templo cuyas ruinas sembraban los parajes aquí o allá.

Abidos fue lugar preferente de su curiosidad. Visitó el templo de Sethi I, el templo de Osiris y el de Ramsés II. En el templo de Sethi I, repara en la célebre lista de reyes que ha servido para reconstruir la cronología egipcia. Su asombro fue también muy marcado por la visita al templo de la diosa Hat-Hor  en la ciudad de Dendera, como el mismo subrayaba Dendera  fue una de la últimas páginas del arte egipcio, su construcción -nos dice- no había terminado cuando ya en Jerusalem vivía Jesús de Nazaret.

 

Toda en Tebas.

 

Esta fue la etapa más importante del viaje de Eduardo Toda por Egipto. Sin duda, las experiencias que la antigua Tebas reservaba para nuestro ilustre personaje, nunca se borrarían de su memoria.

Toda hace una minuciosa descripción física de la antigua Tebas.

Toda repasa la historia de la antigua capital del dios Amón desde los inicios del Imperio Medio hasta los relatos de Estrabón que hablan de una Tebas destruida y agonizante.

Después pasa revista a los monumentos que existían y existen en Tebas, comenzando por su orilla derecha, donde se halla la actual ciudad de Luxor.

Allí se encuentra el templo de Luxor, construido por Amen-Hotep III, fabuloso soberano de la dinastía XVIII. Toda refiere como el templo causaba la desesperación de los viajeros que no podían visitarlo, por estar enteramente lleno de ruinas, encima de las cuales se había edificado una aldea.

Desde el año de 1881 Gaston Maspero había emprendido la tarea de excavar las ruinas vaciar el templo de restos y de escombros descubriendo las columnas y el santuario hasta el suelo original.

 

Al parecer Toda ya había visitado Luxor en el año 1885 de modo que demuestra conocer muy bien este lugar. Después de explicar las operaciones de desescombro que se estaban llevando a cabo en aquél lugar, se explaya en la explicación de los relieves del pilono de Ramsés II que describen la célebre batalla de Kadesh con la versión del Poema de Pentaur.

En el templo de Karnak hace una descripción minuciosa de la gran Sala Hipóstila, entre el segundo y el tercer pilonos.  Repara también en la inscripción de Sheshonk I del pórtico bubástida, referida a la derrota del rey de Judá, Roboam y, luego hace  un breve resumen del tratado de paz entre los hititas y los egipcios de tiempos de Ramsés II.

Su recorrido por Karnak concluye con la visita del recinto de Mut y las inmediaciones del templo de Jonsu, donde quedó impresionado por el pórtico del pilono de Ptolomeo III, Evergetes.

 

La Tumba de Sen-Nedyem.

 

Sin embargo, la más relevante experiencia egiptológica de Toda se produjo en la orilla occidental de Luxor.

Nos cuenta Toda que eran las cinco de la tarde del día 1 de febrero de 1886, cuando regresaban de visitar las ruinas de Karnak, cuando se les presentó un egipcio local y les comentó que pocas horas antes había hecho un descubrimiento en la necrópolis tebana, al encontrar un sepulcro intacto y cerrado todavía por la misma puerta  de madera que, en el dintel de la cámara habían colocado los antiguos egipcios.

El hombre en cuestión se llamaba Salam Abu Duhi y era vecino de Gurnah.

Era uno de los indígenas que solicitaban permisos para excavar en la zona y vender luego sus hallazgos a los viajeros.

La suerte de Toda fue que el equipo de inspección tenía mucho trabajo que realizar de modo que fue encargado por Maspero de abrir la tumba y vaciar su contenido.

La tumba se hallaba ubicada en la ladera occidental de la colina que bordea la ciudad de los obreros de Deir El Medina y, aunque normalmente las tumbas de aquélla zona solían tener una superestructura con una pirámide encima del pozo, en este caso todo estaba derruido por lo que lo único que se les mostró por los egipcios que habían hecho el hallazgo fue un pozo entre montones de cascotes. El pozo tenía cuatro metros de profundidad. En el fondo del pozo se veía la entrada de una estrecha galería medio tapada por la arena que descendía en plano inclinado con una extensión de dos metros.

Desde allí se desembocaba en una estancia cuadrangular que no contenía nada interesante y desde la cual salía otro pasillo de otros cuatro metros de largo que esta vez, sí, daba a la estancia de la cámara funeraria.  La sorpresa fue enorme cuando desembocaron ante la puerta intacta que daba a la cámara. Toda se dio cuenta rápidamente de que la tumba estaba intacta, lo que era un  rarísimo caso en la historia de los descubrimientos arqueológicos egipcios.

Dentro de la cámara funeraria decorada con espléndidas pinturas que parecían recién ejecutadas encontraron veinte momias de las que solo pudieron salvarse nueve, las que estaban depositadas en sus sarcófagos. Las otras, desgraciadamente se perdieron dado su mal estado de conservación.

Todos los allí enterrados eran familia del dueño de la tumba, un  artesano cualificado de Deir El Medina llamado Sen-Nedyem, que había desempeñado su cargo durante el reinado de Ramsés II, en la dinastía XIX.

Los objetos hallados en la tumba se encuentran expuestos hoy en la sala XVII del Museo de El Cairo y muchos de ellos diseminados por varios museos arqueológicos del mundo.

El Museo arqueológico nacional posee una pieza procedente de este hallazgo, la caja de ushebtis de Ja-Bejent que, regalada por Maspero a Toda en agradecimiento por su ayuda fue vendida por este a su vuelta a España junto con otras piezas de su colección egipcia.

Toda publicó los resultados de su descubrimiento y tradujo los textos jeroglíficos hallados en la tumba. La obra vio la luz en Madrid en el año 1887 y, todavía hoy constituye un insustituible documento para los investigadores de la tumba.

Después del día 2 de Febrero Maspero confió toda la responsabilidad de vaciar la tumba a Eduardo Toda. El lo llevó a cabo en tres días, auxiliado por siete obreros. Una vez a bordo del Bulak los hallazgos, redactó el inventario de lo encontrado y tomó en la tumba las fotografías que luego publicaría en el libro.

 

El término del viaje.

 

Concluida su estancia en Luxor, reemprendió el viaje a bordo del vapor del Servicio de antigüedades y, remontando el Nilo visitó Armant, Esnah, donde vio el templo de Jenum. Luego El kab, El Guebel Silsilah, Kom Ombo y, finalmente Asuán.

La visita que hizo al templo de Isis en la isla de Filé cierra el relato arqueológico de su viaje por Nilo.

Poco después, Toda, una vez extinguido el mandato de su cargo diplomático regresaría a España.

El 16 de mayo de aquél mismo año de 1886 dio una conferencia en el Museo Balaguer de Vilanova y la Geltrú en un párrafo de la cual condensaba su sentimiento y su deseo respecto a la egiptología en España. Decía Toda: no permanezcamos tan atrasado en el estudio de la ciencia egiptológica, En siglos pasados nuestro espíritu investigador traspasó las fronteras de la patria y acometimos grandes empresas. Hoy, por desgracia, nuestra visible decadencia casi nos ha reservado el último lugar de las naciones en la vía de los descubrimientos científicos, y trabajamos muy poco. !Quiera Dios que pronto veamos más extensos horizontes!

Es indudable que Eduardo Toda volvió seriamente convencido de su nueva vocación egiptológica, así lo deja ver su actividad en materia de egiptología y el contenido de sus documentos y correspondencia en los años posteriores a su estancia egipcia. Publicó en la serie llamada Estudios Egiptológicos los siguientes títulos "Sesotris", "La muerte en el Antiguo Egipto", "Son Notem en Tebas: inventario y textos de un sepulcro egipcio de la XX dinastía" y como compendio de toda su experiencia egipcia su obra "A través del Egipto".

Por razones que no nos son conocidas, Toda se deshizo de su colección de antigüedades egipcias en los años posteriores, vendiendo, parte de ellas al Museo Arqueológico Nacional de Madrid y cediendo el resto al Museo de Vilanova y la Geltrú. Aún quedó inédito y sin publicar un manuscrito titulado el Antiguo Egipto, fruto sin duda de sus estudios y reflexiones durante su estancia en Egipto.

Permanentemente vinculado a su experiencia Egipcia, debió conformarse  a ejercitarla en la intimidad dado el escaso eco y apoyo que Toda debió recibir en los ambientes culturales de nuestro país. No obstante siguió conectado con los ambientes egiptológicos allá donde le fue posible.

Eduardo Toda murió en 26 de Abril de 1941 y fue enterrado en el Monasterio de Poblet donde descansan sus restos.