D. EDUARDO TODA: modelo de fil�ntropo y egipt�logo. |
Por Teresa Bedman |
Del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto. |
Conferencia impartida en el Museo Cerralbo. Madrid, 13 de Noviembre de 2001 |
Eduardo
Toda representa, sin duda, el primer ejemplo espa�ol de actividad
egiptol�gica sobre el propio terreno. Antes de �l hubo aproximaciones
m�s o menos dignas y no exentas de m�rito, pero si se ha de hablar con
propiedad, Eduardo Toda y G�ell fue el primer egipt�logo espa�ol en
el sentido exacto de tal t�rmino. Si
uno acude al Museo Egipcio de El Cairo y se acerca al mausoleo de
Auguste Mariette , situado a la entrada del mismo podr� ver una galer�a
de egipt�logos ilustres del siglo XIX y una relaci�n de nombres. Se
trata de personas elegidas entre la pl�yade de los que dejaron en
tierras de Egipto su trabajo y su conocimiento para revelar al mundo
Occidental los descubrimientos que aquella tierra milenaria ofrec�a, y
ofrece, a prop�sito de su historia. Entre
ellos, la mayor�a franceses, ingleses y alemanes, existe el nombre de
un espa�ol, no muy bien conocido en nuestro pa�s, a pesar de los �ltimos
estudios llevados a cabo sobre su figura como egipt�logo. Se llamaba
Eduardo Toda y Guell . Los
caminos que habitualmente suelen llevar a las personas que entregan su
vida a la egiptolog�a, hacia el Valle del Nilo, siempre han sido extra�os
y en modo alguno convencionales. Si Mariette era un vendedor de
productos de mercer�a en Marsella .que acab� revolviendo en las entra�as
del desierto de Sakara y hoy est� enterrado a las puertas del Museo de
El Cairo, el caso de Toda no es menos extra�o. Nacido
en la ciudad de Reus en 1855, estudi� Derecho en Madrid pasando ha
formar parte del cuerpo diplom�tico en 1873. Su profesi�n la llev� a
recorrer diferentes puestos consulares en Extremo Oriente. Quiz�s fuera
este periodo entre los a�os 1876 y 1882 en el que, el contacto directo
con el ex�tico mundo oriental, atrajese a Toda al inter�s por el
estudio de las culturas que conoci� en dichos pa�ses. Toda
se muestra, por otra parte, durante estos a�os, perfectamente conectado
con el movimiento intelectual emergente en nuestro pa�s en torno al
estudio de la antig�edad y de sus culturas. Seg�n
sus bi�grafos, Toda un�a a sus cualidades de curiosidad intelectual la
de una extrema facilidad por el conocimiento y dominio de las lenguas.
De este modo pudo introducirse con �xito en las culturas de China, Jap�n
y Filipinas publicando sus reflexiones y trabajos sobre estos pa�ses,
no s�lo en espa�ol, sino tambi�n en portugu�s e ingl�s. Regresado
a Espa�a despu�s de seis a�os de servicio en el extranjero, permaneci�
en su Reus natal desde finales del a�o 1882 hasta
el de 1884. En el mes de Abril de dicho a�o, parti� con sus
nuevas credenciales hacia Egipto a donde ir�a destinado como C�nsul
General de Espa�a, con residencia en la populosa ciudad de El Cairo. Desembarc�
en Alejandr�a el 17 de Abril de 1884 a donde lleg� a bordo del vapor Tanjore
de la flota Peninsular Oriental Inglesa. Seg�n sus propias
confesiones arrib� a Egipto despu�s de un mal�simo viaje por el Mar
Adr�atico y el archipi�lago Griego. Toda
ten�a grandes deseos de visitar la tierra de Egipto. Sus lecturas en
destinos anteriores, su amor por Oriente y su imaginaci�n le impulsaban
a visitar la tierra de los faraones. Nos
cuenta que nada m�s atracar el vapor en los muelles de la compa��a y
tras ordenar su equipaje subi� a la cubierta para contemplar el
panorama de la ciudad que se abr�a ante �l para lo que se auxili� con
un anteojo que siempre le acompa�aba en sus viajes. Su
impresi�n acerca de la ciudad de Alejandr�a no fue demasiado positiva.
Hay que convenir que sus juicios acerca del bullicioso mundo oriental de
esta capital del mediterr�neo, coincid�an m�s con los de un estirado
oficial de la administraci�n brit�nica de ultramar que con los de un
habitante de la misma cuenca mediterr�nea que compart�a el mar con la
ciudad de Alejandro. Probablemente
su trabajo como C�nsul en El Cairo no le exigiera demasiado esfuerzo,
permiti�ndole disfrutar de mucho tiempo libre. El
Cairo de Toda. Instalado
en El Cairo, Toda se relacion� con los dem�s componentes de la llamada
"Colonia de los Francos", que as� se denominaba por los
egipcios a los europeos que viv�an en Egipto. La conexi�n y
conocimiento del resto de los integrantes de las legaciones diplom�ticas
europeas, as� como otras personalidades notables que integraban la
colonia, facilit� el conocimiento y amistad de egipt�logos como Gast�n
Maspero. Toda
reconoce que, en El Cairo el europeo no lo pasaba del todo mal.
Sociedad, baile, comidas, teatros, y paseos no faltaban al que de ellos
necesitase. Respecto a la buena sociedad, nos dice, que la de Egipto era
de car�cter expansivo y abierto, de f�cil acceso y formas sencillas y
campechanas. La raz�n de esta apertura, prosigue, era que los europeos
'presentables' no eran muy numerosos y, por tanto, hab�a que aceptar de
buen grado a cuantos pidiesen ser introducidos en los salones. As�
pues, aprovechando Toda este abierto ambiente social conoci� al gran
egipt�logo franc�s que coincidi� con Toda en Egipto, mientras ejerc�a
el cargo de Director del Servicio de Antig�edades. En el desempe�o de
las funciones propias de dicho cargo, Maspero resultar�a una
inapreciable ayuda para la aventura egiptol�gica de Eduardo Toda. Durante
su estancia en el Cairo inspeccion� tambi�n los monumentos antiguos de
la ciudad y analiz� sagazmente la sociedad mestiza de la �poca que
habitaba en esta importante
capital de �frica. El
Cairo impact� enormemente a Toda aunque en principio no se le apareci�
como la ciudad oriental que esperaba encontrar. Nos cuenta que, cuando
entr� en El Cairo por primera vez era de noche. Una berlina tirada por
dos caballos le recogi� en la estaci�n de ferrocarril de Alejandr�a y
le llev� por magn�ficas calles plantadas de �rboles y bien iluminadas
por numerosos mecheros de gas, hasta el p�rtico de una gran fonda
europea. La apariencia de ciudad europea era una simple fachada; tal
como nos cuenta, dividida en tres grandes agrupaciones por sus distritos
franco, turco y �rabe, la vida en cada uno de ellos era enteramente
distinta, dando la impresi�n de haberse juntado all� un barrio de
Paris, otro de Estambul y otro de �frica. Su
descripci�n de los distintos barrios permite conocer la intensa vida de
las diferentes comunidades que habitaban la gran capital egipcia en
aquellos a�os. La
experiencia egiptol�gica de Toda El
tiempo libre de que dispon�a en el ejercicio de su cargo, las buenas
relaciones que entabl� con los egipt�logos m�s c�lebres y su
personal curiosidad por la historia, fueron los factores que le
orientaron r�pidamente hacia la
exploraci�n de los principales puntos arqueol�gicos de Egipto. Alejandr�a. La
primera ciudad que visit� en detalle fue, como no, la de Alejandr�a. Revis�
detalladamente las construcciones romanas de la ciudad. Uno de los
monumentos que m�s llam� su atenci�n, fue la denominada "Columna
de Pompeyo", en realidad de Diocleciano, pues fue a este Emperador
dedicada por el prefecto Pompeyo en el 302 despu�s de Cristo. El
monumento ciertamente le pareci� espectacular con sus 30 metros de
altura y 9 de per�metro. Observ� que en la base sobre la que se erige
la columna hab�a inscripciones jerogl�ficas pertenecientes a reyes de
la dinast�a XIX. Tambi�n se interes� por el Serapeum de Alejandr�a
del que no quedaba pr�cticamente nada. Finalmente visit� las
catacumbas del Kom-el-Shugafa.
Se
trataba de una construcci�n subterr�nea excavada en tres niveles que
databa de los siglos I y II de nuestra era y observ� que, en ellas, se
mezclaban al mismo tiempo de una manera equilibrada y fresca las
expresiones art�sticas tradicionales del mundo egipcio y del ambiente
greco-romano. El
Delta. Una
vez instalado en El Cairo decidi� recorrer Egipto en todas sus
direcciones para indagar y explorar los puntos hist�ricos y arqueol�gicos
m�s importantes. As� visit� el delta egipcio inspeccionando la
antigua ciudad de This y explorando las inmediaciones de Sais, en cuyas
cercan�as se encontraba la ciudad de Pi-Rams�s, donde seg�n la
tradici�n b�blica se ubic� el barrio hebreo de Goshen. Toda
reconoce que el Delta no ten�a especial inter�s por sus ruinas y que,
para los no expertos en el mundo de la arqueolog�a podr�a parecer un
paraje decepcionante dada la extrema destrucci�n de sus restos arqueol�gicos. Sin
duda la visita que m�s le impresion� en el Delta fue la de las ruinas
de la ciudad de Tanis. En este lugar Pierre Montet descubrir�a en el
1939 los enterramientos intactos de los reyes libios de la dinast�a
XXII. Helu�n
y Guiza. Como
residente de El Cairo que era, visit�
con mayor atenci�n las yacimientos de Helu�n y las pir�mides de
Guiza. Este obligado lugar de encuentro de todos los viajeros y turistas
de aquella �poca ( al igual que ahora) atrajo enormemente el
inter�s de Eduardo Toda. Cuenta en su diario el recorrido que debi�
realizar para llegar a las pir�mides. Situados en la orilla izquierda
de el Nilo, cruzando el puente de hierro de Kashr el Nil, y pasada la
isla de Guezira, se acababa desembocando en el distrito de Guiza. Desde
all� hasta las pir�mides se cog�a una magn�fica carretera de 6 kil�metros
de longitud que fue construida construida en el brev�simo plazo de ocho
d�as, en el a�o de 1860, por �rdenes del Jetif Ismail para que la
Emperatriz Victoria Eugen�a pudiera visitar c�modamente las pir�mides. Llegado
a la Gran Esfinge se interes� por su antig�edad. En sus escritos
consigna haber visto una estela (de la que no nos da m�s datos pero
que, indica, formaba parte de las colecciones del Museo de Bulaq) que
probaba que, al tiempo de construirse la gran pir�mide Keops,
se orden� la restauraci�n de la Gran Esfinge por encontrarse ya
entonces en mal estado. De
ello deduce Toda que la construcci�n de dicho enigm�tico monumento con
la cabeza de un fara�n y el cuerpo de le�n deb�a remontar, cuando
menos, a la �poca de las dinast�as Tinitas. Tambi�n
inspeccion� en Templo funerario de Kefren, junto a la Esfinge. Sin
reconocer en los restos existentes que se trataba del templo de este
rey, s� que subraya el hecho de que el edificio est� construido con
grandes bloques de piedra calc�rea de Tura y de granito rojo de Siena,
mientras en su interior hay un patio limitado por pilares cuadrados que
serv�an para sujetar el techo, entonces ya destruido. Observ�
que, tirado sobre el suelo del edificio, hab�a desparramados aqu� y
all� fragmentos de esculturas y de sarc�fagos, mientras que las
paredes se encontraban perfectamente pulidas, aunque no ten�an, ni hab�an
tenido ning�n tipo de relieve, inscripci�n o pintura. Sin embargo, s�
considera la extremada antig�edad del edificio, opinando que deb�a ser
de la misma �poca que la Gran Pir�mide. Parte de sus investigaciones
se centraron en los barrios de mastabas que rodean las pir�mides. Menfis. Toda
tambi�n visit� ocasionalmente la zona de Menfis, cercana a El Cairo,
con motivo de la llegada a la ciudad de algunos invitados ocasionales a
los que deb�a atender y festejar. Su
exploraci�n personal le exigi� dedicar varias semanas organizando, al
efecto, un convoy que, el 17 de Febrero de 1885 parti� desde la
localidad de el-Badrashein en direcci�n a Mit Rahina. Nos cuenta que le
acompa�aron 12 hombres a caballo, debidamente armados, y que la
caravana constaba de cuatro camellos para transportar el equipaje. Una
vez que hubo llegado a la zona del desierto l�bico, ocup� la casa que
hab�a sido construida a�os antes por el arque�logo franc�s Auguste
Mariette y la utiliz� como sede de su centro de operaciones. Toda
nos cuenta la historia de la ciudad de Menfis, la antiqu�sima capital
del Bajo Egipto, que ya, en aquellas fechas era poco m�s que un grupo
de tells, resto del barro de los adobes de las antiguas construcciones y
de las crecidas del Nilo, desperdigados entre los impresionantes
palmerales de la zona. Desde
all� se dirigi� al interior de la necr�polis de Sakara norte,
visitando la pir�mide escalonada y los restos de las de los reyes Unas,
Teti y Pepi, de las dinast�as V y VI. En la del primero, se introdujo
en las c�maras del sarc�fago y en su antesala, y observ� sus paredes
llenas de inscripciones jerogl�ficas en los mismos a�os en que Gaston
Maspero descubrir�a que se trataba de la primera versi�n conocida de
los 'Textos de las Pir�mides', los important�simos textos funerarios
reales del Imperio Antiguo. Toda no supo identificar su trascendente
significado. En
Sakara tambi�n visit� las importantes mastabas de Ti, y de Ptah-Hotep,
nobles del Imperio Antiguo, de cuyos relieves hizo calcos que hoy se
conservan en el Museo de Villanueva y la Geltr�. Toda
se maravilla ante las representaciones de la vida cotidiana de los
antiguos egipcios existentes en aqu�llas capillas funerarias. La vida
cotidiana del valle del Nilo de hac�a 5.000 a�os cobraba vida ante sus
asombrados ojos. Los hombres de Pe y de Dep, ciudades del Delta ejercit�ndose
en el arte del combate con largos bastones de tallo de papiro, las
habilidades de un equilibrista, la bulliciosa vida rural con la
actividad de los pastores conduciendo a los reba�os o la contemplaci�n
de los canales con sus terribles habitantes, cocodrilos e hipop�tamos,
le sobrecogen. En
suma, Toda contempla la vida y las actividades de un pueblo desaparecido
hac�a miles de a�os, pero completamente vivo dentro de sus monumentos. El
Serapeum. A�os
antes de que Toda visitase la necr�polis de Sakara, se hab�a producido
una hallazgo que conmocion� los ambientes arqueol�gicos. Auguste
Mariette, recordando los escritos del viajero griego Estrab�n hab�a
localizado en las arenas del desierto la necr�polis subterr�nea de los
toros Apis, el llamado Serapeum. Toda inspeccion� las catacumbas
destinadas a albergar los cuerpos momificados del animal sagrado del
dios Ptah de Menfis. Distingui� perfectamente las tres partes en que se
divide el Serapeum desde el
reinado de Amen-Hotep III hasta la dinast�a XVI. Le admiraron los
enormes sarc�fagos de granito negro esculpidos en un solo bloque con
medidas de 2,5 metros de
ancho , 4 de largo y 3,5 de alto, con un peso aproximado de 6 toneladas
y media. Su
expedici�n al desierto concluy� en el �rea de Dashur, donde observ�
las pir�mides sin penetrar en ellas, puesto que en aquellos a�os todav�a
no se hab�an puesto en marchas las grandes excavaciones que facilitar�an
el conocimiento de sus autores y la �poca exacta en la cual fueron
construidas. La
expedici�n del Bulaq. Eduardo
Toda reserv� el conocimiento personal del valle hasta la zona de la
primera catarata en Asu�n para los �ltimos meses de su estancia en
tierras de Egipto. La amistad trabada con Gaston Maspero le auxili� en
esta esperada oportunidad. El Director del Servicio de Antig�edades
giraba anualmente un viaje de inspecci�n por todo Egipto para comprobar
el estado de los monumentos y el avance de las obras de excavaci�n y
conservaci�n. Para ello, utilizaba un magn�fico vapor fluvial con el
que remontar el r�o Nilo: se trataba del Bulaq. Eduardo
Toda consigui� ser aceptado como miembro de la expedici�n del invierno
de 1886. El d�a 7 de Enero
de dicho a�o, a las 12 de la ma�ana, el Bulaq largaba las amarras y
sub�a penosamente contra la corriente del r�o pasando por debajo del
magn�fico puente de hierro de Kasr el Nil. En la expedici�n figuraban
Gast�n Maspero, Director General de Museo de Egipto, Charles Edwin
Wilbour, egipt�logo americano alumno del primero, Eug�ne Grebaut,
egipt�logo franc�s, director de la Misi�n Arqueol�gica Francesa en
el Cairo, Urbain Bouriant, otro importante egipt�logo franc�s miembro
tambi�n de la Misi�n Arqueol�gica francesa en El Cairo y el propio
Eduardo Toda. Sin
duda Toda disfrut� enormemente de este periplo por el valle. No dice en
sus escritos que "Ser�a vano
rese�ar cuan agradable fue el viaje hecho con tan ilustrados egipt�logos.
En las horas que, en otras condiciones habr�an sido largas y pesadas,
transcurridas en la cubierta del vapor mientras este se deslizaba
pausadamente sobre el r�o, no decay� por un instante el inter�s de
las conversaciones cuyo obligado tema era la antigua civilizaci�n del
pueblo que recorr�amos. En los puntos de parada form�bamos una peque�a
caravana para visitar templos o recorrer necr�polis, y de las
explicaciones all� oidas -reconoce Toda- adquir� provechosas ense�anzas
para el estudio de los monumentos que mi creciente admiraci�n iba
descubriendo en los vastos arenales del desierto africano. Por las
noches, la c�mara de popa en donde se instal� una numerosa y nutrida
biblioteca, era punto de reuni�n para coordinar los apuntes tomados
durante el d�a". De
este modo, vemos a Toda perfectamente integrado en la actividad egiptol�gica
de campo, rodeado de insignes egipt�logos recibiendo lo mejor de sus
experiencias y observaciones sobre el terreno. Los
primeros monumentos. A
lo largo del viaje, visit� la pir�mide de Meidum, ya entonces
atribuida al primer rey de la dinast�a IV: Snefru. All�
Maspero le explicar�a el sorprendente hallazgo de dos estatuas en el
interior de su mastaba, cercana a la pir�mide. Se trataba de las im�genes
del noble Ra-Hotep, probable hijo del rey Snefru y la de su esposa, la
bell�sima Nofret. Cuando
ambas estatuas fueron descubiertas en la oscuridad de su c�mara
funeraria, al resplandor de la mortecina luz de las antorchas, los
excavadores quedaron aterrorizados al comprobar que, desde el fondo de
la estancia, las llamas de las antorchas brillaban en los ojos de los
dos personajes que, se dir�a, estaban vivos y esper�ndoles all�,
desde el conf�n de los tiempos. Los
ojos de ambos personajes estaban reproducidos con piedras transparentes
utilizando fin�simas l�minas de cobre para imitar el iris, mientras la
cabeza de un clavo del mismo metal se convert�a en una pupila de
profunda y realista mirada. Tambi�n
visit� las pir�mides de Lisht, en aquella �poca no identificadas,
pero hoy sabemos que se trata de las tumbas de los dos reyes m�s
importantes de Imperio Medio: Amen-em-hat I y Sesostris I. El
Egipto Medio. Ya
en el Egipto Medio, inspeccion� la magn�fica necr�polis rupestre de
los se�ores feudales de la dinast�a XII, los nomarcas de Beni-Hassan. Su
siguiente visita se desarroll� por entre los restos de Tell-el-Amarna,
la capital creada por �rdenes del rey Aj-en-At�n. Reflexionando sobre
el personaje perfila muy certeramente las l�neas que le definieron, as�
como los problemas que deb�an existir para que el rey egipcio
trasladase su corte desde Tebas a la nueva ciudad del Egipto Medio. Toda
hace referencia, a trav�s de los informes que seguramente le proporcion�
Bouriant, quien hab�a estado excavando en la zona, en el a�o 1884, de
la situaci�n del aquel interesant�simo yacimiento en el que, poco m�s
de diez a�os despu�s de su visita se encontrar�a el fabuloso archivo
de las cartas de El Amarna. Desde
este lugar, Toda no se�ala haber visitado ning�n otro sitio de
importancia hasta llegar a
la ciudad de l�mite entre el Egipto Medio y el Alto Egipto: Asiut,
donde visitar� la tumba de Hapi-Dyefa, pr�ncipe de Asiut durante la
Dinast�a XII en la que se descubrir�an unos importantes textos jur�dicos.
Su visita de toda la necr�polis, excavada en la monta�a cercana a la
ciudad, completa sus impresiones de viaje en este lugar. Ajmin,
la antigua Pan�polis de los griegos, fue el siguiente destino del Bulaq.
Otra vez m�s necr�polis con sus pozos, sus momias, y sus ajuares
funerarios llamaron la atenci�n de Eduardo Toda. Estando como estaban
ya en el Alto Egipto, Toda comienza a encontrarse en medio de los
grandes templo cuyas ruinas sembraban los parajes aqu� o all�. Abidos
fue lugar preferente de su curiosidad. Visit� el templo de Sethi I, el
templo de Osiris y el de Rams�s II. En el templo de Sethi I, repara en
la c�lebre lista de reyes que ha servido para reconstruir la cronolog�a
egipcia. Su asombro fue tambi�n muy marcado por la visita al templo de
la diosa Hat-Hor en la
ciudad de Dendera, como el mismo subrayaba Dendera
fue una de la �ltimas p�ginas del arte egipcio, su construcci�n
-nos dice- no hab�a terminado cuando ya en Jerusalem viv�a Jes�s de
Nazaret. Toda
en Tebas. Esta
fue la etapa m�s importante del viaje de Eduardo Toda por Egipto. Sin
duda, las experiencias que la antigua Tebas reservaba para nuestro
ilustre personaje, nunca se borrar�an de su memoria. Toda
hace una minuciosa descripci�n f�sica de la antigua Tebas. Toda
repasa la historia de la antigua capital del dios Am�n desde los
inicios del Imperio Medio hasta los relatos de Estrab�n que hablan de
una Tebas destruida y agonizante. Despu�s
pasa revista a los monumentos que exist�an y existen en Tebas,
comenzando por su orilla derecha, donde se halla la actual ciudad de
Luxor. All�
se encuentra el templo de Luxor, construido por Amen-Hotep III, fabuloso
soberano de la dinast�a XVIII. Toda refiere como el templo causaba la
desesperaci�n de los viajeros que no pod�an visitarlo, por estar
enteramente lleno de ruinas, encima de las cuales se hab�a edificado
una aldea. Desde
el a�o de 1881 Gaston Maspero hab�a emprendido la tarea de excavar las
ruinas vaciar el templo de restos y de escombros descubriendo las
columnas y el santuario hasta el suelo original. Al
parecer Toda ya hab�a visitado Luxor en el a�o 1885 de modo que
demuestra conocer muy bien este lugar. Despu�s de explicar las
operaciones de desescombro que se estaban llevando a cabo en aqu�l
lugar, se explaya en la explicaci�n de los relieves del pilono de Rams�s
II que describen la c�lebre batalla de Kadesh con la versi�n del Poema
de Pentaur. En
el templo de Karnak hace una descripci�n minuciosa de la gran Sala Hip�stila,
entre el segundo y el tercer pilonos.
Repara tambi�n en la inscripci�n de Sheshonk I del p�rtico bub�stida,
referida a la derrota del rey de Jud�, Roboam y, luego hace
un breve resumen del tratado de paz entre los hititas y los
egipcios de tiempos de Rams�s II. Su
recorrido por Karnak concluye con la visita del recinto de Mut y las
inmediaciones del templo de Jonsu, donde qued� impresionado por el p�rtico
del pilono de Ptolomeo III, Evergetes. La
Tumba de Sen-Nedyem. Sin
embargo, la m�s relevante experiencia egiptol�gica de Toda se produjo
en la orilla occidental de Luxor. Nos
cuenta Toda que eran las cinco de la tarde del d�a 1 de febrero de
1886, cuando regresaban de visitar las ruinas de Karnak, cuando se les
present� un egipcio local y les coment� que pocas horas antes hab�a
hecho un descubrimiento en la necr�polis tebana, al encontrar un
sepulcro intacto y cerrado todav�a por la misma puerta de
madera que, en el dintel de la c�mara hab�an colocado los antiguos
egipcios. El
hombre en cuesti�n se llamaba Salam Abu Duhi y era vecino de Gurnah. Era
uno de los ind�genas que solicitaban permisos para excavar en la zona y
vender luego sus hallazgos a los viajeros. La
suerte de Toda fue que el equipo de inspecci�n ten�a mucho trabajo que
realizar de modo que fue encargado por Maspero de abrir la tumba y
vaciar su contenido. La
tumba se hallaba ubicada en la ladera occidental de la colina que bordea
la ciudad de los obreros de Deir El Medina y, aunque normalmente las
tumbas de aqu�lla zona sol�an tener una superestructura con una pir�mide
encima del pozo, en este caso todo estaba derruido por lo que lo �nico
que se les mostr� por los egipcios que hab�an hecho el hallazgo fue un
pozo entre montones de cascotes. El pozo ten�a cuatro metros de
profundidad. En el fondo del pozo se ve�a la entrada de una estrecha
galer�a medio tapada por la arena que descend�a en plano inclinado con
una extensi�n de dos metros. Desde
all� se desembocaba en una estancia cuadrangular que no conten�a nada
interesante y desde la cual sal�a otro pasillo de otros cuatro metros
de largo que esta vez, s�, daba a la estancia de la c�mara funeraria.
La sorpresa fue enorme cuando desembocaron ante la puerta intacta
que daba a la c�mara. Toda se dio cuenta r�pidamente de que la tumba
estaba intacta, lo que era un rar�simo
caso en la historia de los descubrimientos arqueol�gicos egipcios. Dentro
de la c�mara funeraria decorada con espl�ndidas pinturas que parec�an
reci�n ejecutadas encontraron veinte momias de las que solo pudieron
salvarse nueve, las que estaban depositadas en sus sarc�fagos. Las
otras, desgraciadamente se perdieron dado su mal estado de conservaci�n. Todos
los all� enterrados eran familia del due�o de la tumba, un
artesano cualificado de Deir El Medina llamado Sen-Nedyem, que
hab�a desempe�ado su cargo durante el reinado de Rams�s II, en la
dinast�a XIX. Los
objetos hallados en la tumba se encuentran expuestos hoy en la sala XVII
del Museo de El Cairo y muchos de ellos diseminados por varios museos
arqueol�gicos del mundo. El
Museo arqueol�gico nacional posee una pieza procedente de este
hallazgo, la caja de ushebtis de Ja-Bejent que, regalada por Maspero a
Toda en agradecimiento por su ayuda fue vendida por este a su vuelta a
Espa�a junto con otras piezas de su colecci�n egipcia. Toda
public� los resultados de su descubrimiento y tradujo los textos jerogl�ficos
hallados en la tumba. La obra vio la luz en Madrid en el a�o 1887 y,
todav�a hoy constituye un insustituible documento para los
investigadores de la tumba. Despu�s
del d�a 2 de Febrero Maspero confi� toda la responsabilidad de vaciar
la tumba a Eduardo Toda. El lo llev� a cabo en tres d�as, auxiliado
por siete obreros. Una vez a bordo del Bulak los hallazgos, redact� el
inventario de lo encontrado y tom� en la tumba las fotograf�as que
luego publicar�a en el libro. El
t�rmino del viaje. Concluida
su estancia en Luxor, reemprendi� el viaje a bordo del vapor del
Servicio de antig�edades y, remontando el Nilo visit� Armant, Esnah,
donde vio el templo de Jenum. Luego El kab, El Guebel Silsilah, Kom Ombo
y, finalmente Asu�n. La
visita que hizo al templo de Isis en la isla de Fil� cierra el relato
arqueol�gico de su viaje por Nilo. Poco
despu�s, Toda, una vez extinguido el mandato de su cargo diplom�tico
regresar�a a Espa�a. El
16 de mayo de aqu�l mismo a�o de 1886 dio una conferencia en el Museo
Balaguer de Vilanova y la Geltr� en un p�rrafo de la cual condensaba
su sentimiento y su deseo respecto a la egiptolog�a en Espa�a. Dec�a
Toda: no permanezcamos tan atrasado en el estudio de la ciencia egiptol�gica,
En siglos pasados nuestro esp�ritu investigador traspas� las fronteras
de la patria y acometimos grandes empresas. Hoy, por desgracia, nuestra
visible decadencia casi nos ha reservado el �ltimo lugar de las
naciones en la v�a de los descubrimientos cient�ficos, y trabajamos
muy poco. !Quiera Dios que pronto veamos m�s extensos horizontes! Es
indudable que Eduardo Toda volvi� seriamente convencido de su nueva
vocaci�n egiptol�gica, as� lo deja ver su actividad en materia de
egiptolog�a y el contenido de sus documentos y correspondencia en los a�os
posteriores a su estancia egipcia. Public� en la serie llamada Estudios
Egiptol�gicos los siguientes t�tulos "Sesotris", "La
muerte en el Antiguo Egipto", "Son Notem en Tebas: inventario
y textos de un sepulcro egipcio de la XX dinast�a" y como
compendio de toda su experiencia egipcia su obra "A trav�s del
Egipto". Por
razones que no nos son conocidas, Toda se deshizo de su colecci�n de
antig�edades egipcias en los a�os posteriores, vendiendo, parte de
ellas al Museo Arqueol�gico Nacional de Madrid y cediendo el resto al
Museo de Vilanova y la Geltr�. A�n qued� in�dito y sin publicar un
manuscrito titulado el Antiguo Egipto, fruto sin duda de sus estudios y
reflexiones durante su estancia en Egipto. Permanentemente
vinculado a su experiencia Egipcia, debi� conformarse a ejercitarla en la intimidad dado el escaso eco y apoyo que
Toda debi� recibir en los ambientes culturales de nuestro pa�s. No
obstante sigui� conectado con los ambientes egiptol�gicos all� donde
le fue posible. Eduardo
Toda muri� en 26 de Abril de 1941 y fue enterrado en el Monasterio de
Poblet donde descansan sus restos.
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