EL MITO DEL DIOS SETH |
Por Dña. Teresa Bedman |
Conferencia impartida en el Instituto Islámico. |
Madrid, 14 de Febrero de 1992. |
Correo: [email protected] |
Bien hubiéramos
podido titular esta conferencia como “El mito de Seth o las luchas
entre los dioses”. El dios Seth, caído
ya en desgracia con los propios egipcios, le ha tocado cargar con el título
de “Dios del Mal”, pero, ¿fue esto realmente así?, ¿Los egipcios
concibieron a Seth como un dios del mal?. Este es el punto
de partida de la conferencia de esta tarde, donde intentaremos
vislumbrar y analizar como sentían y veían los egipcios a su dios
Seth. Para el estudio
del tema, básicamente tenemos que recurrir a tres fuentes: el mito de
Osiris, Horus y Seth, de la mano de Plutarco, la historia y la arqueología. Los mitos que
nos hablan de las luchas entre Osiris, Horus y Seth nos han llegado bajo
la imagen del espejo deformador de la época griega, de la mano de
Plutarco y Diodoro. Recordemos que el concepto de bueno y malo, de bien
y mal, es un invento griego y no egipcio. Al contrario de
lo que sucede en las religiones judeocristianas posteriores, donde dios
crea a los hombres bajo su imagen y semejanza, el genio egipcio creará
a sus dioses con atributos humanos, dotándoles de pasiones y ¿por qué
no?, también de perversiones. Estos dioses humanizados se casarán,
tendrán hijos, pensarán, juzgarán, engañarán y sentirán, también,
la bajeza de la envidia. Si partimos de
la base que los mitos son el intento poético para explicar sucesos históricos,
políticos, sociales, etc..., la pregunta obligada es ¿qué se esconde
bajo las luchas de Osiris, Horus y Seth?. Pues bien,
intentaremos en una hora descifrar la metáfora del triángulo formado
por los citados dioses. Para ello
recordemos el mito: “Geb, la
tierra, y Nut, el cielo, estaban separados por su padre Shu, el aire. Y
esto ocurre durante 360 días. Gracias a un
juego, el dios Thot, consigue ganar cinco días, durante los cuales Geb
y Nut logran unirse, engendrar y dar a luz cuatro hijos: Osiris, Seth,
Isis y Neftis, que nacieron por este mismo orden. Osiris, que se
casó con Isis, desde el comienzo de su reinado se preocupó de apartar
a los egipcios de la vida salvaje, haciéndoles conocer los frutos de la
tierra, dándoles leyes y enseñándoles a respetar a los dioses. Mas
tarde, viajó por toda la tierra llevando la civilización. En su
ausencia, Seth, no se atrevió a modificar nada pues Isis mantenía una
estricta vigilancia y conservaba todos los asuntos de su marido en buen
orden. Pero al regreso
de Osiris, Seth junto a sus cómplices, le tendió una emboscada: tomó
en secreto el largo del cuerpo de este y mandó construir un espléndido
sarcófago que mandó que llevase a la fiesta que en honor a Osiris se
iba a celebrar. A la vista del sarcófago todos los invitados quedaron
atónitos y Seth prometió que se lo regalaría al que allí se acostase
y le viniese justo. Los invitados entonces lo probaron uno a uno, pero
ninguno lo encontró apropiado a su medida. Finalmente, se metió Osiris
y los encontró justo a su talla. En este mismo
instante, Seth y sus cómplices, se abalanzaron sobre el sarcófago para
ponerle la tapa y, mientras unos aseguraban los clavos, otros se
ocuparon de sellarlo con plomo derretido. Terminada la
operación, llevaron el sarcófago hasta el río y lo lanzaron. Este fue
arrastrado por la corriente y salió al mar por el brazo tanítico. Todo esto ocurrió
el día 17 del mes Hat-hor, en el año 28 del reinado de Osiris. La diosa Isis,
deambuló por todas partes, presa de una gran angustia, y a quien
hallaba le preguntaba si había visto el sarcófago. Encontró a unos niños
que le indicaron el brazo del río por el que los amigos de Seth habían
hecho llegar el féretro hasta el mar. A continuación,
supo Isis que Osiris, en un arranque de pasión, y en un instante de
confusión, tuvo contacto carnal con Neftis, a quien equivocadamente tomó
por Isis. Esta, había dado a luz a un niño que abandonó por temor a
Seth. Isis lo encontró, cuidó y el niño, Anubis, se convirtió en su
acompañante y guardián. Tiempo más
tarde, Isis recibió la noticia de que el sarcófago había sido
arrastrado por el mar hasta la ciudad de Biblos, donde las olas lo habían
depositado al pie de un sicómoro. Este árbol
encerró en su interior el sarcófago y creció a su alrededor. El rey
del país, asombrado por el extraordinario desarrollo del árbol, dio
orden de cortar el tronco que contenía el féretro oculto, y de hacer
con él una columna que sostuviese el techo de su palacio. Isis, avisada de
este hecho por un viento divino, se trasladó a Biblos. Se sentó al
lado de una fuente abatida y llorosa, y no dirigió a nadie la palabra.
Pero cuando pasaron las servidoras de la reina, las saludó, conversó
con ellas e impregnó sus cuerpos con el aroma sorprendente que se
desprendía de su propia persona. Cuando la reina
volvió a ver a sus servidoras, sintió deseos de conocer a la
extranjera, gracias a la cual sus cabellos y cuerpos esparcían un aroma
de ambrosia. Les mandó buscarla e hizo de ella su amiga más íntima. También se
cuenta que a veces Isis se convertía en golondrina, y así volaba
gimiendo en torno a la columna que sostenía el techo del palacio. Todo esto duró
hasta que un día la reina se puso a espiar a la diosa. Entonces Isis se
mostró en su aspecto divino, y reclamó la columna que sostenía el
techo. La abrió y dejó las maderas al cuidado del rey y la reina,
quedando depositadas en el templo y siendo objeto de veneración. Subió el féretro
a un navío y retornó a Egipto. En el primer
lugar solitario que encontró, y en el momento que se creyó
absolutamente sola, abrió Isis el féretro y arrimó su rostro al de
Osiris, abrazándolo y llorándolo. Después depositó el sarcófago que
contenía a Osiris en un lugar apartado. Pero una noche,
Seth, que había salido a cazar aprovechando un claro de luna, lo
encontró y reconoció su cuerpo, lo dividió en 14 partes y las dispersó
por todos lados. Enterada de lo
que había pasado, Isis, comenzó a buscarlas, se subió a una barca
hecha de papiros y recorrió el río: en cada lugar donde descubría una
parte del cadáver, mandaba erigir un sepulcro. La única parte
del cuerpo de Osiris que Isis no llegó a encontrar fue el miembro
viril. Inmediatamente
después de haberlo arrancado, Seth lo había arrojado al río y los
peces se la habían comido. En lugar de este
miembro, Isis fabricó una imitación, y así consagró la diosa el
falo. Ayudada por
Anubis, recompuso el cuerpo de Osiris y, con su magia, Isis volvió a la
vida a su esposo, pero no a la vida de los mortales, sino como rey de
los muertos. Entonces Isis
mantuvo con Osiris contacto carnal y engendraron a Horus. Osiris, regreso
al mundo de los muertos pero adiestró a Horus para la guerra y el
combate, a fin de que vengara a sus padres y recuperase el trono de
Egipto. Cuando estuvo
suficientemente preparado para la guerra, libró una gran batalla contra
su tío Seth. Cada uno pretendía
más de lo que el otro estaba dispuesto a ceder. Entonces se atacaron y
lucharon entre sí. Arrojaron sus armas y pelearon a puño limpio. Fue
así que Seth arrancó un ojo a Horus. Pero Horus en su inmenso dolor le
pulverizó los testículos. Se debilitaron y cayeron al suelo. Por causa
de esta disputa, sus países amenazaban morir de hambre y destruirse. Seth levantó un
proceso contra Horus en la asamblea de los dioses, acusándole de ser un
bastardo y cuestionando por tanto su legitimidad en el trono de Egipto. Con ayuda de
Thot, Horus ganó el proceso y fue considerado legítimo ante los
dioses. Pero Seth no se
conformaba con su suerte, y como vio que Ra le era favorable y confiando
en su invencible fuerza, se empeñó en sostener otro combate con Horus. Esta vez
construyeron dos barcas de piedra, pero la de
Horus era de madera forrada de estuco, por lo que cuando llegó
la hora del combate, la barca de Seth se hundió rápidamente. Seth,
transformándose en hipopótamo, volcó la de Horus. Pero los dioses
impidieron que Horus matara a Seth con su arpón. Entonces tomó
partido Osiris a favor de su hijo, diciendo que él era el dios de la
fertilidad. Ra contestó que
sin él nada crecía en la tierra. Pero Osiris hizo
ve a los dioses que él era el dios de la vida y de la muerte y que podía
destruir el mundo si quería. A la asamblea de
dioses no le quedó más remedio que reconocer a Horus como el único
rey de Egipto por toda la eternidad. Seth por el contrario fue incluido en el séquito de Ra diciéndole: “¡Ponte de pie, oh Seth, bienamado de Ra! ¡Permanece en tu lugar en la nave de Ra! El ha recibido su corazón como justificación. Tú derrotas a los enemigos de Ra todos los días” (Papiro Vaticano). Lo conservó en
los cielos como su hijo, y le entregó el trueno para que los hombres no
cesaran nunca de temerle. Hasta aquí el mito. Pero
¿qué era o quién era Seth? El aspecto
zoomorfo de este dios, equivocaba ya a los propios egipcios. Algunas veces veían
en él a un asno salvaje y rojo. Otras lo confundían con un misterioso
animal que según creían vivía
en los confines del desierto. Incluso llegaron a verle como el “cerdo
negro” que se comió el ojo de Horus siendo este posiblemente el
origen de toda aversión que sobre este animal tendrá religiones
posteriores. Seth, junto con
Montu y Ra, será el dios de la fuerza y de la lucha con excelencia. A él le estaba
consagrado el hierro, por lo tanto no es de extrañar que los soldados
lo tomasen como patrón. En su aspecto de
guerrero lo encontraremos protegiendo la barca de Ra en su diario
recorrido por el mundo subterráneo luchando contra Apofis. Pero a partir de
la XVIII Dinastía comienza la confusión y por algunos la asimilación
paulatina de Apofis con Seth. Apofis será una
enorme serpiente enemiga del sol, vencida siempre por él pero que
siempre reaparecía para combatir de nuevo. Este concepto de
la serpiente maligna comienza a aparecer en Egipto en el Imperio Medio
siendo sin embargo una idea muy extendida tanto por Asia como por toda
la cuenca Mediterránea. Pero esta Apofis
no es otra que la Tiamat de la leyenda babilónica a quien el dios
Marduk venció en el origen del mundo. Egipto cogió
este concepto y lo hizo suyo, dotando al drama cotidiano de la salida
del sol de un elemento nuevo. U por esa rara
costumbre de buscar un doble de todo, los teólogos egipcios rizaron una
vez más el rizo y lo trasladaron a partir de la Dinastía XVIII el mito
de las luchas de Horus y Seth, a la lucha de Ra con Apofis confundiendo
no sólo la teología sino al propio pueblo que no debió entender
demasiado bien como Seth luchaba diariamente junto a Ra en su barca
contra Apofis y al mismo tiempo podía ser Apofis. Después de este
tinte religioso, veamos que nos dice la historia y la arqueología: En el período Predinástico,
es decir, en las fases Nagada I y Nagada II (3.600-3.200 a.C.), se
producirán importantes cambios que traerán
como consecuencia la formación, ya de períodos remotos de dos
reinos bien diferenciados. El primero lo
encontraremos en el delta. Esta zona, rica en suelo, permitirá el
asentamiento humano, con una incipiente cultura que pronto se irá
desarrollando, gracias a que la zona estará en contacto con otras
culturas, y era la encrucijada entre Asia y África. Mientras tanto
el sur, árido, a lo largo de dos cadenas montañosas, protegía a una
población de cazadores que se había vuelto semisedentaria y que, en
espíritu y costumbres, estaban emparentados con cazadores de épocas
arcaicas. Pero el salto
decisivo vendrá en la fase Nagada II, cuando el hombre egipcio es capaz
de controlar su fuente de existencia: el Nilo. Un desarrollo
por zonas traerá como consecuencia que núcleos de población
diseminados por toda la geografía egipcia se agrupen en nomos o
ciudades-estado. En la zona del
Delta, estas ciudades-estado se han ido agrupando en confederaciones:
una en oriente y otra en occidente. Esta última, según los Textos de
las Pirámides, parece que es la más antigua, siendo la ciudad de Sais
el centro neurálgico. Esta ciudad,
tradicionalmente, estaba protegida por la diosa Neith, portadora de una
corona roja. Por el
contrario, en la confederación de oriente, con capital en Busiris, era
adorado un dios tribal llamado Andyety, que era el protector de la clase
aristocrática y terrateniente de la zona. Pero un
alzamiento de una nueva capa social burguesa, formada por marineros y
comerciantes, provocará el derrocamiento de Andyety, colocando en su
lugar a su dios protector: Osiris. A partir de este
momento Busiris tomará el nombre de “Per Osiris neb Kjed”, es
decir, “casa de Osiris, señor del Djed”. De esta forma
fue aceptado Osiris como dios tutelar, ya no sólo por los comerciantes,
sino con toda seguridad también por los campesinos, que acababan de
liberarse del dominio señorial. La desintegración
del antiguo régimen debió ser total, pues el culto a Andyety
desapareció de Busiris. Esta, con su
supremacía, no tardó en hacerse dueña del Delta, y así otras
ciudades adoptaron el culto a Osiris. Este hecho debe
ser considerado como el acceso al poder de una clase no noble. Parece ser que
entonces y bajo el control de Busiris, se formó en todo el Delta una
confederación con Osiris como dios protector, siendo la ciudad de Heliópolis
la encargada de dar un lugar preeminente al culto osiríaco. Será su
clero el autor de un complicado plan cosmogónico sobre el que versará
toda la religión egipcia. Así Heliópolis pasó a ser no sólo una
ciudad santa, sino el primer centro político del país. Entre otras
muchas ciudades -los aliados que menciona el mito- se encontraba Behudit,
“que corrió como un hijo a la llamada del padre”. Behudit era la patria de otro dios importante en esta historia: Horus. Mientras que en
el Delta se ha instaurado una monarquía unitaria, en el Alto Egipto, el
régimen tribal se ha ido transformando lentamente hacia un sistema
feudal. Al igual que en el norte, se formarán confederaciones, al
principio alrededor de un dios cocodrilo, y posteriormente de un dios
feudal: Seth. El culto al dios
Seth lo encontramos en Tentitis, Oxirrinco, Djuef, Hebnu, Edfu,
Elefantina...., por lo que se deduce que el culto a Seth se impuso a una
amplia confederación cuya
capital, según la leyenda osiriaca confirmada por los Textos de las Pirámides,
había sido Ombos. Posiblemente, la
relevancia de Ombos se deba a la proximidad de unos yacimientos auríferos,
siendo la zona un importante enclave en el comercio del oro. Cuando los príncipes
de Ombos se agrupan bajo la autoridad de Seth, Heliópolis ya era una
ciudad santa. Estos príncipes, imitando a sus homónimos del Delta, van
a buscar allí también su consagración, como lo demuestran los Textos
de las Pirámides (PYR-801) dice: “El de Ombos, grande de Heliópolis.” De esta forma,
Heliópolis, se convierte en el corazón y juez de todo el país. Los
cultos del sur y norte entraron en contacto y así, la cosmogonía
heliopolitana formó parte del Alto Egipto y viceversa, el Alto Egipto
pasó a formar parte de la cosmogonía de Heliópolis. Letópolis,
gracias a su posición central entre Busiris y Ombos, conoció una gran
expansión comercio-económica que la convierte en dueña de la navegación
por el Nilo. Estos asentamientos son aprovechados por Busiris para
iniciar una pacífica conquista del Alto Egipto. Pero los príncipes
de Ombos, dándose cuenta del peligro que esto suponía, se enfrentaron
a la confederación osiriana. En el transcurso de una batalla, según el
mito moriría su rey Osiris. El vacío de
poder que su muerte provocó, llevó al Bajo Egipto a una guerra civil,
que ensangrentó todo el país. Letópolis
mientras tanto, que no se había puesto al lado de nadie, fue quien
realmente salió reforzada del enfrentamiento entre las dos posiciones.
Gracias a ello, pudo seguir con su política de asentamientos en el
Medio y Alto Egipto. Con el tiempo,
estos asentamientos vuelven a ser aprovechados por las ciudades del
delta. Este descuido sethiano les costará caro, ya que los príncipes
osirianos esta vez se han reagrupado en torno a dos nuevas
confederaciones: la de Hat-hor y Horus, que siendo fuertes en el Alto
Egipto, asentarán un golpe mortal a los príncipes de Ombos. El triunfo de
los reyes horianos recibió la consagración en la ciudad santa de Heliópolis.
Seth fue condenado y su desgracia fue considerada como el justo castigo
por el crimen de Osiris, del que le habían hecho culpable. Los sethianos,
aunque vencidos, no habían sido destruidos. Sometidos a la soberanía
real, conservaban sus
principados, y el nuevo soberano debía contar con ellos. Los príncipes
de Ombos quedaron como vasallos, y los antiguos confederados de Seth
continuaron con sus antiguos dioses, enarbolando sus enseñas locales.
El nuevo rey, al no poder prescindir de su fuerza militar, tuvo que
compartir su poder con los “Diez grandes del Sur”. Pero la política
centralizadora empezó a encontrar resistencia en varias ciudades. Las
del delta se alzaron contra este poder centralizador real y recobraron
su autonomía perdida. Este vacío de poder provocó una serie de
invasiones asiáticas. Para sofocarlas, los reyes del sur abandonaron la
capital que habían establecido en Nejen, es decir en el Alto Egipto, y
se trasladaron a Abydos y desde allí hacia el delta. Durante estas
luchas, cayeron casi todas las ciudades del delta que se habían
levantado. Pero un hombre
fue el que aunó todas las fuerzas para lograr esta victoria. Entonces
el país obedeció a un único soberano: Menes, que reunió en si mismo
la corona roja y blanca, dando origen a la primea dinastía. Pero los
conflictos no terminaron aquí, y se sabe que durante este período, la
corona fue usurpada, y restituida posteriormente. La crisis entró en
una fase más aguda durante la II Dinastía: las ciudades del norte se
levantaron (como nos lo recuerda la Piedra de Palermo), y este vacío de
poder fue aprovechado por la aristocracia feudal del sur. Se sabe que
durante la ausencia de Jasejemui, sospechando una nueva sublevación y
para impedir que la aristocracia se agrupara de nuevo alrededor del
culto a Seth, el rey asoció a este dios con Horus, e incluso el mismo
toma el nombre de “los dos dioses se unen a él”. También se sabe
que hizo política matrimonial y se casó con una princesa del Alto
Egipto. Con esto logró contentar a la nobleza sethiana que así, y al
menos en apariencia, desaparece de la escena política. Nos la
volveremos a encontrar en la Dinastía XIII. Después del
reinado de Kasetra, empieza a dejarse sentir en Egipto la crisis de
poder . El asentamiento pacífico de semitas en Egipto y la crisis económica
que sufrió el Delta, quizá como consecuencia de malas cosechas, provocó
una situación similar a la que se produjo en el Imperio Antiguo. Esta crisis económico-social,
tuvo que tener su contrapartida en la situación política del país. De
nuevo Egipto se divide. Desconocemos los detalles, pero se produjeron
usurpaciones de poder, ya que una serie de nomarcas tomaron el título
real y fundaron dinastías paralelas. Egipto se divide
en dos reinos. Hacia el 1730
a.C., tenemos que Egipto ya no es capaz de defender sus fronteras
orientales, por lo que no debió ser muy difícil la penetración en
masa de invasores asiáticos: los Hycsos. Estos llevaron a
Egipto el culto de un dios de las tormentas, un dios de fuerza que rápidamente
asociaron con Seth. Entre la población
del Alto Egipto, Seth no había perdido su carácter primitivo y la
población autóctona no le consideraba como un dios asesino de Osiris,
sino que era el gran dios creador, pero representaba un estadio de culto
menos evolucionado que el mito osiriaco o la cosmogonía solar. Seth volvió a
ser e dios de la monarquía feudal como en los tiempos más primitivos,
y en su honor levantaron estatuas los vasallos de los reyes Hycsos, como
es el caso, según Meyer, de Nehesi (su nombre significa el negro), que
levantó una estela al dios Seth en Avaris. Como es sabido,
Ahmosis redujo a los Hycsos y los expulsó del país, restituyó los
antiguos cultos, y Egipto volvió a ser Egipto. Con la revolución
religiosa de Ajenaton, se alteró de nuevo el equilibrio, de nuevo el
vacío de poder, sucediéndose una serie de faraones: Semenkare, Tutanljamon,
Ay, Horemheb. Este último, al no tener heredero, adopta como sucesor a
un general procedente de una familia de militares, oriundo de Avaris,
que se entroniza con el nombre de Ramsés I. Llegado a este
punto, parece ilógico pensar que Seth fuese visto por los egipcios como
un dios de destrucción, de maldad, si los propios faraones, dioses en
la tierra, no sólo toman su nombre, sino que le otorgan de nuevo el
poder. Pero
evidentemente los ramésidas se debieron dar cuenta, que si intentaban
elevar demasiado el poder de Seth frente al de Amón, que era de rancio
abolengo, podían caer en el mismo desastre de la era amarniense, así
que, hábilmente, se asociaron a la nobleza sethiana sin tropezarse con
el clero de Amón, e hicieron válido aquello de “servir a dos señores”. El gran deseo de
Ramsés II fue formar un gran imperio que llevase a Egipto al esplendor
de épocas pasadas. Un imperio que agrupase a todas las provincias conquistadas
hasta la frontera del Eúfrates. La única unidad posible era la unidad
dinástica, por lo tanto, Ramsés II no debería ser solo visto como un
gran faraón egipcio, sino como un gran rey asiático, por lo que sus
planes políticos los debió fundamentar en base a construcciones teológicas.
El aunamiento por medio del culto solar no era una vía válida: Amarna
y su tiempo, era una vergüenza maldita que todo buen egipcio debía
olvidar. Al no ser
factible esta vía, se pensó en otra: en la integración de dioses asiáticos
en la cosmogonía egipcia. Así tenemos que
a Ishtar se la dio la calidad de hija de Ptah, alcanzando cierto rango
al lado de Amón. Por este mismo
sincretismo Baal, Rerhef y Sutekh fue asimilado al dios Seth que se situó
al lado de la gran tríada de Amón, Ra y Ptah. Y del mismo modo que Menes, también Ramsés II colocó bajo la protección de Seth al cuarto cuerpo del ejército que combatió a los Hititas en la batalla de Kadesh, no dudando Ramsés II en compararse no sólo al propio Amón, sino al propio Seth diciendo: “Soy como Montu: con la derecha lanzo los dardos, con la izquierda cojo a los enemigos. Soy como Seth en su hora....” El poema continúa diciendo: “Y se decían unos a otros: Quien está entre nosotros no es un hombre, es el gran valiente Sutekh, es Baal encarnado....” (Poema Pentarur). Con
esta misma idea de imperio, Ramsés
II traslada la capital de Tebas a una ciudad nueva en las
proximidades de Avaris, llamada Pi-Ramsés, (algunos autores afirman que
Avaris, Tanis y Pi-Ramsés son la misma ciudad, pero este es un dato que
está aún sin confirmar). Posiblemente
con este acto Ramsés II pretendió zanjar dos cuestiones: la capital de
Egipto tradicionalmente había sido Tebas. Esta era el centro por
excelencia de todo el poder de Amón, que en ningún caso pretendió
restar importancia. Pero eso sí, si él pretendía dar culto al dios de
sus antepasados, dios que por otra parte permaneció siempre como
representante de una nobleza opositora al poder central y que además
por su condición de dios de fuerza había sido ahocicado al dios Hycso,
el enfrentamiento parecía inevitable. Por
otro lado, su idea de crear un imperio egipcio-asiático obligaba casi a
tener su capital más centrada entre los dos reinos: Pi-Ramsés era la
ideal para sus propósitos, en ella aún quedaban muchos vestigios de un
pasado asiático: población, dioses asimilados ya a los egipcios,
etc... No
olvidemos tampoco que, si la familia de Ramsés era oriunda de la zona,
de algún modo trató de enriquecer el lugar. También
cabe la posibilidad de que tan solo pretendiese “lavar su sangre”,
dando un tinte divino a una sangre no egipcia en su totalidad. Se puede
sospechar que los ramésidas estuviesen emparentados o fuesen
descendientes de semitas. La estela llamada del año 400, aunque
realizada en el reinado de Ramsés II nos aporta un dato curioso: fecha
el año 400 de un rey llamado Aapehtiseth Nubti, es decir, “Grande es
el poder de Seth”. Evidentemente este año 400 no se está refiriendo
a un reinado, sino a la era de un templo. Puede que en el reinado del
rey citado, se fundase el templo de Seth en Tanis. La estela nos cuenta
como un antepasado de Sethy I fue a Tanis para rendir homenaje a Seth. Se
ha calculado que esta visita se realizó durante el reinado de Horemheb
hacia el 1330 a. C., por lo tanto la fundación de Tanis la pudiéramos
situar hacia el 1730 en pleno período Hycso, por lo tanto, Tanis bien
pudiera ser Avaris, la capital que fundaron los invasores semitas. Otro
dato curioso es que se sabe que el padre de Ramsés I fue jefe de
arqueros. Este cuerpo estaba formado en gran parte por contingentes
extranjeros. Montet incluso afirma que cuando Ramsés I es adoptado por
Horemheb éste era gran sacerdote de Seth en Tanis. Todo
este conjunto de coincidencias nos puede poner sobre el indicio de un
posible origen semita de los ramésidas. Pero
con Meneptah, hijo y sucesor de Ramsés II, la cosa cambia. El
gran sueño “del más grande entre los grandes”, de crear un imperio
egipcio que perdurase por miles de años, se desvanece con su propia
vida. Con
Meneptah se vuelve al centralismo absoluto. Tebas ejercerá de nuevo su
poder. Posiblemente, y aconsejado por un clero que ha sentido peligrar
una milésima el absolutismo de Amón, rechaza toda influencia que no
sea egipcia. Los extranjeros, los egipcios dudosos de no ser egipcios,
se convierten en un peligro, en elementos que hay que combatir e incluso
expulsar. En
este momento había que situar la segunda gran oleada de salida de
semitas de Egipto, es decir, lo que conocemos como el Éxodo bíblico,
que probablemente no fue tan terrible como nos lo cuentan, ya que hasta
el momento, no se ha encontrado documento alguno haciendo referencia
este hecho, y sólo ha sido recogido en la tradición hebrea. Así
que Meneptah se debe enfrentar, no sólo al hundimiento económico que
supuso la salida de esta mano de obra proletaria con la cual Egipto había
conocido un renacimiento, sino que su debilitamiento interior es
aprovechado por otros pueblos deseosos de sacudirse del yugo egipcio,
minando así sus fronteras. Pueblos como “los del Mar”, amorritas,
cananeos e incluso israelitas (y este dato es curioso por ser la primera
vez que aparece mencionado el pueblo de Israel como tal). Y aunque la
propaganda oficial, en la llamada “Estela de Israel” (puede que
emulando a su padre), hace de él el vencedor en la lucha, la realidad
fue muy diferente. Egipto una vez más se fracciona en señoríos. Las
viejas rencillas tribales surgen de nuevo. El clero, siempre poderoso,
ahora lo es aún más, e incluso cuenta con su propio ejército. El
poder real, incapaz de rehacer la situación se hunde, y el trono es
ocupado por un usurpador del cual no se sabe nada. Con
el advenimiento de la Dinastía XX, el poder de Seth vuelve a prevalecer
en el doble país. Ramsés III intentará una reconstrucción efectiva
para pacificar y acabar con las rencillas internas, encabezadas por los
dos grandes sectores de la nobleza: sethianos y horianos. Ramsés
III aúna en sí mismo a los dos grandes dioses como ya lo hiciera Jasejemui
en la II Dinastía. Pero
este intento de pacificación debió resultar inútil y el poder real se
desprestigió de tal forma que, hacia finales de la dinastía XXI, en
Egipto estalla una inevitable guerra civil. El
origen de la misma venía de lejos: con el advenimiento del dios Seth
por parte de la dinastía XIX, la siempre poderosa nobleza sethiana pensó
que ya le había llegado su hora, que habían transcurrido demasiadas
dinastías siempre a la sombra de los dioses buenos. Pero
los partidarios del clero tebano no debieron aceptar esta imposición
real de buen grado, así que esperaron el momento en que este poder
estaba debilitado para asestar su golpe de gracia. Según
Montet, el pillaje de tumbas que se produce durante el reinado de Ramsés
IX tuvo el objetivo de proporcionar los medios económicos necesarios
para hacer la guerra. Un sacerdote de Heliópolis llamado Oosarsef,
encabezaba en el norte el clan de los sethianos o impuros
-según Manetón-, que estaban formados, no sólo por los
egipcios, sino también por los cananeos, amonitas e israelitas. Parece
ser que al principio la guerra fue favorable a los impuros, que más
tarde, fueron aplastados por el gran sacerdote de Amón, Herihor. Una
vez más, la historia se repite y el mito se vuelve a cumplir. El
culto a Seth entonces, se debió replegar a zonas muy concretas. En
época de Smendes, Pi-Ramsés, la ciudad donde Ramsés II había
promovido el culto a Seth al rango de gran dios imperial, cambia su
nombre por el de Tanis. Parece lógico pensar que entonces el culto a
Seth fuese abandonado, pero ¿desaparecieron Seth y sus partidarios de
la amada tierra de Egipto?. Yo
creo que no. Cuando
el miedo hizo replegarse a Egipto en si mismo, odió y culpó a los
extranjeros que vivían en su suelo, de todos sus males, obligándoles a
salir precipitadamente, “sin tiempo de recoger”, como nos lo cita el
texto bíblico, sin embargo se olvidó de despojarles de la cultura y el
sincretismo religioso que les había dado. Y
entre lamento y lamento, este pueblo suplicó al Baal de sus
antepasados.... A
Seth en el que creían.... Iao,
iao, iave –decían-. Durante
cuarenta años lanzaron su plegaria al desierto, transcurridos los
cuales, Jahve volvió su rostro y concedió a su pueblo la tierra
prometida..... Pero
esta, es otra historia. BIBLIOGRAFÍA ·
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