Swnw (II)

Cirug�a, Traumatolog�a, Ortopedia 

y otras especialidades en el  Antiguo Egipto.

Por Dr. Jos� Ignacio Velasco Montes.

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LA MEDICINA PRET�RITA.

Ya en restos del paleol�tico, en torno a los 10.000 a�os a. C., se sabe de la existencia de raspas de pedernal y cuchillos fabricados con un cuerno en el que hay clavado una tallada y afilada pieza de s�lex, con fines diversos, entre los que cabe pensar en una primitiva cirug�a[1]. Es una �poca en la que la �teor�a animista�, el modo de pensar de esa �poca, muestra que la enfermedad es un castigo de la divinidad y obra de malos esp�ritus a los que hay que enga�ar, asustar, sobornar o conquistar con ofrendas --incluso sacrificios humanos y de animales-- y f�rmulas cabal�sticas y extra�os ritos. Por eso el mago, hechicero o sacerdote es tambi�n m�dico. La religi�n y la medicina caminan juntas desde la prehistoria hasta la actualidad en algunos puntos del globo. 

As�, en el periodo de Cro-magnon, se pueden ver pinturas rupestres en las que se muestran hechiceros disfrazados de animales, como los de Ari�ge, en la frontera de Espa�a con Francia, en ritos que van desde la fertilidad a la cura de enfermedades1. De esta �poca hay, como podemos ver en la Figura 1, cr�neos trepanados. La farmacopea de la �poca es sencilla, desde saliva, el barro, las hojas de plantas enteras o machacadas y maceradas a talismanes, ag�eros, m�scaras y toda una larga lista de posibles, y por supuesto in�tiles, remedios con los que entretener y distraer  al sufrido enfermo, que no son sino placebos. 

 Figura 1

Los egipcios, por lo que de los papiros m�dicos se desprende, conoc�an un total de unas 200 variedades de dolencias diferentes, sobre las que actuaban de diferentes formas, entre las que cabe distinguir especialmente la magia en sus m�s diversas formas. Entre estas enfermedades o trastorno que manejaban los sunu, NO se mencionan alteraciones de:  

1.- Los pulmones. 2.- El h�gado. 3.- La ves�cula biliar. 4.- El bazo. 5.- El p�ncreas. 6.- Los ri�ones. Ello es debido a que de estos �rganos apenas conoc�an nada de sus funciones, ni casi de sus relaciones anat�micas. Nunca, hasta tiempos muy cercanos, se relacionaron, por poner un ejemplo, los ri�ones con la orina y ese mismo desconocimiento deb�a ocurrir con los dem�s citados �rganos. 

Figura 2. Momia de un muchacho, sin vendas, mostrando el orificio de evisceraci�n. 

Este aspecto del desconocimiento del interior del cuerpo humano por parte de los sunu cirujanos, dif�cil de entender dada la disponibilidad de cad�veres, tiene una explicaci�n, para m� l�gica, pero que nunca he le�do. Si se observan las momias, se puede apreciar que la evisceraci�n de las mismas se realizaba por una peque�a incisi�n, suficiente para la entrada de una mano, sobre el costado izquierdo a la altura del diafragma[2].  

Es evidente que por ese peque�o orificio no se pod�a ver el interior de ese cuerpo, lo que no hubiera permitido aprender nada. A ello se le sumaba la ausencia de relaciones entre los sunu y los momificadores.  

Por otra parte, tampoco los sunu deb�an prestar ninguna atenci�n a la labor de los matarifes que sacrificaban y divid�an en piezas a las reses, por lo que tampoco exist�a esa posibilidad de aprender una anatom�a del cuerpo animal. Este estudio, en los tiempos actuales, se realiza durante dos a�os de disecci�n de cad�veres en las salas de anatom�a de las Facultades de Medicina.

 

LA EXPLORACI�N DEL PACIENTE.

Ante una enfermedad o accidente, el m�dico exploraba al paciente, en un orden claro y de forma muy parecida a la que se hace en la actualidad para establecer la Historia Cl�nica:

1.- Una anamnesis o interrogatorio de su historia, repasando sus antecedentes y datos familiares y se a�ad�an los datos que causaban la consulta presente.

2.- Observaci�n corporal claramente detenida: 

  • Color y estado de la piel, los ojos, las u�as, manchas corporales, estado de la dentadura, situaci�n del cabello, etc�tera. 

  • Olfateo de los olores corporales y del aliento, aspecto al que se le daba una gran importancia. 

  • Examen cuidadoso de las excreciones: sudor, orina, l�grimas, menstruaci�n y heces.

3.- Palpaci�n cuidadosa de una serie de partes del cuerpo que pensaban ten�an relaci�n con posible enfermedad o en las que exist�an lesiones por el accidente.

4.- Comprobaci�n de su situaci�n f�sica: es decir, si se pod�an hacer cosas: mover los brazos, andar, correr, saltar, abrir y cerrar las mand�bulas, movilidad ocular, etc�tera.

5.- Emisi�n de un presunto diagn�stico. Era la culminaci�n de todo el proceso. El sunu llegaba a una conclusi�n y daba su impresi�n al enfermo o a la familia en su caso.

6.- Finalmente hacia una propuesta de tratamiento en el que se mezclaban los remedios f�sicos y qu�micos con una gran dosis de magia, amuletos, peticiones a los dioses y los equivalentes a los actuales �ex votos�, en forma de figuras grabadas y estatuas, estelas suplicatorias y jarras propiciatorias y solicitadoras de favor, o bien todo lo contrario, el uso de figuras de imprecaci�n �antecedente del vud�-- cuando se deseaba alejar al causante de la enfermedad. Todos estos �ex votos� se depositaban en los patios de los templos dedicados al dios al que se le hac�a la plegaria. Si estos templos se encontraban lejos del paciente, por lo que no pod�a llegar a �l, delegaba y era otra persona la que lo depositaba, lo que se denominaba �voto por poderes� con lo que se pod�an conseguir los mismos e presuntos efectos siempre que, la pieza a dejar llevara su nombre y su solicitud.

Estas figuras votivas se colocaban en el interior del patio de los templos mirando en direcci�n a la nao, en la que estaba el santuario, en el que resid�a el dios: para una mejor y m�s directa comunicaci�n con �ste. Estos templos, algunos recib�an tan gran cantidad de peticiones por la naturaleza del dios al que estaban consagrados, llegaban a acumular grandes vol�menes de regalos, por lo que al estar los interiores repletos enterraban los �ex votos� en el exterior, en grandes zanjas de las que se han encontrado no pocas llenas de toda clase de objetos muchas de ellas con datos e informaci�n sobre el solicitante y lo deseado.

Curiosamente estos tratamientos eran un tanto particulares, por cuanto sus ideas sobre las enfermedades e incluso las afecciones quir�rgicas estaban enfocadas desde una �ptica muy diferente a la actual. Pero era, sobre todo, mediante dietas la forma m�s com�n de iniciar y mantener un tratamiento. A esta terap�utica se pod�an sumar otras actuaciones, como era en los casos quir�rgicos y los accidentes.

Los m�dicos impon�an ayuno y minidietas con frecuencia, pues sosten�an que: �La mayor�a de la comida era superflua y en este sobrante se encontraban y originaban la mayor�a de las enfermedades.  La profilaxis de enfermedades de todo tipo se realizaba no por nociones de higiene, sino sobre la base de amuletos, exorcismos, conjuros y ensalmos. Exist�a una amplia panoplia de amuletos, entre los que destaca el Nudo M�gico de Isis o Tyet. Un amuleto muy t�pico y que guarda relaci�n con la magia del N� 7, consistente en la fabricaci�n de un collar hecho con 7 cabellos rubios entretejidos o trenzados por dos madres que fueran hermanas en cuya cuerda se ensartaban 7 �gatas y 7 cuentas de oro.

Pero estos aspectos de la magia ser�n vistos en otro estudio que publicaremos m�s adelante, dedicado exclusivamente a este interesante tema, SUNU V: �La magia y la medicina�.

Las enfermedades m�s comunes eran:

 

1.- Periodos de hambre prolongadas por problemas de inundaciones demasiados grandes o excesivamente escasas. Son las hambrunas y las plagas de las que siempre se ha hablado. Entre estas plagas cabe incluir las �pestes�, a las que los egipcios pon�an nombres extranjeros, de los que se supon�a que ven�an a modo de maldici�n. A la peste epid�mica, que causaba miles de defunciones, se le llamaba �el mal Cana�ta� pues supon�an que entraba desde el norte, procedente de Canaan. Las tormentas con agua, muy extra�as en el clima egipcio, o los largos e intensos Jamsin de arena que duraban semanas, cubriendo todo de polvo sil�ceo, los consideraban consecuencia de sus malas acciones al ofender a los dioses y �stos se los enviaban como castigo, siendo el malvado dios rojo Seth, el dios del desheret, del desierto, el encargado de realizar la punici�n, a veces manteni�ndola durante semanas y que ellos trataban de detener mediante ofrendas y plegarias para sobrevenir al caos, el temido isfet.

2.- Las enfermedades largas en los ni�os, causadas por las anemias secundarias debidas a tuberculosis, fiebres tifoideas y paratifoideas o de otros or�genes, malnutrici�n, etc�tera, son f�ciles de reconocer pues nos han dejado unas se�ales radiogr�ficas �seas que se han podido constatar en el estudio de momias y que consisten en unas rayas que se denominan las �L�neas de Harris�.

3.- Los padecimientos m�s comunes de la poblaci�n eran las infecciones intestinales: tales como las enterocolitis de diverso origen, desde las disenter�as amebianas y las salmonelosis, a las parasitosis de diversa etiolog�a, como las anquilostomiasis (tenias o solitarias), los diversos tipos de nem�todos (lombrices), triquinosis, etc�tera. 

Los egipcios consum�an una gran cantidad de �productos de la tierra�, como las lechugas egipcias, altas y estrechas y con propiedades presuntamente afrodis�acas, ajos, cebollas, legumbres (garbanzos, lentejas, etc�tera), productos que es de suponer no somet�an a una limpieza especial que, por dem�s se hac�a con aguas casi siempre contaminadas. Este aspecto lo podemos ver igualmente en la actualidad pues, lechugas, lentejas y muchos otros productos del huerto, portan con frecuencia entre sus hojas y ra�ces una gran variedad de huevecillos y peque�os gusanos, lo que nos obliga a una limpieza especialmente cuidadosa y, a�n as�, son fuente en muchos casos de infecciones y parasitosis intestinales. Es de suponer, por decirlo as�, que los ni�os, como se les puede observar en los parques actualmente, inger�an y siguen meti�ndose en la boca la tierra del suelo al menor descuido de sus madres.   

Figura 3. Pie equino del rey Siptah, posiblemente por poliomielitis.

 

Los sunu ten�an una idea bastante clara de los or�genes de estas afecciones y lo atribu�an a la ingesta de comida y agua. Este concepto se deb�a a la observaci�n de la evacuaci�n de lombrices, ten�as y otros par�sitos por las heces �que observaban detenidamente-- lo que les hac�an pensar que �stos hab�an entrado por la boca, demostrando as� que relacionaban claramente el methu boca-ano como un canal m�s o menos directo. 

4.- Muy frecuentes y con mal pron�stico, a mediano o largo discurrir del tiempo, eran las enfermedades tropicales: entre las que cabe destacar la bilarziosis, la lehismaniosis (a la que se le sigue dando el nombre de Bot�n de Oriente), etc�tera. Eran frecuentes y de mal pron�stico las anemias de diversos or�genes, como la falciforme o Anemia del Mediterr�neo y otras afecciones del grupo denominado enfermedades tropicales, que se manifiestan en los esqueletos de las momias por lesiones �seas en cr�neo y fosas oculares. Del mismo modo exist�an otras infecciones como el paludismo (malaria), cuyo pron�stico, a la larga era malo y que al desconocer el mecanismo de transmisi�n por el mosquito Anopheles, transmisor del plasmodio, y no disponer de un tratamiento, eran de finales claramente nefastos. Igualmente hab�a otras afecciones que cursaban con fiebre, anemias, etc�tera, en cuya propagaci�n interven�an piojos, pulgas, moscas y otros muchos insectos de los que hab�a una gran abundancia, sobre todo por las casas hechas de adobe, ramas y pieles. 

5.- Las enfermedades por virus, como la Poliomielitis o Par�lisis Infantil, actualmente erradicada, eran conocidas, aunque no sab�an nada sobre ellas, (ni posteriormente se ha logrado encontrar, al menos de momento, los virus en los estudios de momias, aspecto en el que se est� empezando a investigar), pero hay grabados que muestran las t�picas im�genes de una pierna poliomiel�tica, atrofiada, acortada y mostrando un pi� equino compensador [3] y el paciente usando bast�n o muleta[4].

 

  Figura 4.  

   

ENFERMEDADES VASCULARES

No eran quir�rgicas por razones obvias, pero se ha constatado la existencia de un amplio panel de estas dolencias en los estudios de momias. Sobre todo a nivel de las clases m�s acomodadas --con una alimentaci�n m�s rica en grasas y prote�nas animales-- que sufr�an con cierta frecuencia de arteriosclerosis, ateromatosis, infartos de miocardio, varices y todo el panel t�pico que en afecciones vasculares lleva aparejado el paso del tiempo y una comida excesivamente rica en hidratos de carbono, prote�nas y grasas.

Por las mismas razones, incluyendo el abuso alimenticio de la miel, estas clases m�s agraciadas ten�an una clara tendencia a la obesidad, lo que les hac�a sufrir prematuramente lesiones cardiacas t�picas del sobrepeso y del sedentarismo. Este exceso en el consumo de la miel, les llevaba igualmente una tener una mayor cantidad de lesiones en la dentadura, como se ha demostrado en las momias y en la estatuaria de la, llam�mosle, nobleza de esa �poca. Sin embargo, esta cierta y acusada obesidad, estaba considerada como un signo de buena situaci�n social. As� podemos observar que nobles como Hemiunu[5], es un hombre obeso, satisfecho de la vida. Lo mismo podemos decir de otro arquitecto de la �poca de Keops, IV Dinast�a, Imperio Antiguo, si contemplamos la estatua de Anj-Haf. Igualmente es obeso el representado por la famosa estatua de Sheik el-Beled[6], que se encuentra en el museo de El Cairo, tambi�n de la IV Dinast�a, conocido como �El alcalde de mi pueblo� por su pol�tico aspecto. 

 

Figura 5. Hemiunu. Visir y Arquitecto de los reyes Snefru y Keops.

Figura 6. Escultura de Sheik el-Beled

LAS AFECCIONES QUIR�RGICAS.

Egipto era un pa�s en el que los accidentes eran comunes y f�ciles de afectar a una gran cantidad de las personas que lo habitaban. Kemi era la representaci�n, por antonomasia, de lo que personalmente he dado en denominar �La civilizaci�n de la piedra�. Y el trabajo en grandes masas de estos minerales llevaba adjunto toda una serie de peligros no s�lo potenciales, sino muy reales y cotidianos.

Las piedras pesan y son inestables a la hora de su manejo; adem�s, salvo excepciones, hab�a que sacarlas de canteras en base a un gran esfuerzo, paciencia y habilidad, pues se carec�a de m�quinas que realizaran las fases m�s peligrosas. Pero adem�s del trabajo f�sico en s� mismo, muchas veces �ste se realizaba en lo alto de paredes sobre un andamiaje inseguro por lo que ocurr�an con bastante frecuencia ca�das y accidentes que acababan en aplastamientos, deslizamientos de grandes bloques, etc�tera.

Pero adem�s, este tipo de trabajo llevaba consigo la formaci�n de una abundante formaci�n de polvo que se sumaba al ya existente de la arena del desierto, movido por el aire, polvareda que lo inundaba todo. En consecuencia esta masa mineral, tanto la fija en la que se trabajaba tall�ndola, ajust�ndola, puli�ndola y transport�ndola, como la flotante del ambiente, daba lugar a una serie de afecciones que se pueden encontrar en las autopsias a los cad�veres momificados que se estudian cada d�a con mayor frecuencia, con m�s inter�s y mejores medios. En estas investigaciones es bastante com�n, pr�cticamente obligatorio, que al analizar y ver al microscopio cortes de tejido pulmonar, se aprecien una gran cantidad de motas de s�lice o de otros tipos de minerales en unas incipientes o bien instauradas silicosis. Del mismo modo, se pueden apreciar lesiones del tejido pulmonar por el humo de las hogueras y los hornos caseros en los que se guisaba y se hac�a el pan, lo que se realizaba en unas peque�as casas dotadas de escasa ventilaci�n y evacuaci�n de humos, afecci�n que conocemos como antracosis.

 

Esta forma de vivir y trabajar daba lugar a:

 

1.- Grandes y graves accidentes por pesadas masas de piedra desplazadas, ca�das desde alturas, hundimientos en canteras, deslizamientos en los barcos dedicados al transporte, etc�tera.

2.- Accidentes causados por la caza de animales salvajes que pululaban por el borde del desierto. Otros accidentes comunes ocurr�an durante la pesca que se realizaba, bien desde peque�as barcas (las cuffas de papiro, ca�as y juncos), o desde la misma orilla, por la posibilidad de lesiones causadas por los hipop�tamos y los cocodrilos. Dentro de este mismo tipo de accidentes debemos recordar los causados por toda una fauna de alacranes, escorpiones y serpientes de la familia de la naja (cobra) o los �spides que tan famosa han hecho la muerte de Cleopatra.  

3.- Lesiones �seas de tipo degenerativo (artrosis y deformidades, sobre todo de columna, caderas, pies y manos) causadas por el esfuerzo de arrastrar, elevar y ajustar los grandes, medianos y peque�os bloques con los que se constru�a desde un periodo que se remonta, al menos, a la  Dinast�as II-III. 

4.- Afecciones �seas de diversos tipos, de origen cong�nito y no traum�tico y que en ocasiones se pueden apreciar en los grabados de estelas y paredes de los templos. Hay estatuas en las que se aprecia una gran deformidad de la columna por el Mal de Pott, la tuberculosis de columna vertebral. Hay im�genes y grabados que muestran deformidades de la espalda, del tipo de la Escoliosis. Dentro de este grupo se aprecian claramente cifosis y esc�pula alata, no siempre f�ciles de diferenciar para nosotros dada la escasa calidad en detalles posturales de las epigraf�as, e incluso de las estatuas en algunos casos. 

5.- Afecciones pulmonares por la inhalaci�n del polvo resultante del ajuste, extracci�n y transporte de piedras, restos de material, como los ripios empleados para hacer rampas, etc�tera.

6.- Abrasi�n oral que afectaba a la dentadura y daba lugar, por desgaste, a grandes infecciones por exposici�n del interior del diente y su infecci�n, la pulpitis, y como es de suponer por la ausencia de antibi�ticos, llevar�a a septicemias graves que acababan casi ineludiblemente en el �bito 

 

Hasta ese momento, --Dinast�as III y IV -- en el que se empieza a usar la piedra, hab�a sido el adobe la base de la construcci�n en las caba�as, m�s o menos circulares u posteriormente rectangulares, en las que la madera, las ramas e incluso las pieles, fueron los materiales empleados en el h�bitat y las mastabas.  Materiales que, como veremos, tampoco estaban exentos de problemas, aunque nunca de la gravedad de las lesiones producidas por las pesadas piedras de caliza, granito y similares.

 

ENFERMEDADES DE LA PIEL.

Y estos �ltimos materiales, tierra, pieles y maderas, tambi�n debieron crear sus problemas, sobre todo de tipo cut�neo, al manejar amasando el barro y cortar la paja en finos fragmentos, as� como el manejo y curtido de las pieles que llevar�an consigo par�sitos capaces de causar enfermedades [carbunco, etc�tera]. Las enfermedades de la piel, que eran bastante comunes, eran en s� mismas una especialidad aparte y hab�a una gran cantidad de ellas entre las que cabe destacar los eczemas (en el egipcio antiguo: Nesu), los imp�tigos, los for�nculos, las micosis, etc�tera. 

Otra afecci�n, perfectamente comprobada, era la lepra. Los egipcios ya sab�an de su capacidad de contagio (err�neo en gran parte pues s�lo alguna variedad es realmente contagiosa). Por lo que se sabe por cuatro momias encontradas en Balat, cerca y al sur de Luxor, que la padecieron y que, evidentemente, hab�an sido desterradas de la zona norte y estaban entre momias de color oscuro, posiblemente nubios. Queda claro que por los efectos de la lepra, todos sabemos que las personas adquieren un aspecto repulsivo dando lugar a un gran rechazo social, por lo que eran desterrados a zonas aisladas, lejos de los n�cleos de poblaci�n, como siempre se ha hecho a lo largo de la historia, con aparici�n de los lazaretos. Sin embargo se ha podido constatar que las citadas momias eran de �pocas avanzadas, ya en el periodo ptolemaico y no de tiempos m�s antiguos; lo que hace suponer que la lepra no era muy com�n en tiempos m�s antiguos o, simplemente, no nos han quedado datos �tiles de momento[7].  

Se han encontrado claras se�ales de otra enfermedad end�mica que dejaba claras se�ales en la piel, como es la viruela. Es de suponer que causar�a una cierta cantidad de victimas letales en los que no tuvieran suficientes defensas para superarla y quedar�an muy marcados aquellos que sobrevivieran a la infecci�n, actualmente erradicada por la vacuna.

 

LA CIRUG�A EN EL ANTIGUO EGIPTO.

La cirug�a, a pesar de lo dicho por Mika Waltari en su obra �Sinuh� el egipcio�, que escribe sobre el gran dominio de los sunu sobre las trepanaciones y otras modalidades quir�rgicas, no es un concepto cierto y, por tanto, no es precisamente la rama m�dica que m�s distinguiera a esta civilizaci�n. Realmente nunca se pas� de una cirug�a menor, como curar heridas, abrir for�nculos, extirpar peque�os tumores externos, resolver los problemas hemorr�gicos y de cierre en las amputaciones traum�ticas, incluso realizarlas, e inmovilizar las fracturas mediante entablillado. 

Hay, al menos eso he le�do en alguna ocasi�n, momias en las que se ha podido constatar la existencia de amputaciones a las que sobrevivi� el paciente[8]. La amputaci�n en s� misma es una intervenci�n sencilla y el m�todo de urgencia era lo que a�n se llama �amputaci�n en salchich�n o guillotina�, m�todo de corte que ser�a, mucho m�s violento que en la actualidad en el que se practica con delicadeza y enfermo dormido. En aquellas fechas se realizaba mediante un golpe de sable o hacha. El problema no es la acci�n de amputar, sino el contener la hemorragia, y el que lo lograran indica que por algunos de los m�todos posibles de cortar el abundante sangrado y el posterior cierre de tejidos, sab�an resolver algunos de estos casos. Los sistemas utilizados desde tiempos remotos para cortar las hemorragias, factor determinante en la labor del cirujano, junto con la anestesia, fueron o debieron ser:

1.- El del fuego directo sobre la herida sangrante: una antorcha quemaba el mu��n de amputaci�n, o al llevar la llama a la herida cauterizaba �sta en la que venas o arterias lanzaban su chorro mortal.

2.- M�s adelante se emple� el cauterio, es decir un metal al rojo vivo, lo que no es m�s que un antecedente del actual bistur� el�ctrico.

3.- Es muy conocido el sistema de la inclusi�n de la herida en aceite hirviendo que realizaba la labor de hemostasia, aspecto �ste que se ha seguido usando hasta la edad media y as� se representa en los casos de amputaciones a reos en una plaza p�blica, en los que al lado del tajo, hay un humeante barre�o de aceite hirviendo en el que se introduc�a el mu��n.

4.- El vendaje compresivo. No hay im�genes que indiquen, al menos nunca las he visto, que conocieran el uso del torniquete como sistema de parar una hemorragia. Por tanto es de pensar que un apretado vendaje sobre la herida har�a las funciones de �ste.

Pero en todos estos casos de uso de un material a gran temperatura, se est� a�adiendo a la herida el factor negativo de la quemadura que, sin embargo, S� imped�a la muerte por el shock causado por la hemorragia y la anemia aguda consecuente. Posteriormente a este acto de hemostasia por fuego, hay escasos datos en los papiros m�dicos sobre el tratamiento de la herida resultante, pero se indican dos posibilidades o caminos a tomar:

 

A.- La posterior cura expositiva, dejando todo a la acci�n beneficiosa del aire y del sol, apenas protegido por una tela de lino, con o sin sustancias de adicci�n. Se ha descrito en algunos casos el uso de la colocaci�n de carne fresca sobre la herida, carne que se cambiaba diariamente.

B.- La cura oclusiva mediante un emplasto de sustancias vegetales y, sobre todo, del uso de la miel, cuyo conocimiento y uso en la medicina egipcia viene de muy antiguo y de la que se hac�a un profuso uso en este pa�s. La miel de abeja �ten�an una gran cantidad de colmenas y personas dedicadas a la apicultura-- se empleaba en muchos aspectos, como alimento [era el edulcorante b�sico], en cosm�tica, en las heridas y en los taponamientos vaginales como cura de infecciones o como m�todo anticonceptivo. 

 

Figura 7. Vendas de la momia de la princesa Nesit-ta-nebashe-ru.

 

 

El vendaje, como demuestran las momias, no s�lo era conocido, sino que constitu�a un verdadero arte[9]. Es de suponer, que su uso estar�a extendido a la compresi�n de heridas para detener las hemorragias, como lo estuvo para la inmovilizaci�n de fracturas, sujetando las f�rulas de madera que la inmovilizaban, hasta lograr la consolidaci�n.

Las suturas de heridas es igualmente de suponer que entraban en esa peque�a panoplia de remedios de la que dispon�an, aunque s�lo se ha podido constatar que daban unos pocos puntos, en ocasiones, en la abertura realizada en la momia sobre el costado izquierdo, punto de abordaje usado para la evisceraci�n del cad�ver antes de su relleno con estopa, ca�as, trapos de lino, paja y aceites arom�ticos y conservantes para la momificaci�n. Dicha sutura, [realizada con lino y una aguja de cobre o varilla de marfil parecida a los arpones usados en la pesca, pero m�s delicada], se cubr�a, en ocasiones, con una placa met�lica de oro, electr�n o cobre, denominada �Placa de vaciado de v�sceras�. 

No se ha encontrado, al menos que haya llegado hasta el autor, datos de un tipo de sutura usado en algunos pa�ses africanos, consistente en aproximar los bordes de la herida mediante la colocaci�n de grandes hormigas guerreras mordiendo ambos bordes de la herida y decapitarlas cuando estaban realizando esta acci�n, lo que hac�a que las mand�bulas quedaran contracturadas, en una manifiesta tetanizaci�n muscular, que manten�a la herida cerrada por una cadena de cabezas de este insecto situadas a horcajadas sobre los dos labios de la herida.

Por los datos que se saben con seguridad, la peque�a cirug�a que practicaban los egipcios estaba encaminada a la apertura de abscesos diversos. Para estos menesteres de la evacuaci�n de pus, el instrumental deb�a ser, y era, muy sencillo [es evidente que ya conoc�an por los resultados pr�cticos, intuitivamente, el principio universal: �Ubi pus, ibi evacuat �donde hay pus, debe evacuarse�] 

Figuras  8 y 9.  

Este escaso arsenal de instrumentos iniciales[10], con el tiempo se fue ampliando y la panoplia de enseres a utilizar fue creciendo hasta la �poca Ptolemaica en las que ya se encuentra, como en las paredes del templo de Kom-Ombo, una gran cantidad de instrumentos para todo tipo de usos[11].

Pero�, inicialmente eran puntas de flechas lo empleado y estaban talladas en s�lex u otras piedras con dureza y capacidad de corte [obsidiana y similares], de las que tan surtido estaban y en las que sab�an trabajar de forma clara desde tiempos alejados, para darles una forma con punta que permit�a pinchar y unos bordes con los que cortar. Es precisamente este uso el que hace que el s�mbolo que representa al cirujano sea una punta de flecha, o una flecha completa, seg�n su nivel quir�rgico. 

Figura 10.  

Armario con instrumental m�dico en los muros del templo de Kom Ombo.

 

 

 

 

Pero veamos, en secciones independientes, algunas de las diversas especialidades:

 

ODONTOLOG�A.

Entre los flemones o inflamaci�n locales m�s comunes (reacci�n primaria y obligada de cualquier afecci�n infecciosa), hay que incluir los flemones dentarios {muy frecuentes por el desgaste de la arena que dejaba al descubierto la c�mara pulpar} lo que crear�a situaciones verdaderamente graves, no s�lo por la infecci�n en s� misma, sino por el agudo dolor que esta reacci�n local ocasiona. Esta situaci�n l�mite llevar�a a soluciones extremas, el drenaje y lo m�s parecido a la extracci�n de la pieza, cuando �sta no era posible sacarla, lo que ocurrir�a con premolares y molares, que tienen las ra�ces separadas, lo que asegura e implica una gran sujeci�n dentro del alv�olo maxilar.

Es de suponer que la extracci�n de piezas dentarias ser�a una pr�ctica m�s o menos com�n en tiempos lejanos, aunque se desconoce el sistema empleado, pero es de sospechar que la t�cnica ser�a, como se sabe se realizaba hasta tiempos recientes en algunas culturas, el del estrecho cincel rompedor [piedra o metal] que, con un golpe acertado y decidido, corta la pieza por su base, a la altura de la enc�a, dejando s�lo las ra�ces en su implantaci�n alveolar, lo que drena as� el posible absceso pulpar y resuelve la situaci�n.

Esto se realizar�a as� durante siglos hasta que la metalurgia avanzara lo suficiente para que, en �pocas muy posteriores, aparezcan los f�rceps destinados a este y otros usos.

En estudios actuales de momias mediante el uso de m�todos no invasivos como los Rayos X y la R.M.N., se han podido comprobar toda una serie de supuestos que eran previsibles[12], como la existencias de se�ales de antiguos abscesos, p�rdida de piezas, restos de ra�ces, en incluso en �pocas tard�as, delicadas obturaciones (empastes) (no aceptados por algunos autores) que se rellenaban con resinas de alta densidad. Se ha podido comprobar que, excepcionalmente, se usaban sistemas de amarre con hilo de oro de piezas que cubr�an un hueco por razones est�ticas. La pieza colocada para cubrir un hueco, estaba sacada de un cad�ver y tras su limpieza y ajuste a la cavidad en la que deb�a rellenar una falta, quedaba sujeta por un amarre con hilo de oro o electr�n estableciendo algo que podr�a considerarse como un primitivo puente dental en el que, en vez de coronas, la pr�tesis quedaba sujeta por un anillo met�lico a cada pieza vecina.

En la magn�fica obra: �La medicina en el Antiguo Egipto� de M. Cuenca Estrella y Raquel Barba, p�gina 154, se cita la existencia de dos dentaduras postizas; una de ellas se corresponde con el Imperio Antiguo, IV Dinast�a y la otra al periodo Ptolemaico. 

 

Por la falta de desgaste y la ausencia de formaci�n de sarro, los autores suponen que dichas pr�tesis eran m�s para el �M�s all� es decir, pr�tesis funerarias, que de uso cotidiano. Pero no barajan la posibilidad, para mi posible, de que fueran pr�tesis est�ticas de uso en momentos en los que ser un desdentado no ser�a bien visto socialmente, como en las fiestas o al asomarse al �Balc�n de las Apariciones�, en el caso de un rey. No se han encontrado empastes en muelas seg�n algunos autores, pero s� seg�n otros (personalmente he visto fotograf�as en revistas de estomatolog�a, que no conservo, en las que se muestran empastes en dentaduras de momias) y hay publicaciones (�) que as� lo muestran, pero es un aspecto muy discutido. 

Figura 11.  Radiolog�a lateral del cr�neo de una momia.

Para las gingivitis y otras enfermedades de las enc�as, se usaba el sulfato de cobre, que es un gran astringente y reduc�a de forma clara la inflamaci�n de �stas, retrasando los serios problemas causados por la piorrea y las paradontosis. Este producto, el sulfato de cobre, a�n se usa en el tratamiento de las afecciones de la gingiva (enc�a). Los egipcios, desde �pocas lejanas ten�an un especial cuidado de la boca y la dentadura, a pesar de lo cual �stas eran, por lo que se constata en las momias, un desastre. Hac�an enjuagues con diversos colutorios de diversos aceites, extractos vegetales y natr�n {carbonato s�dico natural}, usando palitos para la limpieza interdental e incluso se ha dicho que dispon�an de lo m�s parecido a los actuales cepillos de dientes[13].  La halitosis, que les preocupaba, la resolv�an mediante la masticaci�n de granos de an�s y otras plantas arom�ticas que sol�an llevar a mano para su uso en los contactos sociales.

 

CIRUG�A GENERAL.

Pero en todo caso no parece que se practicara una cirug�a de tipo mayor, es decir intervenciones abdominales, tor�cicas, renales, aunque s� hay descritas algunas intervenciones craneales, con supervivencia por un tiempo del paciente, as� como amputaciones traum�ticas o por indicaci�n m�dica, por lo que sabemos a trav�s e los llamados �Papiros M�dicos�[14]

Es evidente que la cirug�a mayor s�lo puede ser realizaba cuando se dispone de anestesia, analgesia, capacidad de hemostasia y un m�nimo de poder de lucha contra la infecci�n. La cavidad abdominal y sus v�sceras est�n envueltas en una suave y delicada membrana que es el peritoneo, tan sensible a la infecci�n que, como me dec�a un compa�ero m�dico, profesor en mis primeros tiempos: �No mires el peritoneo, que se irrita�. Las peritonitis, como las que apenas hace algo m�s de medio siglo mataban a miles de personas en el mundo (recordemos el famoso �C�lico Miserere�, que en realidad era un cuadro de apendicitis), no pod�an, evidentemente, ser controladas hace 4.700 a�os, ni casi hasta poco antes de la segunda guerra mundial, cuando aparece la penicilina (1.928) del Dr. Sir Alexander Fleming, por lo que recibe el Premio N�bel. A�n hoy, es una posibilidad, nada remota, de sufrir este tipo de complicaci�n periton�tica. Y al hablar del peritoneo podemos, por paralelismo, compararlo con la pleura del pulm�n, su equivalente, por lo que la cirug�a tor�cica se encuentra igualmente sujeta a lo ya dicho.

Es evidente que existir�a una cirug�a extrema para las guerras[15] o los grandes accidentes, en los que el futuro del accidentado era bastante claro y cualquier manipulaci�n podr�a cambiar poco las situaciones. Y todo ello muy limitado por la inexistencia de una anestesia que era, en cierto modo, inexistente. Este aspecto se arreglaba con conjuros m�gicos y alg�n medicamento con efecto analg�sico, como la mandr�gora, u otros que ligeramente adormec�an, y de los que se conocen varios. El uso de ingerir vino hasta un buen nivel era, supongo, un medio de ayudarse a soportar el dolor. Pero, en todo caso, el paciente deb�a, no ten�a otra opci�n, que aguantar el dolor.

Hace a�os pude leer en alguna revista que no recuerdo, que se hab�an encontrado un grupo de cad�veres de soldados egipcios momificados espont�neamente por la arena, en una zona pr�xima a Nubia y que en uno de ellos se conservaba la flecha que lo mat�. El astil de madera provisto de una punta de piedra o cobre, penetraba por la mu�eca del brazo derecho [que ten�a adelantado en un posible intento de defensa instintiva], y atravesando todo el brazo y el t�rax, sal�a por la esc�pula del mismo lado, lo que nos indica la potencia de las armas nubias. Es posible que los cirujanos de la �poca, en estos casos recurrieran al socorrido sistema de cortar la parte que sal�a del cuerpo con la punta y retirar el astil desde el otro lado y, en un supremo esfuerzo de buena voluntad, desear suerte al afectado. Y es de suponer que esta cirug�a de guerra obtuviera resultados positivos en los casos menos graves o de gran resistencia del paciente, lo que llevar�a a los cirujanos a probar diversos medios de resolver situaciones extremas. 

 

Figura 12. El rey Den golpeando a un enemigo

 

Todas estas experiencias se van acumulando a lo largo de los a�os en una mezcla de tradici�n oral y escrita y hace que los papiros m�dicos tengan con el tiempo una larga lista de posibilidades.

Hasta bien avanzado el tiempo, el instrumental es escaso en Egipto, pero a lo largo de los a�os, con los avances de la metalurgia, aparecen lentamente pinzas, sierras y otro instrumental {los antecedentes est�n claros en la Babilonia de los a�os 3.000 a. C. en los que dichos instrumentos se han visto representados} que evidentemente permitir�n, poco a poco, un considerable avance en la acci�n quir�rgica. 

Es sin embargo el �Papiro de Smith�, considerado como el primer tratado de cirug�a del mundo y del Antiguo Egipto, el que m�s datos expone sobre la cirug�a de aquellos lejanos tiempos. Y si bien el papiro que tenemos es de �pocas avanzadas, por muchos detalles est� bastante claro que es copia de copia, mejoradas y puestas al d�a, de las t�cnicas que ya se usaban en la III y IV Dinast�a, momento en la que por la construcci�n de las grandes pir�mides y numerosos templos, los accidentes laborales deb�an ser tan corrientes como en la actualidad los accidentes de tr�fico.  Seg�n lo que se sabe, esta cirug�a menor estaba relativamente avanzada y las heridas se describ�an bien y pod�an ser, para establecer posteriormente la l�nea terap�utica a seguir, de varios tipos netamente diferenciados:

 

a.- Herida con boca (orificio). Es lo que actualmente llamamos herida contusa, como la causada por la entrada de un disparo, la punta de un palo o el pinchazo de un estilete.

b.- Herida con labios (raja amplia). Es el tipo de herida incisa que causa un cuchillo al cortar ampliamente o un golpe de hacha o azada.

c.- Herida que llega hasta el hueso. Es una herida, contusa e incisa amplia y de gran profundidad, como las que suceden en muchos casos en los accidentes de tr�fico en los que la chapa abre �en canal� un segmento de un miembro.

d.- Herida que sangra o no lo hace. Las heridas, seg�n su localizaci�n, pueden afectar a un gran vaso, lo que se traduce en profusa hemorragia, o bien s�lo seccionar unas pocas venas que, en ocasiones cierran sus bocas por retracci�n de su fina capa muscular y casi no parecen sangrar o lo hacen muy lentamente, la llamada �hemorragia en s�bana�.

Hay incluso descrito, en el Papiro de Smith, el caso de un paciente con un cuadro cl�sico de t�tanos, afecci�n secundaria a una herida, cuya evoluci�n, hasta el �bito, con su rostro t�pico (cara de vaca como se dec�a hace tiempo en Espa�a) causada por el trismo facial y cuya evoluci�n se encuentra perfectamente delineado en el papiro, lo que implica una gran capacidad de observaci�n y descripci�n.

Cabe destacar que en �pocas avanzadas de esta civilizaci�n, como indican los doctores Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba en las p�ginas 155 /6, de su libro ya citado, se acepta, o algunos autores al menos lo hacen, basados en la literatura m�dica de la �poca, la existencia de una cirug�a de muy alto nivel, de la que por desgracia no hay todav�a dados fidedignos.

   

LA TRAUMATOLOG�A.

La traumatolog�a, por los accidentes laborales, estaba muy adelantada y en los tratados sobre el tema, presente en papiros como el de �Edwin Smith� dedicado a la ense�anza de futuras generaciones de m�dicos, se clasifican las lesiones en tres tipos de posibles tratamientos y, para cada tipo descrito, exist�an ya unas normas b�sicas que los cirujanos deb�an saber clasificar y atenerse a ellas

a.- Dolencia que voy a tratar�. Indicaba que el resultado era previsible y se deb�a actuar activamente. El cirujano iniciaba de inmediato su labor de reducir, alinear e inmovilizar la parte fracturada.

b.-Dolencia que voy a contener�. En este caso existe una duda clara y la posible actuaci�n se va a limitar a una inmovilizaci�n o poco m�s y a esperar una evoluci�n aparentemente incierta.

c.-Dolencia que no voy a tratar�. Es evidente que el clasificado en este grupo deb�a prepararse para �reunirse de inmediato con su Ka�.

 

Las fracturas eran bien conocidas y tratadas, clasific�ndose en dos tipos:

1.- Fractura simple:  Era la que constaba de dos piezas y se denominaban Sedj.

2.- Fractura complicada: denominadas en el idioma de Kemet como Pesen. Era una fractura compuesta por varios fragmentos, lo que implicaba maniobras complicadas de reducci�n e inmovilizaci�n. Se han encontrado momias con este tipo de facturas, con callos de consolidaci�n total y con una alineaci�n de los fragmentos muy encomiable.

Dentro de estas fracturas complicadas pod�a haberlas de dos tipos:

A.- Fracturas cerradas. NO hab�a exposici�n del hueso al exterior y por tanto s�lo exig�an una reducci�n con alineaci�n y la consiguiente inmovilizaci�n con unas tablas y un vendaje de fijaci�n de �stas.

B.- Fracturas abiertas, SI hab�a exposici�n de alguno de los extremos �seos por la herida. Este tipo de fractura era por s� misma de extrema gravedad y se deb�a a que la salida del hueso implicaba casi necesariamente la infecci�n y el t�tanos.

 

Dentro de la cirug�a del momento cabe destacar la existencia de los abultamientos o tumores. Aprovecho para indicar en este punto, que la palabra �tumor� no significa c�ncer, como se interpreta habitualmente, sino simplemente bulto y se les denominaba en el antiguo lenguaje: Shefut

Pod�a ser de dos tipos:

a.- La hinchaz�n sencilla o Henhenet que era tratada con vendajes que ejerc�an una cierta compresi�n reductora de la inflamaci�n.

b.- Los abscesos o Aat Se trataban con incisiones, escisiones y evacuaci�n y drenaje, empleando para ello las citadas puntas de flecha o posteriormente cuchillos de s�lex, cobre, bronce y finalmente hierro. 

En este punto y como ampliaci�n de lo explicado, para los interesados en profundizar, recomiendo la lectura, adem�s del numerosas veces citado libro �La medicina en el Antiguo Egipto�, de los Doctores Cuenca-Estrella y Barba, leer el cap�tulo XIX, p�ginas 243 a 251, de �La vida en el Antiguo Egipto�, de Eugen Strouhal, donde texto e im�genes son de una gran riqueza sobre estos extremos.

   

NEUMOLOG�A.

Las infecciones del tracto respiratorio, bronquios, tr�quea y pulmones, se sab�an tratar bastante bien a pesar de que no se ten�an conocimientos sobre el funcionamiento del pulm�n, por lo que los tratamientos no eran quir�rgicos y s� muy emp�ricos, basados en la experiencia en el empleo de brebajes de plantas, inhalaciones y sahumerios. 

Las inhalaciones estaban muy bien realizadas y la t�cnica era muy adecuada. Consist�a en calentar unas piedras planas sobre las que se colocaba el o los productos, vegetal o grasa y minerales, o minerales disueltos en agua y sobre las lajas calientes se colocaba una vasija de tipo c�nico, parecida a un gran embudo y se aspiraba por una ca�a que sobresal�a de ella. Parecido mecanismo se empleaba para la fumigaci�n y sahumerios vaginales.

Eran frecuentes las afecciones pulmonares del tipo de la neumoconiosis por la arena del desierto y el polvo en minas y canteras, as� como la antracosis por el humo. Se han descrito tambi�n cuadros que no son sino neumon�as (pulmon�as) cuyo tratamiento sin antibi�ticos no nos da buenas perspectivas para al menos un 70% de los casos, ya que exist�a la posibilidad de que pacientes fuertes y con buenas defensas, pudieran sobrevivir.

 

NEUROCIRUG�A.

A pesar de la falsa idea que indica, y se ha extendido, que los egipcios eran unos grandes neurocirujanos y trepanadores, la realidad es que hay escasos datos y m�nimos encuentros de piezas �seas que presenten este tipo de acciones. Se sabe de cr�neos trepanados en el periodo paleol�tico, en los que los orificios de entrada al cr�neo muestran se�ales de consolidaci�n �sea, lo que indica una clara y larga supervivencia del trepanado.

Hay tambi�n descritos algunos casos en momias egipcias en la que se aprecian lesiones traum�ticas, que no trepanaciones quir�rgicas, en la que el sunu de turno ha procedido a la extracci�n del o de los fragmentos �seos, disminuyendo as� la presi�n intracraneal, con supervivencia del afectado, como muestra reconstrucci�n �sea tras el tratamiento.

 

En las heridas en la cabeza los sunu distingu�an claramente si la sangre sal�a por:

1.- La herida. Es, a priori, la lesi�n menos importante y en consecuencia con grandes posibilidades de sobrevivir, tras una cura y cierre de la piel.

2.- Por la nariz. Es ya un caso grave, pues implica que el traumatismo puede haber afectado a estructuras internas m�s importantes y la hemorragia puede provenir de lesiones en regiones profundas, salvo que dicha hemorragia nasal se deba a un traumatismo facial coincidente, que pod�a, o no, actuar de forma concomitante con la lesi�n craneal.

3.- Por los o�dos. Cuando un paciente con traumatismo craneal sangra por los o�dos, sobre todo en aquella �poca, se puede decir que preparaba su viaje a los �Campos de juncos y a las praderas de Iaru�, pues esa hemorragia implica necesariamente una fractura de la base del cr�neo y, �salvo excepciones?, hac�a obligatorio el marcharse con su Ka.

Los antiguos egipcios conoc�an algunas afecciones neurol�gicas que sufrimos en la actualidad, como eran la migra�a (la llamaban �Dolor en media cabeza�) y las dos afecciones, de las que no hac�an, ni pod�an hacer, un diagn�stico diferencial, como son �La demencia Senil� y la �Enfermedad de Alzheimer�, quedando ambas posibilidades englobadas bajo el ep�grafe de �Personas que se deterioran con la edad�.

   

LA ORTOPEDIA.

La ortopedia no era una especialidad muy desarrollada, si bien se han encontrado pr�tesis de diversos tipos, muchas de ellas carentes de funcionalidad y otras muchas que si las ten�an.

El uso de bastones de mano, como los encontrados en el hipogeo de Tut-Anj-Am�n, que los hay largos y cortos, es posible tuvieran un uso de ayuda para caminar en determinadas circunstancias[16].

     

Figura 13. Bastones en la tumba de Tut-Anj-Amon.

 

 

Pero tambi�n dispon�an de muletas, de apoyo en axila[17], tal como pueden verse en el grabado que hay sobre Se-Men-Ka-Ra y Merit-At�n, en el que el primero tiene un bast�n tipo muleta que parece ensancharse en su extremo proximal a la altura de la axila. 

 

Figura 14. Se-Men-Ka-Ra en Tell el Amarna. Museo de Berl�n.

Del mismo tipo y naturaleza es la imagen que se puede observar en la figura que se acompa�a y que es la portada del libro: �La medicina en el Antiguo Egipto� de mis colegas Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba a los que cito en la bibliograf�a de esta obra por sus grandes aportaciones al estudio de la medicina en el Antiguo Egipto.

A lo largo de este estudio hay citadas otras pr�tesis, como la de la mano artificial, posiblemente s�lo est�tica, encontrada dentro del ata�d de una momia en lugar de su mano amputada o las citadas pr�tesis dentales e incluso hay constancia de pr�tesis oculares, aunque es dudoso que sirvieran para algo m�s que para dar imagen a estatuas que es donde se colocaron.

 

 

 

El uso de bastones o ayudas externas era claro en casos como los de artritis, que era muy comunes y que limitaban de forma seria la movilidad, y la sufrieron hasta los reyes, como ocurre con Rams�s II.

 

LA OFTALMOLOG�A.

La constante arena y el polvo flotando en el aire eran causa corriente de problemas en los ojos, conjuntivitis, erosiones e incrustaciones en cornea, que con el tiempo llevar�an a grandes p�rdidas de visi�n.

El tracoma era una afecci�n com�n que causar�a miles de cegueras en Egipto, como a�n sigue caus�ndolas en el mundo africano. Aunque en las momias es dif�cil distinguir las lesiones de este tipo debido a la acci�n del natr�n y otras substancias empleadas en la momificaci�n, queda constancia de su gran frecuencia. La transmisi�n del tracoma era f�cil y no s�lo por las moscas como siempre se ha dicho, sino por el contacto directo entre personas, a trav�s del uso de ropas, afeites y cosm�ticos, las manos, pero sobre todo por las moscas y otros insectos. Es bien conocido de todos los que hemos estado en Egipto la pesadez de sus grandes moscas negras, sobre todo cuanto m�s hacia el sur nos encontremos y c�mo tienen una especial preferencia por los ojos, siendo habitual ver que los nativos llevan, sobre todo los ni�os, moscas posadas en los ojos  en ambos �ngulos y que si las espantamos con las  manos o con los plumeros de cola de camello, vuelven de inmediato, siendo el mejor remedio el de los repelentes en loci�n con los que te untas  cada ma�ana las partes expuestas del cuerpo, sobre todo la cara y el cuello.  

La existencia de im�genes de arpistas ciegos[18] tiene una posible explicaci�n en el hecho que al tener las dos manos ocupadas para tocar, no pod�an espantarlas, por lo que la infecci�n se instauraba e iniciaba su desarrollo de fases sucesiva que creaban las lesiones y reacciones cicatriciales que llevaban ineludiblemente a la ceguera. 

En el tratamiento de las afecciones oculares cabe se�alar que usaban la instilaci�n de gotas de diversos productos que se echaban con una pluma de buitre directamente en los ojos. El uso de esta pluma, espec�ficamente de buitre, se deb�a a que le confer�an poderes m�gicos.

 

Figura 15. El arpista ciego.

 

PROTECCI�N OCULAR.

Los sunu recomendaban y la poblaci�n en general lo usaba, como protecci�n ante el exceso de luz (no exist�an las gafas ahumadas) el empleo de pinturas oscuras en torno a los ojos. Esto se realizaba de varias formas, siempre mediante pigmentos minerales:

1.- El Kohol, que era un sulfuro de antimonio (estibina) de color oscuro con el que se rodeaba el ojo y conform�ndolo con estilo, servia de maquillaje. Y no solo se pintaban las mujeres, sino tambi�n lo hac�an los hombres.

2.- La Malaquita, era un carbonato de cobre, de color verde, aunque tambi�n exist�a una malaquita azul, mucho menos com�n. Se usaba en el maquillaje y tambi�n con la intenci�n de proteger los ojos de la luz y los insectos.

3.- La Azurita, de color Azul Prusia, era un bicarbonato de cobre, una variedad m�s rara. 

4.- La Galena, un sulfuro de plomo, de color negro intenso, se le llamaba mesdemet.

 

Finamente triturado y engrasado para que pudiera adherirse al rostro, tambi�n era usado para estos menesteres de protecci�n y embellecimiento[19].

Todos estos minerales se empleaban bien molidos hasta conseguir un polvo fino que se mezclaba con grasa de ganso, y se manten�a en preciosos tarros de alabastro o fayenza, similares a los empleados para contener el kiphy (perfume) del que se sacaban peque�as porciones a paletas de pizarra para el uso cotidiano. 

 

Figura 16. La Gran Esposa Real Nefertary, de su tumba en el Valle de las Reinas.

 

 

LA OTORRINOLARINGOLOG�A.

La existencia de amigdalitis, linfadenitis y otitis est�n m�s que constatadas. El tratamiento era siempre de tipo m�dico externo, del mismo modo que hasta hace unos sesenta a�os se trataban las parotiditis (paperas) en el mundo, mediante emplastes de todo tipo de materiales, mezcla de vegetales y alg�n mineral que, envueltos en lino se pod�an calentar y realizaban su acci�n, supuestamente bienhechora, por la presencia de los productos y, sobre todo, por el calor local al ser colocados rodeando el cuello y los carrillos.

Se han encontrado momias con graves lesiones por neoformaciones de garganta, cuello y cara, lo que nos indica, junto con otros muchos similares en otras zonas del cuerpo, sobre todo de tipo �seo que ve f�cilmente con radiograf�a simple, que el c�ncer no era ninguna novedad en aquellas lejanas �pocas.

 

LA UROLOG�A.

Las afecciones urinarias como las incontinencias, las retenciones, disurias y poliurias eran bien conocidas, aunque no se sabe como, por ejemplo, pod�an tratar una retenci�n por hipertrofia o tumor de pr�stata, sin sondar al paciente. Realmente no sab�an nada de los ri�ones, los ur�teres y otras partes de aparato excretor y de sus funciones, y sin llegar a relacionar la micci�n con los ri�ones.

La bilharzia se encontraba en el agua y penetraba por la piel hasta alcanzar en la sangre y acabar aloj�ndose en las v�as urinarias. Se han encontrado estos par�sitos calcificados en el interior de ri�ones y v�as urinarias en las autopsias de momias. Igualmente se ha constatado la existencia de litiasis renal (piedras de oxalato o de urato) a diferentes niveles: ri��n, ur�ter y vejiga.

Figura 17. Tumba del m�dico Anj-ma-Hor. Sakkara.

Estas afecciones parasitarias cursaban con hemorragias cr�nicas que se eliminaban por la orina [hematurias], anemias cr�nicas como consecuencia de la p�rdida lenta, pero constante, de sangre. En las �ltimas fases aparec�a un cansancio infinito e intenso hasta llegar al deceso del paciente.  

 

Es bien conocida, como t�cnica quir�rgica, la operaci�n de corregir la fimosis, el estrechamiento del prepucio. A esta operaci�n se la llama �Circuncisi�n�[20] . En ella se usaba un cuchillo ceremonial de obsidiana �por razones religiosas deb�a ser de este material-- para hacer los cortes y dejar libre el glande, con lo que se consegu�an tres aspectos importantes:

1.- Un crecimiento mayor del pene que puede casi doblar en tama�o a la mayor�a de los no circuncidados.

2.- Retrasar durante el coito el orgasmo masculino, lo que proporciona tiempo para conseguir que pueda alcanzar el cl�max la mujer que con �l yace.

3.- Y esta es la raz�n principal de su empleo desde tiempos prehist�ricos: evitar las infecciones debido a la retenci�n, y calcificaci�n en algunos casos, del esmegma, la secreci�n lubricante del glande.

Esta pr�ctica, tan antigua como las arenas del tiempo, se ha interpretado siempre como un ritual de iniciaci�n de los adolescentes varones. En la protohistoria y posteriormente se ha utilizado claramente. En Egipto no hay duda de su uso pues hay grabados que lo muestran con claridad, existiendo figuras en las que se ve a muchachos j�venes sometidos a la intervenci�n. Es una pr�ctica que se conserva en muchas culturas y cuyo uso se ha incrementado por sus buenos resultados en sus tres aspectos ya indicados. A pesar de ser una cirug�a menor, en aquella �poca no estaba exenta de riesgos.

La sol�a realizar un sacerdote sunu �con un fuerte ayudante que sujetaba al intervenido-- que mezclaba los conceptos de ritualidad, frases m�gicas para el dolor y el uso de cuchillos de s�lex o de obsidiana, todo ello bajo advocaci�n del dios Ptah, dios dotado de, y con, poderes curativos. Con el tiempo se utilizaron pinzas de bronce para ayudarse en la intervenci�n, tal como se realiza en la actualidad[21]

 

Figura 18. Pinzas de bronce usadas en cirug�a.

La ablaci�n del cl�toris, es una costumbre de origen centroafricana que se ha extendido a muchos pa�ses dando lugar a sufrimiento y en ocasiones a serios disgustos pues la realizan sin un m�nimo de seguridad y material adecuado. Y se debe a que esta prohibida en casi todo el mundo y va claramente ligada a la incultura y al machismo. En el Egipto Antiguo no se han encontrado momias con se�ales de que se practicara y en ning�n caso se habla sobre esta absurda y est�pida costumbre.

                                                                   

NOTAS.


[1] Historiascope de la medicina. Perell�. Jorge.- Edita: Laboratorio Carlo Erba. Barcelona 1.964. 1.- 

[2] Hagen, Rose Marie y Rainer.-Egipto: hombres, dioses, faraones. Editorial Taschen. Barcelona 1.999.- 145. 

[3] Editorial K�nemann.- Egipto: El mundo de los faraones.- Tebas. K�nemann, Colonia. 1.997. 

[4] Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba.- La medicina en el Antiguo Egipto. Editorial Aldebar�n, S. L. Madrid 2.004. Portada.  [Figura 4]

[5] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto.  Hildeshein, Museo Pelizaeus. Plaza Jan�s. Barcelona 1.984.- 423. 

[6] Hagen, Rose Marie y Hagen.- Egipto: hombres, dioses, faraones.  Editorial Taschen. Barcelona 1.999.  65.- 

[7] Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba.- La medicina en el Antiguo Egipto. Editorial Aldebar�n, S. L. Madrid 2.004. 114.

[8] Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba.- La medicina en el Antiguo Egipto. Editorial Aldebar�n, S. L. Madrid 2.004. 151 a 160.

[9] Editorial K�nemann.- Egipto: El mundo de los faraones.-  Colonia. 1.997. 472.- 

[10] Historiascope de la medicina. Perell�. Jorge.- Edita:  Barcelona 1.964. 

[11] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto.  Plaza Jan�s. Barcelona 1.984.- 393. 

 

[12] David, Rosalie & Asher, Catherine, Manchester university Museum Dental Hospital. �Mummy dentistry: Du Pont ray technology helps unlock 5.000 year old mysteries�. Du Pont Magazine. Geneva. 1.973.

 

[13] Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba.- La medicina en el Antiguo Egipto. Editorial Aldebar�n, S. L. Madrid 2.004. 167.

 [14] Ib�dem, 36 a 40 y 173.

[15]  El Antiguo Egipto en el Museo Brit�nico.  Alianza Editorial Forma. Madrid 2-004.- 36. 

[16] Desroches-Noblecourt, Cristiane.  Editorial Noguer, S. A. 3� edici�n 1.967. 72. 

[17] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto. Paseo por el jard�n. Tell el-Amarna. Plaza Jan�s. Barcelona 1.984.- 394.

[18] Ib�dem. El Antiguo Egipto. El arpista ciego, tumba de Amenemhet, Tebas. Edita Plaza Jan�s. Barcelona 1.984.- 393.

[19] Bedman, Teresa.- Reinas de Egipto. El secreto del poder. Editorial Ober�n. 2.003.- 176.  

[20] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto. La circuncisi�n. Edita Plaza Jan�s. Barcelona 1.984.- 392.

[21] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto.  Edita Plaza Jan�s. Barcelona 1.984.- 392. 

 

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