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Swnw (II): Cirugía, Traumatología, Ortopedia y
otras especialidades en el Antiguo Egipto. |
Por Dr. José Ignacio Velasco Montes. LA
MEDICINA PRETÉRITA. Ya en restos del paleolítico, en torno a los 10.000 años a. C., se sabe de la existencia de raspas de pedernal y cuchillos fabricados con un cuerno en el que hay clavado una tallada y afilada pieza de sílex, con fines diversos, entre los que cabe pensar en una primitiva cirugía[1]. Es una época en la que la “teoría animista”, el modo de pensar de esa época, muestra que la enfermedad es un castigo de la divinidad y obra de malos espíritus a los que hay que engañar, asustar, sobornar o conquistar con ofrendas --incluso sacrificios humanos y de animales-- y fórmulas cabalísticas y extraños ritos. Por eso el mago, hechicero o sacerdote es también médico. La religión y la medicina caminan juntas desde la prehistoria hasta la actualidad en algunos puntos del globo.
Los egipcios, por lo
que de los papiros médicos se desprende, conocían un total de unas 200
variedades de dolencias diferentes, sobre las que actuaban de diferentes
formas, entre las que cabe distinguir especialmente la magia en sus más
diversas formas. Entre estas enfermedades o trastorno que manejaban los
sunu, NO se mencionan alteraciones de: 1.- Los pulmones. 2.- El hígado. 3.- La vesícula biliar. 4.- El bazo. 5.- El páncreas. 6.- Los riñones. Ello es debido a que de estos órganos apenas conocían nada de sus funciones, ni casi de sus relaciones anatómicas. Nunca, hasta tiempos muy cercanos, se relacionaron, por poner un ejemplo, los riñones con la orina y ese mismo desconocimiento debía ocurrir con los demás citados órganos.
Es
evidente que por ese pequeño orificio no se podía ver el interior de ese
cuerpo, lo que no hubiera permitido aprender nada. A ello se le sumaba la
ausencia de relaciones entre los sunu y los momificadores. Por
otra parte, tampoco los sunu debían prestar ninguna atención a la labor
de los matarifes que sacrificaban y dividían en piezas a las reses, por
lo que tampoco existía esa posibilidad de aprender una anatomía del
cuerpo animal. Este estudio, en los tiempos actuales, se realiza durante
dos años de disección de cadáveres en las salas de anatomía de las
Facultades de Medicina. LA
EXPLORACIÓN DEL PACIENTE. Ante
una enfermedad o accidente, el médico exploraba al paciente, en un orden
claro y de forma muy parecida a la que se hace en la actualidad para
establecer la Historia Clínica: 1.-
Una anamnesis o interrogatorio de su historia, repasando sus antecedentes
y datos familiares y se añadían los datos que causaban la consulta
presente. 2.- Observación corporal claramente detenida:
3.-
Palpación cuidadosa de una serie de partes
del cuerpo que pensaban tenían relación con posible enfermedad o en las
que existían lesiones por el accidente. 4.-
Comprobación de su situación física: es
decir, si se podían hacer cosas: mover los brazos, andar, correr, saltar,
abrir y cerrar las mandíbulas, movilidad ocular, etcétera. 5.-
Emisión de un presunto diagnóstico. Era la culminación de todo el
proceso. El sunu llegaba a una conclusión y daba su impresión al enfermo
o a la familia en su caso. 6.-
Finalmente hacia una propuesta de tratamiento en el que se mezclaban los
remedios físicos y químicos con una gran dosis de magia, amuletos,
peticiones a los dioses y los equivalentes a los actuales “ex votos”,
en forma de figuras grabadas y estatuas, estelas suplicatorias y jarras
propiciatorias y solicitadoras de favor, o bien todo lo contrario, el uso
de figuras de imprecación –antecedente del vudú-- cuando se deseaba
alejar al causante de la enfermedad. Todos estos “ex votos” se
depositaban en los patios de los templos dedicados al dios al que se le
hacía la plegaria. Si estos templos se encontraban lejos del paciente,
por lo que no podía llegar a él, delegaba y era otra persona la que lo
depositaba, lo que se denominaba “voto por poderes” con lo que se podían
conseguir los mismos e presuntos efectos siempre que, la pieza a dejar
llevara su nombre y su solicitud. Estas
figuras votivas se colocaban en el interior del patio de los templos
mirando en dirección a la nao, en la que estaba el santuario, en el que
residía el dios: para una mejor y más directa comunicación con éste.
Estos templos, algunos recibían tan gran cantidad de peticiones por la
naturaleza del dios al que estaban consagrados, llegaban a acumular
grandes volúmenes de regalos, por lo que al estar los interiores repletos
enterraban los “ex votos” en el exterior, en grandes zanjas de las que
se han encontrado no pocas llenas de toda clase de objetos muchas de ellas
con datos e información sobre el solicitante y lo deseado. Curiosamente
estos tratamientos eran un tanto particulares, por cuanto sus ideas sobre
las enfermedades e incluso las afecciones quirúrgicas estaban enfocadas
desde una óptica muy diferente a la actual. Pero era, sobre todo,
mediante dietas la forma más común de iniciar y mantener un tratamiento.
A esta terapéutica se podían sumar otras actuaciones, como era en los
casos quirúrgicos y los accidentes. Los
médicos imponían ayuno y minidietas con frecuencia, pues sostenían que:
“La mayoría de la comida era
superflua y en este sobrante se encontraban y originaban la mayoría de
las enfermedades”.
La profilaxis de enfermedades de todo tipo se realizaba no por
nociones de higiene, sino sobre la base de amuletos, exorcismos, conjuros
y ensalmos. Existía una amplia panoplia de amuletos, entre los que
destaca el Nudo Mágico de Isis o
Tyet. Un amuleto muy típico y que guarda relación con la magia
del Nº 7, consistente en la fabricación de un collar hecho con 7
cabellos rubios entretejidos o trenzados por dos madres que fueran
hermanas en cuya cuerda se ensartaban 7 ágatas y 7 cuentas de oro. Pero
estos aspectos de la magia serán vistos en otro estudio que publicaremos
más adelante, dedicado exclusivamente a este interesante tema, SUNU V:
“La magia y la medicina”. Las
enfermedades más comunes eran: 1.- Periodos de hambre prolongadas por problemas de inundaciones demasiados grandes o excesivamente escasas. Son las hambrunas y las plagas de las que siempre se ha hablado. Entre estas plagas cabe incluir las “pestes”, a las que los egipcios ponían nombres extranjeros, de los que se suponía que venían a modo de maldición. A la peste epidémica, que causaba miles de defunciones, se le llamaba “el mal Canaíta” pues suponían que entraba desde el norte, procedente de Canaan. Las tormentas con agua, muy extrañas en el clima egipcio, o los largos e intensos Jamsin de arena que duraban semanas, cubriendo todo de polvo silíceo, los consideraban consecuencia de sus malas acciones al ofender a los dioses y éstos se los enviaban como castigo, siendo el malvado dios rojo Seth, el dios del desheret, del desierto, el encargado de realizar la punición, a veces manteniéndola durante semanas y que ellos trataban de detener mediante ofrendas y plegarias para sobrevenir al caos, el temido isfet. 2.- Las enfermedades largas en los niños, causadas por las anemias secundarias debidas a tuberculosis, fiebres tifoideas y paratifoideas o de otros orígenes, malnutrición, etcétera, son fáciles de reconocer pues nos han dejado unas señales radiográficas óseas que se han podido constatar en el estudio de momias y que consisten en unas rayas que se denominan las “Líneas de Harris”. 3.- Los padecimientos más comunes de la población eran las infecciones intestinales: tales como las enterocolitis de diverso origen, desde las disenterías amebianas y las salmonelosis, a las parasitosis de diversa etiología, como las anquilostomiasis (tenias o solitarias), los diversos tipos de nemátodos (lombrices), triquinosis, etcétera.
Los sunu tenían una idea bastante clara de los orígenes de estas afecciones y lo atribuían a la ingesta de comida y agua. Este concepto se debía a la observación de la evacuación de lombrices, tenías y otros parásitos por las heces –que observaban detenidamente-- lo que les hacían pensar que éstos habían entrado por la boca, demostrando así que relacionaban claramente el methu boca-ano como un canal más o menos directo. 4.- Muy frecuentes y con mal pronóstico, a mediano o largo discurrir del tiempo, eran las enfermedades tropicales: entre las que cabe destacar la bilarziosis, la lehismaniosis (a la que se le sigue dando el nombre de Botón de Oriente), etcétera. Eran frecuentes y de mal pronóstico las anemias de diversos orígenes, como la falciforme o Anemia del Mediterráneo y otras afecciones del grupo denominado enfermedades tropicales, que se manifiestan en los esqueletos de las momias por lesiones óseas en cráneo y fosas oculares. Del mismo modo existían otras infecciones como el paludismo (malaria), cuyo pronóstico, a la larga era malo y que al desconocer el mecanismo de transmisión por el mosquito Anopheles, transmisor del plasmodio, y no disponer de un tratamiento, eran de finales claramente nefastos. Igualmente había otras afecciones que cursaban con fiebre, anemias, etcétera, en cuya propagación intervenían piojos, pulgas, moscas y otros muchos insectos de los que había una gran abundancia, sobre todo por las casas hechas de adobe, ramas y pieles. 5.- Las enfermedades por virus, como la Poliomielitis o Parálisis Infantil, actualmente erradicada, eran conocidas, aunque no sabían nada sobre ellas, (ni posteriormente se ha logrado encontrar, al menos de momento, los virus en los estudios de momias, aspecto en el que se está empezando a investigar), pero hay grabados que muestran las típicas imágenes de una pierna poliomielítica, atrofiada, acortada y mostrando un pié equino compensador [3] y el paciente usando bastón o muleta[4].
ENFERMEDADES VASCULARES No eran quirúrgicas por razones obvias, pero se ha constatado la existencia de un amplio panel de estas dolencias en los estudios de momias. Sobre todo a nivel de las clases más acomodadas --con una alimentación más rica en grasas y proteínas animales-- que sufrían con cierta frecuencia de arteriosclerosis, ateromatosis, infartos de miocardio, varices y todo el panel típico que en afecciones vasculares lleva aparejado el paso del tiempo y una comida excesivamente rica en hidratos de carbono, proteínas y grasas. Por las mismas razones, incluyendo el abuso alimenticio de la miel, estas clases más agraciadas tenían una clara tendencia a la obesidad, lo que les hacía sufrir prematuramente lesiones cardiacas típicas del sobrepeso y del sedentarismo. Este exceso en el consumo de la miel, les llevaba igualmente una tener una mayor cantidad de lesiones en la dentadura, como se ha demostrado en las momias y en la estatuaria de la, llamémosle, nobleza de esa época. Sin embargo, esta cierta y acusada obesidad, estaba considerada como un signo de buena situación social. Así podemos observar que nobles como Hemiunu[5], es un hombre obeso, satisfecho de la vida. Lo mismo podemos decir de otro arquitecto de la época de Keops, IV Dinastía, Imperio Antiguo, si contemplamos la estatua de Anj-Haf. Igualmente es obeso el representado por la famosa estatua de Sheik el-Beled[6], que se encuentra en el museo de El Cairo, también de la IV Dinastía, conocido como “El alcalde de mi pueblo” por su político aspecto.
LAS AFECCIONES QUIRÚRGICAS. Egipto
era un país en el que los accidentes eran comunes y fáciles de afectar a
una gran cantidad de las personas que lo habitaban. Kemi era la
representación, por antonomasia, de lo que personalmente he dado en
denominar “La civilización de la piedra”. Y el trabajo en grandes
masas de estos minerales llevaba adjunto toda una serie de peligros no sólo
potenciales, sino muy reales y cotidianos. Las
piedras pesan y son inestables a la hora de su manejo; además, salvo
excepciones, había que sacarlas de canteras en base a un gran esfuerzo,
paciencia y habilidad, pues se carecía de máquinas que realizaran las
fases más peligrosas. Pero además del trabajo físico en sí mismo,
muchas veces éste se realizaba en lo alto de paredes sobre un andamiaje
inseguro por lo que ocurrían con bastante frecuencia caídas y accidentes
que acababan en aplastamientos, deslizamientos de grandes bloques, etcétera.
Pero
además, este tipo de trabajo llevaba consigo la formación de una
abundante formación de polvo que se sumaba al ya existente de la arena
del desierto, movido por el aire, polvareda que lo inundaba todo. En
consecuencia esta masa mineral, tanto la fija en la que se trabajaba tallándola,
ajustándola, puliéndola y transportándola, como la flotante del
ambiente, daba lugar a una serie de afecciones que se pueden encontrar en
las autopsias a los cadáveres momificados que se estudian cada día con
mayor frecuencia, con más interés y mejores medios. En estas
investigaciones es bastante común, prácticamente obligatorio, que al
analizar y ver al microscopio cortes de tejido pulmonar, se aprecien una
gran cantidad de motas de sílice o de otros tipos de minerales en unas
incipientes o bien instauradas silicosis. Del mismo modo, se pueden
apreciar lesiones del tejido pulmonar por el humo de las hogueras y los
hornos caseros en los que se guisaba y se hacía el pan, lo que se
realizaba en unas pequeñas casas dotadas de escasa ventilación y
evacuación de humos, afección que conocemos como antracosis.
Esta
forma de vivir y trabajar daba lugar a: 1.- Grandes y graves accidentes por pesadas masas de piedra desplazadas, caídas desde alturas, hundimientos en canteras, deslizamientos en los barcos dedicados al transporte, etcétera. 2.- Accidentes causados por la caza de animales salvajes que pululaban por el borde del desierto. Otros accidentes comunes ocurrían durante la pesca que se realizaba, bien desde pequeñas barcas (las cuffas de papiro, cañas y juncos), o desde la misma orilla, por la posibilidad de lesiones causadas por los hipopótamos y los cocodrilos. Dentro de este mismo tipo de accidentes debemos recordar los causados por toda una fauna de alacranes, escorpiones y serpientes de la familia de la naja (cobra) o los áspides que tan famosa han hecho la muerte de Cleopatra. 3.- Lesiones óseas de tipo degenerativo (artrosis y deformidades, sobre todo de columna, caderas, pies y manos) causadas por el esfuerzo de arrastrar, elevar y ajustar los grandes, medianos y pequeños bloques con los que se construía desde un periodo que se remonta, al menos, a la Dinastías II-III. 4.- Afecciones óseas de diversos tipos, de origen congénito y no traumático y que en ocasiones se pueden apreciar en los grabados de estelas y paredes de los templos. Hay estatuas en las que se aprecia una gran deformidad de la columna por el Mal de Pott, la tuberculosis de columna vertebral. Hay imágenes y grabados que muestran deformidades de la espalda, del tipo de la Escoliosis. Dentro de este grupo se aprecian claramente cifosis y escápula alata, no siempre fáciles de diferenciar para nosotros dada la escasa calidad en detalles posturales de las epigrafías, e incluso de las estatuas en algunos casos. 5.- Afecciones pulmonares por la inhalación del polvo resultante del ajuste, extracción y transporte de piedras, restos de material, como los ripios empleados para hacer rampas, etcétera. 6.-
Abrasión oral que afectaba a la dentadura y
daba lugar, por desgaste, a grandes infecciones por exposición del
interior del diente y su infección, la pulpitis, y como es de suponer por
la ausencia de antibióticos, llevaría a septicemias graves que acababan
casi ineludiblemente en el óbito Hasta
ese momento, --Dinastías III y IV -- en el que se empieza a usar la
piedra, había sido el adobe la base de la construcción en las cabañas,
más o menos circulares u posteriormente rectangulares, en las que la
madera, las ramas e incluso las pieles, fueron los materiales empleados en
el hábitat y las mastabas. Materiales
que, como veremos, tampoco estaban exentos de problemas, aunque nunca de
la gravedad de las lesiones producidas por las pesadas piedras de caliza,
granito y similares. ENFERMEDADES
DE LA PIEL. Y estos últimos materiales, tierra, pieles y maderas, también debieron crear sus problemas, sobre todo de tipo cutáneo, al manejar amasando el barro y cortar la paja en finos fragmentos, así como el manejo y curtido de las pieles que llevarían consigo parásitos capaces de causar enfermedades [carbunco, etcétera]. Las enfermedades de la piel, que eran bastante comunes, eran en sí mismas una especialidad aparte y había una gran cantidad de ellas entre las que cabe destacar los eczemas (en el egipcio antiguo: Nesu), los impétigos, los forúnculos, las micosis, etcétera. Otra
afección, perfectamente comprobada, era la lepra. Los egipcios ya sabían
de su capacidad de contagio (erróneo en gran parte pues sólo alguna
variedad es realmente contagiosa). Por lo que se sabe por cuatro momias
encontradas en Balat, cerca y al sur de Luxor, que la padecieron y que,
evidentemente, habían sido desterradas de la zona norte y estaban entre
momias de color oscuro, posiblemente nubios. Queda claro que por los
efectos de la lepra, todos sabemos que las personas adquieren un aspecto
repulsivo dando lugar a un gran rechazo social, por lo que eran
desterrados a zonas aisladas, lejos de los núcleos de población, como
siempre se ha hecho a lo largo de la historia, con aparición de los
lazaretos. Sin embargo se ha podido constatar que las citadas
momias eran de épocas avanzadas, ya
en el periodo ptolemaico y no de tiempos más antiguos; lo que hace
suponer que la lepra no era muy común en tiempos más antiguos o,
simplemente, no nos han quedado datos útiles de momento[7].
Se
han encontrado claras señales de otra enfermedad endémica que dejaba
claras señales en la piel, como es la viruela. Es de suponer que causaría
una cierta cantidad de victimas letales en los que no tuvieran suficientes
defensas para superarla y quedarían muy marcados aquellos que
sobrevivieran a la infección, actualmente erradicada por la vacuna. LA
CIRUGÍA EN EL ANTIGUO EGIPTO. La cirugía, a pesar de lo dicho por Mika Waltari en su obra “Sinuhé el egipcio”, que escribe sobre el gran dominio de los sunu sobre las trepanaciones y otras modalidades quirúrgicas, no es un concepto cierto y, por tanto, no es precisamente la rama médica que más distinguiera a esta civilización. Realmente nunca se pasó de una cirugía menor, como curar heridas, abrir forúnculos, extirpar pequeños tumores externos, resolver los problemas hemorrágicos y de cierre en las amputaciones traumáticas, incluso realizarlas, e inmovilizar las fracturas mediante entablillado. Hay, al menos eso he leído en alguna ocasión, momias en las que se ha podido constatar la existencia de amputaciones a las que sobrevivió el paciente[8]. La amputación en sí misma es una intervención sencilla y el método de urgencia era lo que aún se llama “amputación en salchichón o guillotina”, método de corte que sería, mucho más violento que en la actualidad en el que se practica con delicadeza y enfermo dormido. En aquellas fechas se realizaba mediante un golpe de sable o hacha. El problema no es la acción de amputar, sino el contener la hemorragia, y el que lo lograran indica que por algunos de los métodos posibles de cortar el abundante sangrado y el posterior cierre de tejidos, sabían resolver algunos de estos casos. Los sistemas utilizados desde tiempos remotos para cortar las hemorragias, factor determinante en la labor del cirujano, junto con la anestesia, fueron o debieron ser: 1.- El del fuego directo sobre la herida sangrante: una antorcha quemaba el muñón de amputación, o al llevar la llama a la herida cauterizaba ésta en la que venas o arterias lanzaban su chorro mortal. 2.- Más adelante se empleó el cauterio, es decir un metal al rojo vivo, lo que no es más que un antecedente del actual bisturí eléctrico. 3.- Es muy conocido el sistema de la inclusión de la herida en aceite hirviendo que realizaba la labor de hemostasia, aspecto éste que se ha seguido usando hasta la edad media y así se representa en los casos de amputaciones a reos en una plaza pública, en los que al lado del tajo, hay un humeante barreño de aceite hirviendo en el que se introducía el muñón. 4.-
El vendaje compresivo. No hay imágenes que indiquen, al menos nunca las
he visto, que conocieran el uso del torniquete como sistema de parar una
hemorragia. Por tanto es de pensar que un apretado vendaje sobre la herida
haría las funciones de éste. Pero
en todos estos casos de uso de un material a gran temperatura, se está añadiendo
a la herida el factor negativo de la quemadura que, sin embargo, SÍ
impedía la muerte por el shock causado por la hemorragia y la anemia
aguda consecuente. Posteriormente a este acto de hemostasia por fuego, hay
escasos datos en los papiros médicos sobre el tratamiento de la herida
resultante, pero se indican dos posibilidades o caminos a tomar: A.- La posterior cura expositiva, dejando todo a la acción beneficiosa del aire y del sol, apenas protegido por una tela de lino, con o sin sustancias de adicción. Se ha descrito en algunos casos el uso de la colocación de carne fresca sobre la herida, carne que se cambiaba diariamente.
El
vendaje, como demuestran las momias, no sólo era conocido, sino que
constituía un verdadero arte[9].
Es de suponer, que su uso estaría extendido a la compresión de heridas
para detener las hemorragias, como lo estuvo para la inmovilización de
fracturas, sujetando las férulas de madera que la inmovilizaban, hasta
lograr la consolidación. Las suturas de heridas es igualmente de suponer que entraban en esa pequeña panoplia de remedios de la que disponían, aunque sólo se ha podido constatar que daban unos pocos puntos, en ocasiones, en la abertura realizada en la momia sobre el costado izquierdo, punto de abordaje usado para la evisceración del cadáver antes de su relleno con estopa, cañas, trapos de lino, paja y aceites aromáticos y conservantes para la momificación. Dicha sutura, [realizada con lino y una aguja de cobre o varilla de marfil parecida a los arpones usados en la pesca, pero más delicada], se cubría, en ocasiones, con una placa metálica de oro, electrón o cobre, denominada “Placa de vaciado de vísceras”.
Este escaso arsenal de instrumentos iniciales[10], con el tiempo se fue ampliando y la panoplia de enseres a utilizar fue creciendo hasta la época Ptolemaica en las que ya se encuentra, como en las paredes del templo de Kom-Ombo, una gran cantidad de instrumentos para todo tipo de usos[11].
Pero
veamos, en secciones independientes, algunas de las diversas
especialidades: ODONTOLOGÍA. Entre
los flemones o inflamación locales más comunes (reacción primaria y
obligada de cualquier afección infecciosa), hay que incluir los flemones
dentarios {muy frecuentes por el desgaste de la arena que dejaba al
descubierto la cámara pulpar} lo que crearía situaciones verdaderamente
graves, no sólo por la infección en sí misma, sino por el agudo dolor
que esta reacción local ocasiona. Esta situación límite llevaría a
soluciones extremas, el drenaje y lo más parecido a la extracción de la
pieza, cuando ésta no era posible sacarla, lo que ocurriría con
premolares y molares, que tienen las raíces separadas, lo que asegura e
implica una gran sujeción dentro del alvéolo maxilar. Es de suponer que la extracción de piezas dentarias sería una práctica más o menos común en tiempos lejanos, aunque se desconoce el sistema empleado, pero es de sospechar que la técnica sería, como se sabe se realizaba hasta tiempos recientes en algunas culturas, el del estrecho cincel rompedor [piedra o metal] que, con un golpe acertado y decidido, corta la pieza por su base, a la altura de la encía, dejando sólo las raíces en su implantación alveolar, lo que drena así el posible absceso pulpar y resuelve la situación. Esto
se realizaría así durante siglos hasta que la metalurgia avanzara lo
suficiente para que, en épocas muy posteriores, aparezcan los fórceps
destinados a este y otros usos. En
estudios actuales de momias mediante el uso de métodos no invasivos como
los Rayos X y la R.M.N., se han podido comprobar toda una serie de
supuestos que eran previsibles[12],
como la existencias de señales de antiguos abscesos, pérdida de piezas,
restos de raíces, en incluso en épocas tardías, delicadas obturaciones
(empastes) (no aceptados por algunos autores) que se rellenaban
con resinas de alta densidad. Se ha podido comprobar que,
excepcionalmente, se usaban sistemas de amarre con hilo de oro de piezas
que cubrían un hueco por razones estéticas. La pieza colocada para
cubrir un hueco, estaba sacada de un cadáver y tras su limpieza y ajuste
a la cavidad en la que debía rellenar una falta, quedaba sujeta por un
amarre con hilo de oro o electrón estableciendo algo que podría
considerarse como un primitivo puente dental en el que, en vez de coronas,
la prótesis quedaba sujeta por un anillo metálico a cada pieza vecina. En la magnífica obra: “La medicina en el Antiguo Egipto” de M. Cuenca Estrella y Raquel Barba, página 154, se cita la existencia de dos dentaduras postizas; una de ellas se corresponde con el Imperio Antiguo, IV Dinastía y la otra al periodo Ptolemaico.
Para
las gingivitis y otras enfermedades de las encías, se usaba el sulfato de
cobre, que es un gran astringente y reducía de forma clara la inflamación
de éstas, retrasando los serios problemas causados por la piorrea y las
paradontosis. Este producto, el sulfato de cobre, aún se usa en el
tratamiento de las afecciones de la gingiva (encía). Los egipcios, desde
épocas lejanas tenían un especial cuidado de la boca y la dentadura, a
pesar de lo cual éstas eran, por lo que se constata en las momias, un
desastre. Hacían enjuagues con diversos colutorios de diversos aceites,
extractos vegetales y natrón {carbonato sódico natural}, usando palitos
para la limpieza interdental e incluso se ha dicho que disponían de lo más
parecido a los actuales cepillos de dientes[13].
La halitosis, que les preocupaba, la resolvían mediante la
masticación de granos de anís y otras plantas aromáticas que solían
llevar a mano para su uso en los contactos sociales. CIRUGÍA
GENERAL. Pero en todo caso no parece que se practicara una cirugía de tipo mayor, es decir intervenciones abdominales, torácicas, renales, aunque sí hay descritas algunas intervenciones craneales, con supervivencia por un tiempo del paciente, así como amputaciones traumáticas o por indicación médica, por lo que sabemos a través e los llamados “Papiros Médicos”[14]. Es
evidente que la cirugía mayor sólo puede ser realizaba cuando se dispone
de anestesia, analgesia, capacidad de hemostasia y un mínimo de poder de
lucha contra la infección. La cavidad abdominal y sus vísceras están
envueltas en una suave y delicada membrana que es el peritoneo, tan
sensible a la infección que, como me decía un compañero médico,
profesor en mis primeros tiempos: “No
mires el peritoneo, que se irrita”. Las peritonitis, como las que
apenas hace algo más de medio siglo mataban a miles de personas en el
mundo (recordemos el famoso “Cólico Miserere”, que en realidad era un
cuadro de apendicitis), no podían, evidentemente, ser controladas hace
4.700 años, ni casi hasta poco antes de la segunda guerra mundial, cuando
aparece la penicilina (1.928) del Dr. Sir Alexander Fleming, por lo que
recibe el Premio Nóbel. Aún hoy, es una posibilidad, nada remota, de
sufrir este tipo de complicación peritonítica. Y al hablar del
peritoneo podemos, por paralelismo, compararlo
con la pleura del pulmón, su equivalente, por lo que la cirugía torácica
se encuentra igualmente sujeta a lo ya dicho. Es
evidente que existiría una cirugía extrema para las guerras[15]
o los grandes accidentes, en los que el futuro del accidentado era
bastante claro y cualquier manipulación podría cambiar poco las
situaciones. Y todo ello muy limitado por la inexistencia de una anestesia
que era, en cierto modo, inexistente. Este aspecto se arreglaba con
conjuros mágicos y algún medicamento con efecto analgésico, como la
mandrágora, u otros que ligeramente adormecían, y de los que se conocen
varios. El uso de ingerir vino hasta un buen nivel era, supongo, un medio
de ayudarse a soportar el dolor. Pero, en todo caso, el paciente debía,
no tenía otra opción, que aguantar el dolor. Hace años pude leer en alguna revista que no recuerdo, que se habían encontrado un grupo de cadáveres de soldados egipcios momificados espontáneamente por la arena, en una zona próxima a Nubia y que en uno de ellos se conservaba la flecha que lo mató. El astil de madera provisto de una punta de piedra o cobre, penetraba por la muñeca del brazo derecho [que tenía adelantado en un posible intento de defensa instintiva], y atravesando todo el brazo y el tórax, salía por la escápula del mismo lado, lo que nos indica la potencia de las armas nubias. Es posible que los cirujanos de la época, en estos casos recurrieran al socorrido sistema de cortar la parte que salía del cuerpo con la punta y retirar el astil desde el otro lado y, en un supremo esfuerzo de buena voluntad, desear suerte al afectado. Y es de suponer que esta cirugía de guerra obtuviera resultados positivos en los casos menos graves o de gran resistencia del paciente, lo que llevaría a los cirujanos a probar diversos medios de resolver situaciones extremas.
Todas estas experiencias se van acumulando a lo largo de los años en una mezcla de tradición oral y escrita y hace que los papiros médicos tengan con el tiempo una larga lista de posibilidades. Hasta bien avanzado el tiempo, el instrumental es escaso en Egipto, pero a lo largo de los años, con los avances de la metalurgia, aparecen lentamente pinzas, sierras y otro instrumental {los antecedentes están claros en la Babilonia de los años 3.000 a. C. en los que dichos instrumentos se han visto representados} que evidentemente permitirán, poco a poco, un considerable avance en la acción quirúrgica. Es sin embargo el “Papiro de Smith”, considerado como el primer tratado de cirugía del mundo y del Antiguo Egipto, el que más datos expone sobre la cirugía de aquellos lejanos tiempos. Y si bien el papiro que tenemos es de épocas avanzadas, por muchos detalles está bastante claro que es copia de copia, mejoradas y puestas al día, de las técnicas que ya se usaban en la III y IV Dinastía, momento en la que por la construcción de las grandes pirámides y numerosos templos, los accidentes laborales debían ser tan corrientes como en la actualidad los accidentes de tráfico. Según lo que se sabe, esta cirugía menor estaba relativamente avanzada y las heridas se describían bien y podían ser, para establecer posteriormente la línea terapéutica a seguir, de varios tipos netamente diferenciados: a.-
Herida con boca (orificio). Es lo que actualmente llamamos herida
contusa, como la causada por la entrada de un disparo, la punta de un palo
o el pinchazo de un estilete. b.-
Herida con labios (raja amplia). Es el tipo de herida incisa que causa
un cuchillo al cortar ampliamente o un golpe de hacha o azada. c.-
Herida que llega
hasta el hueso. Es una herida, contusa e incisa amplia y de gran
profundidad, como las que suceden en muchos casos en los accidentes de tráfico
en los que la chapa abre “en canal” un segmento de un miembro. d.-
Herida que sangra o no lo hace. Las heridas, según su localización,
pueden afectar a un gran vaso, lo que se traduce en profusa hemorragia, o
bien sólo seccionar unas pocas venas que, en ocasiones cierran sus bocas
por retracción de su fina capa muscular y casi no parecen sangrar o lo
hacen muy lentamente, la llamada “hemorragia en sábana”. Hay
incluso descrito, en el Papiro de Smith, el caso de un paciente con un
cuadro clásico de tétanos, afección secundaria a una herida, cuya
evolución, hasta el óbito, con su rostro típico (cara de vaca como se
decía hace tiempo en España) causada por el trismo facial y cuya evolución
se encuentra perfectamente delineado en el papiro, lo que implica una gran
capacidad de observación y descripción. Cabe
destacar que en épocas avanzadas de esta civilización, como indican los
doctores Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba en las páginas 155 /6, de
su libro ya citado, se acepta, o algunos autores al menos lo hacen,
basados en la literatura médica de la época, la existencia de una cirugía
de muy alto nivel, de la que por desgracia no hay todavía dados
fidedignos.
LA
TRAUMATOLOGÍA. La traumatología, por los accidentes laborales, estaba muy adelantada y en los tratados sobre el tema, presente en papiros como el de “Edwin Smith” dedicado a la enseñanza de futuras generaciones de médicos, se clasifican las lesiones en tres tipos de posibles tratamientos y, para cada tipo descrito, existían ya unas normas básicas que los cirujanos debían saber clasificar y atenerse a ellas a.- “Dolencia que voy a tratar”. Indicaba que el resultado era previsible y se debía actuar activamente. El cirujano iniciaba de inmediato su labor de reducir, alinear e inmovilizar la parte fracturada. b.- “Dolencia que voy a contener”. En este caso existe una duda clara y la posible actuación se va a limitar a una inmovilización o poco más y a esperar una evolución aparentemente incierta. c.-
“Dolencia que no voy a tratar”.
Es evidente que el clasificado en este grupo debía prepararse para
“reunirse de inmediato con su Ka”. Las fracturas eran bien conocidas y tratadas, clasificándose en dos tipos: 1.- Fractura simple: à Era la que constaba de dos piezas y se denominaban Sedj. 2.-
Fractura complicada: à
denominadas en el idioma de Kemet como Pesen.
Era una fractura compuesta por varios fragmentos, lo que implicaba
maniobras complicadas de reducción e inmovilización. Se han encontrado
momias con este tipo de facturas, con callos de consolidación total y con
una alineación de los fragmentos muy encomiable. Dentro de estas fracturas complicadas podía haberlas de dos tipos: A.- Fracturas cerradas. NO había exposición del hueso al exterior y por tanto sólo exigían una reducción con alineación y la consiguiente inmovilización con unas tablas y un vendaje de fijación de éstas. B.-
Fracturas abiertas, SI había exposición de alguno de los extremos óseos
por la herida. Este tipo de fractura era por sí misma de extrema gravedad
y se debía a que la salida del hueso implicaba casi necesariamente la
infección y el tétanos. Dentro de la cirugía del momento cabe destacar la existencia de los abultamientos o tumores. Aprovecho para indicar en este punto, que la palabra “tumor” no significa cáncer, como se interpreta habitualmente, sino simplemente bulto y se les denominaba en el antiguo lenguaje: Shefut. Podía ser de dos tipos: a.- La hinchazón sencilla o Henhenet à que era tratada con vendajes que ejercían una cierta compresión reductora de la inflamación. b.- Los abscesos o Aat à Se trataban con incisiones, escisiones y evacuación y drenaje, empleando para ello las citadas puntas de flecha o posteriormente cuchillos de sílex, cobre, bronce y finalmente hierro. En
este punto y como ampliación de lo explicado, para los interesados en
profundizar, recomiendo la lectura, además del numerosas veces citado
libro “La medicina en el Antiguo Egipto”, de los Doctores
Cuenca-Estrella y Barba, leer el capítulo XIX, páginas 243 a 251, de
“La vida en el Antiguo Egipto”, de Eugen Strouhal, donde texto e imágenes
son de una gran riqueza sobre estos extremos.
NEUMOLOGÍA. Las infecciones del tracto respiratorio, bronquios, tráquea y pulmones, se sabían tratar bastante bien a pesar de que no se tenían conocimientos sobre el funcionamiento del pulmón, por lo que los tratamientos no eran quirúrgicos y sí muy empíricos, basados en la experiencia en el empleo de brebajes de plantas, inhalaciones y sahumerios. Las inhalaciones estaban muy bien realizadas y la técnica era muy adecuada. Consistía en calentar unas piedras planas sobre las que se colocaba el o los productos, vegetal o grasa y minerales, o minerales disueltos en agua y sobre las lajas calientes se colocaba una vasija de tipo cónico, parecida a un gran embudo y se aspiraba por una caña que sobresalía de ella. Parecido mecanismo se empleaba para la fumigación y sahumerios vaginales. Eran
frecuentes las afecciones pulmonares del tipo de la neumoconiosis por la
arena del desierto y el polvo en minas y canteras, así como la antracosis
por el humo. Se han descrito también cuadros que no son sino neumonías
(pulmonías) cuyo tratamiento sin antibióticos no nos da buenas
perspectivas para al menos un 70% de los casos, ya que existía la
posibilidad de que pacientes fuertes y con buenas defensas, pudieran
sobrevivir.
NEUROCIRUGÍA. A
pesar de la falsa idea que indica, y se ha extendido, que los egipcios
eran unos grandes neurocirujanos y trepanadores, la realidad es que hay
escasos datos y mínimos encuentros de piezas óseas que presenten este
tipo de acciones. Se sabe de cráneos trepanados en el periodo paleolítico,
en los que los orificios de entrada al cráneo muestran señales de
consolidación ósea, lo que indica una clara y larga supervivencia del
trepanado. Hay
también descritos algunos casos en momias egipcias en la que se aprecian
lesiones traumáticas, que no trepanaciones quirúrgicas, en la que el
sunu de turno ha procedido a la extracción del o de los fragmentos óseos,
disminuyendo así la presión intracraneal, con supervivencia del
afectado, como muestra reconstrucción ósea tras el tratamiento. En las heridas en la cabeza los sunu distinguían claramente si la sangre salía por: 1.- La herida. Es, a priori, la lesión menos importante y en consecuencia con grandes posibilidades de sobrevivir, tras una cura y cierre de la piel. 2.- Por la nariz. Es ya un caso grave, pues implica que el traumatismo puede haber afectado a estructuras internas más importantes y la hemorragia puede provenir de lesiones en regiones profundas, salvo que dicha hemorragia nasal se deba a un traumatismo facial coincidente, que podía, o no, actuar de forma concomitante con la lesión craneal. 3.- Por los oídos. Cuando un paciente con traumatismo craneal sangra por los oídos, sobre todo en aquella época, se puede decir que preparaba su viaje a los “Campos de juncos y a las praderas de Iaru”, pues esa hemorragia implica necesariamente una fractura de la base del cráneo y, ¿salvo excepciones?, hacía obligatorio el marcharse con su Ka. Los
antiguos egipcios conocían algunas afecciones neurológicas que sufrimos
en la actualidad, como eran la migraña (la llamaban “Dolor en media
cabeza”) y las dos afecciones, de las que no hacían, ni podían hacer,
un diagnóstico diferencial, como son “La demencia Senil” y la
“Enfermedad de Alzheimer”, quedando ambas posibilidades englobadas
bajo el epígrafe de “Personas que
se deterioran con la edad”.
LA
ORTOPEDIA. La ortopedia no era una especialidad muy desarrollada, si bien se han encontrado prótesis de diversos tipos, muchas de ellas carentes de funcionalidad y otras muchas que si las tenían.
Pero también disponían de muletas, de apoyo en axila[17], tal como pueden verse en el grabado que hay sobre Se-Men-Ka-Ra y Merit-Atón, en el que el primero tiene un bastón tipo muleta que parece ensancharse en su extremo proximal a la altura de la axila.
El uso de bastones o ayudas externas era claro en casos como los de artritis, que era muy comunes y que limitaban de forma seria la movilidad, y la sufrieron hasta los reyes, como ocurre con Ramsés II.
LA
OFTALMOLOGÍA. La constante arena y el polvo flotando en el aire eran causa corriente de problemas en los ojos, conjuntivitis, erosiones e incrustaciones en cornea, que con el tiempo llevarían a grandes pérdidas de visión. El tracoma era una afección común que causaría miles de cegueras en Egipto, como aún sigue causándolas en el mundo africano. Aunque en las momias es difícil distinguir las lesiones de este tipo debido a la acción del natrón y otras substancias empleadas en la momificación, queda constancia de su gran frecuencia. La transmisión del tracoma era fácil y no sólo por las moscas como siempre se ha dicho, sino por el contacto directo entre personas, a través del uso de ropas, afeites y cosméticos, las manos, pero sobre todo por las moscas y otros insectos. Es bien conocido de todos los que hemos estado en Egipto la pesadez de sus grandes moscas negras, sobre todo cuanto más hacia el sur nos encontremos y cómo tienen una especial preferencia por los ojos, siendo habitual ver que los nativos llevan, sobre todo los niños, moscas posadas en los ojos en ambos ángulos y que si las espantamos con las manos o con los plumeros de cola de camello, vuelven de inmediato, siendo el mejor remedio el de los repelentes en loción con los que te untas cada mañana las partes expuestas del cuerpo, sobre todo la cara y el cuello.
PROTECCIÓN
OCULAR. Los sunu recomendaban y la población en general lo usaba, como protección ante el exceso de luz (no existían las gafas ahumadas) el empleo de pinturas oscuras en torno a los ojos. Esto se realizaba de varias formas, siempre mediante pigmentos minerales: 1.- El Kohol, que era un sulfuro de antimonio (estibina) de color oscuro con el que se rodeaba el ojo y conformándolo con estilo, servia de maquillaje. Y no solo se pintaban las mujeres, sino también lo hacían los hombres. 2.- La Malaquita, era un carbonato de cobre, de color verde, aunque también existía una malaquita azul, mucho menos común. Se usaba en el maquillaje y también con la intención de proteger los ojos de la luz y los insectos. 3.- La Azurita, de color Azul Prusia, era un bicarbonato de cobre, una variedad más rara. 4.- La Galena, un sulfuro de plomo, de color negro intenso, se le llamaba mesdemet.
LA
OTORRINOLARINGOLOGÍA. La existencia de amigdalitis, linfadenitis y otitis están más que constatadas. El tratamiento era siempre de tipo médico externo, del mismo modo que hasta hace unos sesenta años se trataban las parotiditis (paperas) en el mundo, mediante emplastes de todo tipo de materiales, mezcla de vegetales y algún mineral que, envueltos en lino se podían calentar y realizaban su acción, supuestamente bienhechora, por la presencia de los productos y, sobre todo, por el calor local al ser colocados rodeando el cuello y los carrillos. Se han encontrado momias con graves lesiones por neoformaciones de garganta, cuello y cara, lo que nos indica, junto con otros muchos similares en otras zonas del cuerpo, sobre todo de tipo óseo que ve fácilmente con radiografía simple, que el cáncer no era ninguna novedad en aquellas lejanas épocas.
LA
UROLOGÍA. Las
afecciones urinarias como las incontinencias, las retenciones, disurias y
poliurias eran bien conocidas, aunque no se sabe como, por ejemplo, podían
tratar una retención por hipertrofia o tumor de próstata, sin sondar al
paciente. Realmente no sabían nada de los riñones, los uréteres y otras
partes de aparato excretor y de sus funciones, y sin llegar a relacionar
la micción con los riñones. La
bilharzia se encontraba en el agua y penetraba por la piel hasta alcanzar
en la sangre y acabar alojándose en las vías urinarias. Se han
encontrado estos parásitos calcificados en el interior de riñones y vías
urinarias en las autopsias de momias. Igualmente se ha constatado la
existencia de litiasis renal (piedras de oxalato o de urato) a diferentes
niveles: riñón, uréter y vejiga.
1.- Un crecimiento mayor del pene que puede casi doblar en tamaño a la mayoría de los no circuncidados. 2.- Retrasar durante el coito el orgasmo masculino, lo que proporciona tiempo para conseguir que pueda alcanzar el clímax la mujer que con él yace. 3.- Y esta es la razón principal de su empleo desde tiempos prehistóricos: evitar las infecciones debido a la retención, y calcificación en algunos casos, del esmegma, la secreción lubricante del glande. Esta
práctica, tan antigua como las arenas del tiempo, se ha interpretado
siempre como un ritual de iniciación de los adolescentes varones. En la
protohistoria y posteriormente se ha utilizado claramente. En Egipto no
hay duda de su uso pues hay grabados que lo muestran con claridad,
existiendo figuras en las que se ve a muchachos jóvenes sometidos a la
intervención. Es una práctica que se conserva en muchas culturas y cuyo
uso se ha incrementado por sus buenos resultados en sus tres aspectos ya
indicados. A pesar de ser una cirugía menor, en aquella época no estaba
exenta de riesgos. La solía realizar un sacerdote sunu –con un fuerte ayudante que sujetaba al intervenido-- que mezclaba los conceptos de ritualidad, frases mágicas para el dolor y el uso de cuchillos de sílex o de obsidiana, todo ello bajo advocación del dios Ptah, dios dotado de, y con, poderes curativos. Con el tiempo se utilizaron pinzas de bronce para ayudarse en la intervención, tal como se realiza en la actualidad[21].
La
ablación del clítoris, es una costumbre de origen centroafricana que se
ha extendido a muchos países dando lugar a sufrimiento y en ocasiones a
serios disgustos pues la realizan sin un mínimo de seguridad y material
adecuado. Y se debe a que esta prohibida en casi todo el mundo y va
claramente ligada a la incultura y al machismo. En el Egipto Antiguo no se
han encontrado momias con señales de que se practicara y en ningún caso
se habla sobre esta absurda y estúpida costumbre.
NOTAS. [1] Historiascope de la medicina. Perelló. Jorge.- Edita: Laboratorio Carlo Erba. Barcelona 1.964. 1.- [2] Hagen, Rose Marie y Rainer.-Egipto: hombres, dioses, faraones. Editorial Taschen. Barcelona 1.999.- 145. [3] Editorial Könemann.- Egipto: El mundo de los faraones.- Tebas. Könemann, Colonia. 1.997. [4] Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba.- La medicina en el Antiguo Egipto. Editorial Aldebarán, S. L. Madrid 2.004. Portada. [Figura 4] [5] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto. Hildeshein, Museo Pelizaeus. Plaza Janés. Barcelona 1.984.- 423. [6] Hagen, Rose Marie y Hagen.- Egipto: hombres, dioses, faraones. Editorial Taschen. Barcelona 1.999. 65.- [7]
Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba.- La medicina en el Antiguo
Egipto. Editorial Aldebarán, S. L. Madrid 2.004. 114. [8]
Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba.- La medicina en el Antiguo
Egipto. Editorial Aldebarán, S. L. Madrid 2.004. 151 a 160. [9] Editorial Könemann.- Egipto: El mundo de los faraones.- Colonia. 1.997. 472.- [10] Historiascope de la medicina. Perelló. Jorge.- Edita: Barcelona 1.964. [11] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto. Plaza Janés. Barcelona 1.984.- 393. [12] David, Rosalie & Asher, Catherine, Manchester university Museum Dental Hospital. “Mummy dentistry: Du Pont ray technology helps unlock 5.000 year old mysteries”. Du Pont Magazine. Geneva. 1.973. [13] Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba.- La medicina en el Antiguo Egipto. Editorial Aldebarán, S. L. Madrid 2.004. 167. [14] Ibídem, 36 a 40 y 173. [15] El Antiguo Egipto en el Museo Británico. Alianza Editorial Forma. Madrid 2-004.- 36. [16] Desroches-Noblecourt, Cristiane. Editorial Noguer, S. A. 3ª edición 1.967. 72. [17] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto. Paseo por el jardín. Tell el-Amarna. Plaza Janés. Barcelona 1.984.- 394. [18] Ibídem. El Antiguo Egipto. El arpista ciego, tumba de Amenemhet, Tebas. Edita Plaza Janés. Barcelona 1.984.- 393. [19] Bedman, Teresa.- Reinas de Egipto. El secreto del poder. Editorial Oberón. 2.003.- 176. [20] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto. La circuncisión. Edita Plaza Janés. Barcelona 1.984.- 392. [21] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto. Edita Plaza Janés. Barcelona 1.984.- 392.
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