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Swnw (II): Cirug�a, Traumatolog�a, Ortopedia y
otras especialidades en el Antiguo Egipto. |
Por Dr. Jos� Ignacio Velasco Montes. LA
MEDICINA PRET�RITA. Ya en restos del paleol�tico, en torno a los 10.000 a�os a. C., se sabe de la existencia de raspas de pedernal y cuchillos fabricados con un cuerno en el que hay clavado una tallada y afilada pieza de s�lex, con fines diversos, entre los que cabe pensar en una primitiva cirug�a[1]. Es una �poca en la que la �teor�a animista�, el modo de pensar de esa �poca, muestra que la enfermedad es un castigo de la divinidad y obra de malos esp�ritus a los que hay que enga�ar, asustar, sobornar o conquistar con ofrendas --incluso sacrificios humanos y de animales-- y f�rmulas cabal�sticas y extra�os ritos. Por eso el mago, hechicero o sacerdote es tambi�n m�dico. La religi�n y la medicina caminan juntas desde la prehistoria hasta la actualidad en algunos puntos del globo.
Los egipcios, por lo
que de los papiros m�dicos se desprende, conoc�an un total de unas 200
variedades de dolencias diferentes, sobre las que actuaban de diferentes
formas, entre las que cabe distinguir especialmente la magia en sus m�s
diversas formas. Entre estas enfermedades o trastorno que manejaban los
sunu, NO se mencionan alteraciones de: 1.- Los pulmones. 2.- El h�gado. 3.- La ves�cula biliar. 4.- El bazo. 5.- El p�ncreas. 6.- Los ri�ones. Ello es debido a que de estos �rganos apenas conoc�an nada de sus funciones, ni casi de sus relaciones anat�micas. Nunca, hasta tiempos muy cercanos, se relacionaron, por poner un ejemplo, los ri�ones con la orina y ese mismo desconocimiento deb�a ocurrir con los dem�s citados �rganos.
Es
evidente que por ese peque�o orificio no se pod�a ver el interior de ese
cuerpo, lo que no hubiera permitido aprender nada. A ello se le sumaba la
ausencia de relaciones entre los sunu y los momificadores. Por
otra parte, tampoco los sunu deb�an prestar ninguna atenci�n a la labor
de los matarifes que sacrificaban y divid�an en piezas a las reses, por
lo que tampoco exist�a esa posibilidad de aprender una anatom�a del
cuerpo animal. Este estudio, en los tiempos actuales, se realiza durante
dos a�os de disecci�n de cad�veres en las salas de anatom�a de las
Facultades de Medicina. LA
EXPLORACI�N DEL PACIENTE. Ante
una enfermedad o accidente, el m�dico exploraba al paciente, en un orden
claro y de forma muy parecida a la que se hace en la actualidad para
establecer la Historia Cl�nica: 1.-
Una anamnesis o interrogatorio de su historia, repasando sus antecedentes
y datos familiares y se a�ad�an los datos que causaban la consulta
presente. 2.- Observaci�n corporal claramente detenida:
3.-
Palpaci�n cuidadosa de una serie de partes
del cuerpo que pensaban ten�an relaci�n con posible enfermedad o en las
que exist�an lesiones por el accidente. 4.-
Comprobaci�n de su situaci�n f�sica: es
decir, si se pod�an hacer cosas: mover los brazos, andar, correr, saltar,
abrir y cerrar las mand�bulas, movilidad ocular, etc�tera. 5.-
Emisi�n de un presunto diagn�stico. Era la culminaci�n de todo el
proceso. El sunu llegaba a una conclusi�n y daba su impresi�n al enfermo
o a la familia en su caso. 6.-
Finalmente hacia una propuesta de tratamiento en el que se mezclaban los
remedios f�sicos y qu�micos con una gran dosis de magia, amuletos,
peticiones a los dioses y los equivalentes a los actuales �ex votos�,
en forma de figuras grabadas y estatuas, estelas suplicatorias y jarras
propiciatorias y solicitadoras de favor, o bien todo lo contrario, el uso
de figuras de imprecaci�n �antecedente del vud�-- cuando se deseaba
alejar al causante de la enfermedad. Todos estos �ex votos� se
depositaban en los patios de los templos dedicados al dios al que se le
hac�a la plegaria. Si estos templos se encontraban lejos del paciente,
por lo que no pod�a llegar a �l, delegaba y era otra persona la que lo
depositaba, lo que se denominaba �voto por poderes� con lo que se pod�an
conseguir los mismos e presuntos efectos siempre que, la pieza a dejar
llevara su nombre y su solicitud. Estas
figuras votivas se colocaban en el interior del patio de los templos
mirando en direcci�n a la nao, en la que estaba el santuario, en el que
resid�a el dios: para una mejor y m�s directa comunicaci�n con �ste.
Estos templos, algunos recib�an tan gran cantidad de peticiones por la
naturaleza del dios al que estaban consagrados, llegaban a acumular
grandes vol�menes de regalos, por lo que al estar los interiores repletos
enterraban los �ex votos� en el exterior, en grandes zanjas de las que
se han encontrado no pocas llenas de toda clase de objetos muchas de ellas
con datos e informaci�n sobre el solicitante y lo deseado. Curiosamente
estos tratamientos eran un tanto particulares, por cuanto sus ideas sobre
las enfermedades e incluso las afecciones quir�rgicas estaban enfocadas
desde una �ptica muy diferente a la actual. Pero era, sobre todo,
mediante dietas la forma m�s com�n de iniciar y mantener un tratamiento.
A esta terap�utica se pod�an sumar otras actuaciones, como era en los
casos quir�rgicos y los accidentes. Los
m�dicos impon�an ayuno y minidietas con frecuencia, pues sosten�an que:
�La mayor�a de la comida era
superflua y en este sobrante se encontraban y originaban la mayor�a de
las enfermedades�.
La profilaxis de enfermedades de todo tipo se realizaba no por
nociones de higiene, sino sobre la base de amuletos, exorcismos, conjuros
y ensalmos. Exist�a una amplia panoplia de amuletos, entre los que
destaca el Nudo M�gico de Isis o
Tyet. Un amuleto muy t�pico y que guarda relaci�n con la magia
del N� 7, consistente en la fabricaci�n de un collar hecho con 7
cabellos rubios entretejidos o trenzados por dos madres que fueran
hermanas en cuya cuerda se ensartaban 7 �gatas y 7 cuentas de oro. Pero
estos aspectos de la magia ser�n vistos en otro estudio que publicaremos
m�s adelante, dedicado exclusivamente a este interesante tema, SUNU V:
�La magia y la medicina�. Las
enfermedades m�s comunes eran: 1.- Periodos de hambre prolongadas por problemas de inundaciones demasiados grandes o excesivamente escasas. Son las hambrunas y las plagas de las que siempre se ha hablado. Entre estas plagas cabe incluir las �pestes�, a las que los egipcios pon�an nombres extranjeros, de los que se supon�a que ven�an a modo de maldici�n. A la peste epid�mica, que causaba miles de defunciones, se le llamaba �el mal Cana�ta� pues supon�an que entraba desde el norte, procedente de Canaan. Las tormentas con agua, muy extra�as en el clima egipcio, o los largos e intensos Jamsin de arena que duraban semanas, cubriendo todo de polvo sil�ceo, los consideraban consecuencia de sus malas acciones al ofender a los dioses y �stos se los enviaban como castigo, siendo el malvado dios rojo Seth, el dios del desheret, del desierto, el encargado de realizar la punici�n, a veces manteni�ndola durante semanas y que ellos trataban de detener mediante ofrendas y plegarias para sobrevenir al caos, el temido isfet. 2.- Las enfermedades largas en los ni�os, causadas por las anemias secundarias debidas a tuberculosis, fiebres tifoideas y paratifoideas o de otros or�genes, malnutrici�n, etc�tera, son f�ciles de reconocer pues nos han dejado unas se�ales radiogr�ficas �seas que se han podido constatar en el estudio de momias y que consisten en unas rayas que se denominan las �L�neas de Harris�. 3.- Los padecimientos m�s comunes de la poblaci�n eran las infecciones intestinales: tales como las enterocolitis de diverso origen, desde las disenter�as amebianas y las salmonelosis, a las parasitosis de diversa etiolog�a, como las anquilostomiasis (tenias o solitarias), los diversos tipos de nem�todos (lombrices), triquinosis, etc�tera.
Los sunu ten�an una idea bastante clara de los or�genes de estas afecciones y lo atribu�an a la ingesta de comida y agua. Este concepto se deb�a a la observaci�n de la evacuaci�n de lombrices, ten�as y otros par�sitos por las heces �que observaban detenidamente-- lo que les hac�an pensar que �stos hab�an entrado por la boca, demostrando as� que relacionaban claramente el methu boca-ano como un canal m�s o menos directo. 4.- Muy frecuentes y con mal pron�stico, a mediano o largo discurrir del tiempo, eran las enfermedades tropicales: entre las que cabe destacar la bilarziosis, la lehismaniosis (a la que se le sigue dando el nombre de Bot�n de Oriente), etc�tera. Eran frecuentes y de mal pron�stico las anemias de diversos or�genes, como la falciforme o Anemia del Mediterr�neo y otras afecciones del grupo denominado enfermedades tropicales, que se manifiestan en los esqueletos de las momias por lesiones �seas en cr�neo y fosas oculares. Del mismo modo exist�an otras infecciones como el paludismo (malaria), cuyo pron�stico, a la larga era malo y que al desconocer el mecanismo de transmisi�n por el mosquito Anopheles, transmisor del plasmodio, y no disponer de un tratamiento, eran de finales claramente nefastos. Igualmente hab�a otras afecciones que cursaban con fiebre, anemias, etc�tera, en cuya propagaci�n interven�an piojos, pulgas, moscas y otros muchos insectos de los que hab�a una gran abundancia, sobre todo por las casas hechas de adobe, ramas y pieles. 5.- Las enfermedades por virus, como la Poliomielitis o Par�lisis Infantil, actualmente erradicada, eran conocidas, aunque no sab�an nada sobre ellas, (ni posteriormente se ha logrado encontrar, al menos de momento, los virus en los estudios de momias, aspecto en el que se est� empezando a investigar), pero hay grabados que muestran las t�picas im�genes de una pierna poliomiel�tica, atrofiada, acortada y mostrando un pi� equino compensador [3] y el paciente usando bast�n o muleta[4].
ENFERMEDADES VASCULARES No eran quir�rgicas por razones obvias, pero se ha constatado la existencia de un amplio panel de estas dolencias en los estudios de momias. Sobre todo a nivel de las clases m�s acomodadas --con una alimentaci�n m�s rica en grasas y prote�nas animales-- que sufr�an con cierta frecuencia de arteriosclerosis, ateromatosis, infartos de miocardio, varices y todo el panel t�pico que en afecciones vasculares lleva aparejado el paso del tiempo y una comida excesivamente rica en hidratos de carbono, prote�nas y grasas. Por las mismas razones, incluyendo el abuso alimenticio de la miel, estas clases m�s agraciadas ten�an una clara tendencia a la obesidad, lo que les hac�a sufrir prematuramente lesiones cardiacas t�picas del sobrepeso y del sedentarismo. Este exceso en el consumo de la miel, les llevaba igualmente una tener una mayor cantidad de lesiones en la dentadura, como se ha demostrado en las momias y en la estatuaria de la, llam�mosle, nobleza de esa �poca. Sin embargo, esta cierta y acusada obesidad, estaba considerada como un signo de buena situaci�n social. As� podemos observar que nobles como Hemiunu[5], es un hombre obeso, satisfecho de la vida. Lo mismo podemos decir de otro arquitecto de la �poca de Keops, IV Dinast�a, Imperio Antiguo, si contemplamos la estatua de Anj-Haf. Igualmente es obeso el representado por la famosa estatua de Sheik el-Beled[6], que se encuentra en el museo de El Cairo, tambi�n de la IV Dinast�a, conocido como �El alcalde de mi pueblo� por su pol�tico aspecto.
LAS AFECCIONES QUIR�RGICAS. Egipto
era un pa�s en el que los accidentes eran comunes y f�ciles de afectar a
una gran cantidad de las personas que lo habitaban. Kemi era la
representaci�n, por antonomasia, de lo que personalmente he dado en
denominar �La civilizaci�n de la piedra�. Y el trabajo en grandes
masas de estos minerales llevaba adjunto toda una serie de peligros no s�lo
potenciales, sino muy reales y cotidianos. Las
piedras pesan y son inestables a la hora de su manejo; adem�s, salvo
excepciones, hab�a que sacarlas de canteras en base a un gran esfuerzo,
paciencia y habilidad, pues se carec�a de m�quinas que realizaran las
fases m�s peligrosas. Pero adem�s del trabajo f�sico en s� mismo,
muchas veces �ste se realizaba en lo alto de paredes sobre un andamiaje
inseguro por lo que ocurr�an con bastante frecuencia ca�das y accidentes
que acababan en aplastamientos, deslizamientos de grandes bloques, etc�tera.
Pero
adem�s, este tipo de trabajo llevaba consigo la formaci�n de una
abundante formaci�n de polvo que se sumaba al ya existente de la arena
del desierto, movido por el aire, polvareda que lo inundaba todo. En
consecuencia esta masa mineral, tanto la fija en la que se trabajaba tall�ndola,
ajust�ndola, puli�ndola y transport�ndola, como la flotante del
ambiente, daba lugar a una serie de afecciones que se pueden encontrar en
las autopsias a los cad�veres momificados que se estudian cada d�a con
mayor frecuencia, con m�s inter�s y mejores medios. En estas
investigaciones es bastante com�n, pr�cticamente obligatorio, que al
analizar y ver al microscopio cortes de tejido pulmonar, se aprecien una
gran cantidad de motas de s�lice o de otros tipos de minerales en unas
incipientes o bien instauradas silicosis. Del mismo modo, se pueden
apreciar lesiones del tejido pulmonar por el humo de las hogueras y los
hornos caseros en los que se guisaba y se hac�a el pan, lo que se
realizaba en unas peque�as casas dotadas de escasa ventilaci�n y
evacuaci�n de humos, afecci�n que conocemos como antracosis.
Esta
forma de vivir y trabajar daba lugar a: 1.- Grandes y graves accidentes por pesadas masas de piedra desplazadas, ca�das desde alturas, hundimientos en canteras, deslizamientos en los barcos dedicados al transporte, etc�tera. 2.- Accidentes causados por la caza de animales salvajes que pululaban por el borde del desierto. Otros accidentes comunes ocurr�an durante la pesca que se realizaba, bien desde peque�as barcas (las cuffas de papiro, ca�as y juncos), o desde la misma orilla, por la posibilidad de lesiones causadas por los hipop�tamos y los cocodrilos. Dentro de este mismo tipo de accidentes debemos recordar los causados por toda una fauna de alacranes, escorpiones y serpientes de la familia de la naja (cobra) o los �spides que tan famosa han hecho la muerte de Cleopatra. 3.- Lesiones �seas de tipo degenerativo (artrosis y deformidades, sobre todo de columna, caderas, pies y manos) causadas por el esfuerzo de arrastrar, elevar y ajustar los grandes, medianos y peque�os bloques con los que se constru�a desde un periodo que se remonta, al menos, a la Dinast�as II-III. 4.- Afecciones �seas de diversos tipos, de origen cong�nito y no traum�tico y que en ocasiones se pueden apreciar en los grabados de estelas y paredes de los templos. Hay estatuas en las que se aprecia una gran deformidad de la columna por el Mal de Pott, la tuberculosis de columna vertebral. Hay im�genes y grabados que muestran deformidades de la espalda, del tipo de la Escoliosis. Dentro de este grupo se aprecian claramente cifosis y esc�pula alata, no siempre f�ciles de diferenciar para nosotros dada la escasa calidad en detalles posturales de las epigraf�as, e incluso de las estatuas en algunos casos. 5.- Afecciones pulmonares por la inhalaci�n del polvo resultante del ajuste, extracci�n y transporte de piedras, restos de material, como los ripios empleados para hacer rampas, etc�tera. 6.-
Abrasi�n oral que afectaba a la dentadura y
daba lugar, por desgaste, a grandes infecciones por exposici�n del
interior del diente y su infecci�n, la pulpitis, y como es de suponer por
la ausencia de antibi�ticos, llevar�a a septicemias graves que acababan
casi ineludiblemente en el �bito Hasta
ese momento, --Dinast�as III y IV -- en el que se empieza a usar la
piedra, hab�a sido el adobe la base de la construcci�n en las caba�as,
m�s o menos circulares u posteriormente rectangulares, en las que la
madera, las ramas e incluso las pieles, fueron los materiales empleados en
el h�bitat y las mastabas. Materiales
que, como veremos, tampoco estaban exentos de problemas, aunque nunca de
la gravedad de las lesiones producidas por las pesadas piedras de caliza,
granito y similares. ENFERMEDADES
DE LA PIEL. Y estos �ltimos materiales, tierra, pieles y maderas, tambi�n debieron crear sus problemas, sobre todo de tipo cut�neo, al manejar amasando el barro y cortar la paja en finos fragmentos, as� como el manejo y curtido de las pieles que llevar�an consigo par�sitos capaces de causar enfermedades [carbunco, etc�tera]. Las enfermedades de la piel, que eran bastante comunes, eran en s� mismas una especialidad aparte y hab�a una gran cantidad de ellas entre las que cabe destacar los eczemas (en el egipcio antiguo: Nesu), los imp�tigos, los for�nculos, las micosis, etc�tera. Otra
afecci�n, perfectamente comprobada, era la lepra. Los egipcios ya sab�an
de su capacidad de contagio (err�neo en gran parte pues s�lo alguna
variedad es realmente contagiosa). Por lo que se sabe por cuatro momias
encontradas en Balat, cerca y al sur de Luxor, que la padecieron y que,
evidentemente, hab�an sido desterradas de la zona norte y estaban entre
momias de color oscuro, posiblemente nubios. Queda claro que por los
efectos de la lepra, todos sabemos que las personas adquieren un aspecto
repulsivo dando lugar a un gran rechazo social, por lo que eran
desterrados a zonas aisladas, lejos de los n�cleos de poblaci�n, como
siempre se ha hecho a lo largo de la historia, con aparici�n de los
lazaretos. Sin embargo se ha podido constatar que las citadas
momias eran de �pocas avanzadas, ya
en el periodo ptolemaico y no de tiempos m�s antiguos; lo que hace
suponer que la lepra no era muy com�n en tiempos m�s antiguos o,
simplemente, no nos han quedado datos �tiles de momento[7].
Se
han encontrado claras se�ales de otra enfermedad end�mica que dejaba
claras se�ales en la piel, como es la viruela. Es de suponer que causar�a
una cierta cantidad de victimas letales en los que no tuvieran suficientes
defensas para superarla y quedar�an muy marcados aquellos que
sobrevivieran a la infecci�n, actualmente erradicada por la vacuna. LA
CIRUG�A EN EL ANTIGUO EGIPTO. La cirug�a, a pesar de lo dicho por Mika Waltari en su obra �Sinuh� el egipcio�, que escribe sobre el gran dominio de los sunu sobre las trepanaciones y otras modalidades quir�rgicas, no es un concepto cierto y, por tanto, no es precisamente la rama m�dica que m�s distinguiera a esta civilizaci�n. Realmente nunca se pas� de una cirug�a menor, como curar heridas, abrir for�nculos, extirpar peque�os tumores externos, resolver los problemas hemorr�gicos y de cierre en las amputaciones traum�ticas, incluso realizarlas, e inmovilizar las fracturas mediante entablillado. Hay, al menos eso he le�do en alguna ocasi�n, momias en las que se ha podido constatar la existencia de amputaciones a las que sobrevivi� el paciente[8]. La amputaci�n en s� misma es una intervenci�n sencilla y el m�todo de urgencia era lo que a�n se llama �amputaci�n en salchich�n o guillotina�, m�todo de corte que ser�a, mucho m�s violento que en la actualidad en el que se practica con delicadeza y enfermo dormido. En aquellas fechas se realizaba mediante un golpe de sable o hacha. El problema no es la acci�n de amputar, sino el contener la hemorragia, y el que lo lograran indica que por algunos de los m�todos posibles de cortar el abundante sangrado y el posterior cierre de tejidos, sab�an resolver algunos de estos casos. Los sistemas utilizados desde tiempos remotos para cortar las hemorragias, factor determinante en la labor del cirujano, junto con la anestesia, fueron o debieron ser: 1.- El del fuego directo sobre la herida sangrante: una antorcha quemaba el mu��n de amputaci�n, o al llevar la llama a la herida cauterizaba �sta en la que venas o arterias lanzaban su chorro mortal. 2.- M�s adelante se emple� el cauterio, es decir un metal al rojo vivo, lo que no es m�s que un antecedente del actual bistur� el�ctrico. 3.- Es muy conocido el sistema de la inclusi�n de la herida en aceite hirviendo que realizaba la labor de hemostasia, aspecto �ste que se ha seguido usando hasta la edad media y as� se representa en los casos de amputaciones a reos en una plaza p�blica, en los que al lado del tajo, hay un humeante barre�o de aceite hirviendo en el que se introduc�a el mu��n. 4.-
El vendaje compresivo. No hay im�genes que indiquen, al menos nunca las
he visto, que conocieran el uso del torniquete como sistema de parar una
hemorragia. Por tanto es de pensar que un apretado vendaje sobre la herida
har�a las funciones de �ste. Pero
en todos estos casos de uso de un material a gran temperatura, se est� a�adiendo
a la herida el factor negativo de la quemadura que, sin embargo, S�
imped�a la muerte por el shock causado por la hemorragia y la anemia
aguda consecuente. Posteriormente a este acto de hemostasia por fuego, hay
escasos datos en los papiros m�dicos sobre el tratamiento de la herida
resultante, pero se indican dos posibilidades o caminos a tomar: A.- La posterior cura expositiva, dejando todo a la acci�n beneficiosa del aire y del sol, apenas protegido por una tela de lino, con o sin sustancias de adicci�n. Se ha descrito en algunos casos el uso de la colocaci�n de carne fresca sobre la herida, carne que se cambiaba diariamente.
El
vendaje, como demuestran las momias, no s�lo era conocido, sino que
constitu�a un verdadero arte[9].
Es de suponer, que su uso estar�a extendido a la compresi�n de heridas
para detener las hemorragias, como lo estuvo para la inmovilizaci�n de
fracturas, sujetando las f�rulas de madera que la inmovilizaban, hasta
lograr la consolidaci�n. Las suturas de heridas es igualmente de suponer que entraban en esa peque�a panoplia de remedios de la que dispon�an, aunque s�lo se ha podido constatar que daban unos pocos puntos, en ocasiones, en la abertura realizada en la momia sobre el costado izquierdo, punto de abordaje usado para la evisceraci�n del cad�ver antes de su relleno con estopa, ca�as, trapos de lino, paja y aceites arom�ticos y conservantes para la momificaci�n. Dicha sutura, [realizada con lino y una aguja de cobre o varilla de marfil parecida a los arpones usados en la pesca, pero m�s delicada], se cubr�a, en ocasiones, con una placa met�lica de oro, electr�n o cobre, denominada �Placa de vaciado de v�sceras�.
Este escaso arsenal de instrumentos iniciales[10], con el tiempo se fue ampliando y la panoplia de enseres a utilizar fue creciendo hasta la �poca Ptolemaica en las que ya se encuentra, como en las paredes del templo de Kom-Ombo, una gran cantidad de instrumentos para todo tipo de usos[11].
Pero
veamos, en secciones independientes, algunas de las diversas
especialidades: ODONTOLOG�A. Entre
los flemones o inflamaci�n locales m�s comunes (reacci�n primaria y
obligada de cualquier afecci�n infecciosa), hay que incluir los flemones
dentarios {muy frecuentes por el desgaste de la arena que dejaba al
descubierto la c�mara pulpar} lo que crear�a situaciones verdaderamente
graves, no s�lo por la infecci�n en s� misma, sino por el agudo dolor
que esta reacci�n local ocasiona. Esta situaci�n l�mite llevar�a a
soluciones extremas, el drenaje y lo m�s parecido a la extracci�n de la
pieza, cuando �sta no era posible sacarla, lo que ocurrir�a con
premolares y molares, que tienen las ra�ces separadas, lo que asegura e
implica una gran sujeci�n dentro del alv�olo maxilar. Es de suponer que la extracci�n de piezas dentarias ser�a una pr�ctica m�s o menos com�n en tiempos lejanos, aunque se desconoce el sistema empleado, pero es de sospechar que la t�cnica ser�a, como se sabe se realizaba hasta tiempos recientes en algunas culturas, el del estrecho cincel rompedor [piedra o metal] que, con un golpe acertado y decidido, corta la pieza por su base, a la altura de la enc�a, dejando s�lo las ra�ces en su implantaci�n alveolar, lo que drena as� el posible absceso pulpar y resuelve la situaci�n. Esto
se realizar�a as� durante siglos hasta que la metalurgia avanzara lo
suficiente para que, en �pocas muy posteriores, aparezcan los f�rceps
destinados a este y otros usos. En
estudios actuales de momias mediante el uso de m�todos no invasivos como
los Rayos X y la R.M.N., se han podido comprobar toda una serie de
supuestos que eran previsibles[12],
como la existencias de se�ales de antiguos abscesos, p�rdida de piezas,
restos de ra�ces, en incluso en �pocas tard�as, delicadas obturaciones
(empastes) (no aceptados por algunos autores) que se rellenaban
con resinas de alta densidad. Se ha podido comprobar que,
excepcionalmente, se usaban sistemas de amarre con hilo de oro de piezas
que cubr�an un hueco por razones est�ticas. La pieza colocada para
cubrir un hueco, estaba sacada de un cad�ver y tras su limpieza y ajuste
a la cavidad en la que deb�a rellenar una falta, quedaba sujeta por un
amarre con hilo de oro o electr�n estableciendo algo que podr�a
considerarse como un primitivo puente dental en el que, en vez de coronas,
la pr�tesis quedaba sujeta por un anillo met�lico a cada pieza vecina. En la magn�fica obra: �La medicina en el Antiguo Egipto� de M. Cuenca Estrella y Raquel Barba, p�gina 154, se cita la existencia de dos dentaduras postizas; una de ellas se corresponde con el Imperio Antiguo, IV Dinast�a y la otra al periodo Ptolemaico.
Para
las gingivitis y otras enfermedades de las enc�as, se usaba el sulfato de
cobre, que es un gran astringente y reduc�a de forma clara la inflamaci�n
de �stas, retrasando los serios problemas causados por la piorrea y las
paradontosis. Este producto, el sulfato de cobre, a�n se usa en el
tratamiento de las afecciones de la gingiva (enc�a). Los egipcios, desde
�pocas lejanas ten�an un especial cuidado de la boca y la dentadura, a
pesar de lo cual �stas eran, por lo que se constata en las momias, un
desastre. Hac�an enjuagues con diversos colutorios de diversos aceites,
extractos vegetales y natr�n {carbonato s�dico natural}, usando palitos
para la limpieza interdental e incluso se ha dicho que dispon�an de lo m�s
parecido a los actuales cepillos de dientes[13].
La halitosis, que les preocupaba, la resolv�an mediante la
masticaci�n de granos de an�s y otras plantas arom�ticas que sol�an
llevar a mano para su uso en los contactos sociales. CIRUG�A
GENERAL. Pero en todo caso no parece que se practicara una cirug�a de tipo mayor, es decir intervenciones abdominales, tor�cicas, renales, aunque s� hay descritas algunas intervenciones craneales, con supervivencia por un tiempo del paciente, as� como amputaciones traum�ticas o por indicaci�n m�dica, por lo que sabemos a trav�s e los llamados �Papiros M�dicos�[14]. Es
evidente que la cirug�a mayor s�lo puede ser realizaba cuando se dispone
de anestesia, analgesia, capacidad de hemostasia y un m�nimo de poder de
lucha contra la infecci�n. La cavidad abdominal y sus v�sceras est�n
envueltas en una suave y delicada membrana que es el peritoneo, tan
sensible a la infecci�n que, como me dec�a un compa�ero m�dico,
profesor en mis primeros tiempos: �No
mires el peritoneo, que se irrita�. Las peritonitis, como las que
apenas hace algo m�s de medio siglo mataban a miles de personas en el
mundo (recordemos el famoso �C�lico Miserere�, que en realidad era un
cuadro de apendicitis), no pod�an, evidentemente, ser controladas hace
4.700 a�os, ni casi hasta poco antes de la segunda guerra mundial, cuando
aparece la penicilina (1.928) del Dr. Sir Alexander Fleming, por lo que
recibe el Premio N�bel. A�n hoy, es una posibilidad, nada remota, de
sufrir este tipo de complicaci�n periton�tica. Y al hablar del
peritoneo podemos, por paralelismo, compararlo
con la pleura del pulm�n, su equivalente, por lo que la cirug�a tor�cica
se encuentra igualmente sujeta a lo ya dicho. Es
evidente que existir�a una cirug�a extrema para las guerras[15]
o los grandes accidentes, en los que el futuro del accidentado era
bastante claro y cualquier manipulaci�n podr�a cambiar poco las
situaciones. Y todo ello muy limitado por la inexistencia de una anestesia
que era, en cierto modo, inexistente. Este aspecto se arreglaba con
conjuros m�gicos y alg�n medicamento con efecto analg�sico, como la
mandr�gora, u otros que ligeramente adormec�an, y de los que se conocen
varios. El uso de ingerir vino hasta un buen nivel era, supongo, un medio
de ayudarse a soportar el dolor. Pero, en todo caso, el paciente deb�a,
no ten�a otra opci�n, que aguantar el dolor. Hace a�os pude leer en alguna revista que no recuerdo, que se hab�an encontrado un grupo de cad�veres de soldados egipcios momificados espont�neamente por la arena, en una zona pr�xima a Nubia y que en uno de ellos se conservaba la flecha que lo mat�. El astil de madera provisto de una punta de piedra o cobre, penetraba por la mu�eca del brazo derecho [que ten�a adelantado en un posible intento de defensa instintiva], y atravesando todo el brazo y el t�rax, sal�a por la esc�pula del mismo lado, lo que nos indica la potencia de las armas nubias. Es posible que los cirujanos de la �poca, en estos casos recurrieran al socorrido sistema de cortar la parte que sal�a del cuerpo con la punta y retirar el astil desde el otro lado y, en un supremo esfuerzo de buena voluntad, desear suerte al afectado. Y es de suponer que esta cirug�a de guerra obtuviera resultados positivos en los casos menos graves o de gran resistencia del paciente, lo que llevar�a a los cirujanos a probar diversos medios de resolver situaciones extremas.
Todas estas experiencias se van acumulando a lo largo de los a�os en una mezcla de tradici�n oral y escrita y hace que los papiros m�dicos tengan con el tiempo una larga lista de posibilidades. Hasta bien avanzado el tiempo, el instrumental es escaso en Egipto, pero a lo largo de los a�os, con los avances de la metalurgia, aparecen lentamente pinzas, sierras y otro instrumental {los antecedentes est�n claros en la Babilonia de los a�os 3.000 a. C. en los que dichos instrumentos se han visto representados} que evidentemente permitir�n, poco a poco, un considerable avance en la acci�n quir�rgica. Es sin embargo el �Papiro de Smith�, considerado como el primer tratado de cirug�a del mundo y del Antiguo Egipto, el que m�s datos expone sobre la cirug�a de aquellos lejanos tiempos. Y si bien el papiro que tenemos es de �pocas avanzadas, por muchos detalles est� bastante claro que es copia de copia, mejoradas y puestas al d�a, de las t�cnicas que ya se usaban en la III y IV Dinast�a, momento en la que por la construcci�n de las grandes pir�mides y numerosos templos, los accidentes laborales deb�an ser tan corrientes como en la actualidad los accidentes de tr�fico. Seg�n lo que se sabe, esta cirug�a menor estaba relativamente avanzada y las heridas se describ�an bien y pod�an ser, para establecer posteriormente la l�nea terap�utica a seguir, de varios tipos netamente diferenciados: a.-
Herida con boca (orificio). Es lo que actualmente llamamos herida
contusa, como la causada por la entrada de un disparo, la punta de un palo
o el pinchazo de un estilete. b.-
Herida con labios (raja amplia). Es el tipo de herida incisa que causa
un cuchillo al cortar ampliamente o un golpe de hacha o azada. c.-
Herida que llega
hasta el hueso. Es una herida, contusa e incisa amplia y de gran
profundidad, como las que suceden en muchos casos en los accidentes de tr�fico
en los que la chapa abre �en canal� un segmento de un miembro. d.-
Herida que sangra o no lo hace. Las heridas, seg�n su localizaci�n,
pueden afectar a un gran vaso, lo que se traduce en profusa hemorragia, o
bien s�lo seccionar unas pocas venas que, en ocasiones cierran sus bocas
por retracci�n de su fina capa muscular y casi no parecen sangrar o lo
hacen muy lentamente, la llamada �hemorragia en s�bana�. Hay
incluso descrito, en el Papiro de Smith, el caso de un paciente con un
cuadro cl�sico de t�tanos, afecci�n secundaria a una herida, cuya
evoluci�n, hasta el �bito, con su rostro t�pico (cara de vaca como se
dec�a hace tiempo en Espa�a) causada por el trismo facial y cuya evoluci�n
se encuentra perfectamente delineado en el papiro, lo que implica una gran
capacidad de observaci�n y descripci�n. Cabe
destacar que en �pocas avanzadas de esta civilizaci�n, como indican los
doctores Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba en las p�ginas 155 /6, de
su libro ya citado, se acepta, o algunos autores al menos lo hacen,
basados en la literatura m�dica de la �poca, la existencia de una cirug�a
de muy alto nivel, de la que por desgracia no hay todav�a dados
fidedignos.
LA
TRAUMATOLOG�A. La traumatolog�a, por los accidentes laborales, estaba muy adelantada y en los tratados sobre el tema, presente en papiros como el de �Edwin Smith� dedicado a la ense�anza de futuras generaciones de m�dicos, se clasifican las lesiones en tres tipos de posibles tratamientos y, para cada tipo descrito, exist�an ya unas normas b�sicas que los cirujanos deb�an saber clasificar y atenerse a ellas a.- �Dolencia que voy a tratar�. Indicaba que el resultado era previsible y se deb�a actuar activamente. El cirujano iniciaba de inmediato su labor de reducir, alinear e inmovilizar la parte fracturada. b.- �Dolencia que voy a contener�. En este caso existe una duda clara y la posible actuaci�n se va a limitar a una inmovilizaci�n o poco m�s y a esperar una evoluci�n aparentemente incierta. c.-
�Dolencia que no voy a tratar�.
Es evidente que el clasificado en este grupo deb�a prepararse para
�reunirse de inmediato con su Ka�. Las fracturas eran bien conocidas y tratadas, clasific�ndose en dos tipos: 1.- Fractura simple: � Era la que constaba de dos piezas y se denominaban Sedj. 2.-
Fractura complicada: �
denominadas en el idioma de Kemet como Pesen.
Era una fractura compuesta por varios fragmentos, lo que implicaba
maniobras complicadas de reducci�n e inmovilizaci�n. Se han encontrado
momias con este tipo de facturas, con callos de consolidaci�n total y con
una alineaci�n de los fragmentos muy encomiable. Dentro de estas fracturas complicadas pod�a haberlas de dos tipos: A.- Fracturas cerradas. NO hab�a exposici�n del hueso al exterior y por tanto s�lo exig�an una reducci�n con alineaci�n y la consiguiente inmovilizaci�n con unas tablas y un vendaje de fijaci�n de �stas. B.-
Fracturas abiertas, SI hab�a exposici�n de alguno de los extremos �seos
por la herida. Este tipo de fractura era por s� misma de extrema gravedad
y se deb�a a que la salida del hueso implicaba casi necesariamente la
infecci�n y el t�tanos. Dentro de la cirug�a del momento cabe destacar la existencia de los abultamientos o tumores. Aprovecho para indicar en este punto, que la palabra �tumor� no significa c�ncer, como se interpreta habitualmente, sino simplemente bulto y se les denominaba en el antiguo lenguaje: Shefut. Pod�a ser de dos tipos: a.- La hinchaz�n sencilla o Henhenet � que era tratada con vendajes que ejerc�an una cierta compresi�n reductora de la inflamaci�n. b.- Los abscesos o Aat � Se trataban con incisiones, escisiones y evacuaci�n y drenaje, empleando para ello las citadas puntas de flecha o posteriormente cuchillos de s�lex, cobre, bronce y finalmente hierro. En
este punto y como ampliaci�n de lo explicado, para los interesados en
profundizar, recomiendo la lectura, adem�s del numerosas veces citado
libro �La medicina en el Antiguo Egipto�, de los Doctores
Cuenca-Estrella y Barba, leer el cap�tulo XIX, p�ginas 243 a 251, de
�La vida en el Antiguo Egipto�, de Eugen Strouhal, donde texto e im�genes
son de una gran riqueza sobre estos extremos.
NEUMOLOG�A. Las infecciones del tracto respiratorio, bronquios, tr�quea y pulmones, se sab�an tratar bastante bien a pesar de que no se ten�an conocimientos sobre el funcionamiento del pulm�n, por lo que los tratamientos no eran quir�rgicos y s� muy emp�ricos, basados en la experiencia en el empleo de brebajes de plantas, inhalaciones y sahumerios. Las inhalaciones estaban muy bien realizadas y la t�cnica era muy adecuada. Consist�a en calentar unas piedras planas sobre las que se colocaba el o los productos, vegetal o grasa y minerales, o minerales disueltos en agua y sobre las lajas calientes se colocaba una vasija de tipo c�nico, parecida a un gran embudo y se aspiraba por una ca�a que sobresal�a de ella. Parecido mecanismo se empleaba para la fumigaci�n y sahumerios vaginales. Eran
frecuentes las afecciones pulmonares del tipo de la neumoconiosis por la
arena del desierto y el polvo en minas y canteras, as� como la antracosis
por el humo. Se han descrito tambi�n cuadros que no son sino neumon�as
(pulmon�as) cuyo tratamiento sin antibi�ticos no nos da buenas
perspectivas para al menos un 70% de los casos, ya que exist�a la
posibilidad de que pacientes fuertes y con buenas defensas, pudieran
sobrevivir.
NEUROCIRUG�A. A
pesar de la falsa idea que indica, y se ha extendido, que los egipcios
eran unos grandes neurocirujanos y trepanadores, la realidad es que hay
escasos datos y m�nimos encuentros de piezas �seas que presenten este
tipo de acciones. Se sabe de cr�neos trepanados en el periodo paleol�tico,
en los que los orificios de entrada al cr�neo muestran se�ales de
consolidaci�n �sea, lo que indica una clara y larga supervivencia del
trepanado. Hay
tambi�n descritos algunos casos en momias egipcias en la que se aprecian
lesiones traum�ticas, que no trepanaciones quir�rgicas, en la que el
sunu de turno ha procedido a la extracci�n del o de los fragmentos �seos,
disminuyendo as� la presi�n intracraneal, con supervivencia del
afectado, como muestra reconstrucci�n �sea tras el tratamiento. En las heridas en la cabeza los sunu distingu�an claramente si la sangre sal�a por: 1.- La herida. Es, a priori, la lesi�n menos importante y en consecuencia con grandes posibilidades de sobrevivir, tras una cura y cierre de la piel. 2.- Por la nariz. Es ya un caso grave, pues implica que el traumatismo puede haber afectado a estructuras internas m�s importantes y la hemorragia puede provenir de lesiones en regiones profundas, salvo que dicha hemorragia nasal se deba a un traumatismo facial coincidente, que pod�a, o no, actuar de forma concomitante con la lesi�n craneal. 3.- Por los o�dos. Cuando un paciente con traumatismo craneal sangra por los o�dos, sobre todo en aquella �poca, se puede decir que preparaba su viaje a los �Campos de juncos y a las praderas de Iaru�, pues esa hemorragia implica necesariamente una fractura de la base del cr�neo y, �salvo excepciones?, hac�a obligatorio el marcharse con su Ka. Los
antiguos egipcios conoc�an algunas afecciones neurol�gicas que sufrimos
en la actualidad, como eran la migra�a (la llamaban �Dolor en media
cabeza�) y las dos afecciones, de las que no hac�an, ni pod�an hacer,
un diagn�stico diferencial, como son �La demencia Senil� y la
�Enfermedad de Alzheimer�, quedando ambas posibilidades englobadas
bajo el ep�grafe de �Personas que
se deterioran con la edad�.
LA
ORTOPEDIA. La ortopedia no era una especialidad muy desarrollada, si bien se han encontrado pr�tesis de diversos tipos, muchas de ellas carentes de funcionalidad y otras muchas que si las ten�an.
Pero tambi�n dispon�an de muletas, de apoyo en axila[17], tal como pueden verse en el grabado que hay sobre Se-Men-Ka-Ra y Merit-At�n, en el que el primero tiene un bast�n tipo muleta que parece ensancharse en su extremo proximal a la altura de la axila.
El uso de bastones o ayudas externas era claro en casos como los de artritis, que era muy comunes y que limitaban de forma seria la movilidad, y la sufrieron hasta los reyes, como ocurre con Rams�s II.
LA
OFTALMOLOG�A. La constante arena y el polvo flotando en el aire eran causa corriente de problemas en los ojos, conjuntivitis, erosiones e incrustaciones en cornea, que con el tiempo llevar�an a grandes p�rdidas de visi�n. El tracoma era una afecci�n com�n que causar�a miles de cegueras en Egipto, como a�n sigue caus�ndolas en el mundo africano. Aunque en las momias es dif�cil distinguir las lesiones de este tipo debido a la acci�n del natr�n y otras substancias empleadas en la momificaci�n, queda constancia de su gran frecuencia. La transmisi�n del tracoma era f�cil y no s�lo por las moscas como siempre se ha dicho, sino por el contacto directo entre personas, a trav�s del uso de ropas, afeites y cosm�ticos, las manos, pero sobre todo por las moscas y otros insectos. Es bien conocido de todos los que hemos estado en Egipto la pesadez de sus grandes moscas negras, sobre todo cuanto m�s hacia el sur nos encontremos y c�mo tienen una especial preferencia por los ojos, siendo habitual ver que los nativos llevan, sobre todo los ni�os, moscas posadas en los ojos en ambos �ngulos y que si las espantamos con las manos o con los plumeros de cola de camello, vuelven de inmediato, siendo el mejor remedio el de los repelentes en loci�n con los que te untas cada ma�ana las partes expuestas del cuerpo, sobre todo la cara y el cuello.
PROTECCI�N
OCULAR. Los sunu recomendaban y la poblaci�n en general lo usaba, como protecci�n ante el exceso de luz (no exist�an las gafas ahumadas) el empleo de pinturas oscuras en torno a los ojos. Esto se realizaba de varias formas, siempre mediante pigmentos minerales: 1.- El Kohol, que era un sulfuro de antimonio (estibina) de color oscuro con el que se rodeaba el ojo y conform�ndolo con estilo, servia de maquillaje. Y no solo se pintaban las mujeres, sino tambi�n lo hac�an los hombres. 2.- La Malaquita, era un carbonato de cobre, de color verde, aunque tambi�n exist�a una malaquita azul, mucho menos com�n. Se usaba en el maquillaje y tambi�n con la intenci�n de proteger los ojos de la luz y los insectos. 3.- La Azurita, de color Azul Prusia, era un bicarbonato de cobre, una variedad m�s rara. 4.- La Galena, un sulfuro de plomo, de color negro intenso, se le llamaba mesdemet.
LA
OTORRINOLARINGOLOG�A. La existencia de amigdalitis, linfadenitis y otitis est�n m�s que constatadas. El tratamiento era siempre de tipo m�dico externo, del mismo modo que hasta hace unos sesenta a�os se trataban las parotiditis (paperas) en el mundo, mediante emplastes de todo tipo de materiales, mezcla de vegetales y alg�n mineral que, envueltos en lino se pod�an calentar y realizaban su acci�n, supuestamente bienhechora, por la presencia de los productos y, sobre todo, por el calor local al ser colocados rodeando el cuello y los carrillos. Se han encontrado momias con graves lesiones por neoformaciones de garganta, cuello y cara, lo que nos indica, junto con otros muchos similares en otras zonas del cuerpo, sobre todo de tipo �seo que ve f�cilmente con radiograf�a simple, que el c�ncer no era ninguna novedad en aquellas lejanas �pocas.
LA
UROLOG�A. Las
afecciones urinarias como las incontinencias, las retenciones, disurias y
poliurias eran bien conocidas, aunque no se sabe como, por ejemplo, pod�an
tratar una retenci�n por hipertrofia o tumor de pr�stata, sin sondar al
paciente. Realmente no sab�an nada de los ri�ones, los ur�teres y otras
partes de aparato excretor y de sus funciones, y sin llegar a relacionar
la micci�n con los ri�ones. La
bilharzia se encontraba en el agua y penetraba por la piel hasta alcanzar
en la sangre y acabar aloj�ndose en las v�as urinarias. Se han
encontrado estos par�sitos calcificados en el interior de ri�ones y v�as
urinarias en las autopsias de momias. Igualmente se ha constatado la
existencia de litiasis renal (piedras de oxalato o de urato) a diferentes
niveles: ri��n, ur�ter y vejiga.
1.- Un crecimiento mayor del pene que puede casi doblar en tama�o a la mayor�a de los no circuncidados. 2.- Retrasar durante el coito el orgasmo masculino, lo que proporciona tiempo para conseguir que pueda alcanzar el cl�max la mujer que con �l yace. 3.- Y esta es la raz�n principal de su empleo desde tiempos prehist�ricos: evitar las infecciones debido a la retenci�n, y calcificaci�n en algunos casos, del esmegma, la secreci�n lubricante del glande. Esta
pr�ctica, tan antigua como las arenas del tiempo, se ha interpretado
siempre como un ritual de iniciaci�n de los adolescentes varones. En la
protohistoria y posteriormente se ha utilizado claramente. En Egipto no
hay duda de su uso pues hay grabados que lo muestran con claridad,
existiendo figuras en las que se ve a muchachos j�venes sometidos a la
intervenci�n. Es una pr�ctica que se conserva en muchas culturas y cuyo
uso se ha incrementado por sus buenos resultados en sus tres aspectos ya
indicados. A pesar de ser una cirug�a menor, en aquella �poca no estaba
exenta de riesgos. La sol�a realizar un sacerdote sunu �con un fuerte ayudante que sujetaba al intervenido-- que mezclaba los conceptos de ritualidad, frases m�gicas para el dolor y el uso de cuchillos de s�lex o de obsidiana, todo ello bajo advocaci�n del dios Ptah, dios dotado de, y con, poderes curativos. Con el tiempo se utilizaron pinzas de bronce para ayudarse en la intervenci�n, tal como se realiza en la actualidad[21].
La
ablaci�n del cl�toris, es una costumbre de origen centroafricana que se
ha extendido a muchos pa�ses dando lugar a sufrimiento y en ocasiones a
serios disgustos pues la realizan sin un m�nimo de seguridad y material
adecuado. Y se debe a que esta prohibida en casi todo el mundo y va
claramente ligada a la incultura y al machismo. En el Egipto Antiguo no se
han encontrado momias con se�ales de que se practicara y en ning�n caso
se habla sobre esta absurda y est�pida costumbre.
NOTAS. [1] Historiascope de la medicina. Perell�. Jorge.- Edita: Laboratorio Carlo Erba. Barcelona 1.964. 1.- [2] Hagen, Rose Marie y Rainer.-Egipto: hombres, dioses, faraones. Editorial Taschen. Barcelona 1.999.- 145. [3] Editorial K�nemann.- Egipto: El mundo de los faraones.- Tebas. K�nemann, Colonia. 1.997. [4] Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba.- La medicina en el Antiguo Egipto. Editorial Aldebar�n, S. L. Madrid 2.004. Portada. [Figura 4] [5] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto. Hildeshein, Museo Pelizaeus. Plaza Jan�s. Barcelona 1.984.- 423. [6] Hagen, Rose Marie y Hagen.- Egipto: hombres, dioses, faraones. Editorial Taschen. Barcelona 1.999. 65.- [7]
Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba.- La medicina en el Antiguo
Egipto. Editorial Aldebar�n, S. L. Madrid 2.004. 114. [8]
Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba.- La medicina en el Antiguo
Egipto. Editorial Aldebar�n, S. L. Madrid 2.004. 151 a 160. [9] Editorial K�nemann.- Egipto: El mundo de los faraones.- Colonia. 1.997. 472.- [10] Historiascope de la medicina. Perell�. Jorge.- Edita: Barcelona 1.964. [11] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto. Plaza Jan�s. Barcelona 1.984.- 393. [12] David, Rosalie & Asher, Catherine, Manchester university Museum Dental Hospital. �Mummy dentistry: Du Pont ray technology helps unlock 5.000 year old mysteries�. Du Pont Magazine. Geneva. 1.973. [13] Manuel Cuenca-Estrella y Raquel Barba.- La medicina en el Antiguo Egipto. Editorial Aldebar�n, S. L. Madrid 2.004. 167. [14] Ib�dem, 36 a 40 y 173. [15] El Antiguo Egipto en el Museo Brit�nico. Alianza Editorial Forma. Madrid 2-004.- 36. [16] Desroches-Noblecourt, Cristiane. Editorial Noguer, S. A. 3� edici�n 1.967. 72. [17] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto. Paseo por el jard�n. Tell el-Amarna. Plaza Jan�s. Barcelona 1.984.- 394. [18] Ib�dem. El Antiguo Egipto. El arpista ciego, tumba de Amenemhet, Tebas. Edita Plaza Jan�s. Barcelona 1.984.- 393. [19] Bedman, Teresa.- Reinas de Egipto. El secreto del poder. Editorial Ober�n. 2.003.- 176. [20] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto. La circuncisi�n. Edita Plaza Jan�s. Barcelona 1.984.- 392. [21] Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto. Edita Plaza Jan�s. Barcelona 1.984.- 392.
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