LAS INSTITUCIONES RELIGIOSAS PAGANAS
EN EL EGIPTO ROMANO
Por D. Francisco J. Martín Valentín Director del I.E.A.E y del Proyecto Sen en Mut. Los dioses en
el Egipto romano.
Cuando
tradicionalmente se ha hablado para el Egipto romano de divinidades de
‘origen griego’, frente a divinidades de ‘origen egipcio’, se
ha cometido una gran imprecisión.[1] Tratar de hacer una
clasificación del panteón egipcio de época romana con arreglo a
tales divisiones, no parece adecuado. Los egipcios siempre fueron
tolerantes en materia religiosa (hecha excepción del paréntesis amárnico).[2]
Esta
tolerancia egipcia, mestizada con la tradicional aceptación romana de
los cultos extranjeros, lleva a pensar que, tanto en las aldeas
egipcias, como en las capitales administrativas o ‘nomos’, nadie
distinguía en modo alguno entre religión grecorromana o religión
egipcia como, si cada una de ellas fueran consecuencia de diferentes
expresiones piadosas. El proceso que en realidad se produjo, fue la
consecuencia de una asimilación de los antiguos principios divinos
con los recién venidos, procedentes del mundo griego, a través del
mundo helenístico, y de éstos, con los conceptos religiosos romanos.[3] Este
fenómeno se inició en las colonias griegas de Egipto cuyos
integrantes adoraban dioses egipcios bajo una forma helenizada. El hábito
de asimilar divinidades comenzó a practicarse desde la época de los
primeros asentamientos griegos en Egipto, durante los siglos VII -VI
a. C., momento en el que los comerciantes y mercenarios griegos se
instalaron en el Delta y en Menfis, a requerimiento de los reyes de
Sais. (dinastía XXVI).[4]
Lo
más sorprendente es que, andado el tiempo, las principales
divinidades nilóticas eran vulgarmente conocidas bajo dos nombres: el
tradicional egipcio y el novedoso griego, a través del cual se
buscaba la asimilación de dichas divinidades con las del panteón helénico.[5]
Así,
el dios Amón, era Júpiter-Zeus, y los dioses Osiris e Isis,
equivalentes a Baco-Dionisos y Ceres-Deméter. Otro
fenómeno habitual residía en la costumbre de asimilar una ciudad o
nomo con un dios. Así, Menfis era conocida como la ciudad de
Hefaistos, es decir del dios Ptah. Thot de Hermópolis, era denominado
Hermes.[6] Tal
práctica funcionó activamente en tiempo de los Ptolomeos y,
naturalmente, prosiguió bajo el dominio romano. Estrabón explica
que, debajo de los nombres griegos de los dioses y ciudades egipcias,
subyacían los egipcios de siempre. El
proceso de integración siguió bajo Roma. Por ejemplo, era muy
habitual que si alguien procedía de la ciudad de Edfu, donde se
adoraba al dios Horus, asimilado a Apolo, el individuo en cuestión
adoptase el nombre de Apollonios, es decir, ‘el de Apolo’.[7]
Otro
ejemplo del proceso de asimilación fue el del dios cocodrilo Sobek,
cuyo nombre fue helenizado como ‘Sucos’. Sin embargo, también era
llamado, según de qué localidad egipcia se tratase Soknebtunis, en
Tebtunis, Sokonokonnis en Bacchias, Petesukos en Karanis y así, otras
variantes documentadas en diferentes localidades egipcias.[8]
Algo
análogo sucedía con la diosa Ta-Ueret, monstruoso ser, medio león,
medio hipopótamo. Era la deidad tutelar de la localidad de Oxyrhyncos
, y allí era asimilada a la diosa griega Atenea. También se la conocía
por el nombre egipcio helenizado ‘Thueris’ y su templo era
denominado el Thuereion. [9] De
igual modo pueden constatarse casos netamente diferentes, consistentes
en el fenómeno contrario: hubo divinidades muy localizadas, con un
gran arraigo en su lugar de implantación, que no pudieron ser
asimiladas a ninguna divinidad extranjera. Tal, el caso de Mandulis,
divinidad nubia adorada en el distrito de la zona de primera catarata,
en Talmis. Se han encontrado graffiti escritos en lengua griega, en
honor de este dios, pertenecientes a la época que oscila entre
Domiciano y Antonino Pío, de los que parece fueron autores soldados
romanos, integrados en las guarniciones de la zona.[10]
En cualquier caso el culto a los animales sagrados que practicaban los
egipcios siempre horrorizó a los romanos. Para ellos se trataba de
incomprensibles prácticas propias de bárbaros. Y
hubo casos en los que naturaleza de ciertas divinidades se ‘humanizó’
a través de las ideas de los ocupantes grecorromanos. Por ejemplo el
dios Nilus y su esposa Euthenia. Si bien el primero podría tener su
origen en el egipcio Hapy, personificación divinizada del río, su
divina esposa de época grecorromana no tiene paralelo o antecedente
claro en el panteón netamente egipcio.[11] Lo
más chocante es que las divinidades más importantes de Egipto eran
conocidas e invocadas indistintamente por su nombre egipcio, o por su
nombre grecorromano. Es indiscutible que, para cuando los romanos
conquistaron Egipto, existía ya desde hacía por lo menos tres siglos
una clase social letrada que pensaba en Hat-Hor y hablaba de Afrodita,
o invocaba a Pan y se estaba dirigiendo a Min.[12] La religión
egipcia en Roma
Es
indiscutible que, bajo la influencia romana, la religión egipcia no
experimentó los avances evolutivos que había conocido bajo los
Ptolomeos. Pero, sin embargo, se produjeron notables casos de extensión
de cultos originalmente egipcios que sufrieron sensibles
modificaciones, aportadas por el genio romano, los cuales trajeron
consigo curiosos efectos. En
cualquier caso, si los romanos adoptaron e importaron a la península
italiana algún culto egipcio fue después de haberlo ‘traducido’
y acoplado a los esquemas propios de la religión romana. De
hecho, tres grupos sociales romanos fueron los principales vehículos
de la extensión de estos cultos nilóticos en el orbe romano: los
militares, los comerciantes y los esclavos. De estas influencias
tenemos constancia, incluso en la Península Ibérica.[13]
El
establecimiento de unidades militares como la Legio VII, por ejemplo,
procedente de acantonamientos tan distantes entre sí como la frontera
del Danubio, el Rhin o el norte de Africa, propició la extensión por
tan diferentes lugares del Imperio de los cultos nilóticos
reformados.[14]
De otra parte, el beneplácito imperial también fue un factor
determinante para la difusión e implantación de estos cultos prácticamente
por todos por los territorios del Imperio, fuera de Egipto. Como
se ha dicho más arriba, la tolerancia romana hacía de estos cultos
‘religiones aceptadas’ que, primero, se modificaron y, finalmente,
terminaron imponiéndose
a los ciudadanos. Los cultos isiacos y de Serapis habían llegado
hacia el año 150 a. C. hasta la Campania, por medio de los
comerciantes italianos de Delos: Puzzoles y Pompeya eran las cabezas
de puente de esa infiltración.[15]
Hacia
el año 100 los cultos de origen egipcio están ya en Roma y se
introducen en los ámbitos populares. Su implantación en la urbe se
produjo en tiempos de Sila, quien favoreció a estas cofradías por su
arraigo popular, aunque fueran perseguidos y
prohibidos en varias ocasiones. Por ejemplo, en los años 59,
58 y 53 a C. el Senado ordena la destrucción de los altares elevados
a los dioses egipcios; en el 50 el Senado ordena demoler un templo de
Isis y Serapis, cuya localización se desconoce.[16]
En el 48, después del asesinato de Pompeyo en Pelusio, un prodigio
sucedido en el Capitolio inclina a tomar la decisión, a causa de los
augurios, de destruir definitivamente el templo de los dioses
egipcios.[17]
Un
notable ejemplo de tal fenómeno fue el caso del dios Serapis.[18]
Este
dios ya era conocido y adorado en tiempo de los griegos. De hecho, fue
implantado como patrono de Alejandría por Ptolomeo I, Soter.[19] Su
inicial aspecto egipcio (expresión del sincretismo del dios Osiris y
del toro sagrado Apis) fue rápidamente superado por una representación
completamente antropomorfa de corte absolutamente helenístico. Los
romanos veían en él a los dioses Hades, Júpiter-Zeus o
Neptuno-Poseidón. A partir de la época romana este dios, egipcio de
origen, transformado en divinidad helenística, fue adoptado por los
conquistadores, extendiéndose su culto a otros lugares diferentes de
Alejandría. Incluso en occidente y en la Urbe, su implantación
alcanzó notables niveles. Roma
potenció el papel de este dios como divinidad tutelar de Alejandría
y consiguió que su culto se expandiera por todo el Imperio bajo una
forma de culto sincrético que recibió el nombre de
Zeus-Helios-Serapis. ¡Que
decir de los cultos isíacos!. En el caso de la diosa Isis podemos
hablar de la asunción por Roma de un culto extranjero como si siempre
le hubiera sido propio.[20]
Su papel de ‘madre universal’ será bien comprendido por Roma y
asimilado con prontitud. A
partir de la segunda mitad del siglo I y la primera del II, los
emperadores manifestaron una actitud filoegipcia que favoreció el
crecimiento del culto a Isis y a Serapis Sería con Calígula cuando,
asimilada a Venus, el culto isíaco se implantase en la urbe de modo
definitivo. De esta época data un templo que se erigió a la Isis
Campensis en el Campo de Marte. Los emperadores Domiciano y Caracalla
seguirían el ejemplo del anterior. Este último hará edificar en el
217 un templo la diosa Isis en el interior Pomaerium. La
importancia que cobró el culto de esta divinidad egipcia en el orbe
imperial se demuestra por la gran cantidad de pequeños Isieion que
salpicarían Roma y las principales ciudades del Imperio, como centros
de culto a la diosa. De su culto surgiría pronto la religión iniciática
por excelencia. Sus
fieles se reclutaban entre los egipcios que vivían en la península
italiana pero también fueron sus acólitas mujeres libertas de origen
oriental. En
Roma se practicarían cultos a diversos aspectos de Isis (la Isis
lactans, la Isis Triunfante, la Isis Maga). Ella y el niño Horus-Harpocrátes
serían objeto de actividad cultual muy destacada a lo largo de los
siglos II-III de C. Hay
un tercer caso de desarrollo de teología egipcia helenizada bajo la
influencia de Roma. Se trata del dios Thot. La
creciente influencia de los cultos egipcios en el orbe romano fue un
campo abonado para la implantación de la nueva teología de este
dios, patrón de los escribas y de la escritura, la ciencia sagrada
detentada por los hierográmmatas. Bajo
el nombre de Hermes Trimegistos se hizo de él un profeta, atribuyéndosele
facultades iniciáticas y capacidades de revelación divina. Veamos
ahora una pequeña relación de algunos dioses egipcios con sus
identificaciones romanas: Venus-Hathor;
Apollon-Horus; Marte-Onuris; Diana-Bastet; Minerva-Neith; Saturno-Gueb;
Ceres-Isis; Baco-Osiris; (Helios) Sol-Ra; Vulcano-Ptah; Juno-Mut; Hércules-Jonsu;
Mercurio-Thot; Heron-Atum; Leucothea; Nejebet; Latona-Uadyit; Pan-Min;
Tifón-Seth; Júpiter-Amón. La iconografía
faraónica en los cultos grecorromanos en Egipto[21]
Este
es otro interesante campo abierto para la investigación. La tradición
faraónica quería que los dioses debían ser representados de modos
específicos ‘a la egipcia’. Los Ptolomeos conservaron
la misma manera de hacer con la representación de las imágenes
divinas en los templos. Los
romanos continuaron esta tradición. Sin embargo, lo que en los muros
de los templos subsiste, varía claramente en el interior de los
monumentos funerarios del siglo II de C. en adelante, como es el caso
de las catacumbas de Kom El Shugafa, en Alejandría. Allí, puede
verse la mesa de ofrendas tradicional y las sillas egipcias,
sustituidas por el triclinium para acomodar a los familiares del
difunto durante la comida funeraria. A
partir de dicha fecha desaparecerán del comercio de la imaginería
sagrada los bronces típicos egipcios, para ser sustituidos por
terracotas y bronces que representan divinidades vestidas ‘a la
romana’ o ‘a la griega’. La transformación de la iconografía
de las divinidades desde lo netamente egipcio a lo claramente romano
se observa de modo creciente, por ejemplo, en las imágenes de las
Isis vestidas con túnicas dispuestas y plisadas al estilo helenístico.[22]
Otro
caso, la patrona de la ciudad de Sais, la diosa Neith, cuyos símbolos
eran dos flechas y un escudo, fue representada a partir del siglo II,
en alguna ocasión, con atributos propios de Minerva-Atenea, la diosa
de la guerra. Hay
muchos más casos, y todos ellos vienen a demostrar que la comunidad
de convivencia en Egipto, durante el dominio de Roma, admitía sin
problemas que las divinidades locales y las nacionales fuesen las
mismas para griegos, romanos o egipcios, y que todos los cultos,
estaban establecidos para reforzar al faraón-emperador (kaisaros
autokrator) como intermediario entre los dioses y los hombres, y como
garantía de la buena marcha y expresión del buen estado de salud política
del Imperio. Los
cultos romanos en Egipto. No
hay demasiados restos de los cultos romanos en el Valle del Nilo. Los
nombres de divinidades romanas aparecen ocasionalmente en ciertas
inscripciones. Por ejemplo, Júpiter cerca de la primera catarata,
Júpiter Optimus Maximus en Coptos, o Mercurio en Pselkis. La
razón de la escasez de estas menciones es que, en tales casos se ha
utilizado el latín para realizar las inscripciones y, es sabido que
el mundo romano en Egipto se expresó preferentemente en lengua
griega. El
único dios de origen romano que sí parece haber recibido culto en
Egipto es el Júpiter Capitolino, a quien se elevó un templo en
Arsinoe. Sin embargo, los actos de culto realizados en este templo
parece que estaban más, vinculados con la Casa Imperial o con la
diosa Roma, que con la propia divinidad del emperador. De
lo que sí existe abundante referencia, es de la existencia de templos
dedicados al culto de varios emperadores y emperatrices. Se conocen
templos en Alejandría, Arsinoe, Oxyrhyncos, Hermópolis, Elefantina y
File. Los beneficiarios fueron Augusto, Trajano, Hadriano, Antonio Pío
y Faustina. No
obstante, no parece que existiera una consideración de los
emperadores como dioses propiamente dichos, sino en ciertos casos como
el de Calígula, adorado como tal, solo por los ciudadanos
alejandrinos, o Vespasiano, también en Alejandría. También
parece haberse producido una asimilación indirecta de un emperador
con una divinidad: es el caso de Augusto adorado como Zeus(Júpiter)-Eleutherios.
Algo parecido sucedió con Nerón, adorado como dios genio del mundo,
vinculado con el Agathodaemon, a quien se dio culto en Alejandría. La
emperatriz Plotina también fue asimilada, en esta especie de
seudo-deificación, con una nueva Venus-Afrodita procedente de
Tentyris. Las
estatuas de los emperadores que fueron erigidas en los templos no se
podrían calificar exactamente como imágenes divinas. Lo mismo se
puede decir acerca de la constancia que tenemos de los festivales
celebrados en los aniversarios imperiales, los cuales estaban
dirigidos, más a ensalzar la figura humana del emperador, que a
realizar ningún acto de culto. Se
hicieron consagraciones dedicatorias al genius del emperador, lo que
se reconoce como fórmula típicamente romana. El culto al genius del
emperador dado en Egipto parece tener ciertas conexiones con el de la
diosa Roma pero, aunque, la figura de esta divinidad aparece en
ciertas monedas acuñadas en Alejandría, no hay constancia de que se
la haya dado culto divino en Egipto. La
organización clerical en el Egipto romano Los
romanos, de acuerdo con su tradicional política de tolerancia
religiosa, no interfirieron notablemente en el ejercicio de las
antiguas devociones egipcias o griegas en Egipto. De hecho, la religión
egipcia tradicional considerada en su aspecto de ‘religión
oficial’ y, como tal mantenida en los templos por los colegios
sacerdotales, no supuso ningún declive, sino más bien, al contrario
un momento de especial esplendor en Egipto.[23] La
mayor preocupación de Augusto, después de incorporar Egipto a Roma
como provincia senatorial, tras la batalla de Actium, fue asegurarse
de que el clero egipcio no sería un centro de reivindicación
nacionalista, como fue el caso bajo el dominio de los Ptolomeos. Esto
lo consiguió colocando los dominios afectos a los templos, y el
ejercicio de la actividad religiosa, bajo el control de un oficial
romano como alto responsable del clero, con categoría de Sumo
Sacerdote de todos los cleros en Alejandría, y en todo Egipto. En
efecto, el sistema romano de control del clero egipcio fue riguroso y
nada conciliador con el relajamiento de las costumbres o consentidor
de ningún tipo de concentración de poder sacerdotal.
Por
comparación con los tiempos de los Lágidas la situación varió
enormemente. En tiempo de los Ptolomeos, por ejemplo, los Sumos
Sacerdotes del dios Ptah de Menfis no habían cesado de acrecentar su
poder político y económico, hasta el punto de haber llegado a ser
verdaderos co-gobernantes de Egipto con los monarcas alejandrinos. Era
el dios Ptah el que entregaba la corona de Egipto a los monarcas
griegos. Alrededor
del 20 a. C. murió un Supremo Sacerdote de Ptah, llamado Psenamunis.
No tuvo sucesor, de modo que la supervisión de ese clero egipcio y la
de sus numerosos bienes pasó a ser ejercida por el control romano.[24] Por
un Decreto del Prefecto Petronio, dictado en el año 19-20 a. C., se
confiscaron las tierras pertenecientes a los templos. Despojados de
sus bienes e ingresos, los sacerdotes perdieron también el poder político
que habían poseído hasta entonces.[25] En
el mencionado decreto se otorgaba a los sacerdotes, a cambio de la
expropiación sufrida, una de estas dos posibilidades para subvenir a
sus necesidades económicas: o bien aceptar un salario anual, o
dejarles la libre propiedad de una parcela de tierra, calculada en
función de la importancia del templo, y fijada según un baremo muy
estricto. Atacados
en su poder económico los sacerdotes no tardaron en ver afectado
también su estatuto personal. En el año 4 a. C. otro edicto del
prefectorio impuso a los templos la obligación de entregar todos los
años una lista de los miembros que integraban su clero.[26]
Todos
los que no eran de origen sacerdotal cuando se dictó dicho decreto
fueron excluidos del régimen de exenciones fiscales, debiendo pagar
sus impuestos a Roma. Solo se respetó el beneficio de exención del
impuesto a los sacerdotes de alto rango, de modo que todos los
integrantes del clero inferior, debieron hacer frente a sus
obligaciones para con el fisco romano. A
partir de este momento, el ‘ideologos’ ejerció la magistratura
superior del clero en Egipto. Su actuación ha quedado muy detallada
gracias a la recopilación de resoluciones, consecuencia del ejercicio
de su función, que eran aplicadas como precedentes, cuyo conjunto se
denominaba el ‘Gnomon’ (se conoce una copia datable en el 150 d.
C.). El ‘Gnomon’
constituye para la época del dominio romano en Egipto, el equivalente
al papiro conocido como ‘Onomastica’, de la dinastía XIX
(1292-1196 a C.).[27]
Se
trata de un catálogo que refiere minuciosamente cómo se ejercía la
función sacerdotal en sus mínimos detalles. La jerarquía, el
desempeño de las funciones, el vestido de los sacerdotes y otras
materias semejantes estaban minuciosamente reguladas en esa colección
de preceptos. Los inspectores visitaban los templos y realizaban
encuestas sobre el exacto desempeño de las funciones sacerdotales,
deteniendo y llevando a Alejandría a los remisos y a los
transgresores. Era una expresión más del ‘ordo romanus’. La
dirección de los templos estaba bajo el control de un ‘collegium’
de notables, elegido anualmente entre los sacerdotes. El
cargo de ‘sacerdote’ pertenecía al Estado, y cuando se producía
una vacante, por ejemplo, uno a quien su hijo no podía sucederle o,
si el puesto era de nueva creación por decisión administrativa, se
ponía a venta pública hasta que el magistrado responsable
consideraba que se había alcanzado un precio razonable para proceder
a su adjudicación.[28] Esta
situación duró hasta el establecimiento del Senado local en el 200
de C. A partir de este momento los templos fueron regulados por el
sistema municipal y sus recursos fueron entonces controlados por
curatores designados por el Senado.[29]
La
organización clerical de los templos egipcios se dividió básicamente
en dos grandes grupos: el superior, integrado por los sacerdotes o
profetas en sentido estricto; el inferior, constituido por los
miembros auxiliares de los primeros. A su vez, estos cuerpos
sacerdotales, superior e inferior, se dividían en castas o clases.
Los de más alto nivel eran los ‘profetas’ y los ‘estolistas’.
También se hallaban entre esta clase superior del clero, los
‘portadores de plumas’, los ‘escribas sagrados’, los
‘portadores del sello’ y los ‘observadores del firmamento’.[30] En
la parte inferior del clero se hallaban los servidores (por ejemplo
los pastophoroi, encargados de transportar la barca sagrada del dios).
Eran gentes que, de ordinario, compatibilizaban el ejercicio de sus
funciones religiosas con sus oficios y trabajos seglares. Otros,
estaban dedicados al cuidado de los animales sagrados; o bien desempeñaban
las funciones de músicos o cantores del dios.[31] En cuanto al
programa constructivo religioso de los emperadores en Egipto, el
asunto resulta, cuanto menos, espectacular.
Bajo Augusto y
Tiberio se ejecutaron muy amplios trabajos de construcción, decoración,
restauración y preparación de toda clase en los templos de Egipto.
Los trabajos prosiguieron bajo los Antoninos, hasta el reinado de Cómodo
(180-192), con una actividad especial bajo Antonino Pío. En tiempos
de la dinastía Severa los trabajos se redujeron enormemente, hasta
cesar por completo.[32]
Durante
el siglo que duró la dinastía Julio-Claudiana (Augusto, Tiberio, Calígula,
Claudio y Nerón), desde el 30 a. C. al 68 de C., los nombres de estos
emperadores aparecen por todo Egipto: Antínoe, Assuan, Athribis,
Berenike, IBGE, Coptos, Dakka, Dendur, Debod, Deir El-Hagar, Deir El-Medineh,
Dendera, Edfu, Esna, Hu, El-Kala, Kalabsha, Karanis, Karnak, Kom Ombo,
Luxor, Medamud, Medinet Habu, Filadelfia, Filé, Shenhur, Wannina. Los
efímeros emperadores Galba y Otón (68-69) dejaron sus trabajos en
Deir El-Sheluit. Durante
la era Flavia (69-96) con Vespasiano, Tito y Domiciano, se hicieron
trabajos de cierta importancia en Assuan, Deir El-Sheluit, Deir El-Hagar,
Dendera, Dush, Esna, Karnak, Kom Ombo, Kom el-Resras, Medamud, Medinet
Habu, Nag El-Hagar, Filé y El Kasr. Bajo los
antoninos (Nerva, Trajano, Adriano, Antonio Pío, Marco Aurelio y
Commodo) se trabajó demostrando una
gran actividad en Antaepolis, Asfun El-Matana, Assuan, Deir
El-Sheluit, Dendera, Dush, Armant, Esna, Guiza, Hu, Kalabsha, Karanis,
Kom Ombo, Komir, Luxor, Medamud, Nadura, Panópolis, Filé,
Kasr El-Zayán, Theadelfia y Tod.
A partir de este
momento, después del 180, parece que los trabajos en los templos de
Egipto quedaron casi completamente interrumpidos. Solo consta la
ejecución de algunos relieves en el templo de Esna, donde se leen los
nombres de Septimio Severo, Caracalla, Alejandro Severo y, más tardíos,
los de Filipo el Árabe y Trajano Decio (249-251).[33]
Se puede concluir
que, durante el dominio romano en Egipto la religión indígena se vio
caracterizada por dos notas esenciales: gran auge de las
construcciones de los templos, y control efectivo y
el debilitamiento del clero, para controlar y neutralizar su
poder e influencia sobre el pueblo indígena.
Contando con
estas limitaciones, podemos decir que los principios fundamentales de
las tradiciones religiosas egipcias fueron garantizadas al modo
romano, permaneciendo en ejercicio y vida constantes, hasta los
inicios del siglo IV.
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Yoyot te,
J., Op. cit. 1997, 179. [5]
Ibidem. [6]
Ibidem. [7]
Ibidem, 179. [8]
Milne, J. G. A History of
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1924, 186-187. [9]
Ibidem, 187. [10]
Ibidem, 187-188. [11]
Milne, J. G. Op. cit. 1924, 191. [12]
Yoyotte, J., Op. cit. 1997, 179. [13]
García Bellido, A. ‘El
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(1956). Wagner, C. G. & Alvar, J. ‘El culto de Serapis en
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1981. [14]
Drexler, W. Aus führliches Lexikon der griechischen und römischen
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‘Isis’ en Lexicon Iconographicum Mythologiae Classicae, T. V,
1, 761-796. [21]
Se consultará con carácter general Parlasca, K. Repertorio
d’arte dell’Egitto greco-romano. Tres
volúmenes. Palermo- Roma. 1969-1980. [22]
Roullet, A. The Egyptian and Egyptianizing Monuments of Imperial
Rome. EPRO, 20. Leyde, 1972,
95. [23]
Milne, J. G. Op. cit.,
1924, 180-181. [24] Grenier, J. C. ‘La religión traditionelle: temples et clergés’. En Égypte romaine. L’autre Égypte’. Marseille, 1997, 177 [25]
Ibidem. [26] Ibidem. [27]
Milne, J. G. Op. cit. 1924, 181. [28]
Grenier, J. C. Op. cit., b), 1997, 177. [29]
Milne, J. G. Op. cit. 1924, 181. [30] Ibidem, 183-184. [31] Ibidem. [32]
Ibidem, 181. [33]
Para la relación de las
obras realizadas por los emperadores romanos en Egipto se
consultará con carácter general Porter, B.,
Moss, R. y (Malek, J.).-
Topographical
Bibliography of Ancient Egyptian Hieroglyphic Texts,
Reliefs, and Paintings.
Ocho volúmenes.
Oxford, 1934-1981.
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