La organización en el espacio en la perspectiva egipcia. Ignacio Ares ReguerasUniversidad de Valladolid
Para un artista egipcio, el mundo en donde vivía estaba
organizado de manera similar a la de un cubo gigante. La cara superior
era la diosa del cielo Nut, la inferior el dios de la tierra Geb, y las
cuatro caras laterales estaban divididas en planos por cuatro cetros was,
que hacían de columnas separadoras entre el cielo y la tierra. Dentro
de la caja fluía el dios del aire Shu, que hacía de separación entre
Nut y Geb. Debido a esta creencia, toda representación en pintura o
relieve iba enmarcada por los jeroglíficos que hacían referencia a
estos términos -cielo, tierra y cetros-, aludiendo de esta manera al
espacio tridimensional dentro del bidimensional. Tal y como nos recuerda
el autor griego Platón (Pl. Lg.
2, 656, d-e), el artista egipcio no podía abandonar estas estrictas
normas estéticas, encontrándose maniatado a la hora de crear nuevas
obras.
Dentro
de este estricto margen de posibilidades, el egipcio optó por una
perspectiva que mantendría a lo largo de su dilatada historia. La
distancia entre los objetos incluidos en una representación, solamente
puede ser medida con respecto a la paralela del plano de la
superficie-soporte, anulando la visión oblicua y perpendicular de las
imágenes. Esta norma que se ha venido denominando ley
de la máxima claridad, no es más que el intento de representar en
una superficie plana, todos y cada uno de los objetos que merecieran ser
reproducidos, incluyendo aquellos que, en una perspectiva real, no
fueran apreciados por el ojo humano. Este método tiene como resultado
un sistema totalmente diferente al instaurado en el Renacimiento, en
donde predominaba la perspectiva de tipo piramidal o lineal,
fijando un punto de fuga al que se dirigen todas las figuras del plano
reduciendo su tamaño según se acercan a él.
En
esta caja imaginaria que era el mundo para lo egipcios, las figuras son
representadas en planos superpuestos diferentes. De esta tendencia se
deriva el que las cabezas de todos los seres animados que aparezcan en
la pintura o relieve, estén alineadas a la misma altura, fenómeno
denominado isocefalia, y que
no es más que una norma derivada, en gran parte, del uso exagerado de
la ley de la frontalidad,
propuesta por Lange, tratadista danés de finales del siglo pasado.
Para
la mentalidad egipcia resultaba mucho más importante representar un
objeto en sí mismo, que la posición que éste pudiera tener dentro del
espacio de una escena determinada. Muy relacionado con la escritura
jeroglífica, la mera representación de un objeto o persona, evocaba
para el antiguo egipcio su realidad física, convirtiéndolo a su vez en
un objeto o persona real.
Toda
esta exposición teórica, harta complicada desde cualquier punto de
vista, resulta más fácil de comprender si es analizada desde el punto
de vista de algunos ejemplos prácticos.
La
figura del hombre es, quizás, el punto de partida de esta ley de la máxima
claridad. En su percepción podemos observar todas y cada una de las
partes de su anatomía en un auténtico batiburrillo que no conseguiría
ni el más elegante contorsionista. La cabeza siempre aparece de perfil
con el ojo de frente, tendencia que, por otra parte, también se observa
en otras culturas del oriente antiguo. El tronco aparece de frente
aunque el pecho está de perfil, al igual que los brazos y las piernas.
A esta regla se le podrían achacar algunas excepciones que, por su
singularidad, resultan muy llamativas. Así, es relativamente frecuente
encontrarse con figuras enfrentadas al espectador como las famosísimas
flautistas de la tumba de Nebamón. También conservamos algunos
ejemplos en la frontalidad del pecho como ocurre en la bailarina central
de la tumba de Nakht.
Existen
excepciones mucho más llamativas como el caso único de un hombre de
espaldas, que encontramos en un obrero trabajando un gran bloque de
piedra en el taller de escultura representado en la tumba de Rekhmire,
de la XVIII dinastía. En la misma tumba, curiosamente, también nos
topamos con un ejemplo también excepcional e irrepetido, en donde la
figura femenina de una sirvienta aparece de tres cuartos de perfil
mostrando el trasero al espectador.
Fuera
ya de la representación del hombre como una figura individual, la norma
general en la pintura y relieve egipcios era la superposición de
planos. Un ejemplo muy ilustrativo lo encontramos en un relieve del
Imperio Medio en donde se nos muestra el traslado de un coloso de
piedra. El gigante es arrastrado por cuatro hiladas de hombres. En una técnica
convencional, atendiendo a una perspectiva renacentista piramidal, estas
cuatro hiladas se habrían colocado una detrás de la otra, reduciendo
cada vez más el tamaño de sus componentes, pero el concepto espacial
en el arte egipcio ha obligado a colocar los cuatro planos superpuestos,
uno encima de otro, de tal manera que todos tienen las mismas
dimensiones no variando la distancia entre unos obreros y otros.
Cuando
se trataba de la visión de un objeto vertical y otro horizontal, es
decir, un objeto que está de pie y otro tendido sobre el suelo, los dos
aparecen en el plano vertical. Una escena muy curiosa que utiliza este método,
la encontramos en la tumba del noble Userhat de la XVIII dinastía. En
ella podemos observar el genial dibujo de un zorro agonizante en una
extraña composición. El animal aparece repesentado en un momento de
dolor, retorciéndose por la pérdida de sangre y esperando la llegada
de su muerte. El reguero de sangre del zorro aparece
"levantado" en la misma composición en lo que, a primera
vista, parece ser una escena de un animal envuelto en unas ramas
parduscas. La perspectiva utilizada por el artista egipcio ha montado
los dos planos en uno mismo, el vertical y el horizontal, logrando un
conjunto chocante para un espectador novel en este procedimiento artístico.
Un
efecto similar es el observado en la representación de las mesas de
ofrendas que son presididas por el difunto y que aparecen ejecutadas
sobre las paredes de las tumbas desde las primeras dinastías. Este tema
artístico es representado siempre de perfil, estando el hombre sentado
ante una mesa repleta de ricas viandas, destinadas a su disfrute en el Más
Allá. Debido a que en una postura convencional de perfil, el contenido
de la mesa pasaría desapercibido para el ojo humano, la ley de la máxima
claridad utilizada por los egipcios apela a un recurso estilístico muy
original, similar al ya apreciado en la escena anterior del zorro. Si la
mesa es representada de perfil, la parte superior de ésta es observada
desde un punto de vista cenital, de tal manera que se pueden apreciar
con claridad las ofrendas depositadas sobre ella. Lo que el artista ha
hecho no ha sido más que representar las diferentes filas de ofrendas,
una sobre otra, de forma que puedan ser advertidas perfectamente en el
relieve. De lo contrario, al no aparecer el contenido de la mesa sobre
la superficie decorada, estas ofrendas, por el carácter mágico de la
representación pictórica antes aludido, no existirían, con el
consiguiente perjuicio para el difunto residente en la tumba. Observamos
un fenómeno similar en algunos dibujos de cajas, en donde tras una
representación convencional de perfil, sobre la caja aparece dibujado
el interior de ésta, solución propuesta por el artista para clarificar
la importancia del contenido de la caja.
Qué
duda cabe que la mejor manera de captar la sensación de la perspectiva
egipcia es analizando las grandes escenas de la vida cotidiana de las
tumbas tebanas, en donde, si no conocemos de antemano las reglas que
rigen este arte, podemos pensar que nos encontramos ante dibujos
imposibles al más puro estilo escheriano.
Las
escenas de recolección de la tumba de Mena (ca. 1.400 a. C.) ofrecen
una visión muy clara de lo que decimos. En el centro de una de las
escenas aparece un grupo de bueyes seguido por un joven boyero. La
colocación de los cuatro animales ha sido realizada en el mismo plano
horizontal, de suerte que vemos uno detrás de otro como si fueran
figuras de cartón. Para aclarar la visión del conjunto, el artista ha
variado el color del pelaje de los animales logrando una alternancia
cromática que pueda distinguir un animal de otro. Nos encontramos
ante una de las composiciones excepcionales dentro de la plástica
egipcia. Siempre que aparecen filas de personas o animales, ya sean
vacas, toros, caballos, etc. su colocación no es superpuesta, como los
componentes de una mesa de ofrendas, sino que se disponen uno detrás de
otro adelantándose mínimamente una figura con respecto a la anterior
como si se tratara de figuras de cartón y diferenciando unos de otros
por la variación del color empleado.
De
manera muy similar es tratado el tema de las plañideras de la tumba de
Nebamón, en donde el grupo de mujeres y acompañantes de la procesión
funeraria ha sido pintado utilizando diferentes colores para matizar la
distinción entre unas personas y otras. En este grupo también es de
reseñar el aspecto caótico del propio conjunto, hábilmente tratado
por el artista, incluyendo en la composición varios planos verticales
en donde coloca las figuras, y variando alternativamente la dirección a
donde se orientan a la vez que unas aparecen agachadas, otras de pie,
otras a medio levantar, etc. dando cierto dinamismo al conjunto.
Los
espacios acuáticos en donde no aparece ninguna persona o ésta se ubica
en un lugar muy secundario, son tratados usando una perspectiva
particular en donde, la mayoría de las veces, el plano principal es una
vista cenital del conjunto. De esta manera, se obtiene una panorámica
amplia del paisaje matizando con mucho detalle cada componente de este
espacio abierto. Son típicos de este punto de vista la representación
de lagos y piscinas, en donde se muestra una imagen variopinta de la
fauna y flora de la región, estableciendo con precisión y detalle cada
una de las diferentes especies que configuran un espacio natural.
En
el Museo Británico se conserva una pintura de una piscina, que
posiblemente fuera encontrada en la tumba del noble Nebamón,
anteriormente mencionado. El núcleo principal de la pintura es una
vista aérea de la piscina de la finca a la que se le han ido añadiendo
los diferentes aditamentos naturalísticos necesarios (granados, sicómoros,
palmeras, lotos, peces, ánades, etc.), que den la suficiente sensación
de paisaje que el artista pretendía. Esta piscina, se encuentra rodeada
en todo su perímetro por una hilera de árboles, aparentemente caídos
sobre el suelo, con el añadido de que la fila inferior rompe la posición
de las otras tres y se encuentra enfrentada a la situación de la
piscina. Vemos, pues, cómo el artista egipcio ha dado prioridad al
plano horizontal en detrimento del vertical, al contrario que en los
ejemplos anteriores, haciendo que el resto de componentes de la escena
giren en torno a este núcleo.
Los
elementos exteriores a la piscina aparecen representados de la misma
manera que podrían estar en una representación convencional egipcia.
Lo llamativo de las composiciones acuáticas es la incorporación, como
ya hemos dicho, de gran variedad de elementos naturalísticos, como
pueda ser la fauna y flora típica de la región tebana. El modo en que
han sido pintados los patos, peces y plantas es siguiendo el plano
horizontal de la composición, de tal manera que todos los animales
parecen flotar sobre el agua de la piscina como si estuvieran muertos,
cuando realmente lo que hacen es adecuarse a la dinámica general del
conjunto.
Una
composición muy similar se puede apreciar en las diferentes escenas
deportivas tebanas de la dinastía XVIII que hacen alusión a la vida de
los nobles en los pantanos. En estas pinturas la interpretación del
espacio acuático es idéntica a la utilizada en la representación de
grandes piscinas.
C.
Aldred, New Kingdom art in
ancient Egypt during the eighteenth dynasty
1570 to 1320 B.C.,
London 1961
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