Reflexiones sobre una esfinge del Museo Barracco de Roma Begoña del Casal Aretxabaleta
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Entre la colección de piezas arqueológicas que están recogidas en el Museo Barracco se encuentra una misteriosa esfinge, atribuida a la reina Hatshepsut, que va a ser motivo de las siguientes líneas. Encontrada en Roma en el año 1865, bajo la iglesia Santa María sopra Minerva, esta escultura perteneció en la Antigüedad al templo romano de Isis, situado en el Campo de Marte. Por su estilo, cuya sobriedad recuerda las obras escultóricas del Imperio Medio, la esfinge depositada en Roma pertenece sin duda al comienzo de la dinastía XVIII. La pieza, que está realizada en granito negro, es un símbolo del poder real con connotaciones solares, muy utilizado por la realeza egipcia de todos los tiempos. Representa a un león dotado de una visible melena resuelta por medio de unas acanaladuras paralelas que recorren los hombros, los brazos y parte del pecho del animal. La cabeza, humana como es habitual en todas las esfinges egipcias, corresponde inusualmente a una mujer. Ciñendo la parte alta de su cabellera luce la corona característica de las Grandes Esposas Reales del Egipto del Imperio Nuevo, provista de un ureo, dos peculiaridades que determinan rotundamente el sexo y la categoría real de la persona representada. Una melena tripartita le cae sobre la espalda y los hombros repitiendo el peinado típico de la diosa Hathor, rematado en un bucle que se forma hacia el exterior y deja las orejas al descubierto. Rodeándole la base del cuello es visible un collar de cinco vueltas, del tipo de los realizados con cuentas en forma de canutillo. Sobre el centro del pecho, en vertical y dentro de un largo rectángulo, se desarrolla la única inscripción que muestra la pieza escultórica, y que está incompleta por la rotura que la fragmenta a la altura de la articulación de las patas delanteras. El epígrafe, escrito en caracteres jeroglíficos, añade nuevas incógnitas al decir: Ofrenda que da el Rey a Amón-Ra, dios Perfecto, Seor del trono de las Dos Tierras, Men-jeper-Ra (Amado de) Hat(hor)... Como la inscripción no muestra signos de haber sido retocada, hemos de aceptar que es la original y que la pieza fue dedicada al dios directamente por Thutmosis III. Sin embargo, no cabe duda que la persona elegida para ser representada en esta ofrenda al dios es una reina de plano derecho, o lo que es igual, una mujer faraón. Por medio de este razonamiento se llega pronto a una conclusión: la mujer misteriosa es Hatshepsut, faraón femenino corregente con Thutmosis III, que fue la primera mujer de la Historia representada con forma de esfinge. Pero son varios los motivos que hacen dudar de esta identidad. Por ejemplo, ninguna de la múltiples esfinges que representan a Hatshepsut lleva la corona de las reinas egipcias, porque cuando ella decidió acceder a la categoría de faraón abandonó cualquier atributo propio de una reina consorte, para pasar a lucir una barba postiza y los varoniles tocados de faraón, independientemente de que se hiciera representar con aspecto femenino o masculino. Otro motivo para dudar de su identificación es el propio rostro retratado. Las finas y peculiares facciones de Hatshepsut, tantas veces reproducidas durante su reinado, no concuerdan con las de la esfinge del Museo Barracco, pues esta mujer inmortalizada es mofletuda, tiene el mentón más redondeado y está limpia de cualquier indicio de barba real, además, sus ojos, más pequeños y juntos que los de Hatshepsut, están desprovistos de la característica mirada felina de la mujer faraón. Y, por último, no tiene ningún sentido que fuera Thutmosis III quien ofreciera esta imagen de su tía al dios tutelar de la dinastía XVIII, cuando ella podía haberlo hecho personalmente. Revisando las posibilidades que hay de que sea otra de las mujeres coetáneas a Thutmosis III encontramos que solamente hay dos que pudieran haber sido el modelo para la realización de esta controvertida esfinge: las hijas de Hatshepsut, Neferu-Ra y Merit-Ra Hashepsut, ambas puestas bajo la protección del dios Sol, como indica la composición de su nombre. Pero Neferu-Ra, cuyos títulos fueron Hija Real, Hermana Real, Regente el Norte y del Sur, Esposa del dios Amón, Mano del dios, Divina Adoratriz, Señora de las Dos Tierras y Amada de Hathor, nunca fue Gran Esposa Real de Thutmosis III, que era único varón egipcio con la categoría suficiente para casarse con ella. Al no ser la mujer del faraón, Neferu-Ra jamás pudo lucir la corona de buitre, reservada exclusivamente a la consorte real. Por tanto, la esfinge del Museo Barracco, tampoco representa a la hija primogénita de Hatshepsut.. Como última candidata nos queda Merit-Ra Hatshepsut, que sí fue esposa de Thutmosis III y madre del siguiente faraón: Amen-Hotep II. La escasa imaginería que hay de esta reina no permite establecer paralelos de semejanza en las facciones de esta escultura y los pobres retratos que de ella hay en las tumbas de dos de sus nietos, aunque se sepa que ella fue la segunda mujer egipcia que se hizo representar adoptando el aspecto de esfinge. Por tanto, esta candidata nos es válida a la hora de suponer que es ella la mujer retratada en la esfinge inscrita con el nombre de Thutmosis III. A Merit-Ra Hatshepsut sí le correspondía ser Gran Esposa Real y llevar la corona de las reinas en su frente por ser hija de rey y descendiente, directa o por vía matrilineal, de la casi mítica reina Ahmes-Nefertari. Por varios detalles importantes que se desprenden de la escultura, hay que situar el momento de su ejecución en los primeros tiempos del matrimonio de Merit-Ra Hatshepsut con Thutmois III, viviendo aún su madre, la reina Hatshepsut. El idéntico tratamiento que el escultor aplicó a esta pieza y a la que hay en el Museo de Berlín representando a Hatshepsut El cuerpo del animal tiene las mismas proporciones simples, concretas y elegantes. La melena que le cubre los hombros (L.4), los brazos y el pecho está resuelta con idéntico patrón y con la misma sencillez, pudiéndose pensar que ambas están realizadas simultáneamente y por el mismo escultor. El ureo que muestra la esfinge daba a su usuaria una categoría semejante a la del faraón, por tanto hay que fechar la ejecución de esta pieza después de la muerte de Neferu-Ra, heredera de la realeza de su madre, y antes del fallecimiento de Hatshepsut, cuando el poder de la mujer faraón era innegable. El antagonismo existente entre la figura femenina y la inscripción a nombre de Thutmosis III puede estar motivado por un deseo de resaltar la unión que ya se había establecido entre los dos con el matrimonio, remarcando el origen divinizado de Merit-Ra Hatshepsut. Su ejecución no puede ser posterior a la desaparición de Hatshepsut, porque al quedar Thutmosis III solo en el trono demostró no ser un amante esposo de Merit-Ra Hatshepsut, pues la desafortunada reina de Egipto fue desposeída por su marido de tres de los honores que más habían adornado a las consortes reales precedentes: los títulos de Esposa del dios, Mano del dios, incluso del tratamiento de Gran Esposa Real. Los escaso datos biográficos que se tienen de esta reina vendrían a justificar la tesis de que la ejecución de esta escultura se llevó a cabo durante los primeros años del matrimonio de la segunda hija de Hatshepsut con Thutmosis III. Por ejemplo: Cuando Hatshepsut murió, la magnífica tumba real (KV 42) que se estaba construyendo para su hija Merit-Ra Hatshepsut quedó interrumpida, conociéndose la finalidad que en un principio tuvo porque en el depósito de fundación se especifica que la tumba estaba dedicada a dicha reina. Pero no terminaron ahí las desdichas de Merit-Ra Hatshepsut, Thutmosis III, a fin de evitar que aprovechando sus prolongadas ausencias por motivos guerreros, su esposa pusiera en marcha alguna estrategia para hacerse el trono que tan honrosamente había ocupado su madre, fue condenada a residir en un palacio recién construido por su marido en las cercanías del oasis del Fayum. Lejos de la grandiosa Tebas que la vio nacer, del templo de Amón, en Karnak, donde tenía que haber servido a la divinidad en calidad de Esposa y Mano del dios. Apartada de la corte de los fieles servidores de su madre, la reina de Egipto no tuvo otra misión que la de engendrar hijos. Al final, la vida fue clemente con esta mujer y, después de morir Thutmosis III, el hijo de ambos, coronado como Amen-Hotep II, le hizo justicia otorgándole nuevamente el título de Gran Esposa Real y enterrándola en su propia tumba.
Publicado con la autorización del autor.
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