LA CALYSTEGIA SEPIUM |
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Por Dña. María Begoña del Casal Aretxabaleta. Miembro del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto. |
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Como en un
contrasentido, las tumbas egipcias hechas para recibir los restos de su
propietario y luego permanecer cerradas para la Eternidad, actualmente
están abiertas a la curiosidad de turistas y estudiosos de la Egiptología,
siendo un legado fundamental para el conocimiento de aquella civilización. Sus
decoraciones son fuente inagotable de información relacionada con la
creencias, sus ritos y sus cultos funerarios, abriendo simultáneamente
diversas vías de investigación. Para
el presente artículo, y como ampliación de uno anterior sobre el mismo
tema[2],
se ha elegido el estudio de las representaciones de una enredadera que
aparece pintada en ataúdes antropomorfos y pinturas murales de cortejos
funerarios realizados durante la dinastía XIX. Centrando
nuestra atención en las pinturas apriétales de las tumbas del área
tebana realizadas durante el Imperio Nuevo y pese a que algunos autores
renombrados sigan insistiendo en la creencia de que las escenas de
familiares y amigos, reunidos con músicos y danzarinas, corresponden a
un banquete funerario conectado con los sepelios[3],
semejando a una fiesta cortesana ilustrativa de la vida regalada de unos
cuantos privilegiados, teoría que ha de irse descartando por poco
rigurosa y obsoleta. Los
nobles egipcios, además de haber cumplido los preceptos éticos en su
vida mortal, necesitaban justificar sus actos ante la presencia del
tribunal divino para que se les abriera la puerta de una vida
imperecedera en el reino de Osiris. Para
ello utilizaban todas las ayudas posibles:
primero la momificación y posteriormente, a pie de tumba, un
ritual de purificaciones y unciones, lecturas religiosas y mágicas,
etc. Pero
sus creencias exigían más; su vida eterna precisaba de ofrendas
materiales periódicas de sus descendientes y de que en este mundo nunca
se olvidara su nombre. Para
asegurarse estos últimos requisitos que no podían manejar desde el Más
Allá, cubrieron las paredes de sus tumbas con todo un repertorio de
alimentos, plañideras, músicos y cantantes encargados de ensalzar sus
virtudes y de familiares y amigos que, animados todos ellos por el poder
de la magia, nunca abandonarían su cometido. Mucho
se ha escrito sobre las prácticas orgiásticas de este acompañamiento
reunido frente a la tumba, aunque no se manifiesten en ninguna de las
bellísimas imágenes elaboradas por los artesanos[4]. Los
invitados allí representados no comen, (salvo en caso excepcional del
período amárnico), se limitan a aceptar o rechazar las bebidas que les
ofrecen los sirvientes, o a aspirar lotos y mandrágoras[5]. Ninguna
actitud evidencia que los elegantes grupos estén entregados a los
excesos de una orgía. Las
imágenes de carga erótica no van acompañadas de ningún tipo de práctica
sexual. Puede que el error de apreciación se desprenda de la presencia
de los frutos de mandrágora, de reconocido poder afrodisíaco, que
presentan muchas damas en sus manos o en sus diademas. Los
familiares y amigos íntimos, sentados decorosamente en esterillas y
sillones, y con frecuencia separados por sexos, ni comen ni se aman,
solamente beben y se relajan, por lo que cabe suponer que la finalidad
de la reunión era el conseguir un determinado estado de ánimo más que
una experiencia física, relacionada con una comunión espiritual con el
muerto para darle el acompañamiento definitivo hasta su llegada a la
presencia regeneradora de Osiris. Esta finalidad justificaría el uso de
drogas alucinógenas[6]
destinadas a crear un estado mental adecuado a las necesidades de los
participantes en el duelo. La
aparición de tallos de una enredadera en los elementos funerarios de
los nobles de segunda categoría es contemporánea a Sethy I (Menmaatra-Sethy,
1306-1290) o su hijo Ramsés II (Usermaatra-Ramses, 1290-1224). Se trata
de una planta que determinados personajes portan en sus manos o adornan
la mesa de ofrendas. J.G. Wilkinson[7]
ya sugiere una asociación de la enredadera que pudiera ser hiedra (Hedera
Helix); periploca, (Periploca Secamone)
o una concolculácea con los cultos osiríacos. L. Manniche (1993)
introduce nuevas posibilidades: aristoloquia (Aristolochia Clemattis) y
rábano (Raphanus Sativus). Desarrollo. A simple vista no es fácil definir con exactitud a qué especie de las tres citadas pertenece la trepadora que nos ocupa. Una dificultad está en la ausencia total de flores lo que hace pensar que carecieron de interés para sus usuarios, pero no ocurre de igual modo con las hojas alternas, lobuladas, acorazonadas (Ls. 1,6 y 7) y a veces en forma de saeta (Ls. 3,4 y 5). Los frutos, cuando aparecen, sí están bien reflejados, son negros y dispuestos en racimos poco profusos. Así pues, ateniéndonos a los detalles de su aspecto y al patrón alucinógeno y afrodisíaco impuesto por la mandrágora se puede intentar una identificación
Como
resultado de las anteriores eliminaciones, la planta trepadora que nos
ocupa puede considerase una convolvulácea. Ahondemos algo más en torno
a esta familia vegetal. Estas
plantas presentan: “hojas alternas, simples, enteras o lobuladas y sin
estípulas... Las flores (en nuestro caso su resultante: los frutos) se
disponen en cimas, racimos o panículas... los frutos son cápsulas
ovoides sin pelos”[8].
De entre los variados ejemplos que presenta esta familia, sabemos que la
especie conocida por Calystegia Sepium se aproxima mucho a nuestro
modelo por ser oriunda de Egipto,
tener “tallos trepadores... hojas grandes, de contorno astado, con el
ápice aguo y el margen ondulado, que presentan grandes pecíolos... Se
cultivó en los jardines romanos... contiene cuscohigrina, uno de los
alcaloides de la coca, al igual que algunas solanáceas. Una infusión
de sus hojas mezclada con vino o licor goza de una cierta reputación
como bebida amorosa... los frutos de Calystegia metidos dentro de la
almohada se han utilizado para provocar sueños reveladores, acción que
se ve reforzada tomando infusiones de las hojas antes de acostarse...
Sus raíces y rizomas se queman sobre brasas para producir un humo que
se supone provoca viajes fuera del cuerpo. Un dato curioso es que la Calystegia Sepium snwt en escritura jeroglífica, nunca aparecen Reyes o sus familiares directos y tampoco se recoge en las representaciones de los templos, quedando su uso relegado a los funerales de ciertos personajes de diana relevancia. Conclusiones. Aunque en la
actualidad no se puede precisar la forma en que fue usada, la Calystegia
Sepium sí sospechamos que debió producir, en los egipcios de la dinastía
XIX, semejantes efectos psíquicos-mentales que los de la mandrágora
con la diferencia a su favor, de no crear dependencia física. Puede
que en este detalle esté la clave de su aceptación; es más, incluso
puede que se tratara de una limitación impuesta por los máximo
responsables del país, los cuales siguieron prefiriendo los resultados
obtenidos con las variedades tradicionales. Con
el paso del tiempo, la limpieza intestinal producida por el consumo
ritual de estas drogas pasó, de ser una consecuencia, a convertirse en
un requisito previo al culto en las prácticas religiosas de alguna rama
iniciática de remoto origen egipcio. Como exponente de esta costumbre,
en los Nacimientos o mejor dicho Pesebres navideños catalanes, nunca
falta la alegórica figurita de Geroni Caagamer, que recoge la idea hermética
transformada en la imagen de un hombre sencillo, con su tsta tocada por
una barretina y tradicionalmente acuclillado para una función fisiológica
que, lejos de bañarle con una pátina grosera, en su humildad nos
recuerda que ante Dios hay que presentarse muy limpio interiormente. BIBLIOGRAFÍA·
BAINES J. MALEK J. (1992) Egipto, Dioses, templos y faraones.
Madrid. ·
CASAL ARETXABALETA M.B.DEL. (1995) La droga en el antiguo Egipto.
Madrid. ·
EVANS SCHULTES
R. /HOFMANN A. (1991). Guía INCAFO de las plantas útiles de la
Península Ibérica y Baleares. Madrid. ·
CIMMINO F. (1991) Vida cotidiana de los antiguos egipcios.
Madrid. ·
MANNICHE
L. (1993) An Ancient Egyptian herbal, Londres. ·
MICHALOWSKI K. (1993) El Arte en el antiguo Egipto. Madrid. ·
MONTET P. (1990) La vida cotidiana en Egipto en tiempos de los Ramsés.
Madrid. ·
REEVES N. (1991). Todo Tutankhamón. Barcelona ·
VALDEBELLE D. (1991). El hombre egipcio. Madrid · WILKINSON J.G. (1992). Los antiguos egipcios. Su vida y costumbres. Valencia [1] Autora del libro “La droga en el Antiguo Egipto”. Edit. Asociación Española de Egiptología”, 1995. [2] Casal Aretxabaleta M.B. (1995) [3] MICHAWLOSKY 1991 p. 207 dice: “Encontramos representaciones de banquetes en jardines” y p.411 refiriéndose a una imagen de la tumba TT de Rekmire: “detalle de un banquete funerario, BAINES, J. y MALEK 1992: “Las representaciones de banquetes son tema frecuente” “VALBELLE 1991..”. A juzgar por la importancia que se concede a los banquetes funerarios, la comida debía constituir un acto social relevante para los antiguos egipcios”, MONTET 1990 p 381: “los asistentes hacen lo propio. Comen y beben en honor al difunto y regresan a su ciudad haciendo todavía más ruido, pero sobretodo más alegres de lo que habían salido”... [4] CIMMINO, F, 1991 “En las pinturas sepulcrales aparecen representadas con mucha frecuencia las esbeltas figurillas desnudas de las sirvientas y de las danzarinas, en escena de banquetes, sin que en ellas aparezca el menor signo de morbosidad”. [5] En el denominado poza 54 del Valle de los Reyes (Luxor) Davis y Ayrton encontraron lo que se considera restos del banquete funerario de Tut-Anj-Amón: doce jarras de vino contra un reducido puñado de huesos de animales que escasamente pudieron alimentar a ocho personas Reeves P. 29 y 38. [6] Para agradecer la protección prestada por el dios Amón en sus intervenciones expansionistas por los territorios asiáticos, Tut-Mes III, en el año 25 de su reinado amplió el templo de Karnak. En los bajorrelieves llamados el “Jardín Botánico” representó animales y plantas exóticos traídos de las tierras conquistadas. Entre ellas aparece la mandrágora que, al ser ofrecida como recompensa al dios estatal, posiblemente el faraón empleara para este culto. [7]
J.G. WINKINSON (1992). Vol. II p. 59. [8] Ribera Núñez D./Obon de Castro C. 1991: p-818.
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