piedades
terapéuticas que se utilizan actualmente, pero cada vez con más
cautela. No hace muchos años, todavía se usaba en los tratamiento de los
dolores crónicos, diarrea aguda con dolores cólicos, intoxicación por el
consumo de solanáceas, y para el alivio de la tos seca.
- Es una droga
depresora del sistema nervioso central que en las primeras dosis produce
euforia, calma el dolor físico y el moral; crea alucinaciones de diversas
índoles, y produce miosis . En la segunda etapa de su consumo, muy breve y
previa a la adición, el usurario se muestra aletargado. Durante la
tercera, la de dependencia física, la persona va perdiendo gradualmente
masa muscular y capacidad intelectual; aparecen sudores fríos, anorexia,
desnutrición, amenorrea, impotencia, estreñimiento, náuseas, sequedad de
boca y susceptibilidad a las infecciones, que hacen padecer emanciación al
adicto.
- Crea dependencia
física que, según la opinión de los propios toxicómanos, se establece
desde las primeras dosis, y consiste en la adaptación orgánica al efecto
de la droga que, de ser suprimida, da paso a una serie de trastornos
físicos intensos.
- Produce obsesión,
con un impulso continuado e irrefrenable por conseguir una nueva
administración del estupefaciente, en busca de las alucinaciones y el
placer que él causa (de QUINCEY (1821, Vol. I).
- Genera una tolerancia
consecuente con la adaptación gradual del organismo a la substancia
tóxica, lo que exige un aumento paulatino en las dosis para conseguir los
mismos efectos.
- Vías de
administración Oral, durante el Siglo XIX, en Egipto se mascaba opio (LANE,
(1993 332-333). Contacto cutáneo (el emplasto hecho con la planta verde
majada, que aconseja Dioscórides para los dolores de cabeza). Inhalación
del humo procedente de su calentamiento .
La mandrágora, que había
llegado a Egipto ya asociada al suave efecto terapéutico del azulejo,
encontró en el país del Nilo un aliado más poderoso el opio.
Mediante la aparición
puntual de las representaciones de la adormidera al final de Imperio
Nuevo, puede deducirse que alcanza su protagonismo cuando la solanácea
crea la necesidad de hallar un calmante potente para combatir los dolores
gástricos producidos por su uso.
Los egipcios del Siglo
XIII a. C., como consecuencia del gran intercambio cultural establecido
por los soberanos de la dinastía XVIII con los demás pueblos civilizados
de su entorno geográfico, tuvieron que conocer los efectos sedantes y
soporíferos de la infusión de las cabezuelas de adormidera, y sus versión
más fuerte el jugo de la planta fresca y, yendo más lejos, el látex de las
cápsulas. En definitiva, el opio .
Echado un vistazo a lo que
la época ofrecía en el campo del consumo ritual de drogas, cabe citar una
cerámica encontrada en santuario de Gazi, Creta (1300 a. C.), que se
conserva en el Museo de Iráklion, representado a una diosa minoica cuya
frente se adornó con una diadema compuesta por tres cápsulas de adormidera
perfectamente hendidas por cinco cortes equidistantes en sentido vertical,
indicativo inequívoco de que su preciado látex ya había sido extraído. De
ésta estatuilla se desprende que los cretenses sabían obtener el opio, y
que le daban cierto significado religioso. Sabiendo que Creta tenía
establecidas unas buenas relaciones comerciales con Egipto, no es
aventurado pensar que en el intercambio cultural fuera incluido el de la
manipulación destinada a conseguir el opio de las capsulas de la
adormidera, en el caso de que Egipto aún no la conociera.
En la tumba de Seti I
(1214-1204 a. C.), la miosis característica de los consumidores de opio,
se manifiesta hasta en las representaciones de los ojos que intervienen en
la escritura jeroglífica.
Sin lugar a dudas, durante
la dinastía XX en Egipto se producía el opio, como lo atestiguan unos
pendientes (pieza nº 52397. Museo de El Cairo) inscritos con el
cartucho de Seti II (1306-1290 a. C.), cuyos remates florales son siete
cápsulas de adormidera por cada pendiente, todas ellas cubiertas de cortes
longitudinales.
La simpleza de la
manipulación de las capsulas es idéntica al método a seguir para la
obtención del incienso y el látex de la raíz de la lechuga silvestre. Se
puede afirmar con total seguridad que, de los tres ejemplos citados, el
sistema se empleaba en el Antiguo Egipto para la extracción del incienso
y, por tanto, las posibilidades de que se hiciera igualmente en los otros
dos casos son muy altas.
Por citar unos datos
curiosos relacionados con el consumo de opio en la Antigüedad, recordemos
que
- Hipócrates recomendaba
el uso del opio para calmar ciertos trastornos femeninos (ESCOHOTADO
(1994) 147).
- Nerón, “tomaba unos
75 grs. diarios” de opio puro disuelto en una pócima que le preparaba
su médico, Andrómaco de Creta; y la sospecha de que “Tito muriera por
sobredosis” (ESCOHOTADO. 1994 181).
Cabe mencionar que el opio
de mayor calidad, apreciado universalmente durante todas las épocas, es el
egipcio, conocido dentro del comercio de la droga con el nombre de opio
tebaico. Tanto, que en ocasiones de crisis económicas se ha usado como un
valor estable semejante al del oro.
Otra curiosidad, que
enlaza el pasado egipcio con el presente, nos la aporta el ya citado
escritor inglés del Siglo XIX, opiómano declarado desde su juventud,
THOMAS de QUINCEY (1821, Vol. II 266), quién comentando una escultura de
Ramses II aseguró que la estatua retrataba “la inequívoca expresión del
opiómano”. Una opinión muy cualificada a tener en cuenta.
Y ciertamente, el gesto de
los adictos al opio, cuando tienen cubierta su necesidad de droga,
consiste en una mirada intensa y ausente con la pupila muy contraída, casi
un punto negro en el iris, y una sonrisa satisfecha, entre enigmática y
bobalicona.
Sino es ésta la expresión
perfectamente captada por los artesanos de la era ramésida, cuya
iconografía es conveniente revisar, se le parece mucho. Las pinturas de
las tumbas privadas de la dinastía XIX nos ofrecen la imagen de un pueblo
indolente, con una actitud corporal flotante en un mundo irreal, ambiente
común en todos los hipogeos de los servidores de Seti I y Ramses II.
En paralelo al ascenso de
éste nuevo estilo figurativo, más liberado, está el incremento de las
representaciones de flores completas o pétalos de adormidera, pudiendo
interpretarse su presencia como en los casos anteriores una alusión al uso
ritual que se hacía de sus efectos narcóticos.
También la tumbas reales
de la dinastía XX contienen una serie de elementos nuevos y fantásticos (Ramses
VI. KV nº 9), como genios y otras representaciones que no tienen nada en
común con las tradicionales y que bien pudieron ser producto de visiones
terroríficas producidas por el uso ritual del opio y, por ello, asociadas
con la vida del Más Allá.
La iconografía oficial del
momento quedó recogida, con exquisita finura, en los relieves del templo
de Abidos, dedicado por Ramses II (1290- 1224 a. C.) a su padre Seti I
(1306-1290 a. C.), donde las flores de adormidera y las sonrisas algo
estúpidas son fáciles de encontrar.
Sabemos que el incienso
quemado en Egipto estaba dedicado al culto de las divinidades, al igual
que la adormidera, el azulejo y la mandrágora; por tanto, si los antiguos
egipcios llegaron a quemar conjuntamente opio e incienso, es seguro que
los faraones oferentes no quedaron al margen de la aspiración del
sahumerio y, tanto de esta supuesta forma de administración, como en
cualquiera de las otras mencionadas, la dependencia del opio en los reyes
de las dinastías egipcias XVIII, XIX y XX parece un hecho incuestionable.
Volviendo a los relieves
de Abidos, en ellos también podemos observar la presencia de los
quemadores de incienso, objetos que no son exclusivos de la dinastía XIX,
ya que están documentados desde el principio de la XVIII, y recuerdan
tanto a las pipas que