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EL PENSAMIENTO RELIGIOSO DE LOS ANTIGUO EGIPCIOS. |
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� Por. D. Francisco Mart�n Valent�n. |
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Director del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto. Universidad de Cartagena, 1999. |
Correo: [email protected] |
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�������� Los egipcios parec�an
a los griegos �los m�s religiosos de todos los hombres�. Si consideramos que
la visi�n que nos transmiti� Herodoto, era la ofrecida por un pueblo
milenario, ya en franca decadencia, hemos de admitir que la esencia
misma del alma egipcia estaba identificada con la divinidad, y que si
hubiera que determinar qu� pueblo fuera el primero en enfrentarse al
medio f�sico que le rodeaba para explicarlo conforme a un conjunto de
doctrinas cosmog�nicas, �se, bien pudiera haber sido el egipcio.
�������� Como no puede ser
menos, el hombre egipcio fue, en primer t�rmino, sensible al medio
geogr�fico que le rodeaba. Hablamos del Valle
f�rtil, duramente asediado por los desiertos ar�bigo y l�bico; el
r�o Nilo, impresionante
arteria que cruza el pa�s, y que es Egipto, puesto que �l es la vida;
y del cielo, escenario
luminoso donde diariamente se reproduc�a el d�a primigenio de la
creaci�n del mundo con el triunfo del Sol: el dios Ra.
�El Valle �La
tierra de Egipto se ha dividido desde tiempos prehist�ricos en dos
partes netas y claras: El Alto y el Bajo Egipto. Esta concepci�n
dualista est� omnipresente en el pensamiento religioso egipcio. De
este modo �el recuerdo hist�rico� del dualismo anterior a la
unificaci�n se convirti� en las concepciones religiosas, en uno de los
principios rectores del pensamiento egipcio.
Esta
realidad se constata de diversas maneras: por ejemplo 1�) Se agrupan
por parejas y se unen entre s� como modo de rememorar la unificaci�n
divinidades representativas del Sur y del Norte (ej. Nejbet �Uadyet);�
2�) Se desdobla una divinidad que pertenece al Sur o al Norte,
como por ejemplo el dios Horus y as� se habla del Horus del Sur o del
Horus del Norte en los textos de las Pir�mides (Prs. 1295).
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�������� La instituci�n de
las parejas divinas entra�a asimilaciones variadas: por ejemplo la
Cobra Uadyet con la Corona Roja y la diosa buitre Nejbet con la Corona
Blanca.�
�
�Todo ello para no hablar del c�lebre misterio del SEMA TAUI
(Uni�n de las dos Tierras) en cuya ceremonia ritual se ven unidos Seth
del Norte y Horus del Sur.
�El
Valle era, adem�s, y es, la estrech�sima franja de vida f�rtil,
constantemente amenazada por los desiertos circundantes. Era la tierra
negra Kemet, frente a la tierra roja Desheret (ra�z egipcia de nuestro
actual t�rmino desierto). De este modo otra vez el concepto de DUALIDAD
aflora en el medio y condiciona el pensamiento religioso egipcio.
El
hombre, arrojado sucesivamente desde los altiplanos del valle, conforme
la mancha h�meda Sahariana se desecaba, vi� como su refugio a esa
tierra negra que le albergaba y le alimentaba, e inevitablemente
transform� a la tierra roja en el lugar donde resid�a el mal, el caos
primordial que d�a a d�a amenaza con acabar con la creaci�n
primigenia.
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El
Rio.-
�El Nilo era el mayor r�o del mundo conocido por los antiguos.
Esta masa de agua que llega a tener cerca de un kil�metro de anchura en
algunos puntos del Valle, circula a trav�s de la aridez de los dos
inmensos desiertos que lo acompa�an durante toda su traves�a, no s�lo
en Egipto sino en el lejano Sur que los egipcios jam�s hab�an
explorado, pero al cual miraban expectantes en el est�o. El r�o
aportaba cada a�o el negro limo con el que daba vida a la tierra
egipcia.
Ninguna
fuente, ni afluente conocido aportaba una gota de agua al inmenso cauce:
�Cuantos motivos de asombro para los primitivos habitantes del valle!.
Es
sabido que los egipcios no resolvieron jam�s el misterio de los or�genes
del Nilo. Los egipcios confesando su ignorancia, sosten�an que esta
agua santa ven�a del cielo a la tierra, o bien, que brotaba desde el
mundo inferior por v�as secretas.
Para
ellos la corriente nutricia y majestuosa de llamaba itr,-aa
o �gran r�o�. R�pidamente el Nilo fue deificado como gran fuerza
vivificadora, recibiendo el nombre de HAPI, �Padre
de los dioses� �El �nico que se cre� a s� mismo, cuyo origen es
desconocido, Se�or de los peces, rico de grano�.
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�������� El egipcio concibi�
en alguna de sus creencias del mundo funerario que el Nilo terrestre ten�a
su paralelo Nilo subterr�neo que regaba los campos de IARU. �Tan
incomprensible resultaba la concepci�n de supervivencia en el M�s All�
sin un Nilo, fuente de vida esencial!.
�
�������� Es l�gico que a esta
potente fuente de vida se le haya otorgado naturaleza divina y se le
hayan consagrado himnos; dicen los Textos
de las Pir�mides: �H�la
aqu�, el agua, de vida que se halla en el cielo; h�la aqu�, el agua
de vida que se halla en la tierra. El cielo reluce para ti,�
la tierra se estremece por ti cuando nace el dios (crece el r�o)
se manifiesta, el dios se extiende en su cuerpo (inunda la tierra del
Valle)�.
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�������� Durante el Imperio
Nuevo los himnos al Nilo, nos muestran la importancia que la crecida
benefactora tiene en la conciencia religiosa de los egipcios. Nos dicen
los Papiros Sallier II y Anastasi
VII: �Salud a ti, Hapi, que
naces en esta tierra y llegas para dar vida a Egipto; t� que escondes
tu llegada en las tinieblas en el d�a mismo en que se canta tu llegada;
ola que se extiende por los vergeles que Re crea para dar vida a todos
los que tienen sed y que se niega a regar el desierto con el
debordamiento de las aguas del cielo. Cuando t� desciendes, Geb (la
tierra) se enamora de los panes, Nepri (el dios del grano) presenta su
ofrenda; Ptah hace prosperar todos los talleres. Su tus dedos dejan de
trabajar, todos los seres son miserables. Si tu caudal disminuye en el
cielo, entonces los mismos dioses y los hombres perecen; los reba�os
enloquecen y la tierra entera, grandes y peque�os, sufren
dolorosamente. Si por el contrario, creces, entonces la tierra grita de
alegr�a, todos los vientres est�n gozosos, todas las espaldas son
sacudidas por la risa y todos los dientes mastican�.
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�������� El Nilo era, pues,
creador de la Tierra Negra. Pero, a su vez, el Nilo era tambi�n para
los egipcios obra del Sol tal como lo declara el gran
Himno de Aton: �...T�
(Aton) creas el Nilo en el mundo inferior, y t� lo llevas a la tierra,
donde t� quieres, para alimentar a los hombres de Egipto... t�, el Se�or
de la Tierra�...
�
El
Sol, en su marco celeste,
era el tercer gran factor de vida, principio divinizado que marcaba de
modo indeleble y absoluto el pensamiento religioso de los antiguos
egipcios.
�������� El sol, con su
trayectoria Este-Oeste significaba para los antiguos egipcios el otro
eje de su orientaci�n vital. Ellos estaban permanentemente pendientes
de la nueva salida del Sol cada ma�ana por el oriente, lugar al que
llamaban Ta netcher (la tierra
del dios).
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�������� La teolog�a de �poca
hist�rica hizo del oriente, por este motivo, la regi�n del nacimiento
y del renacimiento, y del occidente, lugar por donde el sol se pon�a,
la regi�n de la muerte y de la vida en el M�s All�.
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�������� En el dogma que se
estableci� para glorificar al Sol naciente se expresaba de forma
permanente y reiterada, el jubiloso agradecimiento de toda la creaci�n
ante la aparici�n renovada del sol por la ma�ana. El contraste�
entre el atardecer� y
el amanecer era, para el egipcio, el referente entre la muerte y la
vida.
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�El gran himno a Aton existente en la tumba de Ay, en el
Amarna, nos refleja bien fielmente cuanto decimos: �...
Tu te alzas hermosa en el horizonte del cielo, oh disco viviente que
ordena la vida. Cuando apareces en el horizonte oriental, despu�s de
haber llenado el pa�s entero con tu perfecci�n, tu eres bello, grande,
brillante, alz�ndote por encima de la tierra en toda su extensi�n.
...Pero cuando te oculta en el horizonte de Occidente, el pa�s est� en
tinieblas, como muerto; los hombres est�n tumbados en sus habitaciones
recubiertos con un lienzo y cada ojo no ve ni a su compa�ero; si todos
sus bienes, aunque estuvieran bajo sus cabezas, fueran robados, no se
dar�an cuenta de ello. Cada le�n sale de su guarida, todas las
serpientes muerden, pues la noche es para ellos el tiempo de la luz. La
tierra est� silenciosa pues su� Creador
est� en Su Horizonte�.
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�������� El
significado religioso que los egipcios daban al cielo, a la b�veda
celeste era una prolongaci�n natural, casi una l�gica consecuencia, de
la observaci�n del decurso solar.
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�������� En un pa�s como
Egipto, donde existe un cielo tan luminoso y despejado, tanto de d�a
como por la noche, la astronom�a ten�a una importancia enorme.
Naturalmente la astronom�a entre los egipcios ten�a todos los perfiles
de una ciencia sagrada utilizada, una vez m�s, para personificar como
potencias divinas a las constelaciones, los decanes y las estrellas.
�
�El Osireion de Seti I
en Abidos nos ha transmitido pasajes de un tratado muy antiguo que
interpretaba y describ�a los mecanismos celestes bajo el velo de
relatos mitol�gicos.
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�������� Otra figura mitol�gica
empleada por los egipcios para considerar el cielo, el cuerpo de la
diosa celeste NUT no se confund�a exactamente con el firmamento sino, m�s
bien, con una especie de camino celeste, que apoyaba sus pies en la
ciudad de Nejeb, en el actual el Kab,
mientras los dedos de sus manos se posaban sobre el suelo de la santa
ciuadad de Behedet, en el actual EDFU.
Por
este camino celeste marchaban el sol y los dem�s astros. Por la tarde,
la boca de la diosa absorb�a el disco solar, que continuaba su viaje
por las entra�as del suelo, mientras en el horizonte oriental se
alzaban las estrellas. No deja de ser curioso que, en esta materia,
hubieran dos concepciones teol�gicas independientes; la primera, manten�a
que la b�veda celeste era un simple elemento perteneciente al dios del
Universo ATUM, en tanto que la segunda la confund�a con NUT, madre de
RA.
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�Los egipcios tambi�n miraban hacia el cielo y, por cierto,
muy atentamente. Ve�nse si no, los techos de las c�maras del sarc�fago
de tumbas reales como la de Sethy I, en el valle de los reyes, o las
representaciones existentes en las de ciertos particulares, como la de
Sen-Mut (TT 353). Los egipcios contaban las horas de la noche observando
las estrellas. Los primeros datos conocidos que permiten confirmar tal
tesis proceden de un sarc�fago encontrado en la ciudad de Siut,
en el Egipto medio, datable en las dinast�as IX-X (hacia el 2.100).
Posteriormente, durante la dinast�a XVIII, el citado techo astron�mico
de Sen-Mut, o la cl�psidra de tiempos de Amen-Hotep III, recoger�n
estas representaciones y sus nombres para sernos transmitidas a trav�s
de toda la historia de Egipto hasta llegar a las �pocas griega y
romana.
Los
decanes constan en estos textos designados de modo expreso como deidades
auxiliares de Sothis, su
soberano. (Nuestra actual constelaci�n llamada �Ori�n�). Unos como
este �Ori�n-Sothis� o �los dos hombres�, se nos muestran con
forma humana; Otros, asumen formas de animales tales como el carnero, el
pez, la tortuga, o el buitre. Otros, en fin, llegan a tomar prestadas
las formas de objetos de uso cotidiano para los antiguos egipcios, tales
como �la vasija�, �la estera� o �la ca�a�.
En
suma, los egipcios cre�an reconocer a un principio divino en cada
potencia f�sica que observaban. Ellos trataban a cualquier precio de
ubicar su realidad microc�smica, su experiencia individual o colectiva
como seres humanos, en el contexto macroc�smico del Universo. De este
modo buscaban alcanzar la perfecci�n moral y �tica a trav�s de su
correcta localizaci�n en el mundo f�sico, manifestaci�n del divino
que, les rodeaba y les sobrecog�a.
�Por
ello, otra gran preocupaci�n que nos es transmitida por los egipcios es
la que ten�an acerca del conocimiento y descripci�n del
mundo del M�s All�.
Los
egipcios redactaron verdaderos manuales geogr�ficos del mundo de
ultratumba. Por ejemplo El Libro
de los Dos Caminos, datable durante el Imperio Medio t,
posteriormente, esos dos tratados que describen y explican el viaje
circular del sol a trav�s de las doce regiones del universo nocturno:
las doce horas de la noche: El
Libro de lo que hay en la Duat y el Libro de las Puertas.
Todas
estas realidades m�s o menos inmediatas debieron producir en una l�gica
evoluci�n del pensamiento religioso, el nacimiento de un conjunto de
principios Cosmog�nicos que tratasen de explicar �al modo egipcio�,
el origen de las cosas y el lugar y el momento de la
Creaci�n del mundo.
De
este modo, los egipcios conciben la concepci�n abstracta de naturaleza
cuasi-divina que llamaban Nun.
El Nun, era el
oc�ano primordial, las aguas del caos. Dec�an los textos que �hab�a
existido antes de que ninguna otra cosa hubiera visto la existencia�.
Era el m�s antiguo de los principios divinos, era �El Increado�, lo que podr�amos calificar como �el comienzo
absoluto�. Ni siquiera Ra, el dios sol, era m�s antiguo que �l. En
todo caso era �su contempor�neo�, de modo que, en ocasiones, los
textos hablan de NUN como �el padre del sol�, puesto que el sol hab�a
salido del NUN. Por esta raz�n se dec�a que ��al
anochecer, el sol retornaba al NUN, al caos original, para volver a
salir triunfante, como el Primer d�a de la Creaci�n, a la ma�ana
siguiente��.
Los
egipcios pensaban que este oc�ano primordial rodeaba la tierra por
encima del cielo y por debajo del suelo, de ah� que en algunos textos
se habla de los difuntos refiri�ndose a ellos como �los
habitantes del NUN�.
Veamos,
ahora, d�nde, cre�an, que hab�a comenzado la creaci�n del mundo.
Con
independencia de la escuela teol�gica de turno que, como era natural,
reivindicaba para su dios principal el m�rito de la creaci�n (lo cual,
por otra parte no preocupaba demasiado a los egipcios, que admit�an f�cilmente
la superposici�n de los distintos dogmas), son dos los lugares que f�sicamente
fueron escenario de la Cosmogon�a
original conforme a diferentes �textos sagrados�. Hay un
conjunto de tradiciones que nos hablan de un lugar llamado �la Isla del Fuego� iw
nSnSr,
lugar ubicado en las cercan�as de la ciudad santa de Herm�polis y
asociado a la primera aparici�n del dios Ra, saliendo del caos l�quido
(Libro de los Muertos, Cap�tulo 15). Este era el lugar de nacimiento y
crecimiento del sol, donde la Vaca Celeste Metcher le amamantaba.
Este
lugar se asociaba tambi�n en los textos al denominado �Lago
del Cuchillo� mr
dSdS
, cuya localizaci�n no es tan segura como en el caso anteriormente
citado. Estaba en relaci�n con la salida del sol por Oriente y con la
victoria solar contra los enemigos que representaban al caos.
En
todos los casos se hablaba de una �Colina Primigenia� emergiendo del
caos l�quido que ten�a su representaci�n jerogl�fica en el signo
�Adem�s,
para los antiguos egipcios la creaci�n se reproduc�a constantemente en
una cont�nua lucha entre el orden y el caos. De este modo, la aparici�n
diaria del sol por Oriente, no era la repetici�n mec�nica de un fen�meno
constante, sino un acto nuevo, por virtud del cual cada ma�ana el astro
sal�a nuevamente triunfante y reproduc�a el primer d�a de la creaci�n.
En
todo caso, ellos pensaban que, en el origen, antes de que los elementos
constitutivos del mundo hubieran sido creados, el demiurgo (Atum en Heli�polis,
Ptah en Menfis, o Am�n en Tebas, por no citar sino a los m�s
importantes) se hab�a izado por su propia y sola energ�a sobre esa
�Colina Primigenia� surgida, a su vez, del caos l�quido. M�s tarde
se producir�a la creaci�n y organizaci�n del mundo y de sus
criaturas.
�
La
Concepci�n de los dioses.
Los
egipcios se enfrentaron ante el problema de elegir y crear a sus dioses
con la mentalidad de un pueblo alegre, humano, dulce y moderado.
�Los
grandes dioses del pa�s del Nilo eran considerados como los inventores
de las artes y los benefactores de la Humanidad.
As�,
Ptah de Menfis era el patr�n de los arquitectos, Jenum de Elefantina,
el de los alfareros, Thot de Herm�polis patrocinaba la astronom�a, el
c�lculo, la gram�tica y la escritura.
�Osiris,
cuyo culto tuvo tan alto significado en la religi�n egipcia, era
considerado el esp�ritu de las aguas, se�or de los cereales y de las
plantas verdes.
�De
mucha importancia eran tambi�n los cultos tributados a las diosas
madres y a los genios protectores del hogar y de los ni�os, tales como
la diosa Thueris, el dios Bes, o las Siete Hat-hores.
�Para
alguna ocasi�n en la que el g�nero humano tuviera algo que temer de
los dioses, como en el caso del �Mito
de la diosa lejana�, encargada por el dios Ra de aniquilar a
la Humanidad, la leyenda nos cuenta que, el peligro se diluy�
alegremente en medio de una sofocante embriaguez provocada a la diosa
leona, sedienta de sangre, a base de la sabrosa cerveza egipcia mezclada
con la �Hena� (colorante rojo).
�Ni
siquiera la muerte parec�a horrorizar a los egipcios. Ciertamente, no
podemos ignorar la gran preocupaci�n que tal tr�nsito les produc�a, m�xime
a la vista del �Juicio� que las almas de los difuntos deb�an
superar bajo pena� de
aniquilaci�n y a los propios peligros que los textos funerarios nos
describen y tratan de conjurar. Pero, la muerte no tiene iconograf�a
propia en la mentalidad egipcia.
�En
el peor de los casos la muerte sirve de reflexi�n sobre la brevedad de
la vida y el necesario pragmatismo que se debe imponer ante tan cruda
realidad, tal y como nos lo describe El
canto del Arpista de la tumba de Antef, en Tebas: ��.He
o�do las palabras de Im -Hotep y Dyed-ef-Hor, de los que los hombres
repiten por doquier lo que ellos dec�an; pero, �d�nde est�n hoy sus
casas?: Sus muros est�n destruidos, su propio emplazamiento no existe:
es como si ellos jam�s hubieran existido�As� pues, aumenta tus alegr�as
y no permitas que tu coraz�n est� triste. Sigue tus deseos y los
placeres que desees. Haz lo que deseas sobre la tierra, no aflijas tu
coraz�n, hasta que llegue para t�, el d�a de las lamentaciones��(Papiro
Harris, Din. XIX).
�Por
contra, es asombroso el mundo multicolor, brillante, animado y
tranquilizador que ofrecen las decoraciones de las tumbas privadas de
los antiguos egipcios. All� vemos al difunto y a su familia y amigos,
amablemente reunidos para toda la eternidad en una actividad cotidiana
dedicada a la agricultura, la caza, y los placeres de la vida terrestre
en el valle del Nilo, adecuadamente protegidos por los textos m�gicos
para conjurar los peligros y las asechanzas del desconocido y fr�o
mundo del M�s All�.
�Los
habitantes del pa�s del Nilo adoraron muy pronto las grandes fuerzas
del Universo y los elementos constitutivos de la naturaleza. Las
principales divinidades del pante�n egipcio son astros, elementos c�smicos,
plantas, animales, seres con figura humana y cabeza de animal: entes y
entidades que pertenecen al mundo de lo sensible y tienen su fundamento
en el mundo real.
Pero
al trasladarse del mundo material al espiritual, estas realidades,
maneras de expresar a los ojos humanos otras cuestiones m�s sutiles,
cobran una vida propia, m�gica, que, en ocasiones, podr�a volverse
contra el propio hombre. He ah� los ejemplos de los jerogl�ficos que
representan a animales da�inos que son objeto de mutilaci�n o
fraccionamiento, para evitar que perjudiquen al difunto.
�Las
estatuas, sede de las fuerzas espirituales, no eran dioses, en s�
mismas para los egipcios. Solamente eran considerados como soportes en
los que las fuerzas adoradas fijaban su residencia por obra de los ritos
m�gicos invocatorios llevados a cabo por el medio m�s poderoso que
conoc�an los egipcios: La Palabra.
�La
figura del fara�n como encarnaci�n de los dioses en la tierra, era
otro de los pilares del pensamiento religioso de los egipcios. Esta
naturaleza divina se resume perfectamente en la titulatura real (los
cinco nombres de los reyes que los convierten en encarnaci�n del dios
Horus sobre la tierra e igualmente de las dos Diosas Protectoras del Sur
y del Norte: Nejbet y Uadyet.
�De
alg�n modo, el rey era el depositario de una fuerza divina, el Ka, que
le hab�a sido transmitida por sus ancestros terrestres, los sucesores
de los Reyes-Dioses, para continuar la obra del �Creador del Primer d�a�.
Esta
situaci�n del fara�n como continuador de la obra del Demiurgo, est�
claramente resaltada en ciertos momentos de la historia de Egipto.
Esto
es m�s notorio en los momentos de crisis, resuelta por un fara�n que
restaura el orden, donde antes solo reinaba el caos.
�Este asunto nos ha sido transmitido a trav�s de ciertos
documentos literarios como la llamada Profec�a
de Nefer-ty , texto recogido entre otros en el Papiro
Petersburgo 1116 B, y que se refiere al futuro rey Amen-em-hat I, de la
dinast�a XII, como sucesor del demiurgo ya que sustituye el desorden
reinante por el orden: ���entonces vendr� un rey del Sur: Imeny, Justo de Voz es
su nombre; es el hijo de una mujer que procede del primer nomo del Sur,
nacida en el Alto Egipto. (�l), tomar� la Corona Blanca y llevar� la
Corona Roja, as� unir� a Las Dos Tierras poderosas y satisfar� a los
Dos Se�ores, Horus y Seth, seg�n sus deseos.
�Todos
los campos estar�n en su pu�o..el pueblo de Egipto, se regocijar� en
su d�a�los que se inclinaban al mal y los que tramaban una rebeli�n
han finalizado sus palabras,a causa del terror que �l les inspira. Los
asi�ticos ser�n abatidos y los Timhiu ser�n arrasados por las
llamas�entonces la Maat, volver� a su lugar y el mal ser� expulsado
al exterior�.
�La
filiaci�n divina del rey del Alto y del Bajo Egipto queda explicitada
en el 5� t�tulo del protocolo real: el de Hijo de Ra.
En
otras ocasiones se acud�a al misterio de la Teogamia en virtud del cual, Fara�n resultaba ser hijo carnal
del dios (normalmente Amon), encarnado en�
el rey padre que fecundaba a la reina-madre.
El
fara�n como personaje divino ten�a privilegios especiales que nos dan
testimonio de la creencia en su divinidad por parte de sus s�bditos. De
este modo el rey recib�a culto, no solo tras su muerte sino durante su
tiempo de vida. Este culto, en principio practicado solo en Egipto se
fue extendiendo, a partir de la dinast�a XVIII hasta Nubia. Los templos
construidos para dar culto a las estatuas divinas del fara�n se alzaban
en Gurob y Serreh para Thutmosis III, en Tebas y Soleb, para Amen-Hotep
III, llegando, en �poca �de
Rams�s II a cubrirse toda la Baja Nubia con templos de culto real (El
Uadi el Sebuah; Gerf Hussein, Abu Simbel o el Aksha) para el fara�n y
para su Gran Esposa real, la reina Nefert-Ary.
El
fara�n, en tanto que hijo y descendiente de los dioses ten�a la
obligaci�n de ser el sacerdote oficiante del culto divino. En su
condici�n de tal nombraba a sus delegados en cada uno de los templos de
Egipto para que, en su nombre, se realizasen los oficios diarios de
culto, pero en las grandes ocasiones era �l mismo quien desempe�aba el
papel de oficiante. Este era el caso de los Festivales Reales en honor
del dios Min, o la Fiestade la erecci�n del Pilar Dyed, tal como se ve
en las representaciones del muro noroeste del patio de la TT192 de
Jeruef, en Tebas.
A
su vez, Fara�n contaba con el auxilio de los dioses. El rey era
providencialmente socorrido y auxiliado por su divino padre en momentos
especiales como consta en relatos como el llamado Poema de Pen-Taur en el cual se relata tal tipo de ayuda dada
por el dios Amon a su hijo Rams�s II: ��..Yo
te invoco, �Oh mi padre Amon. estoy en medio de un enemigo innumerable
que no puedo calcular; todos los pa�ses extranjeros se han unido contra
m�, y yo estoy solo, absolutamente, sin nadie m�s conmigo.
Mi
infanter�a me ha abandonado y ninguno de los soldados de mis unidades
de carros se ha vuelto hacia m�.Yo les grito pero ninguno me escucha
cuando les llamo.
Pero me d�
cuenta de que Amon� vale m�s
para m� que millones de soldados, m�s que cientos de miles de carros,
m�s que diez mil hijos o hermanos unidos por un mismo coraz�n�Entonces
not� que Amon ven�a a mi llamada, me di� su mano, y yo estaba feliz.
Grit� detr�s de m�: �Cara a cara contigo, Rams�s-Amado-de-Amon, Yo
estoy contigo!. Soy Yo, tu padre, mi mano est� con la tuya. Yo valgo m�s
que centenares de miles de hombres. Yo, el Se�or de la Victoria, que
ama la Valent�a.�.
�Otra
deidad que auxilia y protege al fara�n era la diosa Sheshat.
Ya desde el Imperio Antiguo esta diosa era la encargada de anotar el
nombre real sobre las hojas del �rbol sagrado de Heli�polis para
hacerle vivir. Era lla tambi�n quien anotaba el protocolo real del
monarca cuando era coronado, manteniendo actualizada su genealog�a lo
que le acreditaba con legitimidad para ocupar el trono. Pero la m�s
importante facultad de esta diosa era, sin duda, la determinaci�n del
tiempo de vida concedido al fara�n. Es ella la que concede �largos a�os de reinado e innumerables fiestas Sed al fara�n�.
En
tanto que dios, el rey ten�a deberes de protecci�n para con su pueblo.
Us poder divino deb�a revertir en beneficio de susu s�bditos. As� en
los festivales de celebraci�n en honor del dios Min, se esperaba que,
por la intercesi�n del fara�n se iniciar�a la renovaci�n anual de la
naturaleza, de modo que, habr�a abundantes cosechas e innumerables reba�os
de ganado.�
Id�ntico fen�meno se operar�a como consecuencia de la
celebraci�n de las Fiestas Jubilares de reinado. La misma regeneraci�n
experimentada por el fara�n con tal motivo traer�a consigo la renovaci�n
del pa�s entero.
�Esta
protecci�n se dispensar�a al pueblo, a�n despu�s de muerto el fara�n.
Es notoria y conocida la devoci�n que los habitantes de la ciudad
obrera de Deir El Medina, en Tebas, dispensaban al rey Amen-Hotep I y a
la madre de �ste, la reina Ah-Mose Nefert-Ary. Esta devoci�n se
manifestaba en la celebraci�n de fiestas especiales, pero muy
notoriamente en la realizaci�n de actividades oraculares ante la
estatua del fara�n divinizado.
�
�El
hombre egipcio ante s� mismo.
Es
ahora el momento de analizar la idea que el egipcio ten�a de s� mismo
como ser limitado y trascendente; qu� concepci�n ten�a del problema
vital, de sus relaciones con los dioses y, fundamentalmente del problema
de la muerte.
Ning�n
texto conocido nos ha transmitido la definici�n f�sica del hombre seg�n
los antiguos egipcios. No obstante, del conjunto de textos religiosos
podemos deducir el concepto que en s� merec�an a sus propios ojos los
egipcios como parte de la creaci�n.
�Conforme nos cuentan las
leyendas del ciclo solar, �.cuando
Nun hubo creado a los dioses y a los animales, el mundo no estaba
perfectamente acabado. Pero Ra, que ejerc�a el dominio de la tierra, se
esforzaba por cuidar de la creaci�n y hacerla perfecta. Cuando sus ojos
comenzaron a llorar a causa del esfuerzo realizado, le sobrevino un
sentimiento de alegr�a y de sus l�grimas que ba�aban el suelo
surgieron los hombres y ellos fueron creados como los dioses y los
animales, en fin, como todas las criaturas vivas. El coraz�n de Ra pens�
y su pensamiento adquiri� forma por medio de su palabra, convirti�ndose
en expresi�n oral y, luego, en realidad.
Todo
lo que crec�a sobre los campos y prados y en los �rboles fue asignado
a los hombres para que se alimentasen de igual modo que a los animales.
Los animales serv�an a los hombres as� como tambi�n se apoyaban y
ayudaban m�tuamente.
�Despu�s
de instruirles c�mo vivir en casas y en ciudades y c�mo trabajar los
diversos oficios, los hombres se hallaron en paz en la Tierra y notaron
claramente en qu� se diferenciaban de los animales�Se les di� la
libertad de recordar o de olvidar el Imentit (el reino de los muertos) y
de favorecer a los dioses con ofrendas o de blasfemar contra ellos y
olvidarlos. Luego- prosigue el ciclo de relatos del mito solar- los
hombres intrigaron contra Ra y quisieron usurpar el puesto de los
dioses, entonces Ra se encoleriz� contra los hombres y se propuso
aniquilarlos��
�
As�
pues, es claro de lo expuesto que, los hombres, seg�n la creencia
egipcia no eran en modo alguno el centro de la creaci�n y mucho menos
los due�os de la misma, sino, simplemente, una parte de la obra divina.
�La
creaci�n posterior de los hombres, despu�s de la primera generaci�n
que hab�a sido obra de Ra, era tarea del dios Jenum-Ra, tl como lo
reflejan los textos de Esna: ��Jenum-Ra,
el dios del torno de alfarero. .el dios que une a los cuerpos en el seno
materno�el que hace vivir a los seres todav�a ni�os gracias al soplo
de su boca.� Jenum creaba a los hombres a imagen de los dioses y
tambi�n creaba su ka y lo hac�a con el barro y el agua del Nilo.
�El egipcio consideraba, de otra parte, conforme parece
desprenderse de la estela BM 797, de comienzos del Imperio Antiguo que: �
la vision de los ojos, la audici�n de las orejas y la respiraci�n de
la nariz, daban informaciones al coraz�n, de donde sale todo
conocimiento que la lengua repite al exterior. De este modo se ejecutan
todas las obras y todos los trabajos del artesano, las actividades de
las manos, la marcha de los pies y el movimiento de los dem�s miembros,
siguiendo este orden que ha sido concebido por el coraz�n y pronunciado
por la boca y constituye la naturaleza de toda cosa�.
�
En
cuanto a las ideas morales que
reg�an la vida del egipcio, baste recordar la interdependencia de la
moral y de la religi�n en el antiguo Egipto.
�Durante
el Imperio Antiguo se escriben textos, seg�n los cuales, el dios Ra,
durante su viaje diurno en su barca sagrada repara las faltas realizadas
sobre la tierra, en tanto que, por la noche, alivia las penalidades de
los fallecidos. A trav�s de los llamados Textos sapienciales conocemos cual era el ideal de vida que
inspiraba a los altos funcionarios en cuyas tumbas se han encontrado
dichas composiciones literarias.
�El
arte de vivir consist�a en hacer lo que complac�a a los dioses y lo
que aprobaban los hombres, seg�n los siguientes principios: amor a los
padres, a los que se debe obediencia; fidelidad al rey; humanidad,
especialmente con los inferiores; conciencia en el cumplimiento de las
obligaciones de cada cual; integridad, imparcialidad: en suma, sumisi�n
a la doctrina de la Maat o principio de la Verdad-Justicia.
La
sabidur�a Suprema, seg�n los diversos principios de los escritos de
Ptah-Hotep o Ani, consist�a en �entregarse
en los brazos de dios del que dependen la felicidad o la desgracia del
hombre y del que, por otra parte, los designios son impenetrables.�
�
La
muerte.
�Tras esta trayectoria vital parece que el egipcio se
enfrentaba a la muerte como a un mero tr�nsito que marcaba el paso de
una clase de existencia (la vida terrestre) a otra forma o aspecto de
vida en el M�s All�; no se trataba, por tanto, de un asunto negativo y
era interpretada como un simple cambio de estado preliminar a la
resurrecci�n a una segunda vida m�s intensa y duradera que la primera
y libre de todas las ataduras y servidumbres de aqu�lla.
�Acaecida
la muerte f�sica, el cuerpo seguir�a siendo el soporte del esp�ritu
del difunto, por obra de los ritos de la momificaci�n y de la realizaci�n
de la Apertura de la Boca. Por esta raz�n el cuerpo muerto y
osirificado recib�a en los textos el nombre de �Bast�n�, xt
. La personalidad espec�fica del
difunto se compon�a de diversos elementos, entre los cuales estaban
el ba, especie de potencia
espiritual que permit�a trasladarse al difunto, en forma de ave, all�
donde desease para contemplar los lugares que disfrut� durante la vida
terrestre. El ka, especie de
�aura o doble� del difunto en vida, su esencia vital, que deb�a
encontrar apoyo en la momia o en cualquier otra representaci�n f�sica
de su due�o a fin de que aqu�l pudiera mantener su identidad personal.
Un
tercer elemento, el Aj, �ntimamente
unido a los dos anteriores, garantizaba la pervivencia del difunto. En
este caso, esta condici�n se un�a al difunto a trav�s de los ritos
llamados Shaju, que
implicaban una transformaci�n radical del ser para transformarse en un
ente radiante y luminoso como las estrellas imperecederas, ixmw
Ski
(T. P. 141, c).
Pero
�en qu� condiciones concretas se hallaban los difuntos en el
M�s All�?.
�Durante
la �poca predin�stica,
antes del desarrollo de las religiones solar y osiriana parece que se
cre�a que el esp�ritu continuaba viviendo en relaci�n m�s o menos
directa con el cad�ver, lo que, de alg�n modo siguiendo siendo una
constante durante toda la historia de Egipto. El culto funerario como
medio para recibir ofrendas alimentarias era esencial para este tipo de
vida y el esp�ritu pod�a volver a la tierra bajo la forma de un halc�n.
�En
los comienzos del Imperio
Antiguo, el difunto convertido en un Osiris por los ritos del
embalsamamiento, se aseguraba un lugar en el rico reino subterr�neo de
Osiris.
�Durante
la dinast�a V, se elabor� una doctrina del M�s All�, adaptada a las
necesidades de la religi�n solar. Seg�n esta ideas que antiguamente
dejaban a sus seguidores, tras la muerte en las moradas subterr�neas de
los dioses ct�nicos, el
difunto se transformaba en �heliopolitano� por medio de lustraciones
especiales, una suerte de �bautismo� hecho a los muertos. Como
consecuencia inmediata de ello el muerto compartir�a en lo sucesivo la
vida del mismo dios sol, Ra. Esta
doctrina que fue aplicada al
principio solo al fara�n, se hizo luego extensiva, a partir de la
dinast�a VI a los cortesanos y a los funcionarios reales, finalmente a
todo el pueblo a partir del Primer Periodo Intermedio.
Esta
creencia que sobrevivi� a la gran crisis de la ca�da del Imperio
Antiguo, momento en el que fue concebida, se superpuso en la mentalidad
egipcia a las anteriores creencias ct�nicas y Osirianas.
�A partir de la dinast�a XVIII todo difunto aspirar� a
acceder al mundo de Osiris y a navegar con Ra en la Barca Solar.
�En
cuanto a la idea egipcia a prop�sito de c�mo era el lugar y el modo en que sobreviv�an los difuntos, �sta
evolucion� de manera paralela a la de la concepci�n misma de la
doctrina religiosa funeraria que hemos visto hace un momento.
�
Durante
la �poca m�s antigua los muertos habitan en un para�so ct�nico,
subterr�neo, llamado �lo
inferior del dios�
Xrt nTr.
Se trataba de una regi�n inaccesible a los vivos, pero que ten�a su
entrada a partir de la tumba.. Es a partir del Imperio Antiguo cuando se
empieza a hablar del �Occidente�, como lugar de residencia, colocado
bajo la protecci�n de Osiris.
Cuando,
m�s tarde, desde del Imperio Medio, se produjo una especie de unificaci�n
de los textos funerarios, el �Occidente� se identificar�a con los
lugares llamados �Campos de Ofrendas y del Iaru�. Estos eran lugares de caracter�sticas
agr�colas, al menos desde la dinast�a XVIII. En ellos el difunto deb�a
realizar trabajos en los campos para justificar las propiedades que le
eran entregadas en aqu�l lugar, el Reino de Osiris.
Junto
a esta creencia, tambi�n se admit�a, durante el Imperio Nuevo, que el
difunto pod�a residir en el cielo. All�, a bordo de la Barca Solar,
segu�a los periplos diurnos y nocturnos del propio dios sol Ra.
�En suma el pueblo egipcio fue un pueblo creyente, religioso y
entregado a sus dioses, no en balde fue en Egipto el lugar donde se
formaron las c�lulas del proto-cristianismo que dieron lugar a una de
las m�s importantes religiones de la humanidad.
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