LAS INSTITUCIONES RELIGIOSAS PAGANAS 

EN EL EGIPTO ROMANO

Por D. Francisco J. Mart�n Valent�n

Director del I.E.A.E y 

del Proyecto Sen en Mut.

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Los dioses en el Egipto romano.

Cuando tradicionalmente se ha hablado para el Egipto romano de divinidades de �origen griego�, frente a divinidades de �origen egipcio�, se ha cometido una gran imprecisi�n.[1] Tratar de hacer una clasificaci�n del pante�n egipcio de �poca romana con arreglo a tales divisiones, no parece adecuado. Los egipcios siempre fueron tolerantes en materia religiosa (hecha excepci�n del par�ntesis am�rnico).[2]

Esta tolerancia egipcia, mestizada con la tradicional aceptaci�n romana de los cultos extranjeros, lleva a pensar que, tanto en las aldeas egipcias, como en las capitales administrativas o �nomos�, nadie distingu�a en modo alguno entre religi�n grecorromana o religi�n egipcia como, si cada una de ellas fueran consecuencia de diferentes expresiones piadosas. El proceso que en realidad se produjo, fue la consecuencia de una asimilaci�n de los antiguos principios divinos con los reci�n venidos, procedentes del mundo griego, a trav�s del mundo helen�stico, y de �stos, con los conceptos religiosos romanos.[3]

Este fen�meno se inici� en las colonias griegas de Egipto cuyos integrantes adoraban dioses egipcios bajo una forma helenizada. El h�bito de asimilar divinidades comenz� a practicarse desde la �poca de los primeros asentamientos griegos en Egipto, durante los siglos VII -VI a. C., momento en el que los comerciantes y mercenarios griegos se instalaron en el Delta y en Menfis, a requerimiento de los reyes de Sais. (dinast�a XXVI).[4]

Lo m�s sorprendente es que, andado el tiempo, las principales divinidades nil�ticas eran vulgarmente conocidas bajo dos nombres: el tradicional egipcio y el novedoso griego, a trav�s del cual se buscaba la asimilaci�n de dichas divinidades con las del pante�n hel�nico.[5]

As�, el dios Am�n, era J�piter-Zeus, y los dioses Osiris e Isis, equivalentes a Baco-Dionisos y Ceres-Dem�ter.

Otro fen�meno habitual resid�a en la costumbre de asimilar una ciudad o nomo con un dios. As�, Menfis era conocida como la ciudad de Hefaistos, es decir del dios Ptah. Thot de Herm�polis, era denominado Hermes.[6]

Tal pr�ctica funcion� activamente en tiempo de los Ptolomeos y, naturalmente, prosigui� bajo el dominio romano. Estrab�n explica que, debajo de los nombres griegos de los dioses y ciudades egipcias, subyac�an los egipcios de siempre.

El proceso de integraci�n sigui� bajo Roma. Por ejemplo, era muy habitual que si alguien proced�a de la ciudad de Edfu, donde se adoraba al dios Horus, asimilado a Apolo, el individuo en cuesti�n adoptase el nombre de Apollonios, es decir, �el de Apolo�.[7]

Otro ejemplo del proceso de asimilaci�n fue el del dios cocodrilo Sobek, cuyo nombre fue helenizado como �Sucos�. Sin embargo, tambi�n era llamado, seg�n de qu� localidad egipcia se tratase Soknebtunis, en Tebtunis, Sokonokonnis en Bacchias, Petesukos en Karanis y as�, otras variantes documentadas en diferentes localidades egipcias.[8]

Algo an�logo suced�a con la diosa Ta-Ueret, monstruoso ser, medio le�n, medio hipop�tamo. Era la deidad tutelar de la localidad de Oxyrhyncos , y all� era asimilada a la diosa griega Atenea. Tambi�n se la conoc�a por el nombre egipcio helenizado �Thueris� y su templo era denominado el Thuereion. [9]

De igual modo pueden constatarse casos netamente diferentes, consistentes en el fen�meno contrario: hubo divinidades muy localizadas, con un gran arraigo en su lugar de implantaci�n, que no pudieron ser asimiladas a ninguna divinidad extranjera. Tal, el caso de Mandulis, divinidad nubia adorada en el distrito de la zona de primera catarata, en Talmis. Se han encontrado graffiti escritos en lengua griega, en honor de este dios, pertenecientes a la �poca que oscila entre Domiciano y Antonino P�o, de los que parece fueron autores soldados romanos, integrados en las guarniciones de la zona.[10] En cualquier caso el culto a los animales sagrados que practicaban los egipcios siempre horroriz� a los romanos. Para ellos se trataba de incomprensibles pr�cticas propias de b�rbaros.

Y hubo casos en los que naturaleza de ciertas divinidades se �humaniz� a trav�s de las ideas de los ocupantes grecorromanos. Por ejemplo el dios Nilus y su esposa Euthenia. Si bien el primero podr�a tener su origen en el egipcio Hapy, personificaci�n divinizada del r�o, su divina esposa de �poca grecorromana no tiene paralelo o antecedente claro en el pante�n netamente egipcio.[11]

Lo m�s chocante es que las divinidades m�s importantes de Egipto eran conocidas e invocadas indistintamente por su nombre egipcio, o por su nombre grecorromano. Es indiscutible que, para cuando los romanos conquistaron Egipto, exist�a ya desde hac�a por lo menos tres siglos una clase social letrada que pensaba en Hat-Hor y hablaba de Afrodita, o invocaba a Pan y se estaba dirigiendo a Min.[12]

 

La religi�n egipcia en Roma

Es indiscutible que, bajo la influencia romana, la religi�n egipcia no experiment� los avances evolutivos que hab�a conocido bajo los Ptolomeos. Pero, sin embargo, se produjeron notables casos de extensi�n de cultos originalmente egipcios que sufrieron sensibles modificaciones, aportadas por el genio romano, los cuales trajeron consigo curiosos efectos.  En cualquier caso, si los romanos adoptaron e importaron a la pen�nsula italiana alg�n culto egipcio fue despu�s de haberlo �traducido� y acoplado a los esquemas propios de la religi�n romana.

De hecho, tres grupos sociales romanos fueron los principales veh�culos de la extensi�n de estos cultos nil�ticos en el orbe romano: los militares, los comerciantes y los esclavos. De estas influencias tenemos constancia, incluso en la Pen�nsula Ib�rica.[13]

El establecimiento de unidades militares como la Legio VII, por ejemplo, procedente de acantonamientos tan distantes entre s� como la frontera del Danubio, el Rhin o el norte de Africa, propici� la extensi�n por tan diferentes lugares del Imperio de los cultos nil�ticos reformados.[14] De otra parte, el benepl�cito imperial tambi�n fue un factor determinante para la difusi�n e implantaci�n de estos cultos pr�cticamente por todos por los territorios del Imperio, fuera de Egipto.

Como se ha dicho m�s arriba, la tolerancia romana hac�a de estos cultos �religiones aceptadas� que, primero, se modificaron y, finalmente, terminaron  imponi�ndose a los ciudadanos. Los cultos isiacos y de Serapis hab�an llegado hacia el a�o 150 a. C. hasta la Campania, por medio de los comerciantes italianos de Delos: Puzzoles y Pompeya eran las cabezas de puente de esa infiltraci�n.[15]

Hacia el a�o 100 los cultos de origen egipcio est�n ya en Roma y se introducen en los �mbitos populares. Su implantaci�n en la urbe se produjo en tiempos de Sila, quien favoreci� a estas cofrad�as por su arraigo popular, aunque fueran perseguidos y  prohibidos en varias ocasiones. Por ejemplo, en los a�os 59, 58 y 53 a C. el Senado ordena la destrucci�n de los altares elevados a los dioses egipcios; en el 50 el Senado ordena demoler un templo de Isis y Serapis, cuya localizaci�n se desconoce.[16] En el 48, despu�s del asesinato de Pompeyo en Pelusio, un prodigio sucedido en el Capitolio inclina a tomar la decisi�n, a causa de los augurios, de destruir definitivamente el templo de los dioses egipcios.[17]

Un notable ejemplo de tal fen�meno fue el caso del dios Serapis.[18]

Este dios ya era conocido y adorado en tiempo de los griegos. De hecho, fue implantado como patrono de Alejandr�a por Ptolomeo I, Soter.[19]

Su inicial aspecto egipcio (expresi�n del sincretismo del dios Osiris y del toro sagrado Apis) fue r�pidamente superado por una representaci�n completamente antropomorfa de corte absolutamente helen�stico.

Los romanos ve�an en �l a los dioses Hades, J�piter-Zeus o Neptuno-Poseid�n. A partir de la �poca romana este dios, egipcio de origen, transformado en divinidad helen�stica, fue adoptado por los conquistadores, extendi�ndose su culto a otros lugares diferentes de Alejandr�a. Incluso en occidente y en la Urbe, su implantaci�n alcanz� notables niveles.

Roma potenci� el papel de este dios como divinidad tutelar de Alejandr�a y consigui� que su culto se expandiera por todo el Imperio bajo una forma de culto sincr�tico que recibi� el nombre de Zeus-Helios-Serapis. 

�Que decir de los cultos is�acos!. En el caso de la diosa Isis podemos hablar de la asunci�n por Roma de un culto extranjero como si siempre le hubiera sido propio.[20] Su papel de �madre universal� ser� bien comprendido por Roma y asimilado con prontitud.

A partir de la segunda mitad del siglo I y la primera del II, los emperadores manifestaron una actitud filoegipcia que favoreci� el crecimiento del culto a Isis y a Serapis Ser�a con Cal�gula cuando, asimilada a Venus, el culto is�aco se implantase en la urbe de modo definitivo. De esta �poca data un templo que se erigi� a la Isis Campensis en el Campo de Marte. Los emperadores Domiciano y Caracalla seguir�an el ejemplo del anterior. Este �ltimo har� edificar en el 217 un templo la diosa Isis en el interior Pomaerium.

La importancia que cobr� el culto de esta divinidad egipcia en el orbe imperial se demuestra por la gran cantidad de peque�os Isieion que salpicar�an Roma y las principales ciudades del Imperio, como centros de culto a la diosa. De su culto surgir�a pronto la religi�n inici�tica por excelencia.

Sus fieles se reclutaban entre los egipcios que viv�an en la pen�nsula italiana pero tambi�n fueron sus ac�litas mujeres libertas de origen oriental.

En Roma se practicar�an cultos a diversos aspectos de Isis (la Isis lactans, la Isis Triunfante, la Isis Maga). Ella y el ni�o Horus-Harpocr�tes ser�an objeto de actividad cultual muy destacada a lo largo de los siglos II-III de C.

Hay un tercer caso de desarrollo de teolog�a egipcia helenizada bajo la influencia de Roma. Se trata del dios Thot.

La creciente influencia de los cultos egipcios en el orbe romano fue un campo abonado para la implantaci�n de la nueva teolog�a de este dios, patr�n de los escribas y de la escritura, la ciencia sagrada detentada por los hierogr�mmatas.

Bajo el nombre de Hermes Trimegistos se hizo de �l un profeta, atribuy�ndosele facultades inici�ticas y capacidades de revelaci�n divina.

Veamos ahora una peque�a relaci�n de algunos dioses egipcios con sus identificaciones romanas:

Venus-Hathor; Apollon-Horus; Marte-Onuris; Diana-Bastet; Minerva-Neith; Saturno-Gueb; Ceres-Isis; Baco-Osiris; (Helios) Sol-Ra; Vulcano-Ptah; Juno-Mut; H�rcules-Jonsu; Mercurio-Thot; Heron-Atum; Leucothea; Nejebet; Latona-Uadyit; Pan-Min; Tif�n-Seth; J�piter-Am�n.

 

La iconograf�a fara�nica en los cultos grecorromanos en Egipto[21]

Este es otro interesante campo abierto para la investigaci�n. La tradici�n fara�nica quer�a que los dioses deb�an ser representados de modos espec�ficos �a la egipcia�. Los Ptolomeos conservaron  la misma manera de hacer con la representaci�n de las im�genes divinas en los templos.

Los romanos continuaron esta tradici�n. Sin embargo, lo que en los muros de los templos subsiste, var�a claramente en el interior de los monumentos funerarios del siglo II de C. en adelante, como es el caso de las catacumbas de Kom El Shugafa, en Alejandr�a. All�, puede verse la mesa de ofrendas tradicional y las sillas egipcias, sustituidas por el triclinium para acomodar a los familiares del difunto durante la comida funeraria.

A partir de dicha fecha desaparecer�n del comercio de la imaginer�a sagrada los bronces t�picos egipcios, para ser sustituidos por terracotas y bronces que representan divinidades vestidas �a la romana� o �a la griega�. La transformaci�n de la iconograf�a de las divinidades desde lo netamente egipcio a lo claramente romano se observa de modo creciente, por ejemplo, en las im�genes de las Isis vestidas con t�nicas dispuestas y plisadas al estilo helen�stico.[22]

Otro caso, la patrona de la ciudad de Sais, la diosa Neith, cuyos s�mbolos eran dos flechas y un escudo, fue representada a partir del siglo II, en alguna ocasi�n, con atributos propios de Minerva-Atenea, la diosa de la guerra.

Hay muchos m�s casos, y todos ellos vienen a demostrar que la comunidad de convivencia en Egipto, durante el dominio de Roma, admit�a sin problemas que las divinidades locales y las nacionales fuesen las mismas para griegos, romanos o egipcios, y que todos los cultos, estaban establecidos para reforzar al fara�n-emperador (kaisaros autokrator) como intermediario entre los dioses y los hombres, y como garant�a de la buena marcha y expresi�n del buen estado de salud pol�tica del Imperio.

 

Los cultos romanos en Egipto.

No hay demasiados restos de los cultos romanos en el Valle del Nilo.

Los nombres de divinidades romanas aparecen ocasionalmente en ciertas inscripciones. Por ejemplo, J�piter cerca de la primera catarata,  J�piter Optimus Maximus en Coptos, o Mercurio en Pselkis. La raz�n de la escasez de estas menciones es que, en tales casos se ha utilizado el lat�n para realizar las inscripciones y, es sabido que el mundo romano en Egipto se expres� preferentemente en lengua griega.

El �nico dios de origen romano que s� parece haber recibido culto en Egipto es el J�piter Capitolino, a quien se elev� un templo en Arsinoe. Sin embargo, los actos de culto realizados en este templo parece que estaban m�s, vinculados con la Casa Imperial o con la diosa Roma, que con la propia divinidad del emperador.

De lo que s� existe abundante referencia, es de la existencia de templos dedicados al culto de varios emperadores y emperatrices. Se conocen templos en Alejandr�a, Arsinoe, Oxyrhyncos, Herm�polis, Elefantina y File. Los beneficiarios fueron Augusto, Trajano, Hadriano, Antonio P�o y Faustina.

No obstante, no parece que existiera una consideraci�n de los emperadores como dioses propiamente dichos, sino en ciertos casos como el de Cal�gula, adorado como tal, solo por los ciudadanos alejandrinos, o Vespasiano, tambi�n en Alejandr�a.

Tambi�n parece haberse producido una asimilaci�n indirecta de un emperador con una divinidad: es el caso de Augusto adorado como Zeus(J�piter)-Eleutherios. Algo parecido sucedi� con Ner�n, adorado como dios genio del mundo, vinculado con el Agathodaemon, a quien se dio culto en Alejandr�a. La emperatriz Plotina tambi�n fue asimilada, en esta especie de seudo-deificaci�n, con una nueva Venus-Afrodita procedente de Tentyris.

Las estatuas de los emperadores que fueron erigidas en los templos no se podr�an calificar exactamente como im�genes divinas. Lo mismo se puede decir acerca de la constancia que tenemos de los festivales celebrados en los aniversarios imperiales, los cuales estaban dirigidos, m�s a ensalzar la figura humana del emperador, que a realizar ning�n acto de culto.

Se hicieron consagraciones dedicatorias al genius del emperador, lo que se reconoce como f�rmula t�picamente romana. El culto al genius del emperador dado en Egipto parece tener ciertas conexiones con el de la diosa Roma pero, aunque, la figura de esta divinidad aparece en ciertas monedas acu�adas en Alejandr�a, no hay constancia de que se la haya dado culto divino en Egipto.

 

La organizaci�n clerical en el Egipto romano

Los romanos, de acuerdo con su tradicional pol�tica de tolerancia religiosa, no interfirieron notablemente en el ejercicio de las antiguas devociones egipcias o griegas en Egipto. De hecho, la religi�n egipcia tradicional considerada en su aspecto de �religi�n oficial� y, como tal mantenida en los templos por los colegios sacerdotales, no supuso ning�n declive, sino m�s bien, al contrario un momento de especial esplendor en Egipto.[23]

La mayor preocupaci�n de Augusto, despu�s de incorporar Egipto a Roma como provincia senatorial, tras la batalla de Actium, fue asegurarse de que el clero egipcio no ser�a un centro de reivindicaci�n nacionalista, como fue el caso bajo el dominio de los Ptolomeos. Esto lo consigui� colocando los dominios afectos a los templos, y el ejercicio de la actividad religiosa, bajo el control de un oficial romano como alto responsable del clero, con categor�a de Sumo Sacerdote de todos los cleros en Alejandr�a, y en todo Egipto.

En efecto, el sistema romano de control del clero egipcio fue riguroso y nada conciliador con el relajamiento de las costumbres o consentidor de ning�n tipo de concentraci�n de poder sacerdotal. 

Por comparaci�n con los tiempos de los L�gidas la situaci�n vari� enormemente. En tiempo de los Ptolomeos, por ejemplo, los Sumos Sacerdotes del dios Ptah de Menfis no hab�an cesado de acrecentar su poder pol�tico y econ�mico, hasta el punto de haber llegado a ser verdaderos co-gobernantes de Egipto con los monarcas alejandrinos. Era el dios Ptah el que entregaba la corona de Egipto a los monarcas griegos.

Alrededor del 20 a. C. muri� un Supremo Sacerdote de Ptah, llamado Psenamunis. No tuvo sucesor, de modo que la supervisi�n de ese clero egipcio y la de sus numerosos bienes pas� a ser ejercida por el control romano.[24]

Por un Decreto del Prefecto Petronio, dictado en el a�o 19-20 a. C., se confiscaron las tierras pertenecientes a los templos. Despojados de sus bienes e ingresos, los sacerdotes perdieron tambi�n el poder pol�tico que hab�an pose�do hasta entonces.[25]

En el mencionado decreto se otorgaba a los sacerdotes, a cambio de la expropiaci�n sufrida, una de estas dos posibilidades para subvenir a sus necesidades econ�micas: o bien aceptar un salario anual, o dejarles la libre propiedad de una parcela de tierra, calculada en funci�n de la importancia del templo, y fijada seg�n un baremo muy estricto. 

Atacados en su poder econ�mico los sacerdotes no tardaron en ver afectado tambi�n su estatuto personal. En el a�o 4 a. C. otro edicto del prefectorio impuso a los templos la obligaci�n de entregar todos los a�os una lista de los miembros que integraban su clero.[26]

Todos los que no eran de origen sacerdotal cuando se dict� dicho decreto fueron excluidos del r�gimen de exenciones fiscales, debiendo pagar sus impuestos a Roma. Solo se respet� el beneficio de exenci�n del impuesto a los sacerdotes de alto rango, de modo que todos los integrantes del clero inferior, debieron hacer frente a sus obligaciones para con el fisco romano.

A partir de este momento, el �ideologos� ejerci� la magistratura superior del clero en Egipto. Su actuaci�n ha quedado muy detallada gracias a la recopilaci�n de resoluciones, consecuencia del ejercicio de su funci�n, que eran aplicadas como precedentes, cuyo conjunto se denominaba el �Gnomon� (se conoce una copia datable en el 150 d. C.).  El �Gnomon� constituye para la �poca del dominio romano en Egipto, el equivalente al papiro conocido como �Onomastica�, de la dinast�a XIX (1292-1196 a C.).[27]

Se trata de un cat�logo que refiere minuciosamente c�mo se ejerc�a la funci�n sacerdotal en sus m�nimos detalles. La jerarqu�a, el desempe�o de las funciones, el vestido de los sacerdotes y otras materias semejantes estaban minuciosamente reguladas en esa colecci�n de preceptos. Los inspectores visitaban los templos y realizaban encuestas sobre el exacto desempe�o de las funciones sacerdotales, deteniendo y llevando a Alejandr�a a los remisos y a los transgresores. Era una expresi�n m�s del �ordo romanus�.

La direcci�n de los templos estaba bajo el control de un �collegium� de notables, elegido anualmente entre los sacerdotes.

El cargo de �sacerdote� pertenec�a al Estado, y cuando se produc�a una vacante, por ejemplo, uno a quien su hijo no pod�a sucederle o, si el puesto era de nueva creaci�n por decisi�n administrativa, se pon�a a venta p�blica hasta que el magistrado responsable consideraba que se hab�a alcanzado un precio razonable para proceder a su adjudicaci�n.[28]

Esta situaci�n dur� hasta el establecimiento del Senado local en el 200 de C. A partir de este momento los templos fueron regulados por el sistema municipal y sus recursos fueron entonces controlados por curatores designados por el Senado.[29]

La organizaci�n clerical de los templos egipcios se dividi� b�sicamente en dos grandes grupos: el superior, integrado por los sacerdotes o profetas en sentido estricto; el inferior, constituido por los miembros auxiliares de los primeros. A su vez, estos cuerpos sacerdotales, superior e inferior, se divid�an en castas o clases. Los de m�s alto nivel eran los �profetas� y los �estolistas�. Tambi�n se hallaban entre esta clase superior del clero, los �portadores de plumas�, los �escribas sagrados�, los �portadores del sello� y los �observadores del firmamento�.[30]

En la parte inferior del clero se hallaban los servidores (por ejemplo los pastophoroi, encargados de transportar la barca sagrada del dios). Eran gentes que, de ordinario, compatibilizaban el ejercicio de sus funciones religiosas con sus oficios y trabajos seglares. Otros, estaban dedicados al cuidado de los animales sagrados; o bien desempe�aban las funciones de m�sicos o cantores del dios.[31]

En cuanto al programa constructivo religioso de los emperadores en Egipto, el asunto resulta, cuanto menos, espectacular.

Bajo Augusto y Tiberio se ejecutaron muy amplios trabajos de construcci�n, decoraci�n, restauraci�n y preparaci�n de toda clase en los templos de Egipto. Los trabajos prosiguieron bajo los Antoninos, hasta el reinado de C�modo (180-192), con una actividad especial bajo Antonino P�o. En tiempos de la dinast�a Severa los trabajos se redujeron enormemente, hasta cesar por completo.[32]

Durante el siglo que dur� la dinast�a Julio-Claudiana (Augusto, Tiberio, Cal�gula, Claudio y Ner�n), desde el 30 a. C. al 68 de C., los nombres de estos emperadores aparecen por todo Egipto: Ant�noe, Assuan, Athribis, Berenike, IBGE, Coptos, Dakka, Dendur, Debod, Deir El-Hagar, Deir El-Medineh, Dendera, Edfu, Esna, Hu, El-Kala, Kalabsha, Karanis, Karnak, Kom Ombo, Luxor, Medamud, Medinet Habu, Filadelfia, Fil�, Shenhur, Wannina.

Los ef�meros emperadores Galba y Ot�n (68-69) dejaron sus trabajos en Deir El-Sheluit.

Durante la era Flavia (69-96) con Vespasiano, Tito y Domiciano, se hicieron trabajos de cierta importancia en Assuan, Deir El-Sheluit, Deir El-Hagar, Dendera, Dush, Esna, Karnak, Kom Ombo, Kom el-Resras, Medamud, Medinet Habu, Nag El-Hagar, Fil� y El Kasr.

Bajo los antoninos (Nerva, Trajano, Adriano, Antonio P�o, Marco Aurelio y Commodo) se trabaj� demostrando una  gran actividad en Antaepolis, Asfun El-Matana, Assuan, Deir El-Sheluit, Dendera, Dush, Armant, Esna, Guiza, Hu, Kalabsha, Karanis,  Kom Ombo, Komir, Luxor, Medamud, Nadura, Pan�polis, Fil�, Kasr El-Zay�n, Theadelfia y Tod. 

A partir de este momento, despu�s del 180, parece que los trabajos en los templos de Egipto quedaron casi completamente interrumpidos. Solo consta la ejecuci�n de algunos relieves en el templo de Esna, donde se leen los nombres de Septimio Severo, Caracalla, Alejandro Severo y, m�s tard�os, los de Filipo el �rabe y Trajano Decio (249-251).[33]

Se puede concluir que, durante el dominio romano en Egipto la religi�n ind�gena se vio caracterizada por dos notas esenciales: gran auge de las construcciones de los templos, y control efectivo y  el debilitamiento del clero, para controlar y neutralizar su poder e influencia sobre el pueblo ind�gena.

Contando con estas limitaciones, podemos decir que los principios fundamentales de las tradiciones religiosas egipcias fueron garantizadas al modo romano, permaneciendo en ejercicio y vida constantes, hasta los inicios  del siglo IV.

 

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[1] Yoyotte, J. �Les dieux dans l��gypte romaine�. En �gypte romaine. L�autre �gypte�. Marseille, 1997, 179.

[2] Morenz, S. La religion �gyptienne, essai d�interpr�tation. Paris, 1977, 22-23.

[3] Erman, A. La religion des �gyptiens. Paris, 1937, 476-477.

[4] Yoyot

te, J., Op. cit. 1997, 179.

[5] Ibidem.

[6] Ibidem.

[7] Ibidem, 179.

[8] Milne, J.  G.  A History of Egypt under roman rule. London,  1924, 186-187.

[9] Ibidem, 187.

[10] Ibidem, 187-188.

[11] Milne, J. G. Op. cit. 1924, 191.

[12] Yoyotte, J., Op. cit. 1997, 179.

 

[13] Garc�a Bellido, A. �El culto a Serapis en la Pen�nsula Ib�rica� BRAH, vol. CXXXIX (1956). Wagner, C. G. & Alvar, J. �El culto de Serapis en Hispania�. Simposio sobre la religi�n Romana en Hispania.322-333. Madrid, 1981.

[14] Drexler, W. Aus f�hrliches Lexikon der griechischen und r�mischen Mythologie. II, col. 373 y ss.  

[15] Grenier, J. C. �L��gypte hors d��gypte: l��gypte dans Rome.� En �gypte romaine. L�autre �gypte�. Marseille, 1997, 252.

[16] Donadoni, S. �Rom�. Lexikon der �gyptologie. Wiesbaden, 1984, B. V, 299.

[17] Ibidem, 301.

[18] Holbl, G. �Serapis�. Lexikon der �gyptologie. Wiesbaden, 1984, B. V, 870-874.

[19] Ibidem, 870.

[20] �Isis� en Lexicon Iconographicum Mythologiae Classicae, T. V, 1, 761-796.

[21] Se consultar� con car�cter general Parlasca, K. Repertorio d�arte dell�Egitto greco-romano. Tres vol�menes. Palermo- Roma. 1969-1980.

[22] Roullet, A. The Egyptian and Egyptianizing Monuments of Imperial Rome. EPRO, 20. Leyde, 1972,  95.

[23] Milne, J.  G.  Op. cit.,  1924, 180-181.

[24] Grenier, J. C. �La religi�n traditionelle: temples et clerg�s�. En �gypte romaine. L�autre �gypte�. Marseille, 1997, 177

[25] Ibidem.

[26] Ibidem.

[27] Milne, J. G. Op. cit. 1924, 181.

[28] Grenier, J. C. Op. cit., b), 1997, 177.

[29] Milne, J. G. Op. cit. 1924, 181.

[30] Ibidem, 183-184.

[31] Ibidem.

[32] Ibidem, 181.

[33] Para la relaci�n de las obras realizadas por los emperadores romanos en Egipto se consultar� con car�cter general Porter, B.,  Moss, R. y (Malek, J.).- Topographical  Bibliography of Ancient Egyptian Hieroglyphic Texts, Reliefs, and Paintings. Ocho vol�menes. Oxford, 1934-1981.