LA CONJURA QUE HIZO POSIBLE LA REVOLUCI�N AM�RNICA. |
Por. D. Francisco Mart�n Valent�n y Teresa Bedman. |
Director del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto. Publicado en la Aventura de la Historia, Noviembre, 2002. |
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El Antiguo Egipto no fue una excepci�n en lo que se refiere a la existencia de conspiraciones y maniobras perpetradas por personalidades individuales o grupos organizados para hacerse con el poder. Hasta nosotros han llegado los ecos de terribles magnicidios como el del rey Teti I de la dinast�a VI ( hacia el 2333 a. de C), asesinado por su guardia personal, el del rey Amen-em-Hat I, fundador de la dinast�a XII, a manos de sus servidores (hacia el 1964 a.C.), o el que refiere el Papiro Harris (hacia el 1153 a. C) a prop�sito de la muerte de Rams�s III, v�ctima de una conjura de har�n. La historia de la sucesi�n en el trono de Egipto, a lo largo de m�s de tres mil a�os, siempre estuvo impregnada de continuos pulsos para obtener el poder. De otra parte, parece que los egipcios tuvieron un especial inter�s y empe�o en no dejar testimonio escrito de sus �debilidades� pol�ticas, sobre todo cuando no eran especialmente ejemplares y pod�an constituir un mal ejemplo para el futuro. Se trataba de proteger la mism�sima naturaleza divina del poder real. Buena prueba de ello es la excesiva frecuencia con la que se destruyeron las pruebas de toda clase cuando los acontecimientos pol�ticos se desviaban de la ortodoxia tradicional. Cuando esto ha sucedido, s�lo el azar de los descubrimientos arqueol�gicos ha permitido levantar indirectamente el velo de los acontecimientos de la historia. No obstante, �por qu� raz�n los egipcios iban a escapar a la pr�ctica de este inevitable h�bito de lucha pol�tica? Existe un periodo de la historia egipcia especialmente atractivo para nuestra mentalidad. Se trata del llamado periodo de �El Amarna� o �am�rnico�. Se gest�, lleg� a su c�nit y se deshizo en un lapso de tiempo de unos setenta y cinco a�os, (hacia el 1399-1325 a.C.), al t�rmino de la dinast�a XVIII. Hasta no hace mucho tiempo se ha contemplado el fen�meno del Amarna como algo aislado en s� mismo sin antecedentes ni, casi, consecuentes. En suma, como una suerte de �Seta de la Historia� que ayer no estaba, brotando al minuto siguiente, casi por �generaci�n espont�nea�. Sin embargo, el estudio en detalle de este curioso proceso hist�rico evidencia la existencia de una �conjura� en toda regla. Se puede ver un plan urdido desde dentro de las estructuras de la familia reinante, �, planeado y ejecutado desde el coraz�n de la mism�sima casa real para llevar a cabo lo que actualmente llamar�amos un �golpe de Estado institucional�. Los
antecedentes hist�ricos. El Imperio Nuevo egipcio (1543-1080 a. C) conoci� uno de los m�s esplendentes momentos de la historia de aqu�lla civilizaci�n. La dinast�a XVIII (1543-1292 a. C) fue, sin ning�n g�nero de dudas, la m�s importante de todas las que forman parte de aquel periodo. Los reyes que la integraron hab�an recogido en herencia un pa�s salido victorioso de una gran guerra de liberaci�n nacional frente a los invasores hicsos, gracias a la tutela y protecci�n del gran dios Am�n de Tebas. La admirable combinaci�n de madurez cultural y nuevas influencias asi�ticas y mediterr�neas que en aquellos momentos florec�an de un modo especial, hab�an dado como resultado el nacimiento dentro de Egipto de un proceso civilizador sin parang�n. La actividad cultural, art�stica y econ�mica desarrolladas durante los primeros decenios de este periodo hab�an tenido su principal apoyo en dos pilares fundamentales: el poder religioso del dios Am�n y las repetidas campa�as guerreras llevadas a cabo por los soberanos de esta dinast�a fuera de las fronteras de Egipto para crear las necesarias zonas de seguridad. Estas �ltimas hab�an llegado a su m�ximo desarrollo en el reinado de Thutmosis III (1479-1424 a.C).
La estabilidad pol�tica que con tanto esfuerzo se hab�a pactado entre las fuerzas solares y las del dios Am�n a la subida al trono del ni�o que dej� Thutmosis IV para sucederle, hab�a conseguido consolidarse. Hasta ese momento, los reyes de la dinast�a que hab�an precedido en el trono a Amen-Hotep III, hab�an oscilado en su relaci�n con los poderes religiosos desde la sumisi�n a la tutela del dios Am�n de Tebas, hasta la franca hostilidad y distanciamiento de este dios y de su clero ampar�ndose en los antiguos cultos solares egipcios. En este contexto se produjo el enfrentamiento entre los dos grandes poderes del momento: el del dios Am�n de Tebas y el de la casa reinante. Los
progenitores de Amen-Hotep IV. Los
padres del pr�ncipe Amen-Hotep fueron el rey Amen-Hotep III y una mujer
de origen noble, elevada al rango real, llamada Tiy. Ambos dos, y cada
uno por su parte, representaban una especial situaci�n familiar que
configuraba muy especialmente a la instituci�n real en el momento en
que el futuro rey naci�. El rey Amen-Hotep III, noveno fara�n de la dinast�a reinante, era hijo y sucesor de Thutmosis IV. Su ascendencia mostraba la desviaci�n del original tronco ahm�sida provocada por las reiteradas alteraciones sucesorias a trav�s de mujeres que no descend�an directamente de los fundadores de la dinast�a. La
madre, la reina Tiy, resultaba ser hija
de una mujer, Tuia, que llev� el t�tulo de �Ornamento
real�, dicho t�tulo implicaba una posible relaci�n familiar con el
rey Thutmosis IV.
El
pr�ncipe Amen-Hotep (el futuro Aj-en-At�n). No
sabemos apenas nada en relaci�n con las circunstancias del nacimiento del
pr�ncipe Amen-Hotep. De hecho, conocemos un solo y �nico documento donde aparece citado a t�tulo de �pr�ncipe�, se trata de un tap�n de jarra que lleva la inscripci�n �Dyeda (grasa) del dominio del Hijo Real Verdadero Amen-Hotep�.
Es de suponer, a partir de las im�genes que se nos han conservado, que el futuro Aj-en-At�n ser�a desde ni�o un ser enfermizo y d�bil por cuya vida nadie apostaba nada. Se ha cre�do ver en las representaciones f�sicas del rey la existencia de un, llamado s�ndrome de Fr�lich, trastorno endocrino que altera las caracter�sticas sexuales de los individuos. Sin embargo, recientes investigaciones han propuesto que la enfermedad cong�nita que delatan sus im�genes se deber�a identificar preferiblemente con el s�ndrome de Marfan, lo que explicar�a mejor el hecho de que sus descendientes tambi�n estuviesen afectados por las mismas caracter�sticas f�sicas deformantes tal como se nos muestra en la iconograf�a de la familia real de Amarna. En suma, parece m�s l�gico asumir la hip�tesis de una tara f�sica que la de una simple moda de representaci�n est�tica para explicar el anormal aspecto f�sico de Aj-en-At�n. As� pues, y habida cuenta que, la tasa de mortalidad infantil en el Egipto fara�nico parece debi� ser muy elevada �cu�nto mas dudosa ser�a la supervivencia de un ni�o que reuniese las deficiencias org�nicas del pr�ncipe? En cualquier caso, parece que el peque�o Amen-Hotep no estaba destinado en principio a ocupar el trono de Egipto. Por el contrario, en los complejos planes de sucesi�n din�stica que se desarrollaban en el palacio real y los �mbitos de la corte, destacaba como heredero el pr�ncipe Thutmosis, primog�nito var�n nacido alrededor del a�o 11/12 del reinado, posiblemente fruto de la uni�n de Amen-Hotep III con la Gran Esposa Real Kilu-Hepa, hija del rey de Mitanni. Es muy probable que la primogenitura del pr�ncipe Thutmosis junto con la poderosa influencia que los pactos de familia con Mitanni ten�an en aquel momento, fuesen razones sobradamente justificativas para que este pr�ncipe real fuese el primer llamado a ocupar el trono de Egipto. Sin embargo, los nombres que se impusieron a cada uno de los pr�ncipes en el momento de sus respectivos nacimientos, indican claramente los diferentes or�genes maternos de ambos. Durante la dinast�a XVIII, Thutmosis fue el patron�mico tradicionalmente otorgado a los pr�ncipes reales hijos de mujer que no pose�a la condici�n de Primera Gran esposa Real. El nombre de Amen-Hotep, por el contrario, parece haber sido impuesto a los pr�ncipes que, ya sea por su ascendencia materna o por otras circunstancias, estaban destinados de antemano a ocupar el trono a t�tulo de sucesor. Resulta especialmente curioso observar que, en este caso, la regla tradicional se aplic� de modo invertido, es decir, que el var�n primog�nito aparentemente destinado a suceder a Amen-Hotep III, no era hijo de la Primera Gran Esposa, la reina Tiy, en tanto que el segundo hijo var�n de Amen-Hotep III, a pesar de llevar el nombre de su padre y de ser hijo de la Primero Esposa Real, no estaba destinado, en principio, a ocupar el trono de Egipto.
Todo ello significa que el hijo var�n de la reina Tiy nunca debi� ser considerado, a no ser por su propia madre, como el sucesor del fara�n hasta que su hermano mayor, Thutmosis, hubo fallecido, lo que podr�a haber acontecido alrededor del a�o 26 de su padre. Aunque nos falten evidencias precisas, esta muerte es una de las que �por causa de Estado�, se han producido tan frecuentemente a lo largo de la historia de la humanidad. El pr�ncipe Amen-Hotep accedi�, pues, a la categor�a de �Hijo mayor del Rey�, lo que equival�a a ser heredero al trono, a la muerte de su hermano mayor Thutmosis. Antes de que sobreviniese este acontecimiento, o quiz�s inmediatamente despu�s, Amen-Hotep debi� ser instruido en la ciudad santa de Heli�polis acerca de las antiqu�simas doctrinas solares que hac�an del dios Atum-Ra el creador del mundo. Tambi�n, a la muerte de Thutmosis es posible que su hermanastro heredase todas las funciones y cargos que antes hab�an pertenecido al pr�ncipe heredero. Bas�ndose en estas consideraciones se supone que Amen-Hotep habr�a ocupado tambi�n el puesto de Sumo Sacerdote en el clero del dios Ptah de Menfis. Por ello, y al ser designado como �El m�s grande de los artesanos� (t�tulo que se otorgaba al primer profeta del dios Ptah), el pr�ncipe fue responsable del dise�o de trabajos art�sticos de todo tipo. Tambi�n se cree que su estancia en Heli�polis lo fue al cuidado o bajo la supervisi�n de alg�n tutor, cortesano de alta confianza, como era tradicional para el caso de los pr�ncipes herederos. Este hombre pudo haber sido un tal May, escriba Superior de las Tropas e Inspector jefe del ganado del Templo de Ra. En todo caso, es obvio que la muerte de Thutmosis desvi� absolutamente la trayectoria de los acontecimientos pol�ticos y religiosos de Egipto. El partido de la ortodoxia Am�niana se qued� sin representante frente a los designios de la reina Tiy y su familia.
El
ambiente religioso en Egipto en tiempos de Amen-Hotep III. De acuerdo con las �ltimas investigaciones en el tema, parece claro que el advenimiento del pr�ncipe Amen-Hotep como rey tuvo lugar en un contexto pol�tico y religioso muy espec�fico. La creciente influencia de los cultos solares que se hab�a producido durante los dos reinados anteriores al de Amen-Hotep IV, marcaba de manera muy profunda el ambiente religioso de Egipto en esta �poca. Amen-Hotep III y su entorno familiar hab�an puesto en marcha, a partir de una iniciativa de sus padres, el rey Thutmosis IV y la reina Mut-em-Uia, un predominio del culto solar que se enfrentaba con los intereses del clero del dios Am�n de Tebas. El dios solar Ra-Hor-Ajty de Heli�polis fue objeto de predilecto culto por parte del fara�n, su familia y sus cortesanos. Por otra parte, en esos d�as, se impon�an como una aut�ntica tesis pol�tica de Estado, las ideas de universalidad y asimilaci�n del rey al propio dios Am�n-Ra. Esta doctrina, est� recogida en unas inscripciones existentes en la cara este del tercer pilono del templo de Karnak. Se trata de la llamada doctrina del Am�n imperial. Por la misma raz�n, el proceso de solarizaci�n del mundo de Amen-Hotep III, no hizo sino aumentar progresivamente a partir del segundo decenio del reinado. Es de suponer que los cambios pol�ticos que produjeron estas reforzadas ideas solares se fueron llevando a cabo de modo progresivo. De hecho, desde el reinado de Amen-Hotep III se constata la presencia creciente del At�n (o Disco Solar), como una suerte de deidad en forma que recib�a un cierto culto. As�, en el texto del escarabeo Conmemorativo del a�o 11 de Amen-Hotep III, dedicado a la inauguraci�n del lago de Dyaruja para la reina Tiy se consigna que �... Su Majestad celebr� el Festival de la �apertura de los lagos� en el tercer mes de Ajet, el d�a 16 (cuando) Su Majestad paseaba dentro de la barca solar At�n Resplandece�. El rey Amen-Hotep III se design� a s� mismo como el �Iten-Tchehen� o �El At�n (Disco Solar) Resplandeciente�, lo que indica un proceso de transformaci�n de su esencia humana, que por la mera realeza ya pose�a ciertas implicaciones divinas, hac�a un estado de plena divinidad independiente de cualquier tutela de otro y otras divinidades. De este modo las inscripciones nos hablan para referirse a Amen-Hotep III como Neb-Maat-Ra, �El Disco (At�n) Solar Resplandeciente�. Incluso en el templo de Luxor el rey se hace llamar �Soberano como At�n, duradero como At�n es duradero, corredor veloz como At�n.� Esta metamorfosis de la naturaleza de Amen-Hotep III alcanz� su punto m�s alto con motivo de la celebraci�n de su primera Fiesta Jubilar en el a�o 30 de su reinado. A partir de tal momento, se convirti� definitivamente en una nueva y poderosa divinidad: �el At�n Resplandeciente�, o m�s probablemente �El Gran At�n Viviente, el que est� en la Fiesta Sed�. En este ambiente se produjo el ascenso al trono de Egipto del nuevo rey Amen-Hotep IV que no deb�a tener en dicho momento m�s de quince o diecis�is a�os. Su coronaci�n se llev� a cabo, no en la propia Tebas, sino en Hermonthis, la llamada �On del Sur�, ciudad solar del Alto Egipto, tal como parece indicar el contenido de su titulatura real: �Aquel que lleva puesta (a quien le han sido impuestas) las Coronas en On del Sur�, que hace referencia a tal acontecimiento. Aunque la fecha exacta de su accesi�n al trono no es conocida, es muy probable que la coronaci�n del nuevo rey como corregente de su padre se produjese hacia el a�o 28 de �ste �ltimo, es decir, dos a�os antes de la celebraci�n de la primera Fiesta Jubilar de Amen-Hotep III. Todo ello podr�a haber acaecido al principio del primer mes de la estaci�n de la inundaci�n (en egipcio llamada Peret). El encargado de oficiar en la coronaci�n de Amen-Hotep IV, en el templo del dios Montu, fue el Sumo Sacerdote de ese dios, Aanen, hermano de la reina Tiy. Sabemos que Aanen, hermano de la reina, ejerci� tambi�n durante estos a�os el cargo de Segundo Profeta de Am�n, para el que habr�a sido designado al margen del escalaf�n interno del propio clero de Karnak. Aanen debi� dedicarse a gobernar contra los intereses del sacerdocio Am�niano y a favor de las consignas de la reina Tiy y sus otros parientes, partidarios del nuevo rey y sus doctrinas solares. El dios Montu ten�a su capital y principal centro religioso en la ciudad de Hermonthis, al sudoeste de Tebas, en el enclave que lit�rgicamente se conoc�a tambi�n como �On del Sur�, por contraposici�n a Heli�polis, la sagrada ciudad solar del Bajo Egipto, tambi�n llamada �On del Norte�. De este modo, el culto de este dios guerrero tebano que ten�a en su conformaci�n teol�gica grandes implicaciones solares, fue utilizado por la casa real en el desarrollo de su estrategia de aislamiento del dios Am�n. Para llevar a cabo estos planes, la reina Tiy hab�a tomado la decisi�n de infiltrar a sus parientes en todas las esferas del poder civil y religioso. En consecuencia, se design� a Aanen, el hermano de la Gran Esposa Real Tiy, para ocupar el cargo de Segundo Sacerdote del dios Am�n, con la evidente intenci�n de actuar desde el interior de las estructuras de poder del clero de ese dios tebano. No obstante, el hermano de la reina Tiy cesar�a como segundo profeta del gran dios tebano muy poco despu�s, o al mismo tiempo, de que Ptah-Mose, un furibundo partidario de Am�n fuera nombrado Sumo Sacerdote de dicho dios lo que prueba que las luchas internas por el poder religioso y pol�tico deb�an ser muy intensas. No es demasiado complicado suponer como, a partir del a�os 11 de Amen-Hotep III, momento en que el soberano y su esposa abordaron el ejercicio del poder en solitario, esta �ltima, apoyada en la figura del fara�n, para quien urdi� la doctrina de su divino destino solar, fue tejiendo silenciosamente el entramado de los fundamentos de la reforma religiosa que finalmente estallar�a de forma incontrolada. La evoluci�n de los acontecimientos es muy n�tida. Su desarrollo obedeci� a un proyecto l�gico y perfectamente coherente. Thutmosis IV hab�a sido elegido por el dios solar Ra-Hor-Ajty para reinar, (seg�n el mismo rey declara en las inscripciones de sus monumentos). El nuevo rey, era, en consecuencia el hijo y sucesor de un elegido del dios sol. En virtud de tal principio, �l pod�a divinizarse a s� mismo como la propia imagen del sol. A su vez, el futuro Amen-Hotep IV, ser�a el �hijo en la tierra� del propio �disco solar resplandeciente� hecho hombre, el fara�n Amen-Hotep III, y adem�s, su Sumo Sacerdote. Es seguro que la persona o personas que concibieron este dise�o de estrategia pol�tico-religiosa para alcanzar el poder absoluto pose�an una mentalidad en cierto modo ajena a la ancestral tradici�n egipcia. El
Jubileo de At�n en el Guemet Pa-Iten de Karnak. Con motivo del trig�simo aniversario del reinado de Amen-Hotep III, el clero de Am�n decidi� organizar la celebraci�n de la primera fiesta jubilar del rey, su primer Heb-Sed. Con ella se regenerar�a m�gicamente el poder y la vitalidad del viejo rey, para seguir rigiendo las Dos Tierras. En la misma fecha se decret� por la familia real la celebraci�n de otro festival Sed, esta vez dedicado por el rey corregente, Amen-Hotep IV, a su nuevo dios y padre, el At�n viviente. Dichas ceremonias jubilares se celebraron en el templo de At�n situado al Este del templo de Karnak, y en alguna otra edificaci�n construida al efecto en las cercan�as de aqu�l lugar. Con este motivo se impusieron recaudaciones extraordinarias a todos los cultos y templos de Egipto para subvenir a los gastos de la celebraci�n del Jubileo.
Esta fiesta Sed era de una naturaleza muy especial, puesto que Amen-Hotep IV no hab�a llegado, obviamente, al t�rmino de los treinta a�os en el trono que tradicionalmente se necesitaban para proceder a dicha celebraci�n. Coincidiendo
con esta fecha Jubilar se acord� inscribir el nombre del nuevo dios At�n en
un cartucho real. Este nombre era �El Viviente Ra Horus de los Horizontes
que se regocija en el horizonte en su nombre de luz (Shu) que est� en el
disco (solar), el Viviente, el Grande, Aqu�l que est� en Jubileo, el Se�or
del Cielo y de la Tierra�. Aunque
alguna inscripci�n hallada en los bloques con los que se construy� el
Templo de At�n en Karnak nos indique que este dios fue el que concedi�
la celebraci�n del Jubileo a Amen-Hotep IV, se puede suponer que esta
ceremonia se hizo en beneficio de la esencia divina manifestada en el
viejo rey despu�s de su propia celebraci�n jubilar. As� pues, el hijo del At�n viviente, Amen-Hotep IV, dio culto con esta celebraci�n a la divinidad de su padre, Amen-Hotep III. Por medio de esta ceremonia m�gica, parece que se pretendiese ignorar, contrarrestar o alterar los mismos efectos m�gicos que, se supon�a, deb�an producirse con motivo del primer jubileo de Amen-Hotep III. La organizaci�n del ritual de esta fiesta jubilar en honor del rey estuvo a cargo de un important�simo personaje vinculado al dios Am�n: se llamaba Amen-Hotep, Hijo de Hapu. El jubileo de Amen-Hotep III implic� tambi�n la participaci�n de una suerte de drama religioso de diferentes personajes de la corte, devotos de Am�n. Ellos participaron en los ritos religiosos y m�gicos desempe�ando diferentes papeles de divinidades y genios. De alguna manera podr�a decirse que participaron en estos ritos m�gicos para rejuvenecer a su rey. As� pues, al mismo tiempo que el rey era reforzado por el �sistema Amoniano� para seguir reinando bajo la protecci�n del dios tebano, la reina Tiy, su hijo, y el resto de su corte, se propusieron consagrar al anciano rey como el propio dios At�n viviente, para sustraer al soberano del influjo de los sacerdotes del dios Am�n. De este modo el an�malo Jubileo oficiado por Amen-Hotep IV se celebrar�a en honor del principio hipost�sico del At�n encarnado en el viejo rey Neb-Maat-Ra Amen-Hotep III.
He aqu�, que tenemos la necesaria prueba del proceso de transformaci�n en divinidad solar a que este fara�n se vio sometido con motivo de su primera fiesta jubilar. El rey se hab�a hecho uno con su padre, el dios sol Atum-Ra y se mostraba a los ojos de la humanidad bajo el aspecto de la misma sede material del dios sol, el disco solar At�n. Sin embargo, la coexistencia de los dos antag�nicos mundos (el de la reforma solar propiciada por la reina Tiy y su hijo Amen-Hotep IV, y el tradicional del dios Am�n) que pujaban, cada uno en su direcci�n, por atribuirse el exclusivo derecho a regir los destinos de Egipto, no podr�a sostenerse por mucho m�s tiempo. La
consumaci�n del golpe. Es evidente que los conjurados deb�an dar ya, sin m�s dilaciones, el golpe de gracia a la estructura Amoniana del poder. Para ello deb�an deshacerse de los fieles servidores que rodeaban a Amen-Hotep III, y que eran al mismo tiempo seguidores del dios tebano. En primer t�rmino hab�a que hacer desaparecer al hombre central, gobernante a la sombra, que constitu�a el eje del poder de Am�n frente a los oscuros designios de Tiy y su familia. Este hombre era Amen-Hotep, hijo de Hapu. En todo caso, hacia el d�a 26 del primer mes de la estaci�n Ajet (inundaci�n) del a�o 31 del rey (hacia finales de nuestro mes de agosto del a�os 1357 a. de C), cuando a�n no hab�an transcurrido tres meses desde la finalizaci�n del primer Jubileo de Amen-Hotep III, una tr�gica noticia sacudi� Tebas y a todo Egipto: el sabio Amen-Hotep, hijo de Hapu, los ojos y los o�dos del fara�n, el coraz�n latiente de la Tierra Negra, hab�a dejado de existir. Fue inevitable que corriera de boca a o�do la terrible sospecha de que la muerte le hab�a sido traidoramente servida al honorable y poderoso anciano. Todo Egipto paraliz� la respiraci�n y el presentimiento de que nada ni nadie sujetar�a ya la maligna fuerza que amenazaba con destruir �la tierra bien amada� atenaz� las gargantas y los corazones. Todas la miradas se volvieron entonces, hacia los negros perfiles de la Gran Esposa Real Tiy y su enfermizo y enloquecido hijo.
Desaparecido el sabio Amen-Hotep hijo de Hapu, los acontecimientos del pa�s iban a tomar un rumbo bien distinto. Con �l se enterraban los poderes del clero de Am�n y las posibilidades de conjurar la ruptura entre el clero Amoniano y la Casa Real, ya largamente anunciada. El propio rey debi� asistir a las honras f�nebres de su leal consejero. Con tal motivo, sabemos que presidi� personalmente el solemne acto de dictar el decreto fundacional del templo funerario de Amen-Hotep. Nada mas morir Amen-Hotep hijo de Hapu seg�n todas la apariencias, se produjeron las primeras persecuciones de altos funcionarios de la corte. Todo apunta a que, a partir de ese momento comenzaron a ser cesados en sus puestos una serie de nobles cortesanos que hab�an estado unidos a la persona del viejo gobernante y que hab�an participado en la celebraci�n del Festival Sed del fara�n.
La
destituci�n de Ra-Mose debi� producirse antes del d�a 6 del cuarto mes de
la estaci�n de Ajet (Crecida) del
a�o 31 de Amen-Hotep III, durante los mismos funerales de Amen-Hotep hijo de
Hapu. De hecho, ya no era Visir cuando se otorg� en aquella fecha el decreto
de la fundaci�n funeraria de su protector y amigo. Su muerte, posiblemente,
se produjo muy poco tiempo despu�s. Otro
importante personaje, tambi�n llamado Amen-Hotep, el mayordomo del rey en
Menfis, fue el siguiente en ser cesado en sus cargos. Era medio hermano de
Ra-Mose. Sabemos que en el a�o 31, su hijo Ipy ocupaba sus puestos en la
corte, por tanto, forzosamente debi� haber fallecido entre los a�os 30 y 31
del rey. Todos estos acontecimientos suced�an durante los a�os cuatro al
cinco del corregente, fechas coincidentes con los a�os 31 al 32 de su padre. Durante
la celebraci�n del segundo y tercer jubileos de Amen-Hotep III, en los a�os
34 y 37 de su reinado, se sucedieron nuevas y terribles persecuciones de
nobles tebanos. Sus tumbas fueron atacadas borr�ndose de donde fueron
hallados los nombres de los dioses Am�n, Mut, su esposa, y Jonsu, el hijo de
ambos. En
el a�o 36 parece que el viejo rey se encontraba muy enfermo y, desde luego,
apartado de todo en sus aposentos, bajo la vigilancia de su esposa, la reina
Tiy. Se le envi� una imagen de la diosa Ishtar de N�nive con pretendidas
propiedades curativas que no pudo obrar milagro
alguno contra la verdaderas causas del mal que le aquejaba. Amen-Hotep
III muri�, probablemente al inicio de su a�o 39 de reinado, coincidiendo con
el duod�cimo a�os del reinado de su hijo en aquel momento llamado Aj-en-At�n
�El esp�ritu luminoso de At�n�. El
golpe para la conquista del poder se hab�a consumado. La familia de Tiy, de
evidente origen extranjero, hab�a ocupado el trono de Egipto. Desde esta
atalaya hab�a infiltrado a sus miembros en los m�s importantes puestos de la
realeza, el clero y la administraci�n, llevando a cabo una aut�ntica purga
en las estructuras de poder del dios Am�n, a quien la dinast�a deb�a las
victorias sobre los extranjeros y su propia grandeza. De esa manera se
sustrajo al fara�n del
poder tutelar del dios y de su clero, poniendo el destino de la tierra de
Egipto en manos de gentes ajenas al mundo egipcio. Las consecuencias de la maniobra pol�tica descrita est�n a la vista: Tiy hizo casar a su hijo, Amen-Hotep IV/ Aj-en-At�n, con sus sobrina Nefert-ity, que era, a su vez, hija de otro hermano de la reina, el Padre Divino Ay, proceloso y oscuro personaje que, cuando el joven rey Tut-Anj-Am�n, sucesor de los monarcas her�ticos, fue eliminado, se apropi� sin legitimidad alguna del trono de Egipto. El circulo estaba cerrado. Se hizo necesaria la intervenci�n de un general, el futuro fara�n Hor-em-Heb, para restaurar el orden vulnerado de Egipto. Como puede verse, ninguna cosas nueva bajo la capa del cielo. Para
saber m�s: Bedman, T. Reinas de Egipto. El secreto del poder. Madrid, 2003. Mart�n Valent�n, F. J. Amen-Hotep III, el esplendor de Egipto. Madrid, 1998. Reeves, N. Akhenaton, el falso profeta. Madrid, 2002.
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