LA BATALLA DE KADESH |
Por el arque�logo D. Jorge Canseco Vicourt)[1] |
La batalla de Kadesh, librada por el ej�rcito egipcio al mando del fara�n Rams�s II, contra la coalici�n encabezada por los hititas, que estaba mandada por el rey Muwattali, constituy� uno de los eventos trascendentales del mundo antiguo. Ha sido comentada en diferentes formas por los historiadores modernos. ANTECEDENTES: Al
advenimiento de la dinast�a XIX en Egipto, el equilibrio en el Cercano
y Medio Oriente era muy fr�gil. El reino hitita hab�a acrecentado su
poder y constitu�a un grave peligro para Egipto. La
obra de Tutm�s III se hab�a perdido, los territorios colocados bajo la
soberan�a egipcia hab�an pasado al vasallaje hitita o se encontraban
en franca revuelta. Rams�s
I, fundador de la dinast�a tuvo un breve reinado (1295-1294 a.C.). Su
hijo y sucesor Sethi I (1294-1279
a.C.) se esforz� por restablecer el control egipcio en los territorios
asi�ticos. Someti� Canaan, lleg� a Siria en donde ocup� el pa�s de
Amurr� y la ciudad de Kadesh, llave de la Siria del norte. Logr�
contener el avance hitita, pero a su regreso, Kadesh volvi� a ser
ocupado por los hititas. Rams�s
II, hijo y sucesor de Sethi I, tuvo un largo y brillante reinado. Gobern�
67 a�os, de 1279 a 1213 a.C., aqu� se sigue la cronolog�a de Kitchen
y Desroches Noblecourt que coinciden al respecto. Lalouette indica que Rams�s II subi� al trono a los 25 a�os de edad tras una corregencia que lo prepar� para el cumplimiento de sus deberes. Comprendi� que el enfrentamiento con los hititas era inevitable, ya que estaba en juego el control de los territorios por los cuales pasaban las rutas comerciales, de ello depend�an la riqueza y la seguridad de Egipto. LA MARCHA DEL EJERCITO. Muwattali,
el rey hitita organiz� una gran coalici�n contra Egipto. Participaban
m�s de 16 estados y provincias entre vasallos y aliados. Se calcula que
el rey hitita contaba con dos grandes cuerpos de infanter�a con un
total de unos 36.000 hombres. Los carros de guerra formaban una enorme
masa de 2.500 veh�culos. Algunos autores estiman que era menor el n�mero
de los infantes. Contra
esa coalici�n march� Rams�s Ii al frente de su ej�rcito en el quinto
a�o de su reinado. Conduc�a 4 divisiones colocadas bajo el patrocinio
de los grandes dioses de Egipto: Am�n, Ra, Ptah y Sutekh (Seth). Cada
uno contaba con 5.000 combatientes. Tambi�n estaban presentes los
carros de guerra y la guardia personal. Siguiendo la costa atraves� Cannan y Fenicia, de ah� sigui� hacia el valle del r�o Orontes, antes de ello se estableci� comunicaci�n con los �Nearin�, cuerpo de �lite formado por soldados asi�ticos al servicio de Egipto, que desde hac�a unos meses estaba estacionado en las costas de Amurr� (Siria), se les orden� marchar hacia el interior para coincidir con el ej�rcito frente a Kadesh. EL ENGA�O
Al
llegar a cierta distancia de Kadesh, la vanguardia captur� a dos
beduinos de la tribu de los Ahasu. Informaron que el rey hitita y su ej�rcito
se encontraban en Alepo, a unos 200 kil�metros al norte, y que el
soberano hitita se mostraba temeroso ante el avance egipcio. En
realidad, el ej�rcito hitita estaba emboscado al este de Kadesh,
esperando el momento oportuno para sorprender a los egipcios. Sin
desconfiar, Rams�s II se apresur� a cruzar el r�o Orontes por el vado
de Shaltuna, una vez situado en el margen oeste, avans� al frente de la
divisi�n de Am�n, en tanto que las de Ra, Ptah y Sutekh estaban
retrasadas. El fara�n instal� su campamento al oeste de Kadesh, esperando el resto del ej�rcito para atacar la ciudadela enemiga. Esta se levantaba sobre un promontorio situado al sur de la confluencia del r�o Orontes y de uno de sus afluentes. Una serie de canales excavados al sur de la ciudad comunicaban a ambas corrientes de agua y convert�an de hecho a la posici�n en una isla. Los hititas estaban ocultos hacia el este de la posici�n. EL DESASTRE La
captura de dos soldados hititas permiti� al fara�n conocer la verdad.
Muwattali podr�a atacar en cualquier momento al ej�rcito egipcio que
se encontraba disperso. Rams�s
II reaccion� de inmediato y orden� a su visir ir en busca de la divisi�n
Ptah, ya que la Ra se aproximaba al campamento. Los acontecimientos se
precipitaron, Muwattali orden� que los carros hititas cruzaran el r�o
Orontes y atacasen de flanco a la divisi�n Ra. Esta marchaba sin darse
cuenta del peligro. El s�bito ataque la sorprendi� y arroll�; las
filas quedaron rotas y la divisi�n se desmoron�, los soldados
retrocedieron en desbandada en medio de una gran confusi�n. Intentaron alcanzar la salvaci�n en el campo egipcio, ah� se precipitaron, perseguidos de cerca por los carros hititas. Ante la irrupci�n, la divisi�n Am�n tambi�n fue presa del p�nico y del desorden. Los hititas atacaron las defensas del costado oeste del campamento, la l�nea fortificada se hundi� y una masa de carros enemigos se precipit� en el campamento. LA VICTORIA Todo
parec�a perdido, sin embargo Rams�s II no perdi� la cabeza. Trat� de
reunir a sus soldados pero fue en vano, el p�nico y el desorden
reinaban por doquier. Por
fortuna los hititas, se dedicaron al saqueo y eso proporcion� un breve
respiro al fara�n. Loa aprovech� para prepararse al combate, revisti�
sus atav�os de guerra, mont� en su carro, asegur� las riendas de los
caballos en su cintura y se lanz� contra sus enemigos. Su
figura se agigant� m�s all� de las proporciones humanas. Carg� como
una tromba, golpeando a derecha e izquierda, hundiendo las filas
enemigas y derribando carros y caballos. Se
ha dicho que hay una gran exageraci�n en los relatos egipcios, que no
pudo haber enfrentado solo a 2.500 carros enemigos y que el episodio es
inaceptable. Al
respecto, debe recordarse que era un joven valeroso (tendr�a unos 30 a�os),
excelente guerrero, seguro de si mismo y confiado en la protecci�n de
Am�n, a quien hab�a invocado. Por
otra parte, el fara�n no se enfrentaba a la totalidad de los carros
enemigos, muchos de ellos segu�an saqueando y el espacio no permit�a
que se desplegasen y maniobrasen debidamente. Fue en un peque�o sector
que se realiz� la haza�a del fara�n, quien provoc� un caos local. Por
seis veces renov� Rams�s II sus furiosos ataques, no dejaba de
disparar flechas, sin embargo a pesar de tanto hero�smo, hubiera
terminado por sucumbir, inexorablemente sumergido por sus atacantes. La
salvaci�n lleg� oportunamente, desde el este. En el momento culminante
apareci� el cuerpo de los �Nearin� esos soldados de �lite que se
presentaban puntualmente al sitio de reuni�n que el fara�n les hab�a
fijado. Formados
en cerrado orden de batalla, escudo con escudo atacaron de inmediato a
los hititas. Rams�s II fue liberado del f�rreo anillo que lo rodeaba,
que se dispers� ante la sorpresa. Ante la cr�tica situaci�n, los
hititas se retiraron hacia el sur para reorganizarse. Rams�s
II logr� reagrupar a sus carros y apoyado por los �Near�n� se lanz�
contra los hititas. El choque de los cuerpos de carros enemigos fue
fragoroso, pero ahora el signo de la victoria hab�a cambiado de campo y
favorec�a a los egipcios. Los hititas no pudieron resistir el asalto y
en medio de un gran caos retrocedieron hacia el r�o. Una
segunda oleada de carros hititas intent� restablecer la situaci�n,
pero tambi�n fue arrastrada por la derrota. El ej�rcito hitita fue
arrojado al r�o Orontes y busc� salvarse cruzando a nado la corriente Los
textos egipcios relatan que los soldados hititas se arrojaban al r�o
como cocodrilos. Muchos se ahogaron. Muwattali presenci� la debacle
desde el otro lado del r�o, no se atrevi� a hacer intervenir a su
infanter�a. Rams�s II qued� due�o del campo de batalla. Al final de las acciones arrib� la divisi�n de Ptah, intervino en los �ltimos enfrentamientos y en la captura de prisioneros y bot�n. EL REGRESO. De
acuerdo con el poema de Pentaur, al d�a siguiente hubo un breve pero
furioso encuentro que no tuvo ning�n resultado. Los
egipcios s�lo dispon�an de dos divisiones intactas para el combate, a
su vez los hititas hab�an visto desaparecer a la mayor�a de sus carros
y sufrido bajas considerables entre las que se contaba el hermano del
rey y numerosos oficiales de alto rango. Segu�an
contando con una infanter�a m�s numerosa de la egipcia, pero menos
disciplinada. Autores
como Jacq y Kitchen siguen al poema de Pentaur y dan por efectuado ese
segundo combate. Otros como Moret, Pirenne y Lalouette no lo mencionan.
En tanto que Desroches Noblecourt cree que no tuvo lugar y que se limit�
a la presencia de los dos ej�rcitos. En estas circunstancias, Muwattali ofreci� la paz al fara�n. Este comprendi� la dificultad de proseguir la campa�a, acept� la suspensi�n de hostilidades, aunque no un tratado de paz y orden� el regreso a Egipto. LA CELEBRACI�N. Rams�s
II hizo un triunfal regreso a Egipto. El pa�s lo recibi� con
entusiasmo. El fara�n orden� inmortalizar el triunfo en una serie de
escenas e inscripciones. Se escribi� un poema que es conocido con el
nombre del escriba que lo transcribi�, es el poema de Pentaur. Diversos
autores han criticado que se presentase como una gran victoria una
batalla cuyo resultado hab�a sido un empate. Se ha hablado de
propaganda, deformaci�n de los hechos, vanidad del fara�n, etc�tera. En
realidad, Rams�s II tuvo pleno derecho de celebrar una gran victoria
que hab�a transformado un desastre en triunfo y que se deb�a a su
valent�a e intervenci�n personal. Kitchen observa que sin la actuaci�n
del fara�n la situaci�n de Egipto hubiese sido cr�tica, el ej�rcito
destrozado y el fara�n muerto o hecho prisionero. Rams�s II hizo
posible que la debacle se convirtiera en resonante triunfo. Hizo honor a
su nombre de coronaci�n: User-Ma�at-Ra Setep-En-Ra, que significa:
poderosa es la justicia de Ra, el elegido de Ra. Demostr� ser el rey
que aseguraba la protecci�n de Egipto, la muralla que defend�a al pa�s
y al ej�rcito, la estrella que persegu�a a sus enemigos, ser quien
ataba a los pa�ses extranjeros. Justific� estos y otros t�tulos. Era
justo celebrarlo. El texto que acompa�a a las escenas en bajorrelieve es breve, casi seco, Desroches Noblecourt lo llama el bolet�n militar. En cambio el poema de Pentaur es de un gran lirismo, se suprimen ciertos detalles y se magnifican, otros es la visi�n de una epopeya digna de parangonarse con los relatos de Homero. Debe recordarse que las palabras y las im�genes ten�an gran importancia en Egipto. Lalouette y Desroches Noblecourt precisan que al representar la batalla en los templos egipcios se eternizaba la victoria mediante la magia del verbo y la imagen; al hacerse perenne el milagroso combate se aseguraba un devenir inmortal para las victorias del fara�n y se tend�a en Egipto una red m�gica que reforzar�a el esfuerzo de los ej�rcitos. La victoria se renovar�a cada d�a; as� el hero�smo de Kadesh alentar�a y proteger�a a Egipto. CONSECUENCIAS DE LA BATALLA. Es
cierto que el resultado final se tradujo en un empate que incluso
favoreci� al rey hitita, ya que Kadesh no fue tomado y Muwattali
aprovech� la retirada egipcia para ocupar el pa�s de Amurr� y la
provincia de Upi (Damasco). Sin
embargo, en los a�os que siguieron los hititas no se atrevieron a
enfrentar su ej�rcito a los egipcios, mantuvieron una pol�tica de
provocar conflictos y sublevaciones en los estados bajo el control
egipcio. Rams�s II llev� a cabo varias campa�as para asegurar Canaan
y Fenicia. Lleg� a recuperar Upi y tomar varias ciudades hititas. Pasados algunos a�os, el cambio de circunstancias y el peligro asirio, hicieron que el rey hitita Hattusil III buscara el apoyo de Egipto y firmara con Rams�s II un tratado de paz. EL LEGADO DE LA BATALLA DE KADESH El
resultado de la decisi�n de Rams�s II de perpetuar su victoria fue la
creaci�n de una espl�ndida serie de escenas en bajorrelieve en los
principales templos de Egipto: Karnak, Luxor, Ramesseum y Abu Simbel. Kitchen
y Desroches Noblecourt coinciden al expresar que esas �picas
composiciones no son el producto de especulaciones fantasiosas sino que
provienen de la informaci�n proporcionada por testigos pres�nciales de
la batalla. Hay
gran vitalidad y veracidad en el tratamiento de los sucesos. Se
presentan los momentos cr�ticos y tambi�n aspectos anecd�ticos. El
espectador puede llegar a participar de la emoci�n que se desprende de
los relieves. Aparece
el campamento real con multitud de detalles y la irrupci�n de los
carros hititas. Detalle excepcional es el de un jinete egipcio que parte
a galope en busca de refuerzos, ya que los egipcios no utilizaron los
caballos como animal para montar. Es
impresionante y majestuosa la escena que muestra a Rams�s II en
su carro de guerra enfrentando a los enemigos. Tambi�n puede
verse la llegada de los �Near�n�, el enfrentamiento de los dos
grupos de carros de guerra y el desastre hitita en el r�o Orontes, as�
como otros muchos sucesos. Puede decirse que muchos acontecimientos han ca�do en el olvido, pero la gesta heroica de Rams�s II, el Grande, sobrevive gracias a los bajorrelieves que la representan en los templos y que constituyen una obra maestra del arte egipcio. BIBLIOGRAF�A
-DESROCHES NOBLECOURT, CHRISTIANE. �Ram�s II. La Veritable Histoire�
Pygmali�n.
Paris, 1996. -FREED,
RITA. �Rams�s II. The Great Pharaoh and his Time� Museum of Natural
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Perrin. Par�s 1967. -KITCHEN,
KENNETH A. �Pharaoh Triumphant. The life and Times of Rams�s II�.
Aris and Philips Ltd.
Warminster 1982. -LALOUETTE,
CLAIRE. �L�Empire des Rams�s� Fayard. Par�a 1985. -MORET,
A. Y G. DAVY. �De los Clanes a los Imperios�. Uteha. M�xico,
1956. -PIRENNE JACQUES. �Historia de la Civilizaci�n del Antiguo Egipto�. Editorial
�xito.
Barcelona 1963. -WEIGALL,
ARTHUR. �Histoire de L�Egypt Ancienne�. Payot. Paris. 1968. [1] Curador de la Sala Egipcia del Museo de las Culturas Maestr�a en Historia, UNAM, Maestr�a en Arqueolog�a de la Escuela Nacional de Antropolog�a e Historia, Autor de los libros �Usos funerarios del Antiguo Egipto� y �El Antiguo Egipto�, estudios de especializaci�n en egiptolog�a en la Escuela de Louvre en Par�s.
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